ENCUENTRO INESPERADO – Jose Antonio Canicio Miralles
Por Jose Antonio Canicio Miralles
Era una de esas noches en las que el peso del mundo recae sobre tu espalda y no tienes ganas de nada. Las presiones de comenzar el curso después de un cambio de instituto, y hacer nuevos amigos, me generaban ansiedad. Era un sentimiento un tanto familiar, ya que solía pasarme muy a menudo. Pero eso no era un impedimento para mi amiga Laura, que no dejaba de insistir que fuéramos a una fiesta, en la casa de una tal Úrsula. No me sirvió de nada argumentar mi negativa para ir, ya que finalmente salí de casa. De camino a la dirección que nos habían dado, nos encontramos con Úrsula, que estaba a dos calles de su casa con el resto de la gente. Nos dirigimos hacia ellos y nos saludamos.
Automáticamente titubeé que era extraño que estuviéramos todos en la calle y no en la casa como es de esperar, así que pregunté que qué es lo que estábamos haciendo allí. Úrsula nos contó que sus padres aún estaban en casa, que se estaban preparando para salir y teníamos que esperar a que su hermana nos avisara en el momento en el que ya no estuvieran. Sus padres no le dejaban hacer fiestas, así que lo organizó todo para hacerlo a sus espaldas. Diez minutos después nos avisaron que ya podíamos subir.
Estando en la fiesta me sentí un poco extraño. «¡Cómo no me iba a sentir extraño, no conocía a nadie!» Así que empecé a integrarme en el grupo que estaba sentado en uno de los sofás verdes que había en el salón. Las conversaciones vacilaban sobre música y ligues. Tras unas cervezas demás, estaba un poco mareado, así que me levanté, y caminé por el pasillo mientras apartaba a la gente. Entré al baño, apoyé las manos en el lavabo, me miré al espejo que tenía en frente, y observando mi reflejo pensé, «¿Qué hago aquí?». Me lavé la cara y salí del baño. Ya en el pasillo, entré en una habitación en la que no había nadie, me senté en la cama y me puse a jugar con un peluche que tenía forma de perro. En ese momento entró en la habitación un chico que por su gesto parecía algo perdido.
— Estoy buscando a Elena — me dijo.
Le contesté que no la conocía. Y, al verme allí solo, me preguntó qué porque estaba encerrado. Le dije que no me encontraba muy bien y que no me apetecía estar con gente.
— Pero una fiesta es motivo para pasarlo bien — afirmó con cierto positivismo.
— Si, pero… No sé, no tengo ganas.
Cerró la puerta y se sentó a mi lado. Agarró el peluche que tenía en mi mano e intentó hacerme reír. «Guau, Guau» tratando de ladrar como un perro de verdad. Sentí que intentaba ayudarme, como si me conociera de toda la vida. Me hizo gracia. Comentó también algo sobre las botas que yo llevaba. Me sentí halagado y le devolví el cumplido, diciendo que sus
pantalones no estaban mal. Nos pusimos a divagar sobre la existencia, los padres, el instituto y los amores. Pese a que éramos muy jóvenes, parecía que habíamos vivido mucho. Me sorprendió la de cosas que teníamos en común. Continuamos hablando una hora más, hasta que entró mi amiga Laura, diciendo que nos teníamos que marchar.
— ¡Vaya!, ¿entonces ya te vas?
— Sí, tengo que acompañarla a su casa. Por cierto, ¿cómo te llamas?
— Cayetano.
— Yo José.
— Encantado — contestó él, dándome la mano.
Cuando estaba con Laura en la puerta de la casa despidiéndonos de Úrsula, y dándole las gracias por invitarnos, salió Cayetano corriendo hacia donde estábamos.
— Bueno, espero que nos veamos pronto — dijo él, dirigiendo la mirada hacia mí y alborotando mi pelo con su mano.
— ¡Claro que sí!
Laura me miró extrañada por el gesto de Cayetano y nos fuimos. Mientras bajábamos por las escaleras me di la vuelta y él me estaba siguiendo con la mirada. Ya en la calle, Laura no titubeo cuando dijo:
— ¿Qué hacías hablando con él?, parece que le gustas, es gay — remarcando la última palabra como si la rodeara con la tinta de un bolígrafo repetidas veces.
Me sorprendí. No me lo esperaba. Pero algo dentro de mí me dijo que no le diera importancia a lo que ella me estaba diciendo. Me despedí de ella, y de camino a mi casa estuve pensando en lo que había ocurrido esa noche y sobre lo que estaba sintiendo en ese momento. Era una sensación algo desconcertante, pero a la vez tranquila y agradable. Así que con la cabeza un tanto aturdida, me fui a dormir.
Durante esa semana Cayetano y yo, estuvimos en contacto por Tuenti y por MSN. «¡Me siento tan a gusto hablando con él!» pensé. Hablamos de la vida en general, de lo que nos gustaba hacer en el tiempo libre, las películas que solíamos ver, la música que escuchábamos y sobre lo que estaba ocurriendo entre nosotros. Así que le puse un par de huevos al asunto y le dije de vernos ese fin de semana. Él aceptó en seguida.
Ese sábado estaba muy nervioso, iba a quedar con él, ¡a solas! También estaba algo inquieto porque no sabía si él estaba notando esa química que yo sentí el fin de semana anterior.
La cita fue bien, tomamos café y dimos un paseo por la ciudad, a la que él bautizo como
«jungla de asfalto». Empecé a darme cuenta de que él era de esas personas aventureras, que les gusta mucho la vida y que no les importa lo que diga la gente. Me cautivaba todo lo que él decía. Después del paseo nos sentamos en unas escaleras. Allí empezó un silencio un tanto incomodo, pero ya no había nada más que contar, lo habíamos hablado todo. Para romper un poco ese silencio, le pregunté:
— ¿En qué estás pensando?.
— En qué quiero besarte — contestó él de manera directa y sin titubeos.
En ese momento el corazón me dio un vuelco y sentí como si flotara sobre una nube, el resto del mundo y las personas que andaban a nuestro alrededor, dejaron de ser importantes y le dije:
— Inténtalo.
Y allí, en medio de toda la ciudad, en medio del bullicio de la calle, me besó. Fue corto pero intenso al mismo tiempo. Era la primera vez que yo besaba a un chico, y la verdad es que me gustó. Nos miramos fijamente y sonreímos.
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024