EL HILO ROJO – Berta Thomas de la Aldea
Por Berta Thomas de la Aldea
Si crees que eres demasiado pequeño para marcar una diferencia, intenta dormir con un mosquito en la habitación
14th Dalai Lama
Victoria revisa cuidadosamente los datos en la pantalla, las manos le tiemblan ligeramente antes de apretar la tecla para acepar la compra del pasaje con destino Delhi para esa misma noche.
«La soledad es el precio de la libertad.»
Con pasos medidos se pasea móvil en mano de un lado para el otro de la habitación, pausadamente se dirige hacia la ventana. Las vistas del arbolado paseo le producen serenidad. «He de decírselo ya mismo.»
─Pablo, sé que estás ocupado, pero quería avisarte de que no estaré cuando regreses de Lisboa. He decidido hacer un viaje ─dice con voz ronca.
─No, no, me voy sola. Salgo hoy para Delhi, pero en realidad me voy unas semanas a Ladakh. ¿Recuerdas que te hablé de la colaboración con la ONG del Monasterio de Hemis?, al final me he decidido y creo que es importante que vaya.
─Lo siento, lo siento de verdad, no podía habértelo dicho antes porque en realidad lo decidí ayer mismo. Amor, diles a los chicos que estaré de vuelta en unas semanas. Te voy llamando y te cuento. ¡Espero tener cobertura e internet! Un beso.
Horas después, con un nudo en la garganta que le impide respirar, atraviesa el control de pasaportes a su llegada a Ladakh. El aeropuerto de Leh, la capital de Ladakh, está a 3200 metros sobre el nivel del mar y el impresionante paisaje de los Himalayas que lo rodean, supera cualquier expectativa del visitante. El deslumbrante azul cerúleo del cielo junto con los tonos gris plomizo de las montañas deja a Victoria sin aliento, pero a su vez, esa majestuosa vista le ayuda a recomponerse.
Con el corazón acelerado a causa de la altura, un escalofrío le recorre la columna vertebral, tirita; en parte por el gélido ambiente de la montaña, pero también porque nadie la espera a su llegada.
Después de 45 minutos en taxi por carreteras imposibles que recorren acantilados no aptos para personas con vértigo, totalmente agotada y con el corazón en un puño, Victoria llega al Monasterio de Hemis, el llamado “Santuario de la Iluminación”.
El Monasterio se funde con un paisaje dominado por altas cumbre y picos nevados. La mayor parte de su enorme estructura de dos plantas está realizada en el siglo XVI, en madera de sauce, por hábiles artesanos de Cachemira, que dejaron su huella en las tallas y techos policromados embellecidos a su vez con motivos budistas de vistosos colores.
En los sótanos del monasterio, se encuentra un museo en el que durante cientos de años han guardado escrituras en sanscrito, obras de arte e imágenes de gran valor; bajo el cuidado y la estricta custodia de los maestros monásticos.
En pocos días, en aquel espectacular enclave se celebrará su famoso Festival anual y estará más concurrido de lo que está en ese momento. «Tal vez será un alivio.»
Ringzing la recibe con una luminosa sonrisa, es la responsable de la ONG que gestiona la acogida de los jóvenes monjes. Una hermosa joven vestida con un traje de llamativos colores, típico de las mujeres tibetanas. De repente, Victoria se siente un poco incomoda, se ve a sí misma con los ojos de la otra. Ha intentado coger la ropa más cómoda y sencilla que tenía a mano, pero sus zapatillas de marca seguro cuestan como mínimo, el salario de varios meses de la joven.
─Victoria, nos alegramos de que finalmente hayas podido venir. Desde el COVID, han llegado sesenta alumnos nuevos de entre seis y doce años, que los padres no podían alimentar y decidieron que lo mejor era enviarlos al monasterio. Por lo menos, así les aseguran la alimentación y los estudios ─le explica en un pausado y perfecto inglés.
Pocos o muy pocos tienen aptitud para ser monjes, pero nos vemos obligados a acogerlos y darles enseñanza. Te agradecemos que hayas podido venir para darles clase de inglés los próximos dos meses ─ le dice con una adorable sonrisa que dulcifica todavía más sus rasgos asiáticos.
Victoria, turbada pero complacida por las palabras de bienvenida, en respuesta al mismo gesto que ha realizado Ringzing al finalizar la explicación, efectúa el ademán de agradecimiento uniendo las palmas de las manos frente al pecho y haciendo una ligera inclinación de cabeza, «Donde quiera que fueres, haz lo que vieres.»
Con paso inseguro por el cansancio, pero con gran curiosidad, recorren juntas las estancias del enorme monasterio, que enlazan entre ellas como un gran laberinto. Las vibrantes tonalidades de los murales de las paredes, abarrotadas de imágenes de Budas, de Dakinis -deidades femeninas- y de Protectores -dioses feroces que luchan contra el mal-, junto con el penetrante olor del incienso, compensan ampliamente la austeridad de las instalaciones.
En uno de los extremos del monasterio, Victoria dispone de una pequeña habitación junto a la de Ringzing. Le reconforta saber de su cercanía. La sencillez y sobriedad de la estancia, le hace soltar una sonora carcajada, «¡Hotel de 5 estrellas!»
Los siguientes días pasan rápidamente. Los hipnóticos rezos matinales dan paso al desayuno compuesto por el singular té salado realizado con leche y mantequilla de yak, y una torta de pan sin levadura, compartido en total silencio con todos los monjes.
Las clases de inglés divididas por edades se hacen amenas y cada día conoce más a los chicos y su cultura. Victoria recurre a juegos para que les resulte más interesante a sus alumnos, la mayoría de los cuales solo hablan tibetano. Victoria se maravilla de que ocurra lo que ocurra, los chicos siempre están sonrientes, esa muestra de felicidad proviene de su interior, de su forma de percibir la vida.
A los pocos días de su llegada, se celebra el famoso Festival. La ceremonia durará varios días. Durante la celebración, los monjes tocan tambores, platillos y las gigantescas trompetas tibetanas, ataviados con enormes sombreros en forma de cresta de color azafrán. Mientras unos monjes tocan los instrumentos, otros lamas vestidos con llamativos trajes y elaboradas máscaras, realizan las danzas alrededor del patio principal.
Los bailes simbolizan el triunfo del bien sobre el mal. Y los visitantes creen que asistir a estos sagrados rituales les da fuerza espiritual y buena salud. Sin excepción, los peregrinos asisten al festival ataviados con los vistosos trajes tradicionales tibetanos. Es un momento mágico que quedará plasmado en su memoria para siempre.
Al finalizar los bailes del primer día, Victoria divisa entre los visitantes a una preciosa niña de unos nueve o diez años, difícil de saber, puesto que su cuerpecito está completamente retorcido por una malformación, una escoliosis severa. La niña mira a Victoria con curiosidad. Sonriendo y con paso indeciso, de la mano de su madre, se acerca a ella: ─ ¿Eres la profesora de inglés? Yo me llamo Pema, que significa Loto, y mi madre se llama Dawa. ─ Estamos de vacaciones visitando a mis abuelos. ─ le dice con gran aplomo para su edad y en un perfecto inglés.
Los próximos días, vuelven a verse. La madre, Dawa, pasa casi todo el día en la Gompa (sala de oraciones), rezando postrada a los pies del enorme Buda. Al finalizar, siempre cabizbaja y con los ojos nublados por las lágrimas, deja un donativo y regresa junto a Pema que la ha estado esperando pacientemente en el patio principal.
La niña es lista y muestra interés por todo lo que Victoria le explica. Dawa, suele permanecer callada, pero un día con ayuda de Pema, le revela que reza cada día por la curación de la niña. Se siente culpable por la vida que está llevando su hija. También se pregunta si ha hecho algo para recibir ese castigo. Cree que ha acumulado mal “karma” en otras vidas y que, por eso, ahora, ambas están sufriendo.
En ese instante, Victoria recuerda vivamente cómo sus hijos la agotaban con su infinita vitalidad. Estaban todo el día saltando y gritando, jugando al futbol en el pasillo; parecía que nunca llegaba la hora de que se fuesen a la cama, lo que en ese momento le parecía una tortura, ahora se da cuenta de lo afortunada que ha sido y es. ¡Y lo feliz que sería Dawa si Pema pudiera saltar y corretear todo el día como cualquier otro niño!
Días más tarde, Pema le cuenta de forma muy madura para su edad, que su vida está siendo un poco complicada. Y su voz se debilita cuando le explica con ojos llorosos: ──Me han operado ya dos veces desde que nací y ahora, los médicos dicen que hay que sustituir de nuevo los anclajes de mi espalda, pero nos dicen que no saben si podrán hacerlo. Y tengo miedo.
Esas palabras, “tengo miedo” y aquella mirada infantil bañada en lágrimas y con una infinita tristeza que emerge desde lo más profundo, le producen a Victoria una enorme pesadumbre. Una sacudida, como una bofetada en plena cara le asalta: «cuan ínfimos e intrascendentes son mis problemas en comparación con lo que le ha tocado vivir a esta niña.»
Al anochecer, ya a solas, Victoria abrigada con su nueva “pashmina” de lana de cachemira regalo de Ringzing y una pulsera en su muñeca, realizada por Pema con hilo rojo (símbolo de protección), recorre embelesada los enormes patios; y mirando el firmamento, desea con todas sus fuerzas poseer la serenidad y la fortaleza para que el dolor ajeno y las injusticias no le sean indiferentes.
Casi siempre, Dawa y Pema, traen dulces hechos por la familia especialmente para ella. Lo que es de agradecer porque la dieta del monasterio la está dejando en los huesos. La comida es tan austera como las instalaciones ¡arroz y vegetales y vegetales y arroz!
A pesar de las diferencias culturales se ha creado una atmosfera de verdadera familiaridad. Pasan las tardes hablando y compartiendo anécdotas, Pema traduce a su madre casi íntegramente lo que hablan. Esta, suele mover la cabeza de un lado para el otro, lo que al inicio generaba cierta confusión en Victoria. En la cultura india, el movimiento de cabeza tiene una amplia gama de significados, expresa tanto aprobación como desaprobación.
Victoria, sabe que pronto finalizaran los encuentros, pero cada día siente más la necesidad de su presencia. Ha pasado de buscar la soledad a desear esa agradable y plácida compañía. Esos momentos compartidos pasan a ser un bálsamo para su alma. Y a su vez, Victoria, escuchándolas, les ayuda a descargar el enorme peso y tristeza que ambas llevan dentro. A veces momentos insignificantes pueden cobrar un sentido monumental en nuestras vidas.
Semanas después, cuando traspasa la puerta del aeropuerto de Barcelona y se encuentra en brazos de Pablo, siente que nada ha sido en vano.
Se miran con cariño y él le dice: ─Ya tenemos la visita concertada con la Fundación del Hospital Sant Joan de Dios para programar la operación de Pema lo antes posible. Estoy deseando conocerlas y los chicos también.
Victoria, emocionada, solo es capaz de decir: ─Gracias, gracias por tu amor incondicional. He aprendido que lo más valioso no es lo que tienes sino a quien tienes en tu vida.
FIN
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024