EL REENCUENTRO – Mª Carmen Sánchez Robles

Por Mª Carmen Sánchez Robles

Era una mañana bastante fría, lo normal para el mes de febrero.
María había salido de casa sobre las ocho de la mañana, ya era un hábito en ella, hacer la misma rutina diaria, levantarse a las siete, asearse, vestirse, tomar un café y salir a pasear por las calles de su barrio. Le gustaba salir a esa hora así encontraba poca gente y no paraba su caminata para saludar a unos y otros.
Desde hacía unos años vivía sola, había cuidado de su madre prácticamente toda una vida desde que su padre falleció por un accidente de tráfico.
María aún trabajaba por aquel entonces pero al suceder el trágico acontecimiento, decidió acelerar su prejubilación y a sus 59 años dejó el trabajo de toda una vida en Correos y se dedicó a su madre en cuerpo y alma.
María nunca había abandonado el hogar familiar pues era la única hija del matrimonio y nunca se casó ni tuvo pretendiente, así que su vida había sido su trabajo y alguna salida puntual con algunas compañeras de trabajo.
A partir de su jubilación María dedicó todo su tiempo a su madre, la señora Antonia que así se llamaba la madre, no había podido superar la muerte de su marido y sufrió durante sus años restantes de vida de una profunda depresión.
María había intentado alegrarle sus días llevándola a ver obras de teatro, al cine, paseos al aire libre, pero con nada de eso pudo salir de la profunda tristeza que la invadía, y a María solo le quedó dar compañía y cuidados a su madre hasta el final de sus días.
De eso ya había pasado un año, ahora a sus 61 años se encontraba sola y con demasiado tiempo libre para ella misma.
Después de su paseo llegó a casa como siempre sobre las nueve, ese día antes de cerrar la puerta sonó el timbre del teléfono, corrió a descolgarlo.
– ¿Diga?
– Hola María, no sé si te acuerdas de mí, soy José…José Hernández, íbamos juntos a la escuela, sexto grado, ¿te acuerdas de mí?
– Pues discúlpame, pero ahora mismo no me acuerdo, han pasado muchos años.
– Bueno, yo me sentaba justo detrás de ti, rubio algo revoltoso (dijo en tono jocoso).
– Ahhhh, ahora te recuerdo, y ¿qué tal?
– Te llamo por una reunión de antiguos alumnos, ¿te apetece venir? Sería en dos semanas, anímate a venir, estaría genial volvernos a ver.
– Bueno lo pienso y te digo algo, gracias por avisar, hasta pronto José.
María colgó el teléfono sin salir de su asombro, era hasta gracioso, habían pasado casi 50 años y aún se acordaba de ella.
Ella apenas recordaba a ninguno de los compañeros de aquellos años.
Como hacía a diario, se cambió de ropa, se puso sus pantalones más ligeros y una camiseta ya bastante desgastada pero con la que se sentía cómoda.
Al llegar siempre ponía la radio, le gustaba poner música mientras hacía las tareas de la casa y se preparaba algo de comer.
Ese día después de la llamada de su antiguo compañero, María tenía algo diferente en qué pensar, algo que le parecía bien dado que su vida era bastante monótona y en cierta medida aburrida.
Aún con la reunión en la mente, María se metió en la cocina para prepararse la comida. Siempre había tenido buen apetito y disfrutaba preparando buena comida, algo que no dejó de hacer a pesar de estar sola.
Cada día ponía un bonito mantel y cuidaba hasta el último detalle de sus comidas.
Su madre siempre le inculcó el amor hacia uno mismo como prioridad y así lo hacía, se cuidaba física y mentalmente.
Ese día mientras comía le vino un pensamiento que le hizo sonreír, ¿cómo se verían todos después de tantos años?
Intentó recordar a alguno de los compañeros de aquellos años, pero fue en vano, no ponía cara a nadie de entonces, apenas recordaba a José, todo y que él se describió bastante bien le vinieron a la mente las palabras de José en su primera llamada, “rubio y revoltoso”, pensó que al menos seguro era gracioso.
Con esos pensamientos se levantó sin acabar de comer y se puso frente al espejo de su habitación, se miró de arriba abajo, y se sonrió a sí misma.
En el espejo veía una mujer bonita, era menuda pero tenía una bonita silueta, el ejercicio diario y su buena alimentación no eran en balde.
Tenía buen tipo para su edad, aún podía lucir orgullosa unos tejanos y una camiseta y verse bien. Su pelo rubio y corto enmarcaba un rostro redondo y cuidado, las arrugas de la edad no habían hecho demasiados estragos en ella, seguramente porque siempre había cuidado su piel y estaba satisfecha de los resultados, sus ojos eran marrones y grandes y unos dientes cuidados y blancos lucían en una bonita boca. Le gustaba lo que veía, aunque antes de la llamada de hoy no se había observado así.
Pues sí, estaba decidida, iría a la reunión, se sentía segura de sí misma y podría ser divertido. Se guiñó un ojo frente al espejo, dio media vuelta y volvió a la mesa para acabar su comida.
Durante el resto del día, lo dedicó con entusiasmo a pensar en que ropa se pondría, en cómo se arreglaría, buscó en su armario entre sus vestidos, se probó alguno sin acabar de decidirse…que si el negro muy serio, que si el rojo muy atrevido…así que pensó que hacía tiempo que no se compraba ropa nueva; esta sería una buena ocasión y aún tenía dos semanas.
Esa misma noche llamó a José para aceptar la invitación.
– Hola José, ¿qué tal? Soy María, cuenta conmigo para la reunión.
– Hola María, genial, me alegro. Al final seremos unos cuantos, lo pasaremos bien.
– Perfecto. Solo dime donde y cuando y allí nos veremos.
– Pues hemos quedado el sábado 17, dentro de dos semanas, para cenar en el restaurante Miami a las 19h. ¿lo conoces? Está en la calle Santander en el centro.
– Si lo conozco, es un sitio agradable, buena elección, hasta entonces.
– Buenas noches, nos vemos pronto.

María colgó el teléfono y se quedó pensativa, le entraron dudas pero pronto se las quitó de la cabeza y se fue a dormir.
Se levantó a la misma hora de siempre pero ese día con planes diferentes, se duchó y arregló con esmero, y después de desayunar salió de casa decidida a disfrutar de un día de compras…
María despertó más temprano que otros días, el tiempo había pasado volando, sin darse cuenta ya era el día de la cena. Reconocía que estaba un poco nerviosa y se sentía un poco tonta al pensar que con su edad esas cosas ya no le deberían importar.
El día anterior había estado en la peluquería, le hicieron unos bonitos reflejos en tonos rubios y retocado su corte de pelo. Hoy solo se maquillaría como solía sin excesos, y se pondría el precioso vestido que compró hacía unos días.
Llegó la hora de salir y se dio un último vistazo en el espejo.
El vestido le quedaba genial, la parte superior era negra y estrecha, marcaba su cintura y la falda era un poco acampanada negra con flores blancas. Se puso unas sandalias negras con un tacón fino y un bolso de mano. El suave maquillaje le daba el toque perfecto al conjunto. Se miró con satisfacción y salió de casa.
Eran pasadas las siete de la tarde cuando el taxi la dejó delante del restaurante. Había bastante bullicio frente la puerta, se notaba que era sábado noche y la gente salía más. Entró y pronto vio un grupo de personas que charlaban y reían sin parar, algo le dijo que ese era su grupo, se acercó a ellos buscando con la mirada no sabía muy bien a quién, pues en realidad no conocía a ninguno.
– Hola soy María (dijo acercándose al corrillo) y en ese momento un hombre de entre todos se acercó a ella sonriendo.
– Soy José, y le dio dos besos. Por fin pongo cara a tu voz (dijo divertido). Vamos te presento a los que han venido. No han podido venir todos a los que llamé, pero somos catorce.
Le presentó uno por uno a los asistentes, de algunos se acordaba vagamente de sus nombres y alguno de ellos dijo acordarse de ella.
Conversó con unos y otros de las batallas de aquellos años de escuela. Al final congenió (como suele pasar) con tres o cuatro; con Sara, Antonio, Miguel y por supuesto con José. Al final como en las escuelas se formaron grupito.
Durante la cena todos hablaban de cómo les había ido en la vida, curiosamente a casi ninguno le había ido como imaginaban en sus años de adolescencia, para su asombro ella no sentía como casi todos los presentes. El que no se quejaba de algo en su vida era raro.
Sin contar que físicamente la mayoría se veían ciertamente más mayores, cierto que todo el mundo no envejece igual, en eso María “he tenido suerte”.
Sara era de su misma edad. Explicó al grupo que había dejado el trabajo al casarse y tener hijos y que ahora también cuidaba de sus nietos, expresó que estaba contenta pero que no era lo que había esperado hacer con su vida.
Antonio (a él si lo recordaba, un niño muy listo, de siempre sobresalientes) explicó que trabajaba de conserje en un hotel…¡quién lo hubiera imaginado! (pensó María) por los aires que se daba, bien podría haber llegado a notario. Separado dos veces nada menos, despotricaba de sus ex sin miramientos.
A Miguel le había ido mejor. Tenía una importante empresa de construcción y viajaba continuamente. Aunque estaba casado no estaba mucho tiempo en casa, decía estar ya un poco cansado de esa vida.
José pese a parecer tan alegre y divertido se descubrió ante todos como un aburrido de la vida. Casado con una mujer a la que no soportaba pasaba sus tardes y mañanas en el bar del barrio jugando al dominó y viendo fútbol.
Por unos momentos, durante todas esas conversaciones fue como si María lo viera todo desde la distancia. Y tuvo una irónica y veraz revelación. En ese momento cuando el pequeño grupo le preguntó por su vida ella no lo dudó…
Alzó un poco la voz para que todos la oyeran y dijo: tengo 61 años y me siento genial, me encanta mi vida. Nunca me casé y vivo sola. Tuve mis momentos de tristeza al perder a mis padres pero lo superó con creces el haberles dado tanto cariño y cuidados mientras los tuve.
Me gusta cuidarme y salir a pasear, charlar con la gente, ir al cine, al teatro, leer, cocinar, bailar y sobre todo me gusta estar conmigo misma. Se quedó pensativa y remató… y disfruto de mi soledad, sin duda soy mi persona favorita. Y con una gran sonrisa se levantó, alzó su copa con un brindis hacia todos dijo…
– Creo que conseguí lo que esperaba en la vida: ser FELIZ.

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