EL NOVIO DE JUVENTUD

Por Carmen Martinez De Sola

A pesar de sus ojos negros y esa mandíbula cuadrada que mostraba determinación, Luis no era el hombre guapo que se podría suponer, no sólo por su baja estatura, también por esa mirada huidiza, como del que algo oculta y no quiere que se investigue en su interior.

Su hermano, Ramón,  era  más atractivo y, además, le faltaban pocas semanas para iniciar su carrera como piloto de líneas aéreas. En 1975 y con 20 años esa circunstancia era suficiente para resultar seductor y no tener problemas de relación con el otro sexo, aunque no se le conocían mujeres, amigas o “novietas”.

Dos años antes, María había empezado a salir con Luis. Ambos tenían la misma edad, estaban a punto de acabar el colegio y ya con ganas de comenzar COU e ingresar en la universidad.  María era tímida, tenía una enfermiza falta de seguridad en sí misma y quería pasar desapercibida a toda costa; había conseguido finalizar su educación escolar sin, aparentemente, aprender nada.

Cuándo tocaba salir a la pizarra, el terror que le producía sentir todas las miradas sobre ella, la dejaba paralizada y, claro, en aquellos momentos, la figura del psicólogo escolar no existía por lo que sus fallos siempre se debían a que “no se esfuerza mucho”, decían.

Las prisas de Luis por conseguir convertirla en su novia formal eran bastante agobiantes, pero María no ofrecía batalla en ese sentido por lo qué, a las pocas semanas, era una más en aquel piso de la calle Lagasca donde vivía la familia de su pareja. A los padres les pareció una idea estupenda el “compromiso” y se desvivían porque estuviera contenta.

María, como siempre le ocurría, no pudo oponerse y ese chico la dominó en pocas semanas y no paró hasta conseguir su primer beso, después vino todo lo demás: era obligatorio tener relaciones y también no hacer ninguna actividad sin que pasara por su previa supervisión.

La llamada de una amiga, quedar con el grupo a merendar o para ir al cine, eran temas prohibidos.  Luis pasaba de ser el más amable del mundo a tener reacciones de verdadero loco: nunca se sabia por dónde podría salir. Sus métodos para subyugar y humillar eran de lo más variado.

Por ejemplo, dejar que María esperara toda una tarde en la calle o llegar a la cafetería donde habían quedado, acompañado de otra chica y sentarse en una mesa diferente sin dirigirle la palabra eran parte de su diversión.

También podría ocurrir que, como la casa de María estaba en un buen barrio, tenía portero y unos vecinos de clase social alta, Luis podía complacerse en llegar vestido con un mono azul y chismes de pintura, sin afeitar y ni lavarse, para que no le dejaran pasar más que por la puerta de atrás y entrar directamente a la cocina. De esta forma, podría recriminarle a ella que, en su casa, no era bien recibido.

Era cierto, el entorno de María hubiera dado cualquier cosa por librarse de semejante personaje.  Pero ella carecía de fuerza y de la voluntad qué le hubiera permitido no tolerar esas situaciones.

Después de un número así, Luis se transformaba en una persona diferente, preparaba planes divertidos, como excursiones a la nieve y se dedicaba a hacer fotografías preciosas de su amiga y, con más dinero del que le correspondía, podía invitarla a cenar, incluso a la discoteca de moda. Ambas cosas juntas eran un dispendio imposible para la época y sus edades… ¡incluso le llegaba a regalar ropa!

Sutilmente, cómo si tejiera una tela de araña, cada día avanzaba un poco más hacia su propósito de dominación. De repente sugería que María podría visitar la oficina de su padre, donde ya trabajaba otra cuñada de secretaria, y el plan sería que fuera formándose y ayudando a Teresa con el fin de poder convertirse en una buena administrativa y, cuándo su “cuñada” se casara, ocupar su sitio.  Algo que no se le podría haber pasado por la cabeza antes:  ella quería ir a la universidad y estudiar Derecho. Sin embargo, accedió a pasar ciertos ratos libre en esas tareas y matricularse, incluso, en clases de mecanografía.

¡Si por lo menos los veranos hubieran sido como antes¡ pero el maravilloso pueblito del norte, dónde siempre era feliz y las vacaciones duraban meses, se cambió, a causa de necesidades familiares,  por una casa en la Sierra, cerca de la capital. Ahí también veraneaba la familia de Luis por lo qué no había tampoco descanso.

Obligatorio el baño en casa de él, obligatorio quedarse en casa cada vez que así se decidía, tardes esperando a alguien que nunca llegaba y, muchos días, llorando de desesperación, llegaba a pensar que ese era su destino y era imposible desviar su rumbo. Alguna noche soñaba con que la vida era corta y ese era su sacrificio.

De repente algo sucedió ese otoño: en vez de volver a clase para comenzar el COU, sus padres decidieron que una temporada en el extranjero sería lo ideal para  cortar con las mala compañías y olvidar.

El colegio elegido colgaba sobre un acantilado al sur de Dublín. El edificio estaba rodeado de praderas llenas de ovejas y vacas. Era una granja verde como nunca había conocido y, desde su cuarto, se podía ver el mar, rabioso y gris en esa época del año. Un par de kilómetros les separaba de un pueblito donde las “mayores” podían acercarse por la tarde para dar una vuelta o hacer pequeñas compras. Sus compañeras eran amables y estaban muy dispuestas a que se familiarizara con el idioma y el cambio de costumbres.

Pero lo más extraordinario de todo ello fue que empezó a entender: las clases, las matemáticas, las explicaciones sobre cualquier materia. Comprendía los contenidos y ganó fluidez para escribir, para leer, para enfrentarse al latín. Cualquier avance era saludado por las profesoras como un enorme éxito. ¿Por qué a estas alturas la vida era tan sencilla y los problemas parecían pequeños?

Amigas nuevas, que la invitaban algún fin de semana a sus casas, con hermanos encantadores que solo querían reír y pasar un buen rato. Lo normal se convirtió en fantástico y, de repente, se creó la necesidad de aprender sobre las materias más dispares, de hacer más de una carrera universitaria, de aprender cómo se cocina un suflé de queso o de representar obras de teatro. La verdad es que, aquellos meses supusieron volver a nacer con una nueva personalidad.

La correspondencia de Luis era continua, con toda clase de contenidos: traducciones de canciones de amor, órdenes sobre la obligatoriedad de mirar la luna a una hora y día determinados, la palabra vuelve, vuelve, vuelve era una constante en cada línea, ¡cómo odio a tus padres!, viviremos lejos y muchas otras frases mezcladas, que pasaban del chantaje a la súplica.

Con la distancia, María se sentía protegida y las amenazas no le causaban las mismas sensaciones que antes. Se impuso contestar todas las cartas, aunque sin sentimientos especiales.

El día de la vuelta tuvo que llegar obligatoriamente y, entre lloros y lamentos, volvió a su ciudad, a su casa y, cómo no, a Luis.

Pero ya no era lo mismo, ni ella tampoco era la misma. Durante una temporada él quiso volver a las andadas y, más aún, consiguió que sus hermanos mayores la contrataran para dar clases de inglés, y así tuviera que ir obligatoriamente a su casa. El castigador se mostraba contrito y no faltó ni un día a sus citas y compromisos con ella, incluso la “dejó” fumar, una de las prohibiciones de antes.

Sentirse fuerte ante el acoso era una sensación nueva, el tiempo de María se priorizaba para muchas otras cosas y la universidad esperaba. También quería volver a escapar donde había sido tan feliz y encontrarse con sus amigas extranjeras.

Cuándo dijo adiós otra vez, la reacción fue violenta: Luis chillaba por las esquinas, suplicó, amenazó, dijo que se tiraría por el balcón o cosas peores. La diferencia es qué ya no había miedo, ni siquiera cuando le llamó el propio padre pidiéndole, a ella con 18 años, que lo pensara, que estaba tan preocupado por su hijo, que no dejaba de gritar por las noches… no pudo ser, en pocos días volvía a la ciudad que le había salvado y compartiría apartamento con dos de sus compañeras.

Trabajó de camarera y dependienta de boutique, hacía excursiones todos los fines de semana, estudió y se hizo mayor y más fuerte. Su vuelta a casa prometía un futuro feliz.

Acabó COU y eligió Comunicación y Periodismo, por no encontrarse en los pasillos de Derecho con Luis y, desde el primer momento, tuvo la suerte de poder hacer prácticas y algunos trabajos que le permitían ser razonablemente libre para viajar, conocer otros países y pagar algunos caprichos antes prohibidos.

Luis encontró una nueva víctima para satisfacer su complicada personalidad, y aunque ya era mayor, no tenía ninguna intención de cambiar. Parece que necesitaba poner de manifiesto algún tipo de superioridad con las mujeres y María José fue la segunda de la saga. Con ella fue peor porque en su relación se entrometió un difuso sentimiento de venganza por haberle fallado la primera relación. Se sintió aún más libre para conseguir que esta chica se pusiera totalmente a sus órdenes y no dejarla ni un minuto de libertad física o mental.

Todo ocurrió de un momento a otro. Alguien apareció en la casa de la Sierra de Madrid, un día de agosto antes de comer, y trajo la noticia: hacía un par de horas que la avioneta que pilotaba Ramón, acompañado de Luis, se había estrellado cerca de Cuatro Vientos y ambos habían muerto fulminantemente.

Fue un luto doble: María lloró con la familia y con María José. Pero también lloró por ella, lágrimas imposibles de detener pero que, al cabo de dos días, habían borrado todo malestar en su interior, como purificando el resto de los recuerdos y quedando libre de la última atadura.

Ya no existía.

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