EL REY CONSTRUCTOR Y SU MÁGICO REINO DE CONSTRUCTORES
Por Sergio Colado
16/06/2015
Hace mucho tiempo existió un pueblo de constructores donde su rey trabajaba duro para construir presas que contuvieran los ríos, muros que protegieran las cosechas de las plagas y altas torres donde el viento soplaba para generar la energía para calentar los hogares.
Un día falleció el consejero real y tomó el relevo su joven sobrino.
El nuevo consejero advirtió al rey de que, en su afán por construir, estaba matando y empobreciendo a su pueblo y que ya era la hora de dejar paso a un nuevo rey con mejor visión de las necesidades del nuevo tiempo.
El consejero le llevó a ver a los pobres trabajadores cansados después de un día duro, dormidos en cualquier parte, con las manos sucias. El rey, triste al ver a su pueblo desfallecido, decidió marchar y dejar al consejero su puesto.
Partió rumbo al imperio de las torres, conocido por las grandes y majestuosas construcciones en honor a los dioses, donde fue a parar como simple ayudante de la obra. Allí, sin embargo, descubrió, junto a sus nuevos compañeros, que acabar el día exhausto de trabajar no significaba estar triste. Descubrió que había sido engañado.
Volvió a su pueblo y encontró las presas rotas, los muros caídos y sólo una torre alta en honor al nuevo consejero rey. Las plagas acechaban los campos, el río ahogaba las tierras, su pueblo moría.
Durante noches y días, con la ayuda de los pocos que se sostenían en pie y luchando contra vientos, insectos, ríos hambrientos, construyó presas más fuertes, muros más poderosos y una nueva torre tan alta como la del consejero al que castigó a ser el nuevo ayudante de tirar los residuos y basuras.
Y así, el rey constructor creó su escuela de constructores para no necesitar más consejero
La nube y la rosa
Érase una vez un valle muy verde en el que creció una rosa muy hermosa de pétalos suaves, rojos como el fuego y un aroma a dulce que envolvía todo el prado.
El cielo, el sol y las nubes suspiraban al verla.
Una de las nubes bajaba a acariciarle los pétalos y pasaban las tardes riendo y cantando. A la nube no le gustaba que el resto jugaran también con la rosa así que, un día, decidió no compartirla con nadie.
Tapó al sol y bloqueó el cielo con su gran manta blanca.
Pero entonces la rosa empezó a secarse. Sus pétalos ya no eran tan suaves y rojos, su aroma ya no olía tan bien y su cabeza se inclinó hacia el suelo.
– Debe ser que le falta agua – pensó la nube, así que se puso a llover y a llover hasta que el valle quedó casi inundado.
Pero la rosa no mejoraba, al contrario, la hierba a su alrededor comenzó a desaparecer.
– Será que necesita secarse un poco – pensó la nube, así que sopló y sopló y empezaron a caerse los pétalos.
– ¡Oh! ¿Qué hago? – La nube se estaba poniendo muy nerviosa.
Entonces oyó una débil voz que venía de la rosa. La nube se acercó a escucharla.
– Querida nube, ya sé que me quieres mucho y que quieres que seamos amigas, pero yo necesito que el sol me caliente y que el cielo me dé paz, por favor, deja que vuelvan.
La nube se sorprendió. Estaba matando a la rosa por quererla tanto.
La nube abrió paso al sol y al cielo.
En cuanto el sol tocó con sus rayos calientes a la rosa, ésta volvió a recuperar su brillo, sus hojas crecieron de nuevo y la hierba brotó a sus pies.
La nube sabía que no había hecho las cosas bien y se quedó en silencio, con la cabeza baja. Ella no quería hacerle daño y pensaba que podía cuidarla y estar para siempre con su amiga.
Entonces, la rosa la llamó de nuevo.
-Querida nube, no estés triste, también te necesito a ti, tú me das sombra cuando el sol me calienta demasiado y me refrescas cuando hace mucho calor. Tú me ayudas a descubrir formas nuevas en el cielo y a no perderme en su inmenso azul. Sin ti, el sol me mataría y el cielo me volvería loca. Cada uno tiene su momento y su lugar. Todos somos necesarios.
Y desde ese momento, la nube comprendió que cada uno tiene una labor importante por hacer y que no importa cuál sea si la hace bien.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
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