EL VIENTO SILBÓN Y EL SAUCE LLORÓN
Por María Dolores García
EL VIENTO SILBÓN Y EL SAUCE LLORÓN
Voy a contar una historia. Esto es verdad y no miento, como me lo contaron, te lo cuento.
Érase una vez la familia Touterman, formada por la madre, la señora Pinki Touterman, y sus tres hijos, dos niños, Paul de 11 años, Seul de 9 años y una niña, Caty de 6 años. Vivían en el bosque, en una casa que, a primera vista, parecía una casa de campo común pero cuando entrabas en ella podías ver el gran cortijo en el que se convertía. Su posición aislada en la montaña mostraba su grandeza inmersa en un paisaje bello, formado por todo tipo de árboles y arbustos de color verde que hacía que resaltase sus tejados y el color blanco de sus paredes. La cocina, estancia central de la casa, olía a pan de limón y se unía con un gran comedor. Al subir sus escaleras a la planta superior, se escuchaba el eco de los pasos y el sonido del viento entrando por los grandes ventanales que se podía encontrar de camino a las distintas habitaciones donde primaba el color blanco y la claridad que entraba por sus balcones, desde los que se podía observar los jardines que abrazaban el lugar. Un jardín formado por multitud de árboles y flores de todo tipo: jazmín, rosas y las que más le gustaban a Pinki, las buganvillas.
La señora Pinky Touterman trabajaba como maestra en una escuela cercana. Le encantaba su trabajo con los más pequeños, disfrutaba cada día yendo a su trabajo y enseñando valores, normas y descubriendo el conocimiento con sus alumnos y alumnas. Además, era una amante de la naturaleza e intentaba inculcar ese amor a sus hijos, aunque sin mucho éxito. Sus hijos, en la mayoría de ocasiones, no escuchaban sus consejos y desoían los cuidados necesarios a la naturaleza que ella profería como inherentes al ser humano.
Como cada día, después de clase, se acercó a recoger a sus tres hijos al colegio e iban en dirección a casa, pero ese viernes era especial, tenían algo que aprender y, en lugar de encaminarse hacia su casa, como habitualmente, se dirigieron a casa de la abuela. Para ellos, la casa de la abuela era un gran castillo legendario donde habitaban emocionantes historias de caballeros y princesas. En invierno, siempre que iban en familia pasaban más tiempo fuera que dentro de la casa. Andaban por sus enormes jardines y les gustaba perderse hasta llegar al estanque donde saludaban a mis amigos los patos, Pico y Pata. Por dentro, el castillo era inmenso, el patio era el lugar central de toda la casa y, a pesar de tener el techo cubierto con una gran cristalera, se podía oír el cantar de los jilgueros y los gorriones. Este patio estaba presidido por una gran chimenea y sobre ella un cuadro pintado al óleo. Esta estancia comunicaba con la mayoría de las habitaciones de la casa y el lugar preferido para todos era la cocina. Les encantaba ayudar a mamá y a la abuela a hacer postres varios con los que conseguían amenizar la sobremesa. Las habitaciones eran pequeñas. Tenían muchos estantes con muchos libros y cuentos sobre animales, princesas, dragones, héroes y heroínas. Los meses de verano para ellos eran los mejores. Con el calor que hacía fuera se quedaban mirando el estanque desde la ventana y escribían poesía sobre animales y personajes que se imaginaban que habían habitado el castillo en otros tiempos.
Era un viernes cualquiera del mes de enero y la tarde estaba plácidamente soleada. Mientras la señora Pinky y la abuela se quedaban en la cocina preparando la merienda los tres pequeños fueron a fisgonear por la casa y cuando llegaron al patio quedaron absortos con el enorme cuadro que adornaba la chimenea. Era la primera vez que lo veían, nunca antes lo habían visto ahí colgado. Era un cuadro tan maravilloso, tan colorido, con una placa muy útil que lo identificaba como el sauce llorón. En él se podía ver a la señora Pinky Touterman abrazando a un árbol imponente y en el dedo índice de su mano derecha tenía apoyada una guacamaya de color lila. Caty tocó con sus pequeñas manos el marco inferior del cuadro y de su parte trasera cayó un sobre que cogió con rapidez antes de que su hermano Paul se lo quitase. Abrió el sobre y quiso leer en voz alta cuando de pronto pudo ver que le era imposible…
<<S07 3l s49c3 ll0r0n. L4s 3ns3ñ4nz4s s3 tr4nsm1t3n d3 g3n3r4c10n 3n g3n3r4c10n>>
<<¡B9sc4m3 3n 3l b0sq93!>>
Todos se quedaron mirando el mensaje y no sabían cómo hacer para desencriptar el mensaje oculto:
-Son letras y números -dijo Caty.
-¡Si! Que difícil me parece -señaló Paul.
-A ver…-exclamó Seul. ¡Bingo! 4=A, 3=E, 1=I, 0=O, U=9, Y=7.
Y pudieron leer: Soy el sauce llorón. Las enseñanzas se transmiten de generación en generación. ¡Búscame en el bosque!
Se quedaron un tanto inquietos con el mensaje, pero no preguntaron ni a mamá ni a la abuela. Se interesaron tanto por encontrar a este majestuoso árbol que salieron corriendo a buscarlo hasta que dieron con él y comenzaron a jugar en el bosque, bailaban alrededor de los árboles, saltaban y corrían. Uno de ellos tomó una piedra. Con ella en la mano comenzó a golpear el árbol grandioso. Le divertía despegar la corteza del sauce llorón. El segundo imitó el gesto. El tercero hizo lo propio.
La guacamaya Lilota revoloteaba los árboles y les preguntó: ¿creéis que le duele? Los tres, a la vez, respondieron: ¡No! ¡Es un árbol!
El sauce llorón os dice que no, que no le quebréis, que no le enfadéis, que es naturaleza y sus ramas pesan. Que con sus raíces se alimenta del suelo y que con ramas cosquillea el cielo.
Todo esto hace que crezca a lo ancho y que su gran copa dé sombra un buen rato.
Que no puede andar, pero puede hablar y que en su interior hay un corazón de sauce llorón.
Para que veáis todo lo que da, una bella historia os quiere contar: el viento silbón y el sauce llorón. Pero antes del cuento quiere hacer un trato, si no lo dañáis, dará sombra un rato.
Los niños pasmados tiraron sus piedras. Sentados en la sombra inquieta del sauce llorón, oyeron la música del silbido viejo del viento silbón: La historia más bella entre ambos dos.
El viento silbón silbaba y silbaba en el bosque, mientras los árboles y los animales bailaban a su son.
-Shhhhh
El sauce llorón triste, a pesar de ser el árbol más majestuoso, no movía sus ramas pues su tristeza no le dejaba.
-Tus ramas son delgadas, flexibles, largas y llegan casi hasta el suelo dijo la guacamaya Lilota. Tu tronco tiene la corteza fisurada ¿Por qué estás triste corazón?
El sauce llorón contestó: -A pesar de ser el árbol más imponente, no doy frutos ni flores coloridas. Los pájaros y aves del bosque, junto con el viento silbón, comenzaron a cantar para animarlo, pero no lo conseguían. El sauce llorón solo era capaz de sentirse triste y abatido.
Las aves le dijeron:
-Nosotras somos felices en tus ramas. Temporalmente, nos das cobijo. Somos en mayoría aves cantoras y una a una fueron diciendo las bondades al sauce llorón.
-Somos el petirrojo americano y pitirre. Construimos nuestros nidos en tus ramas torcidas.
-Somos el reyezuelo del pantano y el colibrí, andamos en medio de tus ramas delgadas – dijeron estos.
-Soy la urraca de pico negro. Tus ramas es mi lugar preferido de anidación -dijo la urraca.
-Somos el halcón de cola roja y el búho real. Tu grandeza puede albergar nuestros nidos -dijeron ambos.
-Soy el cuervo y tus ramas me sirven de lugar de descanso nocturno.
-Soy el pájaro carpintero que anido en tu interior.
Otros animales del bosque se colocaron a su alrededor y comenzaron a decirle las bondades que les daba. Todos ellos llamaban al sauce llorón su hogar.
-Soy la ardilla y puedo construir un nido en la parte más alta. Además, las cavidades del tronco pueden albergar otras ardillas, en este caso voladoras.
-¡Si! ¡Así es!, pueden ser mi hogar
-Soy el puercoespín y tú interior puede ser un sitio de siesta.
-Soy el oso negro americano y en tu interior puedes albergar mi madriguera.
-Soy la rana gris y paso mucho tiempo en tus ramitas donde proclamo mi presencia con mi croak -croak
¡Qué tardes y días más plácidos pasaban los animales bajo la fronda fresca del sauce!
El viento silbón seguía silbando y silbando en el bosque, mientras el resto de animales y árboles bailaban a su compás.
-Shhhhh
El viento silbón se acercó al sauce llorón y le dijo:
-No das frutos, en cambio brindas a todos tus varas largas y lacias donde se columpian las aves ayudadas por mi brisa.
-No das flores coloridas, en cambio das una sombra donde todos los animales de este bosque se cobijan.
Así que baila mi bello sauce llorón, baila tus tristezas al son de mi canción.
-Shhhhh
El bello sauce llorón pensó en las palabras que todos les habían dedicado. Comenzó a mover lentamente sus varas largas y a sentirse mejor mientras que las aves se columpiaban en sus ramas y el resto de animales del lugar bailaban al son del silbido viejo del viento silbón.
Desde entonces, el viento silbón silbaba por el bosque al son de una canción que a todos enamoró, también al sauce llorón. La canción más bella bailada entre ambos dos: el viento silbón y el sauce llorón.
La guacamaya Lilota, una vez terminada la historia les dijo a los niños: ¿Entendéis por qué no debéis quebrar su corteza? Los niños contentos dijeron que sí ¡Es naturaleza y sus ramas pesan! siendo el hogar de muchos de los animales -y que nos brindan de dulces melodías. A partir de entonces, cuidaron los árboles y sintieron mucho amor por los animales del bosque.
Los niños, bailando, comprendieron que no debían quebrar la corteza del sauce llorón ni dañar la naturaleza y se acordaron de tantas enseñanzas de su madre, la señora Pinky. Bajo la sombra inquieta del sauce llorón, bailaron la música del silbido viejo del viento silbón. La historia más bella bailada entre ambos dos.
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024