EL PASEO

Por Juan Antonio Sarmiento Rocamora

“Bienvenidos al paseo de los sueños «, pone en el arco de entrada del parque, que es de piedra tallada, cerrado con una verja de barrotes de hierro con terminación en forma de lanza. Dentro hay una fuente de piedra con peces y surtidores.

—Matilde, cógeme de la mano y caminemos a nuestro jardín favorito —le pedí.

—Sí, cariño —al decirlo me coge por la cintura, con sonrisa de chica traviesa.

Caminamos sin decirnos nada, disfrutando simplemente el uno del otro.

—Carlos —me dice—, aguanta el maletín de picnic, coloco el mantel y tú dispones los cubiertos como a ti te gusta.

—De acuerdo, Matilde —contesto, a la vez que cruzamos las miradas.

Nos sentamos en las mesas con bancos, y mientras nos servíamos de comer y de beber nos rozábamos las piernas como si de una infidelidad se tratase. Se erizaba nuestra piel y nos ruborizamos, la comida quedó como algo secundario. Sólo con la mirada nos lo decíamos todo.

En el merendero del parque, estratégicamente orientado a las vistas del valle, el pueblo y unas montañas cercanas, había una atmósfera de paraíso en la tierra, con muchas flores y algunos jardines en las zonas de paseo.

Levanto la mano y le acaricio una mejilla, seguidamente el pelo; y se lo arreglo apartándolo de su frente. Ella me sonríe.

—Cariño, ¿te ha gustado la comida?

—Sí cariño, todo lo tuyo me encanta, y sé cuánto te agrada que te lo diga.

Recogimos todo, llevamos el maletín y el cesto a unas taquillas y volvimos a nuestro banco, sin llegar a sentarnos.

—Cariño—dice Matilde—, vamos a pasear por nuestro parque.

Es primavera y es un día de ropas blancas y colores suaves. Cada pareja, sin molestamos, hace algún pequeño gesto con la cabeza a modo de saludo.

Cuando estábamos al paso de un laberinto hecho con arbustos, me puse detrás de ella y le tapé los ojos,

—Adivina, adivinanza, ¿Dónde estamos?

—Donde nos conocimos al chocamos mientras caminábamos, por casualidad.

— Ja, ja, ja, qué gracioso, nos quedamos como dos bobos. Tú tiraste mi bolso. Un momento —añadió—, ¿no te pararías aposta para conocerme y entablar conversación? Si es así, fuiste un chico malo, pero te lo agradezco.

—Matilde, luego quizás te lo cuente, ahora contemplemos el paisaje. Mira esos niños cómo juegan al balón, algún día nuestros retoños estarán con nosotros aquí para disfrutar de estas vistas.

—Entonces nuestros aniversarios serán más felices, cariño mío, darán sentido a nuestras vidas—me dijo emocionada—. ¿Escuchas? La banda de música está tocando un pasodoble, vayamos a bailar.

Llegamos a la zona de baile colocándonos lo más cerca posible del tambor.

—Aquí se está bien, parece que vibra el suelo, y es mejor para llevar el compás de la música, cógeme de la cintura, pon el brazo izquierdo en alto, yo te guiaré, verás como en poco tiempo haré de ti un bailarín profesional.

A cada paso me arrimo más a ella, me acerco a su oído y le susurro sus palabras preferidas.

—Matilde, te quiero.

—Te has ganado un beso, sigamos bailando, sientes el ritmo de la vida, no pierdas su compás.

Me tuvo veinte minutos bailando, terminé fatigado, pero disimulé. Más adelante paseamos cogidos de la mano y una brisa que nos acariciaba la cara con suavidad de algodón. Fuimos al lago, y nos acodamos en la barandilla para ver a las familias de patos y a unos peces que pedían trozos de pan,

Nos sentamos en uno de los bancos del lago, me miró y, apoyando su cara en mi hombro, se quedó dormida, pasé el brazo y se acurrucó sintiéndose protegida. Cerré los ojos, el pelo le había tapado la cara, se lo aparté con suavidad y su rostro me pareció angelical.

El tiempo pasa con rapidez, me di cuenta al ver que todos recogían sus cosas. Unos besos en la frente la despertaron del sueño, se quedó mirándome y sonriendo, y le dije con mucho cariño:

—Vámonos, que nos quedamos dentro.

—Cariño —dijo ella—, perdón por haberme dormido; te habrás aburrido en nuestro día.

—Tranquila, aún nos queda la noche, una cena, y un cóctel.

Caminamos sin prisas hacia el arco de entrada, y a la altura de la fuente nos dimos la vuelta y miramos el paisaje, que parecía de Martín Rico. Seguimos andando y justo cuando estábamos fuera del parque sonó el teléfono de ella. Le cambió radicalmente el rostro, más que de enfado, de preocupación.

—Hola, Charly —dijo—. ¿Qué pasa?

Estuve atento a la conversación y presagié que nuestra noche se desvanecida como el vapor de un géiser, colgó el teléfono con nerviosismo y algo de rabia.

—Cariño, queda pendiente lo nuestro, hay un accidente de autobús y todo el personal sanitario tiene que presentarse. Me llevas en el coche y vas a casa, no sé cuánto tiempo estaré ocupada, pues se junta con mi turno de trabajo.

Mientras conducía, no hablábamos, el silencio lo decía todo por nosotros, ella en los semáforos me cogía de la mano, la dejé en la esquina cerca del hospital, me dio un beso, salió, y me dijo por la ventanilla:

—Bueno, mañana tienes clase. Un beso cariño, hasta mañana, no te acuestes tarde.

Desapareció entre la gente. Ya con las farolas encendidas y la noche como telón de fondo a aparqué el coche en el garaje, y una vez en casa me tiré sobre la cama. En seguida me quede dormido con lo puesto.

Me desperté con la luz tenue del amanecer, miré el móvil, había un audio de WhatsApp:

—Cariño, ¿Qué tal la noche? Procura que no se te haga tarde. Aquí en el hospital, mucho movimiento; me he ausentado cinco minutos para desearte buenos días y que tengas una clase de maravillosa. Bueno, tengo que irme. Suerte, esta tarde nos vemos. Besos.

Preparé café, solo y bien cargado. Me senté en la silla de la terraza para contemplar la ciudad. Me dirigí a la cocina, dejé la taza, cogí mi carpeta con el temario de clase, me detuve un momento en la entrada y, mirándome al espejo, me coloqué la corbata, cerré la puerta con suavidad y una vez en el garaje, monté en el coche.

Salí del aparcamiento del instituto, crucé el patio, y en los pasillos un joven al ponerse a mi altura me dijo:

—Profesor, ¿Qué tal el fin de semana? ¿Seguimos con el temario del viernes?

—No, vamos a explicar unas definiciones que nos vendrán bien a todos.

—Profe, espero que sea tan buena como la del mes pasado, nos quedamos boquiabiertos.

—Tranquilos, nos servirá a todos, incluido a mí; en diez minutos nos vemos en clase.

En secretaría cogí la carpeta, observé que todo estuviese en orden y con paso firme entré a clase, donde los alumnos ya estaban sentados. Oí como en un coro:

—Buenos días, señor profesor.

—Veo que no habéis perdido el sentido del humor, eso me gusta, parece que en este curso vamos mejorando en todos los aspectos. Gracias.

Escribí en la pizarra una palabra con su definición, “fantasía”.

Entonces después de un pequeño preámbulo, empecé con la charla.

¿Cómo nos evadimos cuando un problema nos ahoga? Creando una ilusión en nuestra mente, a la que damos forma con una fantasía que falsamente transformamos en nuestra realidad; así parece que los problemas no nos afectan. Llega un momento en que para nuestros sentidos es verdadero.

—Profesor, ¿nos quiere decir que no tengamos fantasías con lo que nos gustaría hacer? pregunto un alumno.

—¿Qué tienen de bueno un libro o una película? Que mientras se disfrutan nuestra mente cree que todo es realidad y gozamos del momento, y cuando se termina el libro, o aparecen los títulos de créditos, sabemos volver a la realidad; eso es lo bonito de la ficción, saber entrar y salir de ella, de lo contrario, la trasformamos en obsesión, nos atrapa y no avanzamos como personas.

Al terminar la clase todos salieron satisfechos, y cuando me dirigía a la sala de profesores escuché mi nombre. Era Laura, mi hermana mayor.

—Carlos, bonita charla nos has dado, parece que te has liberado de tus fantasmas. Ayer estuviste en el parque, ¿verdad? Hace cinco años que Matilde murió, has vuelto a fantasear sobre tu último paseo con ella. Sabes que te conozco demasiado, y siento su pérdida tanto como tú. Muchas veces en casa la imagino tomando un té conmigo, pero eso de tener un paseo con un ser imaginario, es otra historia.

Me di cuenta de que no di la clase para los alumnos, eso fue una excusa que inventé para resurgir como el ave fénix. Lo sabía yo, y el instituto entero, que me tenía en gran estima.

—Tranquila, Laura, ya no habrá más paseos imaginarios, mañana comienza la remodelación del parque, y es una bonita excusa para terminar con mi obsesión.

—Sé que puedo confiar en ti. Y que Matilde siempre estará presente en la vida que compartimos con ella.

—Matilde está en mi corazón; todo este tiempo ha sido fantasía, de la cual yo era consciente, es hora de vivir la realidad sin olvidar su recuerdo. Pero…

—Pero ¿qué?

—En algunos momentos pasearemos por nuestros sueños, pues, si olvidamos, desaparece el recuerdo de lo acontecido en nuestra vida con las personas más queridas.

—Carlos, vamos a tomar un café en la terraza, nos sentará bien.

Ya en la terraza del instituto, con el café en la mano fui yo quien comenzó una reconfortante conversación.

—Laura, mi hermanita mayor, siempre atenta a que no decaiga mi sonrisa y centinela de mis adversidades.

—Sabes que siempre estaré para lo que haga falta y ya que has aprendido la lección. Sal de casa, tienes muchas experiencias por descubrir.

—De acuerdo hermana, seguiré tu consejo.

—Y mañana y el resto del curso te quiero aquí concentrado, como buen profesor que eres, que aparte de hermana soy tu directora. Cada cosa en su sitio.

Con un «hasta siempre”, nos despedimos. Mañana será otro día, mañana, será otra vida…

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