EL SENTIDO DE LA BRÚJULA – María Elena Viñas Díaz

Por María Elena Viñas Díaz

EL SENTIDO DE LA BRÚJULA

Hace un año que vivo lejos de mi ciudad, de mis amigos y de mi entorno familiar. El distanciamiento ha contribuido a reconciliarme con mi pasado y ha despertado en mí la vena literaria, después de un largo letargo.

Mi nombre es Elena, y me gustaría plasmar a través de este escrito una pequeña parte de mis memorias.

Sí y ¿por qué no?, también poder enfrentarme a las sombras del pasado y vencer el miedo a plasmar mis sentimientos en una hoja de papel.

¿Hay vanidad encubierta por querer escribir mis memorias? No lo sé, espero averiguarlo.

En estas líneas, tampoco quiero dejar de hacer alusión al mundo tan cambiante que he vivido, en cuanto a los valores, que fueron mi esencia y han estado quebrados por la frenética realidad.

Me he tenido que reprogramar muchas veces para sobrevivir en este nuevo cosmos.

Para mí es una auténtica aventura enfrentarme a mí misma, un verdadero reto “Elena versus Elena”.

No obstante, en esta narración solo haré alusión, a mis dos matrimonios y sus desenlaces.

A título introductorio, han sido dos experiencias vitales antagónicas y representadas por dos personalidades opuestas, que han condicionado el curso de mi vida, y he aprendido gracias a ellas a navegar en nuestro universo.

Mi primer matrimonio. La Traición

Muchas mujeres de mi generación en los años 70 y 80 del Siglo XX nos casábamos para poder salir de casa de nuestros padres y disfrutar de libertad.

En aquéllos años debido, en parte a mi personalidad y, a la educación de la época yo era una persona insegura, todo ello agravado por la convivencia con una madre algo narcisista y un padre inmaduro.

Para conseguir esta soñada libertad, el 27 de junio de 1980, me casé con la persona equivocada. La verdad es que aquel matrimonio fue “la crónica una muerte anunciada”.

Había sido alertada por mi familia y por mis amigos, de su mal carácter y sus brotes de agresividad y me recomendaban que no me casara, pero hice caso omiso a sus recomendaciones.

Estuvimos 16 años casados y tuvimos 2 hijos, que son el motor de mi vida, primero nació Carla una niña muy especial, extremadamente inteligente y trabajadora, a los 3 años nació Pepe un niño culto e inteligente y súper sensible.

Los dos han cursado carreras universitarias, Carla es Ingeniero, cómo su padre y Pepe, es abogado como yo.

En el terreno académico y profesional estoy muy contenta de ellos, ahora son mayores e independientes y se ganan bien la vida.

Carla, mi hija, me ha dado dos nietos que adoro.

La mayor es Gabriela, una niña con gran necesidad de conocimiento, en casa le llamamos “Chatgpt”. Consigue abstraerse de manera sorprendente y a veces vive en su universo.

El pequeño es Ignacio, un niño con personalidad de líder, siempre en la tierra, dispuesto a asumir responsabilidades y cargas de todo tipo, le llamamos “the Boss”.

Pepe, mi hijo, me ha dado un nieto que también adoro.

Se llama Fernando, ahora tiene 3 años es la simpatía y la sensibilidad a ultranza, listo y divertido, le llamamos “Feriberi”.

Estos son los frutos de aquel fallido matrimonio, en el que no hubo relación de pareja.

Mi marido y yo buscábamos en el matrimonio cosas muy distintas, ya que teníamos diferentes valores y modelos matrimoniales distintos.

Su modelo de padres no tenía nada que ver con el mío, eran muy dependientes el uno del otro. Los míos formaban una pareja independiente en la que cada uno tenía sus propias creencias y aficiones.

Sin embargo, nuestras familias congeniaban por su perfil instruido y tradicional.

En aquellos momentos yo era una persona espontánea y extravertida y mi marido tremendamente introvertido y misterioso, nunca logré saber lo que pasaba por aquella mente.

Nuestra relación de pareja era como un juego de cartas en el que yo jugaba con mis cartas encima de la mesa y él escondía las suyas debajo.

Durante 16 largos años de matrimonio no logré descifrar el sentido de la brújula, ¿dónde estaba el Norte?

Me cuestionaba todos los días ¿con quién vivo? ¿Cómo será este ser en realidad?

Pero la familia era mi mayor fuerza para sobrellevar aquella situación.

Tenía dos hijos y no quería destruir un hogar con todas las cargas emocionales y económicas que supondría una ruptura.

Pero -como decía mi madre- todo cae por su propio peso y en el año 1996, 16 años después de contraer matrimonio, se destapó el misterio.

El innombrable, por llamarle de manera respetuosa, al ser el padre de mis hijos, y no dar a conocer su identidad me llamó por teléfono y me anunció que aquella tarde al volver de trabajar quería hablar conmigo.

Puesto que su comportamiento hacia mí había empeorado los dos últimos años con vejaciones, maltrato psicológico, y restricción de gastos. ¡Me temí lo peor!

Recuerdo aquella tarde de marzo lluviosa en nuestra habitación, él sentado en un sillón orejero de piel color tabaco y yo medio recostada en la cama, y me espetó Elena, quiero el divorcio.

EL desgarro punzante de dolor que sentí, ante tal shock, aun a día de hoy, 30 años después soy incapaz de expresarlo en palabras.

En aquel momento yo tenía 39 años y dos niños pequeños de 13 y 9 años. Me daba pavor que se rompiera un matrimonio sin entender el por qué.

Le sugerí reconducir la situación, ir a un psicólogo de pareja y darnos un margen de 3 meses, antes de llevar a cabo su propuesta de divorcio, pero fue inútil, todo lo tenía orquestado y decidido.

La vivienda familiar que compramos los dos durante el matrimonio, la escrituró únicamente a su nombre, por lo que al vivir en Cataluña y estar casados bajo el régimen de separación de bienes, si nos divorciábamos se le adjudicaba la propiedad exclusiva de la casa, a él quedando mi persona en total indefensión.

Dos meses antes de comunicarme su voluntad de divorciarse el innombrable, ya había consultado con tres abogados para tramitar el divorcio y alquilado un piso para su uso y disfrute.

También vació las cuentas bancarias comunes dejándolas sin saldo alguno.

Aunque me lo negó, en reiteradas ocasiones, había iniciado una relación íntima con una amiga común, la esposa de su mejor amigo.

Tenía todos los cabos bien atados y todo muy calculado lo que le permitía iniciar, sin demora alguna, una nueva vida.

Tampoco mostró ni un ápice de culpa ni piedad hacia mi persona.

Yo no daba crédito a aquella sangre fría y tomé consciencia que había dormido 16 años con mi enemigo.

Debido dolor que sentía por su traición, necesité la ayuda de un terapeuta.

Gracias a esta experiencia, en el día de hoy no permito la entrada en mi existencia a personas de esta índole y condición.

Una vez roto el matrimonio, estuve siete años sin una pareja estable, aunque en el intervalo establecí una relación íntima de la que no guardo buen recuerdo.

Pero como todas las historias tienen luces y sombras a los 7 años, de mi ruptura matrimonial, se hizo la luz.

Segundo Matrimonio. La Bondad

Una vez superada la relación descrita, y ante los avatares de la vida, mi personalidad se fue consolidando y decidí afrontar la existencia en primera persona, sin necesidad de compartirla con un compañero de viaje.

Dicen, que las personas interesantes no aparecen en nuestra vida hasta que estamos preparados y cuando menos lo esperamos.

Pues en mi caso fue así. Un domingo del mes de mayo sonó mi teléfono y una amiga me llamó para proponerme una cita a ciegas con un divorciado.

Dicha llamada me sorprendió y una vez hechas las preguntas pertinentes le respondí que no tenía inconveniente en acudir a la cita, pero que, si su amigo buscaba una “Chica Polvo” no perdiera el tiempo ni me lo hiciera perder a mí.

Al cabo de una semana recibí una invitación de este señor, ya divorciado, para compartir una comida juntos.

Acepté la cita y el martes siguiente a las 14 horas vino a recogerme a mi trabajo, tuvimos una comida entrañable y cuando nos íbamos me dijo que me llamaría el próximo fin de semana para quedar.

Realmente estaba muy sorprendida ya que en mi última relación el personaje practicaba “Ghosting”, aparecía y desaparecía lo que me desencadenaba una tremenda ansiedad.

Pero, retomando la cita a ciegas, me encontré con un hombre alto, guapo, educado y tremendamente culto, se llamaba Josep.

Yo le dije que debido a mi experiencia necesitaba ir con mucha cautela pero él tenía una personalidad estoica y había cultivado la paciencia.

Al cabo de tres meses de salir iniciamos una relación estable, me presentó a sus tres hijos, a sus padres y a sus amigos.

Este encuentro a ciegas sucedió en el año 2003 y en el 2008 y nosfuimos a vivir juntos y nos casamos.

Nuestra relación duró desde el 2003 al 2021, unos 18 años, en los que disfruté de una relación serena y estable, y en la que me sentí querida y protegida.

Pero en la vida todo es transitorio y enfermó prematuramente tanto física como cognitivamente y sus últimos cuatro años de vida no fueron fáciles.

Pero fue un excelente enfermo, y como buen estoico nunca le oí quejarse. No perdió nunca su educación y elegancia innata.

Con Josep encontré el sentido de mi brújula.

Moraleja de este relato, en la era del empoderamiento del feminismo, me atrevo a afirmar que el hecho de ser persona prevalece sobre el hecho de ser hombre.

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