EL VAMPIRO BENITO Y EL CASO DE LOS MURCIÉLAGOS HIPNOTIZADOS

Por Pilar Juarez

Benito no era un vampiro convencional. Le chiflaban los casos policíacos y soñaba con ser detective. Vivía con su abuelo, el gran conde Trácula, y su fiel amigo el murciélago Claudio en su mansión de Transiljaaña.

– ¡Paparruchas! ¡Déjate de tonterías! –refunfuñaba su abuelo –. En mis tiempos los vampiros de tu edad solo pensaban en churrepetear los pescuezos de las lindas mujeres. ¡Ay! ¡Esos que eran buenos tiempos!

Benito todas las noches leía las páginas de sucesos del periódico local, el Transiljaaña Night, en busca de casos sin resolver. “El magnífico Benito Trácula” soñaba despierto resolverlos todos.

Aquella noche de diciembre la noticia más importante era el robo del gran banco Perrilla´s House.

–Fíjate, Claudio, han dejado el banco seco y nadie sabe cómo ha sido. La única pista son unos excrementos de murciélago –dijo Benito.

–Eso no quiere decir nada. Lo puede haber hecho cualquiera.

–El director del banco, Ricachonez, ha ofrecido una recompensa a quien consiga averiguar alguna pista o recuperar el dinero.

–Anímate, Benito, esta puede ser tu oportunidad –dijo Claudio.

– ¿Me acompañas?

, pero antes voy a telefonear a mi tía Gertrudis. Mi primo Ambrosio ha desaparecido y está muy preocupada.

Los dos amigos se fueron hacia el banco.

–Hola, soy Benito Trácula y este es mi amigo y ayudante Claudio Murciélaguez.

–Hola, soy el inspector Berrúguez, ustedes vendrán a husmear un rato. ¿Son profesionales?

–No, aficionados. ¡Ay! –Claudio le dio con el ala.

, Benito es un gran detective y creemos poder resolver el caso –continuóClaudio.

Sí, sí, por favor, ¿podríamos ver el lugar de los hechos? –dijo Benito.

El inspector Berrúguez los acompañó hasta la caja fuerte del banco.

que la han dejado limpia, no hay ni una mota de polvo –dijo Benito.

–Unos verdaderos profesionales, ni dinamita, ni palancas para forzar la caja, ni un triste agujero en el suelo o las paredes. ¡Un misterio! –respondió el inspector.

–El periódico hablaba de unos excrementos de murciélago –dijoClaudio.

–En esta esquina –señaló el policía –, es la única pista que tenemos, pero de momento no nos conduce a nada.

Berrúguez indicó a Claudio el lugar y este comenzó a olisquear las cagarrutas.

–Les dejo, tengo que atender otros asuntos –dijo Berrúguez.

– ¿Reconoces algo?

–No , no . El olor de estas cagadas me resulta familiar, hay algo en ellas que, no , no dijo Claudio.

Tras curiosear y olisquear durante un buen rato, nuestros amigos decidieron salir del banco.

–Este robo está muy bien hecho. No han dejado más rastro que el de las cagadas y se nota que no ha sido adrede. Algún murciélago con la tripa suelta. Claudio, no con qué o con quién pueda tener relación.

–Tal vez, Benito, deberíamos investigar al director del banco y a los trabajadores, quizás ahí hallemos la conexión. Pero a mí tanto buscar me ha dado hambre. ¿Vienes a casa de mi tía Gertrudis? Me ha invitado a desayunar.

En casa de la tía Gertrudis el desayuno ya estaba preparado.

– ¡Jo! ¡Tía, qué buena pinta tiene todo! Si hasta has hecho mermelada de saltamontes. –Claudio se quedó con la boca abierta, sorprendido, acababa de darse cuenta de algo –. ¡Claro! ¡Eso es! ¡Las cagarrutas olían a mermelada de saltamontes!

– ¡Qué dices, Claudio! ¿Qué tiene que ver tu tía con el robo?

–Mi tía no, Benito, pero mi primo . Lleva tres días sin volver a casa y le encanta la mermelada de saltamontes de su madre.

Los dos amigos interrogaron a la tía Gertrudis y decidieron darse una vuelta por el instituto de Ambrosio para preguntar a sus amigos antes de que amaneciera.

–Hace tres días apareció por aquí un hombre muy raro envuelto en un capa morada y con un turbante blanco. Buscaba alumnos para un curso especial en un campamento de invierno. A mí no me dio buena espina –dijo Lucila, una amiga de Ambrosio.

– ¿Ha vuelto? –preguntó Benito.

–No, de hecho creo que consiguió reclutar a varios murciélagos, entre ellos a Ambrosio. Suponemos que están haciendo el curso, porque desde entonces no se les ha vuelto a ver.

–Qué interesante. Gracias, Lucila.

De regreso a casa, Benito no dejaba de dar vueltas a todos los datos que había reunido. Sentado en la gran biblioteca frente al fuego lo encontró su abuelo.

–Hola, Benito. ¿Qué tal, hijo? Pareces preocupado.

–Hola, abuelo. Intento averiguar qué relación existe entre el primo de Claudio, unas cagarrutas con olor a mermelada de saltamontes, el robo del banco y un extraño con capa morada y turbante blanco.

–Pues así, a simple vista, no tengo ni idea –respondió el abuelo –, pero  lo del turbante y la capa morada solo puede tratarse del gran Zacarías, el mago más hortera del mundo.

– ¿El gran Zacarías?

–En mis tiempos de juventud fue muy famoso. Era capaz de meter la ropa sucia en un cesto y sacarla de una chistera limpia, seca y doblada. Las amas de casa lo adoraban e incluso a tu abuela le gustaba. Tuve que ir con ella varias veces a verlo al teatro.

– ¿Y qué fue de él, abuelo?

–Bueno, empezó a lavar la ropa de sus espectadores en sus funciones –dijo el abuelo mientras rebuscaba algo en las enormes y polvorientas estanterías.

– ¿Y qué tiene eso de malo? Me parece un truco genial.

–No, si de malo no tiene nada. El problema es que no solo dejaba limpísima la ropa de la gente si no también sus bolsillos y todo lo que llevaban encima de valor.

El abuelo abrió un viejo libro lleno de recortes y mostró a Benito un amarillento artículo con una fotografía del mago.

–Vaya, pues que era hortera. Aquí dice que sus representaciones las hacía en el teatro de puerto.

– ¡Ah! En mis tiempos fue un gran teatro. Zacarías se hizo tan rico que lo compró. Cuando lo llevaron a la cárcel por ladrón tuvo que cerrar el teatro y hasta hoy así ha estado. Está hecho una ruina abandonada. El otro día me pasé por allí dando una vuelta, es una pena, con lo bonito que era.

– ¿Zacarías sigue en la cárcel?

–Supongo. Cuando se pudo demostrar que él era el responsable de los robos y no la magia cósmica le cayeron bastantes años. Fue a muchos espectadores a los que limpió los bolsillos. ¡Ja, ja, ja! ¡Menudo truhán! “Ni detergente, ni jabón, con mis polvos mágicos saco el lamparón” decía.

La conversación con el abuelo hizo que se aclararan un poco las ideas de Benito. A la noche siguiente decidió dejarse caer por el puerto junto con Claudio. Aquel caso cada vez le atraía más. La noche sin luna y con una espesa niebla les ayudaría a pasar desapercibidos.

–Mira, Claudio, este es el teatro del puerto. Intentemos entrar.

Aunque el teatro abandonado parecía bien cerrado, aprovechando el cristal roto de una ventana, pudieron entrar. Por supuesto Benito se trasformó en murciélago. Dentro el teatro estaba peor que por fuera. Sillas y muebles rotos, lleno todo de polvo y telarañas, se notaba que hacía tiempo que no entraba nadie. Dieron varias vueltas por los primeros pisos y bajaron hacia la planta sótano donde se encontraban los camerinos.

– ¡Puad! ¡Qué peste! –dijo Benito –. Huele a cagada de murciélago.

Claudio comenzó a olisquear. Según revoloteaban más hacia abajo el olor se intensificaba.

–Algunas cagarrutas deben ser de mi primo. Empiezo a distinguir el olor a mermelada de saltamontes de mi tía –dijo Claudio –. ¡Mi  primo está aquí!

El olfato los llevó hasta la puerta de un almacén cerrada con llave.

– ¡Ay! Benito, mi primo está detrás de esta puerta junto con los otros murciélagos. ¿Cómo hacemos para entrar? ¿Te trasformas en niebla o algo así?

–No quiero ni intentarlo, ya sabes que no controlo muy bien ese truco.

En ese momento se oyó un portazo. Alguien estaba entrando por la puerta trasera del teatro. Era el gran Zacarías. Benito y Claudio se escondieron tras unos polvorientos decorados que había en un rincón. El mago abrió la puerta del camerino que estaba enfrente del almacén, pareció coger algo y se marchó.

– ¿Has visto eso, Benito? ¡Qué tipo más hortera!

–Aprovechemos ahora para echar un vistazo dentro del camerino –dijo Benito.

Dentro descubrieron varios libros de hipnotismo y planos del banco Perrilla´s House. También había planos de la joyería Kilates Shop.

–Me da que Zacarías ha conseguido escapar de la cárcel con ayuda del hipnotismo, Claudio. Y no solo escapar, seguro que ha hipnotizado a esos pobres murciélagos para llevar a cabo el robo del banco. Además esta tramando el robo de la joyería más grande de la ciudad. Mira, esa llave encima de la mesa puede que sea la del almacén.

Nuestros amigos encontraron a todos los murciélagos colgados del techo en estado catatónico.

– ¡Benito, es Ambrosio! –Claudio le dio varios golpecitos en la espalda.

–Déjalo, Claudio, está hipnotizado y no te puede escuchar.

– ¿Llamamos a la policía?

– ¡No! Tengo un plan para pillar infraganti a ese chorizo de Zacarías.

Claudio se quedó en el puesto de su primo mientras Benito cargaba con Ambrosio hasta casa, donde el abuelo, gran experto en hipnotismo trataría de sacarlo del trance mientras él preparaba su plan. Claudio trataría de averiguar todo lo posible.

– ¡Qué tiempos, qué tiempos! Cómo me gustaba hipnotizar a las muchachas antes de chuperretearlesel pescuezo. Caían rendidas en mis brazos.

– ¡Venga, abuelo! ¡Date prisa! No quiero dejar solo a Claudio mucho tiempo en el teatro.

–Por lo que me cuentas ese truhán debe usar una palabra mágica o clave para despertar o dormir a estos pobres murciélagos. Veamos qué palabra será, algo que tenga que ver con su vida. Truco, magia, chistera, polvos mágicos.

–Prueba con algo que tenga que ver con el tipo de trucos que hacía.

– ¿Robo?

–No, algo con lavar la ropa como lavadora o prueba con detergente.

–Está bien. –El abuelo miró fijamente a Ambrosio, que dormía como una marmota –. ¡Detergente!

– ¡Ha dado resultado! –dijo Benito.

Sí, amo –respondió Ambrosio entre bostezos. El pobre no era capaz de recordar nada. Zacarías le había lavado muy bien el cerebro. El abuelo trató de dejarlo lo mejor posible.

–Cuida de Ambrosio, abuelo. Me vuelvo al teatro, ya tengo lo que necesito.

– ¡De eso nada! Ese cagarruchas de Zacarías es muy peligroso. Te acompaño.

No sirvió de nada que Benito insistiera en lo contrario. Los dos se fueron volando al teatro. Mientras, Claudio había averiguado un montón de cosas. No solo pretendía robar la joyería Kilates Shop sino que pretendía reclutar más murciélagos para realizar varios robos simultáneos. Hipnotizaba a empleados y vigilantes mientras los murciélagos hacían el trabajo sucio y limpiaban el lugar. El botín lo guardaba en la vieja caja fuerte del teatro. Un lugar donde a nadie se le ocurriría buscar. Ya en el teatro, Benito y el abuelo fueron derechos al almacén en busca de Claudio. El abuelo, que sí se trasformaba en niebla, entró por debajo de la puerta y se la abrió a Benito.

–Menos mal que habéis llegado –dijo Claudio –. Zacarías está a punto de regresar. El atraco a la joyería es esta noche. Vendrá a despertar a los murciélagos de un momento a otro, si no os dais prisa me hipnotiza a también. Por cierto, abuelo ¿qué hace usted aquí?

–No hay tiempo, ya te lo contaremos.

–Abuelo, ayuda a los murciélagos mientras yo busco en el camerino más información. Pero antes de que el abuelo pudiera deshipnotizar a nadie fue sorprendido por Zacarías, que, al ver luz en el almacén, entró sigilosamente. El abuelo se encontraba de espaldas cuando Zacarías le propinó un terrible golpe en la cabeza con la sartén vieja de hacerse los huevos con chistorra que andaba por ahí tirada. Con el abuelo despanzurrado en el suelo se encontró Benito a Zacarías en el almacén. El ruido del sartenazo hizo que saliera corriendo del camerino para ver qué sucedía.

– ¡Tenemos visita! –dijo el mago –. Creo que no nos han presentado.

–Soy Benito Trácula y tus días de chorizo hipnotizador se han acabado.

– ¿Tú crees? ¡Yo soy el magnífico Zacarías! Y no voy a consentir que un vampirucho y una momia de vampirucho prehistórica me devuelvan a la cárcel. –El mago se acercó más a Benito, que, inmóvil, no se dejó intimidar –. Mírame a los ojos, vampiro, ¿ves lo blancos y claros que están? Mírame bien y cuando cuente tres mis órdenes vas a obedecer. –Benito abrió muy bien los ojos –. ¡Uno! Detergente y jabón, de ahora en adelante solo oirás mi voz. –Y chasqueó los dedos –. ¡Dos! Suavizante con olor, harás todo lo que diga yo. –Volvió a chasquear los dedos –. ¡Tres! Con la palabra detergente a mis órdenes vas a atender. –Antes de que chasqueara los dedos, Benito sacó de su chaqueta las gafas de sol de cristales de espejo que el abuelo usaba para ligar en las fiestas nocturnas en la playa. Se las puso y la mirada hipnotizadora de Zacarías se reflejó en las gafas rebotando a sus propios ojos. El mago quedó auto hipnotizado y cayó al suelo en estado catatónico. Cuando Benito comprobó que estaba KO fue a socorrer al abuelo y se quitó los tapones para los oídos que se había colocado. Los tapones habían impedido que oyera las palabras de Zacarías. Bastó esperar que chasqueara los dedos antes de tres para que se pusiera las gafas. Cuando Claudio llegó con la policía, pues eso había hecho él todo el tiempo, avisar a la policía, Zacarías estaba atado y amordazado. Aunque seguía catatónico.

Al día siguiente en el periódico:

– ¡Mira, Benito! Salimos en primera plana. “El detective Benito Trácula resuelve el misterio del robo del banco” –leyó Claudio –. Y hay una foto de los tres junto a Zacarías amordazado.

– ¡Jo! Abuelo, lo que vas a ligar con las ancianas de la tercera edad –dijo Benito.

–Ya he quedado esta noche para cenar con una moza.

–Por eso apestas a colonia –dijo Claudio.

–Benito, estoy pensando que ya va siendo hora de tomar en serio esta afición tuya. ¿Qué tal si montamos una agencia de detectives con el dinero de la recompensa? –propuso el abuelo.

– “Investigaciones Trácula” –dijo Claudio.

Por fin el sueño de Benito se hacía realidad.

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