EL PEQUEÑO PTERODÁCTILO

Por Beatriz Benito

¿Quieres que te cuente la historia de Teo? Teo era un pequeño pterodáctilo. ¿Sabes lo que es un pterodáctilo? Es un reptil volador, pariente de los dinosaurios.

Cuando apenas levantaba un palmo del suelo ya era capaz de volar con mucha maestría, ¡incluso por encima de los árboles!

Su madre, viendo que era muy impetuoso, le prohibió salir de la zona de los pequeños, por temor a que se perdiera. Sin embargo, a la mínima ocasión que encontraba, Teo trataba de volar más lejos de su prohibición.

Un día escuchó a unos pterodáctilos mayores hablar de la maravillosa laguna que se encontraba más allá de las fronteras. ¿Y qué crees qué fue lo qué hizo Teo? Pues como era muy curioso, decidió ¡ser el  explorador que conquistara esa laguna!

Así que, al día siguiente se levantó muy temprano, mientras todos dormían, y emprendió el vuelo en dirección a la laguna.

Después de un buen rato volando y volando, divisó a lo lejos el reflejo de lo que parecía una gran extensión de agua. Aspiró con fuerza y se dirigió hacia allí.

Cuando se estaba acercando a la orilla de la laguna, empezó a escuchar unos bramidos que jamás había oído: ¡“brrrrr, brrrrr”! Pero, ¿qué es eso? Teo se asustó, y decidió buscar un escondite desde donde pudiera observar lo que sucedía. Halló un gran árbol, muy frondoso, y se posó en una de sus ramas más altas. Era el lugar perfecto para esconderse.

¿Y qué fue lo qué descubrió? En la orilla encontró un montón de crías de dinosaurio con el cuello “muuuy” largo. Nunca los había visto hasta entonces. Se remojaban en la laguna, disfrutando de un agradable baño. Lo que más le llamó la atención a Teo, fue un grupo de jóvenes que competían nadando, echando carreras. Parecía que lo estaban pasando en grande.

Y ahí se quedó un buen rato mirándolos, hasta que se percató de que debía regresar a casa. ¡Era impresionante! ¡Qué bien nadaban! ¡Cómo se divertían en el agua! ¡Tenía que convencer a los mayores de su bandada para que fueran a visitar aquel lugar!

Cuando llegó junto a su madre, estaba como loco de emoción. Saltaba y brincaba mientras le explicaba todo lo que había visto. Su madre, al comprender lo que su hijo había hecho dio un grito de espanto:

–          ¡Pero cómo te atreves a ir hasta allí! ¡Los pterodáctilos no nos relacionamos con los diplodocus! ¡Y mucho menos nadamos! Nosotros somos expertos voladores y jamás nos metemos en el agua.

Teo quedó muy afligido por lo que su madre le dijo, no podía entender qué motivos había para que los pterodáctilos y los diplodocus no pudieran estar juntos, y menos aún, qué motivos había para no poder probar a darse un baño en esa agua tan llamativa.

Tras una semana de completo aburrimiento, ¿qué crees qué hizo Teo? A escondidas, retomó sus visitas a la laguna. Sentía un gran deseo de probar esa agua con la que los diplodocus gozaban tanto.

Esperó en su escondite a que todos los animales se alejaran de allí. Y cuando parecía que no quedaba nadie, Teo aterrizó en la orilla. ¡Por fin! ¡Tenía toda la laguna para él solito!

Tímidamente empezó a dar pequeños pasos hasta que sus diminutas patas sintieron el frescor del agua. Esa sensación le pilló por sorpresa y retrocedió instintivamente. Sin embargo, volvió a meterse dentro. Después rozó el agua con sus alas, y la piel de todo su cuerpo se erizó. Entonces cerró los ojos y se dejó caer completamente en ella.

Aquella fue ¡LA MEJOR SENSACIÓN que había tenido en su vida! ¡Mejor que zamparse el más delicioso manjar del mundo! Pero había un problema. ¿A qué no sabes cuál? Intentaba nadar y nadar, y lo único que ocurría era que se hundía. Teo estaba tan concentrado en flotar que no se percató de que un pequeño diplodocus le observaba con los ojos a punto de salirse de sus órbitas. ¡No daba crédito a lo que veía! ¡Un pterodáctilo en el agua intentando nadar!

–          ¡Aaahh! – gritó Teo del susto cuando vio al diplodocus.

–          Perdona, no quería asustarte – intentó calmarlo el diplodocus. – Creo que deberías extender tus alas para flotar y moverlas en una dirección u otra para avanzar. E intenta mover tus patas al mismo tiempo.

Teo siguió sus instrucciones, y enseguida notó cómo flotaba.

–          ¡Muchas gracias! Me llamo Teo, ¿y tú?

–          Yo soy Pin – le contestó el diplodocus.

A partir de este momento, los dos dinosaurios quedaban diariamente para continuar con las clases de natación, hasta que llegó el día en que Teo nadaba perfectamente.

–          ¿Por qué no vienes esta tarde y echas una carrera conmigo y mis amigos? – invitó Pin a Teo –. Creo que estás listo para competir con nosotros.

–          Pero los diplodocus no se juntan con los pterodáctilos – respondió Teo.

–          Y entonces, ¿qué estamos haciendo nosotros? – le contestó Pin con una obviedad pasmosa.

Teo no supo qué contestar y pensó que quizás su madre no conocía bien a los diplodocus. Así que aceptó encantado, pues en realidad estaba deseando jugar con el resto de animales.

Lo que empezó con una carrera en el agua, continuó con otros juegos en los que la diversión y la alegría eran el centro de todo. Los padres de los diplodocus se acercaban a verlos jugar y nadar, hasta que Teo se convirtió en uno más de la manada.

Pero, aquí no se acaba la historia. ¿Sabes lo que ocurrió un día mientras Teo jugaba en el agua con sus nuevos amigos? Pues que apareció en el cielo una pareja de pterodáctilos. Se trataba de los padres de Teo. Llevaban buscándole un rato y al no aparecer por su arbolada, la madre recordó la conversación que tuvo con su hijo, y fueron a la laguna en su busca.

Cuando le vieron jugando con el resto de diplodocus, no lo podían creer. ¡Todos allí le trataban con cariño y se divertían! Cuando aterrizaron y Teo los vio, se asustó pues creía que sus padres estaban muy furiosos. Salió del agua con la cabeza baja y sin atreverse a mirarles a los ojos.

–          Parece que tus nuevos amigos son muy simpáticos – dijo la madre.

–          ¡No tenía ni idea de que supieras nadar tan bien! – dijo su padre.

–          ¡Es un gran nadador!- contestó la mamá de Pin –. ¡Les ha ganado muchas veces!

–          ¡Aunque al principio tragaba mucha agua!- gritó Pin a lo lejos.

Todos se pusieron a reír a carcajadas. Estaba claro que los diplodocus y los pterodáctilos sí podían estar juntos.

Y este sí es el fin de la historia de Teo.

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