EL MEJOR PADRE DEL MUNDO – Elsa Eulalia Pereda Urrutia
Por Elsa Eulalia Pereda Urrutia
Recuerdo a mi padre en mi niñez que cuando llegaba del trabajo tomaba su tiempo para descansar, luego nos llamaba como cada tarde de costumbre, para comentarnos pasajes de su vida y de su familia.
Mis hermanos y yo esperábamos atentos a sus relatos, sentados en círculo a su alrededor mirándolo fijamente a sus ojos. En cierto momento dejaba correr alguna lágrima que, aunque no quisiera que nos diéramos cuenta giraba la cabeza hacia un lado expresando la emoción del recuerdo.
Otro de los momentos que recuerdo antes de dormir, eran los cuentos y leyendas del campo que nos contaba. Algunas nos daban miedo, otras sólo intrigan o suspenso. Él se reía al ver nuestros rostros aterrorizados, como niños creíamos en todo.
Era un hombre que desde niño conoció el trabajo rudo y fuerte del campo, siempre nos lo contaba cuando éramos pequeños, nos decía: “Salíamos a primeras horas del día al campo, aún en la oscuridad, nos acompañaban nuestras lámparas de queroseno y nos dirigíamos al corral. Eran mañanas muy frías tanto que hasta se nos enfriaban la nariz y el rostro por lo que había que portar gorros y ponchos para sentir el calor y contrarrestar el frío. Mi padre ya se había levantado y nos esperaba junto al rebaño, listo para recorrer kilómetros en busca de pasto para los animales”.
Él continuaba: “Recuerdo que nos pasábamos horas interminables sentados al borde de un árbol mientras las ovejas comían, llegaba la hora de la merienda y mi padre sacaba su bolso con pan y quesos, unos huevos cocidos que había preparado mi madre y dos termos de agua caliente para apaciguar el frío de la mañana. La vida del campo no nos facilitaba el tiempo para ir a la escuela”.
Papá solo pudo estudiar el nivel primario a causa de los medios económicos y la labor del campo. Nos comentaba que era muy jovencito cuando marchó a la capital, como todos los jóvenes de su época a buscarse “un futuro mejor”.
Sí coloco entre comillas es porque la vida de la ciudad para una persona del campo tampoco era fácil.
Continuaba: “Lamentablemente la discriminación en esa época era fuerte. No podías conseguir un buen trabajo porque te marginaban por el color de tu piel, tu procedencia, despectivamente te llamaban ¡Cholo o Serrano! Los trabajos que se conseguían solo eran los que los de la capital no querían, y fueron de mucho esfuerzo físico”.
Yo observaba que muchas veces se quedaba callado como sumergido en sus recuerdos, de pronto retomaba la narración. “Cuando llegué a la capital lo único que encontraba de trabajo era ser cargador de sacos de harina de 50 kilos, portándolos al hombro y llevándolos de la fábrica al camión y descargándolos del camión a las bodegas”. Nos decía que tenía el hombro pelado y ensangrentado por el roce de la carga.
Cuando nos miraba sentíamos ese amor paternal de solo querer protegernos y que con sus mensajes no quería que pasáramos penurias para llegar a ser alguien en la vida.
Una característica física especial es que no aparentaba nuestra raza india porque éramos mestizos y nuestros antepasados llegaron de los países vascos.
Él tenía un porte alto de estatura, contextura delgada y fina, piel clara, su rostro claro inclinado hacia el rojo, bigotes oscuros. Todas sus facciones tipo español al igual que mis tíos, en cambio el lado de mi madre sí que éramos de baja estatura al igual que mi abuelita.
Yo he salido a la parte de mi madre. Mi abuelo paterno era bajito, rubio con ojos claros y el rostro colorado de apellido Urrutia, él también no se parecía en nada a un típico peruano.
Las enseñanzas de mi progenitor siempre fueron con la intención de tener que esforzarnos a estudiar, tener una profesión y poder enfrentar a la vida; su deseo era lo mejor para nosotros.
Su gran capacidad de transparencia al actuar, y su personalidad correcta y honesta fue lo que nos transmitía. Repetidamente nos decía: “En el trabajo siempre te pondrán a prueba y verán si eres persona de confianza o no”.
“A mí”, continuaba diciéndonos: “muchas veces los jefes me pusieron a prueba dejando dinero, anillos o relojes como olvidándose, pero yo siempre los guardaba y al día siguiente los entregaba”. Por ello él se ganó el respeto y la confianza de sus jefes, eso lo constatábamos en la relación que le tenían en su trabajo con el aprecio que le demostraban.
El carácter fuerte lo acompañaba destacándose por su rectitud, la gente lo respetaba y sus parientes lo buscaban para consejos, orientaciones y mediaciones ante un conflicto. También ayudaba a encontrar trabajo a los que llegaban del interior.
Me gustaba mucho la manera como organizaba el hogar, planificaba sus gastos, ahorraba, pero también nos daba tiempos de recreación en familia llevándonos al campo, la playa…. a fin de disfrutar esos momentos juntos.
Era una persona muy culta, le gustaba la historia universal, por él hemos conocido todos los museos que existían en la capital, parques importantes y zonas arqueológicas.
Uno de los consejos que repetidamente nos decía era. “nunca se ensucien la mano con algo ajeno porque te podría costar el trabajo”. A pesar de que mi padre tenía turnos rotativos como centinela en la empresa de fábrica de harina donde trabajaba, cuando faltaban los compañeros de los turnos siguientes redoblaba, no lo veíamos hasta en dos días.
No fallaba en tomar tiempo con cada uno de nosotros y nos revisaba las tareas de la escuela. Para su nivel primario él era muy inteligente y conocía perfectamente los números y eso nos reforzaba y se reflejaban en nuestras calificaciones en la escuela.
Dos de los seis hermanos salimos más destacados en la escuela demostrándolo en los resultados en las cartillas de notas que siempre fueron sobresalientes.
La empresa donde trabajaba mi padre en esa época daba muchos beneficios a los trabajadores y sus familias. Cada año los trabajadores entregaban las cartillas de sus hijos y las que tenían las mejores notas nos gratificaban con un dinero que nos ayudaba para solventar los gastos del año escolar. Cada año mi hermano mayor y yo recibíamos este premio y mi padre se sentía orgulloso de tener a dos de sus hijos destacarse y recibir ayuda, ¡era fenomenal!
Éramos una familia numerosa y llegado el inicio de la temporada escolar mi padre tenía que ir al centro de la capital a comprar a las grandes librerías útiles escolares en cantidad entre cuadernos, carpetas, bolígrafos…. lo cual le salía más económico y nos alcanzaría para todo el año.
Cuando regresaba cargado con toda la compra, nuestro trabajo en casa era forrar nuestros cuadernos y colocarles etiquetas con nuestros respectivos nombres.
Era un momento de trabajo familiar pues nos sentábamos alrededor de la mesa y nos poníamos a hacer esta labor. En esa época era todo diferente, pero recuerdo lo organizado y perfecto que era mi padre que todo lo hacía con esmero y cariño.
De mayores mis hermanos continuaron con este ejemplo hacia sus hijos de planificar siempre bien los útiles escolares.
Para el mes de diciembre y vacaciones la empresa realizaba fiestas de navidad con regalos y claro mi pobre padre venía en su bicicleta cargado de regalos que casi no podía conducirla.
En vacaciones la empresa nos llevaba de paseo a todos los hijos de los trabajadores, es lo más lindo que recuerdo porque siempre nos llevaban a lugares culturales, museos, parques, ruinas arqueológicas y la playa.
El momento que más nos gustaba es que nos preparaban a cada niño un kit de refrescos, galletas, bocadillos. El alimento nunca nos faltó y nos trasladaban en grandes autobuses, claro que cuando eres pequeña crees que todo es muy grande y enorme.
Recuerdo que llegaba la fiesta de aniversario de la empresa y todas las esposas se vestían de la mejor manera posible; en esa época mi madre iba con mi hermana mayor que ya tendría dieciséis años, que la acompañaba porque mi padre le tocaba trabajar y además no le gustaba ir a esos eventos porque era muy reservado.
Era la época cuando se usaban los vestidos largos y peinados muy gracioso porque se hacían como un África look que parecían bolas de sandía. Me hacía gracia y me daba risa ver a mi madre y a mi hermana vestidas de esa manera, pero era la época.
Mi hermano mayor y yo salimos asmáticos, tendría yo diez años y era la preocupación de mi padre, siempre a urgencias conectados a balones de oxígeno, nos administraban inyectables con esas grandes agujas de metal de entonces. Muchas noches dormíamos sentados porque echados nos ahogábamos.
Mi padre pasaba algunas horas a nuestro lado y era ese contacto de padre-hijo que nos daba su amor manifestado en la protección de su regazo, las veces que me quedaba dormida respirando con dificultad él estaba allí mirándonos seguro sufriendo por nosotros, pero allí estaba con su presencia callada.
Un buen día un compañero de trabajo de mi padre le comentó de una clínica en una zona pija donde curaban del asma, pero claro era una clínica, mi padre no se lo pensó dos veces, se hizo prestamos llevando primero a mi hermano mayor.
Llegado mi turno, era la primera vez que ingresaba a una clínica, se veía muy grande, gente muy bien vestida, era sin duda de otra clase social, pero a nosotros nos atendieron bien porque íbamos recomendados.
En esta época el tratamiento estaba avanzado en los servicios privados donde ya se utilizaban los corticoides y nebulizaciones cosa contraria a los hospitales.
El tratamiento duró cinco días continuos y la mejora se reflejó enseguida, experimenté el alivio, al fin, después de tantos años no tendría que estarme inyectando.
Esto dejó a mi padre con una deuda al banco que logró cancelarla después de cinco años, nunca olvidaré este gran esfuerzo de mi padre y fue lo que me dejo de aprendizaje.
Cuando ya de mayor él enfermaba no me preocupaba en gastar lo que fuera necesario para su salud y darle mejor calidad de vida. Solo me importaba que estuviera bien atendido y que no le faltara nada.
Yo he heredado su rectitud, su sentido de perfección de hacer las cosas bien. Organizar, planificar, eso lo aprendí de él.
En la edad de adolescentes y mayores, nunca nos obligó a hacer nada en contra de nuestra propia voluntad porque su trabajo estaba hecho, nos decía que ahora era nuestra responsabilidad de asumirlo porque ya había cumplido de enseñarnos los valores y a cómo defendernos en la vida. Pero que siempre estaría allí para cuando lo necesitáramos.
Puedo decir que he aprendido los diferentes valores que existen: la vida, los tiempos, las cosas, y que todo se obtiene con el propio esfuerzo.
La figura de un hombre que luchó en la vida hasta el cansancio extremo, para mantener a una familia, asumiendo penas, dolor, sufrimiento y cansancio, no me queda otra opción que haberle retribuido. Me siento satisfecha de que en vida pude darle todo el amor que se merecía, quizás no lo suficiente, pero lo intenté demostrándoselo.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaOtros relatos
Ver todosMIS COMPAÑEROS DE VIDA- María Isabel López Ben
María Isabel López Ben
07/10/2024