EL VIAJE DE RANDALL
Por Daniela Santamaría Báez
13/07/2021
– Mamá, ¿podemos bajar la ventana?, creo que en este lugar va a haber temperaturas muy altas. Tan solo el cielo me da ese presentimiento.
– Desde luego, hija, eso de predecir el tiempo nunca se te ha dado muy bien, pero hoy tal vez estés en lo correcto. El cielo está totalmente despejado y tiene un color…
-¡Mágico! Esa es la palabra que buscas, mami. Mágico y perfecto para nuevas aventuras.
-Sí, exactamente…
Mientras hablaban del día que les esperaba, el viento entraba por las ventanas fuertemente. Ahí fue cuando la aventura de Randall comenzó. Él era un peculiar insecto, o dicho de otra manera, una particular mosca de Sudáfrica.
Antes de adentrarse en un mundo tan distinto al suyo, Randall tan solo disfrutaba de las vistas con su fiel amiga, Tadea, una de las pocas yeguas salvajes que habitan por aquella zona.
Tadea era unos días mayor que Randall y eso era algo que ambos usaban para fastidiarse en broma, pero lo importante es que se lo pasaban muy bien juntos. Aquel día decidieron que echar una carrera sería una gran idea, ya que tendrían otro argumento más para sus bromas:
-¡Ja, ahora soy yo quien ganará! -gritó emocionado Randall.
-¡Soñar es gratis, ja! Desde luego, si es en imaginar e inventar nadie te gana, ¿sabes? –dijo con aire de prepotencia Tadea.
-No es un sueño, va a ser una realidad, va a suceder y te lo voy a demostrar. ¡No te lo creas! ¡No me hace falta!
-Vale, vale, tranquilo. Si depende de mí, me lo puedes demostrar ya.
-¡Empecemos pues!
No se permitió un minuto de preparación ni nada parecido, solo hicieron falta las palabras de la yegua para que partieran rápido como el viento, sin un lugar como objetivo. Tan solo hacían falta aquellas veloces patas de Tadea, las pequeñas y soñadoras alas de Randall y un terreno tan amplio como el desierto de Namib.
Randall empezaba a tomar velocidad y a sentir cómo sus débiles alas podían con todo y más, aunque su apariencia no lo demostrara; mientras tanto las fuertes patas de la yegua corrían al máximo, consiguiendo adelantar a la pequeña mosca.
Randall comenzó a olvidar que estaba en una carrera, se estaban adentrando en lugares peligrosos donde nunca antes habían estado. Pero él seguía adelante, necesitaba ganar esa carrera, necesitaba que su amiga le dejase de echar en cara aquella tontería, aunque para él no lo fuese ya. Al principio a lo mejor sí, pero ahora ya no sabía cómo pararlo. Este era el principal motivo por el que quería ganar esta carrera, para por fin poder hablar con Tadea y tener la fiesta en paz. Al fin y al cabo, él creía que no había otro modo.
Cuando ambos estaban a punto de adentrarse en aquel lugar tan barroco lleno de plantas, casas, humanos y una especie de cajas muy grandes con ruedas que hacían ruidos muy fuertes, el cielo comenzó a nublarse. Ninguno de los dos se dio cuenta de ello, estaban empatando y desde luego eso era lo último que ellos querían; aun así las primeras gotas comenzaron a caer muy suavemente, casi de un modo imperceptible.
Al mismo tiempo que este episodio ocurría, las dos pasajeras que iban en coche sí percibieron la lluvia:
-¡Anda, Sara! Ha comenzado a chispear, por lo visto el cielo tan bonito que había antes nos ha engañado a las dos.
– Pues sí, de verdad que yo pensaba que iba a hacer un buen día.
– Bueno, no pasa nada, una cosa no quita la otra.
– Ya, eso desde luego, la lluvia no va a prohibir que este sea un día mágico y especial.
-Desde luego que no, hija mía.
Randall cada vez se estaba internando más y más en aquel lugar y la voz de Tadea rogándole que parase no llegaba a él. Iba con los ojos cerrados y volaba intensamente, como un coche en marcha con los frenos rotos. Hasta que de repente, su pequeño cuerpo cayó dentro del vehículo de la madre de Sara, la cual estaba subiendo su ventanilla. Una vez dentro, la ventanilla paralela frenó su cuerpo con un golpe; cayó poco a poco hacia abajo, ya no sabía si era por el esfuerzo que había realizado o por el gran golpe que se había dado con aquel cristal. Lo que sí sabía es que necesitaba reposar ¡ya! No le importaba el lugar.
Después de unos escasos veinte minutos, lentamente la pequeña mosca pudo elevar su cuerpo y empezar a usar sus alas de nuevo. Su vista era lo que no le podía fallar ahora, ya que lo esencial en esas circunstancias era averiguar dónde estaba, por qué no podía escapar y, sobre todo, cómo hacer para que aquellas humanas, una dormida y otra conduciendo, no le hiciesen nada.
Lo primero que pensaba hacer era buscar un boquete o algo así en el vehículo, pero tras mucho tiempo intentándolo no consiguió nada.
-Ahora qué voy a hacer yo sin mi amiga Tadea, ella siempre me ayudaba en todo, me ayudaba a ser valiente. Habla mucho, pero después no hace nada. Ahora necesito una de esas charlas que daba quejándose de los caballos o de lo que les iba a decir la próxima vez que los viera –pensaba triste Randall.
Decidió que esperar por ahora era la mejor opción, seguro que encontraba algún modo de salir de aquel bullicioso lugar.
Lo que sonaba era música rock, algo muy distinto al ruido de los elefantes, de los leones y de los pájaros al que estaba acostumbrado. También las vistas eran totalmente diferentes a las que veía habitualmente, ¡una humana bailando mientras conducía al ritmo aquella música tan estrepitosa que sonaba!
Aunque eso no era lo único que le molestaba. El temporal que había en el exterior era horrible. Hace tan solo unas horas cualquiera se habría atrevido a decir que era uno de los mejores días del año y ahora solo se escuchaban truenos y estaba tan oscuro que parecía de noche. A eso sí estaba acostumbrado, pero no al ruido del choque de la lluvia contra aquel vehículo. Era insoportable.
-No puedo rendirme ahora, estoy tan cerca de ganar, tan cerca de por fin ser libre de esas palabras que sonaban en mi cabeza día tras día -meditaba Randall mientras caía dormido en el asiento de atrás.
La cabezada duró nada más y nada menos que 24 horas y al despertar estaba en un lugar totalmente distinto. Estaba en un pueblecito, donde todos bailaban, cantaban y reían.
-Mamá, ¿ya hemos llegado?
-Sí, pero espérate un segundo, voy a ver si el abuelo está en casa.
La voz de las humanas asustó a la pequeña mosca, era como si estuviesen gritando. Antes con la música le pasó lo mismo, pero ahora que las había visto abrir la boca y hablar era mucho más impactante.
De todos modos, eso era algo secundario. La madre de Sara iba a abrir la puerta y entonces Randall tendría la oportunidad de escapar y volver a casa con Tadea. En el mismo instante en el que se abrió la puerta salió, rápido como el viento de aquel día. De lo que no se acordó fue de que la lluvia no le iba a permitir volar, y así fue. Cayó bruscamente al suelo, el cual era un terreno de tierra fangosa.
-¡¡¡Ahora nunca podré salir de aquí!!! -gritó desesperadamente Randall-, ¿¡¡qué hago ahora!!? ¡No puedo volar!
-¡Eh, tranquilo, por favor! ¡Te voy a ayudar a salir de aquí! No te preocupes, ¿vale? -dijo una gran cobra que andaba por aquel mismo lugar.
-¡¡Sí!! ¡¡Muchísimas gracias!! ¡Deprisa!
La cobra cogió a la mosca y la llevó con mucho cuidado a un lugar seguro, donde no caía la lluvia. Le llevó al interior de un baobab, que era donde vivía.
-Oye, ¿qué hacías allí en el barro? Aquí todos sabemos adónde hay que ir cuando llueve, ¿no es así?
-Bueno…, primero muchas gracias por ayudarme, podría haberme quedado allí para siempre. Segundo, no soy de este lugar y lo cierto es que si te lo cuento muy resumido sería que hice una carrera con una amiga, acabé dentro de uno de esos objetos ruidosos que se mueven sin cesar…
-Sí, eso se llama coche.
-Pues por lo visto acabé dentro de un coche y al intentar salir desesperadamente, la lluvia, de la que me olvidé, me arrastró hacia aquel lugar.
-Vaya, menos mal que me has contado la versión corta. Vas a necesitar tener las alas secas para que te enseñe este lugar.
-Bueno, la verdad es que lo que más me apetece es volver a casa, con Tadea.
-Igualmente tendrás que tener las alas secas para ello, ¿no es así…?
-Randall, me llamo Randall.
-A mí me puedes llamar Shaira. Por cierto, ¿dónde está tu casa?
-Vivo en el desierto de Namib, pero no sé en qué dirección está, tampoco sé dónde estoy ahora.
-El desierto de Namib, ¡eso está cerca! Tan solo hay que esperar que el día se despeje y que el humano que se para todos los días allí aparezca.
-¿Qué humano? ¿A qué te refieres?
-Todas las tardes viene un hombre, comienza a recoger unas plantas y las guarda en su camión. A veces me gusta viajar en la parte trasera de su coche y ver lugares nuevos. Por eso sé que ese desierto del que hablas está cerca, una de las últimas veces que me monté en el vehículo paré allí. Lo mismo hoy también lo hace.
-Y ¿cómo sabemos eso?
-No lo sabemos, tal vez tengamos suerte o tal vez no.
El día parecía aclararse, por eso mismo decidieron descansar un poco más, porque posiblemente haría sol más tarde. Aunque Randall no pudo. Gracias a esto, él fue capaz de oír el ruido del coche y avisar a Shaira. Entonces aprovecharon el mejorado clima del momento y se montaron en el coche rápidamente.
-¡Me encanta este lugar! ¡Nunca había visto esa clase de animal! ¡Cómo es que aquel caballo es tan veloz! -gritaba Shaira emocionada.
Tras varias horas en el trayecto, Randall decidió que bajarse sería la mejor opción, ya que aquel lugar le recordaba mucho a su casa.
-Randall, quiero que sepas que te doy las gracias por haberme enseñado este lugar tan maravilloso, nunca me había adentrado tanto en este desierto. De no ser por haberte encontrado, a lo mejor nunca lo hubiese conocido.
-Por favor, no me tienes que dar las gracias por nada. Yo soy quien te debe todo, me salvaste y eso ha sido algo muy muy importante, ahora siento mucho despedirme así. Pero tengo…
-Espera, que yo te lo digo, una carrera por ganar -dijo sonriente Shaira-. No obstante, acuérdate de que debes hablar con tu amiga y decirle lo mal que te sienta que te eche en cara lo mismo siempre, ¿de acuerdo?
-Sí, no estaba muy convencido de ello, a veces pienso que no es lo que debo hacer, pero el que arriesga, en mi renovada opinión, no pierde nada.
-Me alegro por ti. Espero volver a verte por aquí.
-Yo también, cada vez que escuche un camión por esta zona, en vez de alejarme, me acercaré y te podré enseñar mi hogar mejor.
-Que así sea. ¡Hasta pronto!
– ¡¡Hasta la vista!!
Randall comenzó su viaje de vuelta totalmente cambiado, con las ideas más claras y sobre todo con una en especial: hablar con su amiga.
-¡Tadea!
-¡Cielo santo, Randall! Creí que jamás volvería a verte –dijo la yegua llorando de alegría.
-Me alegro mucho de verte, de verdad. Tengo muchas cosas que contarte, pero antes me gustaría hablar de algo…
Tras haber hablado con ella y haber solucionado todos los problemas, ambos decidieron que lo mejor sería caminar un rato y disfrutar de los lugares tan maravillosos que tenían a su alrededor; dejar atrás esas bromas y mostrarse lo mucho que se respetaban y apoyaban mutuamente.
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