EL TENEDOR QUE QUERÍA IR A LOS JUEGOS OLÍMPICOS

Por Sergio Colado

Cada día, el niño comía con la televisión encendida y, cada día, veía el canal de deportes. A cada bocado acompañaba un comentario sobre aquellos deportistas. ¡Y cuánto le fascinaban! Eran atletas prodigiosos, fuertes, bellos.

El pobre tenedor se sentía insignificante ante aquellos dioses a los que el niño adoraba mientras masticaba los trozos de carne que el tenedor cargaba para él.

Qué pasaría si el débil tenedor llegase a conquistar una medalla.

Tal vez podía ser el más rápido, saltar más lejos, marcar cientos de goles con sus púas o conquistar los aros de las canastas.

El tenedor deportista. Así se imaginaba. No había ninguno otro de su especie que fuese conocido por semejante proeza. Un tenedor capaz de competir con deportistas de alto nivel podía permitirle llegar a ser el tenedor favorito del niño y dejar de compartir cajón con esas cucharas maleducadas que susurraban a su espalda criticando esa púa torcida que tenía desde que cayó al suelo cuando el niño, aún demasiado pequeño para sostenerlo, le había dejado caer.

Iba a ganar el oro, iba a ser el deportista preferido del niño y así volvería a ser su mejor amigo.

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