GIRO FORTUITO -Isabel Cano León
Por Isabel Cano León
El tañido de las campanas lento y pausado, parece hoy más grave que nunca. Detrás de los coches fúnebres, familiares y amigos desfilamos para dar el último adiós. El cielo, del color del plomo, contrasta con la vistosa gama de amarillos, rojizos y naranjas que cubren el suelo. El templo nos recibe frío y en penumbra. En medio del ominoso silencio, tan sólo los llantos amargos y desgarrados, que resuenan como el eco en la montaña y se refunden en las alturas, tienen licencia para profanar la solemnidad de la situación. Hoy al igual que ayer será un día largo. Será ese siete de noviembre que jamás olvidaremos.
Durante la ceremonia, revivo el instante de la fatídica noticia. Turbada por las vistas desde aquel barco sobre el Adriático, no advertí que mi teléfono sonaba. Después cada una de las palabras que escuché al otro lado del auricular, martillearon mi corazón hasta hacerlo añicos. Un llanto mudo, fue la antesala del grito sordo sobre el hombro de mi acompañante. La paz y la calma de aquel lugar se tornó abrumadora.
Los trámites correspondientes a los hechos acaecidos, en los días posteriores, distraen la mente y camuflan el dolor. A estos, les suceden esos otros días en los que crees estar viviendo un mal sueño. Los días pasan y la vida sigue para los que aún respiramos. Cada pieza debe volver a ocupar su lugar en la cadena de engranaje.
Apuro hasta el último segundo de mis vacaciones, para disfrutar de mis sobrinos. Intento sonreír y tapar lo que duele en su presencia, pero a veces la pena me vence y se escapa alguna lágrima prófuga.
De vuelta en la ciudad respiro profundo. Sé que no es el aire más sano, ni más limpio, ni mas recomendable para respirar. Pero nada mas pisar el asfalto siento que vuelvo a la vida. Según avanzo, camino a casa, ese aroma a fritanga y el tintín de copas y botellines, en las terrazas, me abraza y me devuelve con calma y con tacto a la realidad.
¡Mierda! No puede ser. ¿Cómo he sido capaz?, me pregunto, desandando mis pasos a toda velocidad. Cruzo con celeridad el paso de cebra que hay frente a la estación provocando la violenta parada de los cientos de coches que acaban de dejarse las ruedas pegadas al asfalto. Atravieso las puertas de la estación y allí están. ¡ Justo donde los dejé!
¿Por qué has tardado tanto en volver? -me pregunta Jonás, el mayor de mis dos sobrinos, con la mirada más triste que la de un perro abandonado.
• Había una fila enorme en el baño -enfatizo la palabra enorme al pronunciarla y con los brazos en cruz, abiertos todo lo que estos dan de sí, para dotar de más credibilidad mi argumento, recupero la respiración poco a poco y me coloco el corazón otra vez en su sitio. Me disculpo ante la la amable familia que se prestó a cuidarlos, mientras yo «estaba en el baño” por mi tardanza y les doy las gracias.
• ¿ A dónde vamos ? -quiere saber Jonás mientras me peleo con un carrito de bebé para desplegarlo.
• ¡Así no! ¡ Lo vas a romper! Déjame a mí – me enternece a la vez que me asombra su desenvoltura y disposición. Sus pequeñas manos manipulan con soltura ese aparatoso armatoste.
Dos vómitos más tarde sobre mi camisa favorita y con la casa del revés, consigo que Rubén deje de llorar. Jonás no para de preguntar qué hay para cenar.
-¡ La leche con galletas no es cena!, ha dejado claro para mí y para todo el edificio, tanto que los vecinos manifiestan su conformidad al respecto, golpeando las paredes.
• Pues te haré una tortilla.
• ¿Cómo?
• ¿Con huevos?
• ¿Qué más?
• ¿Aceite y sal?
• ¡Y patatas! ¡Quiero tortilla de patatas!
Nos miramos fijamente y mientras trato de descifrar si me ordena o me desafía, pienso que en cualquier caso, prefiero un baño de aceite hirviendo, antes que ponerme a hacer una tortilla de patatas. Rápido cruzan por mi mente, todos esos intentos fallidos por conseguir que las patatas se peguen a los huevos y los huevos a estas, cada vez que trato de impresionar a una de mis citas, con esta prestigiosa joya de la gastronomía española.
• Francesa.
• ¡No quiero tortilla francesa! -entona por encima de una octava -. Quiero pizza y un refresco -me pide con calma.
• Eso no es cena para un niño a estas horas de la noche.
• ¡Quiero pizza! ¡Quiero pizza! ¡Quiero pizza! -grita y corre fuera de sí, de un lado para otro de la casa. Rubén se une a la sublevación de Jonás. Media hora más tarde los tres nos entregamos a las peripecias de Super Mario Bros, engullendo una cuatro quesos, y sorbiendo hasta la última gota de refresco.
Son las dos de la madrugada. Doblegadas las tropas y metidos en la cama, los contemplo en silencio. Casi no me atrevo a respirar, no sea que se despierten. Salgo de la habitación con sigilo. Al llegar al salón y antes de sentarme en el sofá, que por cierto no encuentro, tengo que franquear unos cuantos pañales sucios en el suelo, elefantes de trapo y varias maletas medio deshechas.
Caigo sobre un montículo de ropa que cubre el sofá. Cierro los ojos. Minutos más tarde vuelvo a abrirlos y corroboro que todo sigue igual que cuando los cerré. Apoyo los codos sobre mis rodillas y cubriéndome el rostro con las manos, respiro hondo y por primera vez en todo el día, soy consciente del cansancio que llevo acumulado. La tristeza, el abatimiento y la desesperación se suman a la fatiga y al montón de dudas que me asaltan.
• No puedo hacerme cargo de ellos. No sé ni cuidar de mí misma, ¿cómo voy a criar a un bebé que no tiene ni dos años y a un niño de seis? -argumenté a la desesperada, frente a las cuatro hermanas del que fuera mi cuñado, dispuestas frente a mí.
• Nosotras ya hemos sobrepasado la media de hijos, que como mujeres se esperaba de nosotras. No pienso quitar mas pañales, ni sacrificar horas de sueño -objeta¡ó la mayor en representación de todas.
• Pero vivo a doscientos kilómetros de aquí.Tendrán que dejar su colegio, a sus amigos, su entorno, su familia.
• Tú también eres su familia. No lo olvides.
• Pero estoy sola -las persigo con empeño -. Necesito que razonen sobre la situación.
• La soltería es un privilegio que deja mucho tiempo libre -fueron sus últimas palabras de la mayor de los Hermanos Dalton, antes de cerrarme la puerta en las narices.
Cuando me di la vuelta mi madre lloraba. A sus setenta y ocho años y dependiente de un andador, poco podía hacer por sus nietos.
• No puedo dormir -me sobresalta un voz aguda. Jonás me abstrae del recuerdo.
• ¡Ey, campeón! Yo tampoco – con un gesto le indico que se acurruque a mi lado.
• ¿Por qué lloras? -me mira ávido de una respuesta.
• No lloro. Sólo pensaba -me seco con disimulo.
Los días pasan a un ritmo vertiginoso , mi vida social se reduce a congelarme dos tardes a la semana, en un polideportivo, compartiendo banquillo con Jonás y a desfilar de vez en cuando, con ropa customizada a base de restos de pizza, helado o alguna salsa misteriosa, delante de los compañeros y clientes del banco. Creo que ser la directoria me libra de algunos comentarios de dardo fijo. En fin, ¿probabilidades de conocer a alguien interesante, que me saque de ese estado civil que te condena a poner tu vida al servicio de los demás? Cero coma cero por ciento. Hobbies nuevos: quitar pañales, achicar agua cada noche después del baño de los niños y quedar con la tutora de Jonás, para que cada jueves me recuerde todo lo que Jonás y yo sabemos hacer mal. ¡Ah! Y el niño es demasiado espabilado -me repite siempre con sorna .
• Sí. Su madre era exactamente igual. Espabilada, curiosa, inquieta, despierta. Pero también decidida, sociable, e inteligente. Los mismos ojos color café, rodeados de largas y abundantes pestañas, mismo color de pelo y mismo remolino en la nuca. Idéntica sonrisa, igual delgadez, divertida y con un gran corazón. Así es Jonás también – le clavo la mirada sin pestañear, pero la emoción que me produce recordar la excelente persona que era mi hermana, y que también es su hijo, me quiebra la voz.
• Lo siento -se apresura a decir la tutora.
• No lo sienta, no. Compréndalo y hágase cargo de la situación, aunque sólo sea por un instante. Jonás aprenderá, se adaptará. Pero dele tiempo – cierro de un portazo sin despedirme de esta Rottenmeier.
¡No me lo puedo creer! Una hora en esta fiesta, ¡Y no he ligado con nadie! Nadie con quién entablar conversación o al menos una conversación que merezca la pena. No como el único ser que se ha atrevido a dirigirme la palabra «porque yo, yo, yo, tengo, tengo, soy, soy, soy” Con Rubén, mi sobrino pequeño, mantengo conversaciones más trascendentales, que con una criatura narcisista, con el ego por las nubes. No sé qué es lo que me he perdido o que ha cambiado en el arte de la seducción en estos tres últimos meses, pero mi metro ochenta, mi hoyuelo en la barbilla y mi nariz respingona hoy pasan desapercibidos. Sigo siendo elegante, pienso saboreando mi tercera copa de vino. Además tengo un cuerpo Fittness y huelo a Lowe -argumento tratando de encontrar una explicación a esta anómala eventualidad -.
Después de agotar todos mis cartuchos sin conseguir pieza en la fiesta decido irme antes de lo previsto. Cuando llego a casa Jonás y Rubén todavía están despiertos. Rubén me recibe con una sonrisa medio desdentada, corre hacia mí y me rodea por las rodillas.
• ¡No,Rubén! ¡No! -para demostrarme su alegría por mi vuelta a casa, sale corriendo y arrasa como un tifón con todo lo que pilla a su paso. En cuestión de tres minutos todo lo que queda al alcance de su vista y de sus manos está en el suelo. Orgulloso y feliz por su labor vuelve hacia a mí.
Pago a la canguro lo convenido y como aún no han cenado, Jonás se encarga de pedir unas pizzas mientras me pongo el pijama.
• ¿Me has traído los cromos? -pregunta Jonás ilusionado.
• No, claro que no. ¿Dónde voy a conseguir cromos a estas horas? -se va enfurruñado al sofá.
Para conseguir ir a la fiesta he tenido que pactar con él, lo que llama recompensa y yo llamo chantaje. A los gastos de la canguro y el taxi, tengo que sumar cinco sobres de cromos.
Fiestas de adultos, bares de copas y discotecas; vetados por un tiempo. Otra forma de ligar y conocer a alguien; páginas de citas. Citas a día de hoy: ocho, fallidas: diez. ¡Ay qué ver cómo dos seres tan diminutos, indefensos e inocentes, son capaces de ahuyentar hasta al mismísimo King Kong!
Tanto desacierto en el terreno sentimental, me ha llevado a dar carpetazo al tema y relajarme con el asunto. He ganado mi primer concurso de tortilla de patata en el AMPA y acabo de titularme como especialista en esquivar vómitos y bolas de puré. La tutora ya no llama. No sé si debo preocuparme por ello. Nuestra particular familia ha crecido con Turrón, un caniche de apenas dos meses que acaba de llegar a nuestro hogar. Satisfecha y pletórica por nuestros progresos en equipo, respiro hondo y con calma, el aire cálido de la primavera. Jonás me saluda desde el terreno de juego y lanza a portería. Cierro los ojos. Disfruto del sol en las gradas con Rubén a mi lado
• Disculpa -me pregunta una voz desconocida -.¿Es tuyo?
• ¡Turrón! ¿Qué haces ahí?
• No te preocupes. Me gustan los perros . Soy Jorge, el tío de Miguel. Juega en el equipo de Jonás -se acerca con turrón en las manos. Huele a Lowe, pienso al recibir los dos besos de rigor.
• Beatriz. Bea para los amigos.
Se sienta a mi lado, conversamos, reímos y compartimos merienda. Intercambiamos los teléfonos y quedamos en repetir tarde de entrenamiento con merienda incluida.
Fin
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024
Como la vida misma. Lo traslado a mi condición de abuelo y me identifico con las peripecias. Un relato más que notable.