EL SOPLIDO DE LA VIDA – Mónica López Nevado
Por Mónica López Nevado
Las fuerzas de vivir eran enormes, pero te sentías sin poder maniobrar por las circunstancias del lugar.
La pobreza se palpaba por doquier en las calles roñosas, con colgaderos de ropa agujereada, sin color, casi sin luz en las noches, ésta habitaba sólo en sitios públicos y cercanos a monumentos, el resto no son privilegiados. Los vehículos, estilo de época con presencia linda, relucientes en sus chapas, muy bien pulidos, brillaban, funcionaban perfectamente pues sus sonidos eran inconfundibles, podías saber hasta la marca; me traen recuerdos de la niñez.
El barrio era una gran familia; Bala, un amigo que te conseguía lo que necesitaras cuando le pedías, el crack humano, tenía mucha labia y mucho «feeling». Desprendía amigabilidad y nobleza, a pesar de la dureza vivida en sus carnes, nada había imposible para él, sólo costoso, pero ya se sabe, preguntando dónde, el resto se averigua rápido; el negocio en los barrios pobres es la supervivencia individual. Su casa siempre vacía pero llena a la vez .El crecer, la escuela, el vestir de los críos, se veía tan sencillo y adaptado a todo terreno, aún así con esa sonrisa vulnerable no se podía.
El miedo del lugar se palpaba, la pérdida de la virginidad a qué edad estaría estipulada para ser mayor,en este lugar tan delimitado en todos los aspectos. Yanhira, clara de piel, ojos marrones, sonrisa con labios carnosos, esbelta muy habladora con ganas de aprender rápido, era una bomba hormonal en desarrollo, su sensualidad brotaba sin más, era hermosa.
Se bailaba por cualquier sitio, vibraban los sonidos con sus letras. La música salía de los balcones de cada callejuela, imposible quedarse quieto, apareciendo en ellas al son los grupos de chavales con sus ropas identificativas y sus cabecillas de mando, captando personajes para vete a saber qué función, y a cambio de qué, monedas o seguridad, ofrecían.
El clima cálido de día, fresco en la noche, pero muy llevadero hacía que pudieras alargar ambos aprovechando los momentos. Se descansaba a cualquier hora, el trabajo era escaso, de esa manera disponías de muchas horas libres en la semana.
Las playas eran un lugar especial para encuentros con la familia durante el día, había barbacoas, picnics, juegos, bailes; la alegría y el goce se materializaban sin necesidades extras pues la sencillez mandaba. Los jóvenes flirteando queriendo crecer, ya pues sus hormonas alteradas hablaban, los niños jugando sin importarles las horas. La música sonaba y los cuerpos iban al compás sin pudor alguno. La noche en los pubs, los cocteles brillaban en sus copas, el precio no muy costoso; pocas monedas bastaban.
Pero quien mejor lo llevaba eran los visitantes, para los residentes con un buen amigo ya estas dentro y servido; se paga con favores mediocres, el gran pago del intercambio. Las drogas fluían en sus cuerpos dejándose llevar por el ritmo de la euforia, del roce entre pieles, con harapos de colores llamativos, finalizando contentos y exhaustos el resto de la noche, un gran final prometedor.
No había límites, pastillas , papelinas, un sin fin de tráfico disimulado pero eficaz para soportar la noche a lo grande sin fin.
Más allá, bien alejado de esos antros estaba la civilización, zona de mayor poder evolutivo, más educación y responsabilidad, más categoría y poder adquisitivo, bien remunerado, podríamos llamar mejor vida. El área de luz con mejores casas, hoteles y el punto álgido el puerto.
Esas familias eran suertudas por su nivel de supervivencia, les permitía respirar sin pasar necesidades mínimas, se notaba en sus ropas enteras con color integro no descolorido, sus complementos como anillos, relojes, joyas, no eran pedruscos pero muy bellos lucían puestos. Resaltando esa sencillez humana dando hermosura e imagen con su esencia de juventud.
La comida no escaseaba en dicho lugar, ni la bebida, había abundancia de víveres.
La intelectualidad brillaba en sus cines, teatros, se revelaba en sus rostros, forma de actuar, expresarse con formalidades y respeto.
Las conversaciones en las calles tenían otro sentido de vida, fluía otro respirar del futuro con más firmeza, más optimismo, el cual parecía estar olvidado en esta tierra.
Los largos paseos observando esa multitud con un oxígeno renovado, daba vida a esta naturaleza haciendo resurgir desde lo más sencillo, dada la escasez en cada lugar de esa tierra.
Conocí a Angie en uno de esos paseos de observador, me dedicaba a escribir columnas en un periódico, sobre el cine, revisaba películas y sus comentarios del momento, y época, los resalzaba generando opiniones del exterior, en publicaciones y luego los enfocaba en el momento actual, con lo que ganaba me bastaba para vivir modestamente.
Ella se sentó cerca de mí, hubo miradas y sonrisas, parecía fácil compartir el aire, su físico era admirable, sus ropas alegres en colores y discreta al mismo tiempo, no se exponía carnalmente.
Se abrieron mis pulmones, respiré hondo muy hondo, sentí entrar el aire y subiéndome las pulsaciones, intercambiamos palabras, su soltura en habla ¡ufff! me dejaba invalidado, incluso su mirada me podía sonrojar, pero pude sobrellevar el momento. Estaba de paso, realizaba una función de teatro que trataba de los cambios de la mujer.
El destino se podía llamar, me dio vida, un aliciente más de fuerza para seguir respirando y soñar, pues no sabía qué era eso aún, solo entendía el día a día. Nadie te enseña la diferencia de vivir sin sueños a tenerlos, es otro tipo de supervivencia, como las chicas que trabajaban en los cabarets, qué podían saber de amor de sentir, de querer en la vida, un soplo de aire en otra dirección.
La supervivencia en esta ciudad resignada al no cambio políticamente hablando, ni te cuento en obras, al amparo de la resistencia del gran mando, a tanto control de entradas, salidas de mercenarios, drogas, mafiosos, no respetando la simple respiración ya ni hablar de los alimentos escasos en todas las esquinas, comercios ,etc… .
Bueno, nos carteamos un tiempo y regresó en distintas ocasiones por trabajo, me daba luz con su mirada, ese día nos sentimos en esencia, algo pecaminosos estuvimos, era novato y ella sabía moverse, me dejé llevar por esa fuerza, no sé de donde salió, a mis 25 años pensé envejecer tal cual, mi madre no me inculcó aprendizaje alguno pues murió joven y mi padre emigró con otra mujer dejándome olvidado en esta tierra. Su dulzura, su hambre de seducción, mi cuerpo el plato principal, nuestros labios ese jugo creando saliva, para seguir vibrando con esa fuerza natural y vital, dado por la creación; yo creando mi supervivencia emocional que no sabía ni que existía, suspiré gozando de mi nueva vida.
Todo aprendizaje necesita un soplido, un aliciente, un sabor nuevo que probar, es día sentí libertad.
Seguí trabajando en lo mismo pero con otro punto de vista y cómo hay otros alicientes de esas necesidades. Nada pasa si no sueñas, ella me enseñó a soñar, a sentirme vivo por dentro, la necesidad de hambre sexual, las ropas de moda y entender que soñando puedes cambiar tu vida.
Respirar aire de otros lugares, otros cuerpos, pero sin una necesidad creada, qué aliciente crea esa fuerza vital… .
Marché como inmigrante al lugar de ella, donde me enseñó otras formas de vida, nada comparada con la anterior, seguí aprendiendo cosas explorando mundos. Dejé atrás tantas cosas vividas en escasez, que ni siquiera me apetecía volver a esa tierra por nada del mundo, no la echaba de menos.
Aprendí a respirar sin necesidades, ni faltas emocionales, fue un reto las costumbres, a veces cuesta soltarlas y aprender otras, en esa tierra aunque te falte el aire no las ves , quedan bloqueadas por sobrevivir.
Aprendí a manejarme, la nueva vida seguía con esfuerzos pero a distinto nivel. Trabajé en un periódico de ciudad, cogiendo experiencia, nada que ver con lo que hacía antes, todo era nuevo pero pillé rápido los trucos, siendo ayudante, empezando de cero y sin importarme el miedo, ni el método, respiraba otro aire.
Era otro mundo, otra civilización, políticas adversas que de alguna manera no te ahogaban, en falta de necesidades primarias.
Experimenté con mujeres distintas, por fin supe qué era eso, un objetivo más cerca, ni beber sabía pero no fue difícil, entre colegas no hay normas, cada uno aguanta un grado de alcohol. Con las mujeres era distinto ¡uff! todo era posible, respirar, sentir, gozar, ese libertinaje de los barrios bajos de mi ciudad, allí era otro cantar. La gente era como si fuera toda intelectual a diferencia de donde venía yo.
Volví a verla y entonces fue distinto ya no respiré tan hondo, mi cuerpo ya fluía solo, nos miramos , tomamos algo, hablamos eternamente o eso sentí yo, empezamos a salir, hablamos claro de una relación pues aún no experimenté eso, di un soplido de alegría, mi vida estaba dando un giro de trescientos ochenta grados en menos de un año.
Entendí que soñar era una fuerza interior que te llevaba y manejaba.
Yo iba a sus estrenos y disfrutaba de sentir cosas de cuya existencia nunca me había percatado, hasta que esa mujer me abrió los pulmones y aprendí lo que era respirar.
Me hice columnista al fin, con tal suerte que me ofertaron varias revistas, me sentí deseado por el nuevo mundo y, la verdad, acababa de empezar ese respirar con fuerza que sientes después del último soplido. Nunca olvides respirar es una necesidad interna que no sabes dónde está, ni como sobrevives a esa falta de aire.
Siempre agradeceré a esa persona que abrió mis ojos, mi ser, mis emociones llegando aun nivel de oxigenación pulmonar.
Mi vida fue creciendo, tuvimos tres hijos hermosos, supe qué es ser padre, ver a una madre real, ver una madre en mi esposa, que tampoco había sabido qué era tener una madre, cuanto aprendizaje por Dios, el coraje de poder sobrevivir para verlo es una gran aventura.
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024