HALCONES DE NOCHE

Por Carlos Pascual

La noche ha caído hace tanto tiempo que nadie sabría decir si el ocaso está más próximo que el amanecer. La oscuridad se ha adueñado de la calle, y para cualquiera que camine por ella un miedo irracional a que algo pase es inevitable, aunque si se parase a pensarlo un sólo segundo vería que no hay razón lógica para ello, que es tan tarde que hasta quienes suelen merodear por esa zona con ansias de turistas despistados y locales nada precavidos se encuentran plácidamente durmiendo. El silencio lo domina todo, si alguien ha vivido en el campo echaría de menos ese pequeño zumbido de la naturaleza que impide la total ausencia de sonido, pero en la ciudad es distinto, aquí el asfalto acalla ese rumor, aquí cuando nadie pasea, cuando nadie hace uso del lugar, cuando los niños no corren a casa desde el colegio o desde casa al colegio, cuando los padres no les advierten que tengan cuidado de jugar en la carretera, cuando los empleados no murmuran sobre sus jefes y cuando los jefes no murmuran sobre sus empleados, aquí en la ciudad cuando nada de eso sucede la naturaleza no tiene nada que decir amortajada por el asfalto. Las tiendas exponen en la penumbra de sus escaparates, las máquinas registradoras son la pieza más visible desde la distancia del cristal, pero en todo ello un pequeño oasis, una pecera para quien observe desde su exterior, ilumina un pequeño bloque de casas. La enorme cristalera que rodea el negocio no deja nada a la imaginación de lo que sucede en su interior. Cuatro figuras impregnadas de luz habitan el lugar, dos de ellas apenas móviles, otra que podría confundirse con uno de esos mimos que tan sólo han de mostrar vida en el momento que unas monedas caen en la gorra abandonada a su suerte en el suelo hace unos minutos, y la última figura que rompe con toda esa calma y deambula de un lado a otro siempre con las manos llenas, siempre portando algo de un lado a otro del local, aliviando así todas las tareas a medio hacer o no empezadas que el día ha obligado a ir postergando hasta que la calma nocturna permitiese abordarlas con la calma que requieren.

Cuando se traspasa el cristal se puede observar con cierta sorpresa que el silencio de fuera también es el silencio de dentro, ninguno de los cuatro emite una sola palabra, y quien sería el candidato a generar un cierto volumen con sus continuos movimientos y traslados de vasos, copas, platos, cubiertos… posee la increíble capacidad de hacer todo eso en el más absoluto silencio, sin provocar una sola nota que pueda alterar el ambiente.

Ese camarero, vestido de un blanco impoluto y con un gorro que le cubre parcialmente su cabellera rubia, ha comenzado su turno de noche hace varias horas ya. Sus ojos denotan que es ya una costumbre con varios meses de vida trabajar a esas horas, y aunque es el turno que nadie desea y el que acorta la vida de una manera más profunda, fue él quien pidió ocuparlo siempre. En su actual fase vital no necesitaba el sol, no quería ver la vida por las calles ni deseaba oír a los críos a su alrededor camino a la compra o al trabajo, sólo quería ocupar su cama, cerrar los ojos y esperar que pase un dia tras otro, tras otro, hasta ser capaz de olvidar que lo que antes tuvo ha desaparecido y ya no va a regresar. Él, que vio de cerca la felicidad obteniendo lo que deseaba y no deseando nada más una vez obtenido, ahora sólo ansiaba salir del pozo negro, profundo, vacío y mudo en el que había caído desde la muerte de su esposa ocurrida hace dos meses, tres días, catorce horas, seis minutos y trece, catorce, quince segundos. A veces imaginaba volver a disfrutar de la playa en su día de descanso semanal, y esa sola idea revolvía su estómago hasta el punto de encontrarse segundos después de rodillas en el baño expulsando de un tirón todo lo ingerido ese día. Le resultaba incomprensible que su cerebro pidiese algo que su cuerpo rechazaba de una manera tan brutal, sin resquicio alguno de duda. Salir a la calle cuando el bullicio lo dominaba todo le resultaba tan imposible que el mero acto de abrir la puerta y pisar el primer peldaño del exterior le provocaba una parálisis tal que se podría creer que en ese mismo instante un rayo había alcanzado su cuerpo dejándolo absolutamente petrificado en ese lugar, que el único vecino del bajo iba tener que llamar a su buen amigo del primero para que le ayudase a apartar aquella estatua aparecida mágicamente hoy y que tanto se parece al hombre que desde hace dos meses habita en el tercero derecha. Pero un par de segundos después se daba cuenta que la parálisis es únicamente intentando avanzar, no se produce al retroceder y, de nuevo, dejar que la puerta de la calle se cierre y todo lo que antes era escándalo ahora se convirtiese en silencio. Ya no hacía las compras cuando el sol dominaba la calle, ahora todo era después de trabajar, cuando el resto del mundo empezaba su día, aun en la penumbra de un amanecer todavía tierno, él se hacía con sus escasas necesidades diarias en la única tienda abierta veinte de las veinticuatro horas que se encontraba en su camino. No era tampoco un camino largo desde su residencia a su lugar de trabajo, no había querido correr el riesgo de tardar un poco más que de costumbre y que algún día el bullicio matinal se apoderase de todo mientras intentaba regresar a casa. Había conseguido el trabajo hace poco más de dos meses, y su única petición fue ocupar siempre el turno de noche, lo que le convirtió inmediatamente en el candidato ideal al puesto, como bien dejó ver el comentario de uno de sus futuros compañeros cuando quien le entrevistaba dijo “Oye, aquí tenemos un candidato que pide, por favor, tener siempre las noches”, “Pues no sé a qué esperas para contratarle inmediatamente”. No fue una incorporación inmediata, aunque tenía muy claro que el puesto era suyo, pero le pidieron amablemente que regresara en un par de días para informarle de la decisión definitiva. Durante esas cuarenta y ocho horas no salió de casa ni una sola vez, tenía dentro todo lo que necesitaba, y las persianas bajadas cumplían bien con su propósito de no dejar que entrase un sólo rayo de luz. Tan sólo esperó y esperó, con la única compañía de su vieja radio y esos seriales absurdos que no le gustaban nada pero a los que prestaba demasiada atención intentando que le ayudasen a pasar más rápidamente los minutos, en realidad los segundos, mientras comía, cenaba, desayunaba, guiado por las horas que la radio emitía ya que el sol no era indicador de tiempo en esa estancia.

A las treinta y seis horas en un arrebato de valor tuvo la idea de recorrer el portal presentándose a los vecinos que en ese momento se encontraran en sus casas, abrió la puerta y la dejó entreabierta, pues apenas había cuatro pisos en el edificio y las presentaciones no iban a ser algo demasiado largo, un puro acto de formalidad con la gente con la que iba a compartir de ahora en adelante residencia, pero cuando el segundo paso se hizo firme algo ocurrió. Alguien desde la calle hizo su entrada y comenzó a subir las escaleras, atropelladamente, de dos escalones cada vez, y un pánico indescriptible se apoderó de su cuerpo. Tras un segundo de duda, rápidamente los pasos de avanzadilla se convirtieron en retirada, la puerta se cerró silenciosamente y se abalanzó sobre la mirilla para descubrir si el misterioso cuerpo que había interrumpido su acto de valentía pasaba por delante. Pero no fue así, su camino se detuvo en el piso inferior al suyo y todo volvió a la normalidad. Ya no pudo armarse de valor para repetir la experiencia de presentarse y durante el resto del día simplemente ocupó el sofá y la cama, repitiendo de vez en cuando las pomposas frases que salían de la radio, pronunciadas por políticos y militares, sobre lo importante que se hacía defender la democracia en aquel lejano continente europeo.

Al día siguiente llegó la hora de obtener la confirmación de que el empleo era suyo. Cualquiera habría ido impaciente poco después de amanecer al bar, pero no era algo que él pudiese permitirse. Esperó y esperó hasta que la oscuridad se hizo con el día, y después de eso hasta que el bullicio callejero se calmó del todo. En ese momento preciso abandonó la casa, el portal, el edificio, la calle, la manzana y poco después entraba en el local con la esperanza de encontrar rápidamente al encargado y sus noticias. Desafortunadamente no fue así y hubo de esperar en la barra, con un café cortesía de la casa entre las manos, a que quien le había entrevistado finalizase la descarga de varios productos comprados horas antes.

Tuvieron que pasar casi diez minutos para que finalmente su nuevo jefe apareciese desde la cocina y se sentara a su lado. En un tono que poco tenía que ver con el de la de días antes comenzó un extraño análisis psicológico que jamás se podría presuponer fuera necesario para desempeñar rutinarias labores tras una barra. Estaba claro que el puesto era suyo, y no entendía el interés de su interlocutor en conocer su estado anímico, emocional y físico, pero como lo único que deseaba era obtener la confirmación por la que se encontraba allí no dudó un segundo en contestar solícitamente a todo lo que se le preguntaba.

-Se te nota decaído, no quiero dejar a una persona al frente del negocio y que vaya a beber más de lo que va a servir

-No se preocupe por eso, el alcohol no es mi fuerte, me puede más el café, lo que supone una ventaja precisamente, pues si me atiborro a café estaré más despierto al final de la noche de lo que llegara a estarlo en sus inicios.

-En realidad eso mismo es lo que diría alguien capaz de beberse todo el local para conseguir el empleo.

-¿Y cómo demuestra un inocente que no ha matado a nadie cuando ni tan siquiera hay cadaver?

-Bueno, supongo que la confianza es lo que ha de guiarnos, ¿cierto?

-No hace falta confianza, tan sólo un día, si a la mañana siguiente de que empiece a trabajar todo está en su sitio, ¿no es eso un buena prueba?

-Me temo que lo será aún mejor cuando eso mismo ocurra un mes más tarde

-Verá, no voy a suplicarle por el empleo. Si no me quiere aquí perfecto, le agradeceré la taza que me estoy tomando y tan amigos al salir por esa puerta.

-No te pongas así, hombre, son meras precauciones. Sólo quiero conocer un poco a la persona que representará al lugar que me da de vivir mientras yo no estoy por aquí.

-De acuerdo, pues siga con su interrogatorio y acabemos cuanto antes. No tengo prisa alguna pero no me gusta nada esta situación.

-No es algo personal, en serio, es sólo que me gustaría conocer el motivo de tanta tristeza en tu andar. No sé si lo sabes, pero tal y como una persona camina se puede conocer tanto de ella que te dejaría asombrado. Es una antigua técnica que me enseñó mi abuela, y a ella su abuela y supongo que a ella la suya. Es algo tan remoto que ha de ser cierto, tan sólo las cosas que funcionan sobreviven al paso del tiempo.

-¿Y puedo preguntar qué vio en mi forma de caminar que ha propiciado este interrogatorio?

-Tristeza, sólo eso. Por lo general veo mucho más, pero contigo no fue posible, la tristeza lo cubría todo. No me entiendas mal, la tristeza es la base de mi negocio, sin gente que bebe para olvidar esto no daría para vivir, pero ese es precisamente el motivo por el que no puedo permitir que la tristeza traspase la barra.

-Verá, no sé cómo demostrar que no voy a hacer algo que no voy a hacer.

-No quiero una demostración de nada, tan sólo un motivo para tu caminar.

-Pues el motivo para ello es muy simple. Hace ya dos meses que mi esposa falleció. Me dijeron que el tiempo lo cura todo, pero de momento parecer ser tan sólo una frase de consuelo, nada más. Ninguna de las heridas se cierran, tan sólo se siguen abriendo, y hasta hace poco el pozo no tenía fin.

-¿Entonces ya has pisado en tierra?

-Por ahora he tocado sólido, sí, pero me queda escalar y volver a la luz del día.

-Eso, amigo mío, será un proceso mucho mayor del que jamás serás capaz de imaginar.

-Esa frase no indica nada bueno en su lado, me temo.

-Así es, lo mío no fue hace dos meses, sino 4 años, pero fue. Aun escalo día a día, ladrillo a ladrillo, y ese haz de luz es tan débil que ya ni puedo recordar cómo era todo cuando estaba arriba. No te recuperas de algo así, tan sólo sigues adelante.

-Intuyo que por entonces no tenía este negocio.

-Ohhh, sí, sí, lo tenía, y durante varios meses fui mi mejor cliente, sólo que las ganancias no lo reflejaban.

-Si me permite creo que sería mejor que la conversación parase aquí, y si el puesto es mio podríamos continuarla cualquier otro día.

-Puede que estés en lo cierto, además tengo mucho allí atrás que aún está pendiente. A decir verdad te esperaba esta mañana, o esta tarde, pero nunca a estas horas, te daba por perdido.

-Bueno hace tiempo que

-que salir de casa con el bullicio es inconcebible, lo sé. Verás, espero que todas esas botellas de ahí debajo sigan en su lugar la mañana del martes, o que si no siguen al menos no hayan recorrido tu organismo y mi baño. ¿El próximo lunes te parece bien para empezar?

-En realidad esperaba

-Lo sé, empezar antes, pero me temo que por ahora no es posible. Son sólo unos días de espera. Intenta practicar una falsa sonrisa amable en el espejo hasta entonces, nadie quiere que su camarero esté más triste que él.

-De acuerdo, el lunes nos vemos entonces.

-No si puedo evitarlo, espero no estar aún por aquí a esas horas. He de ir a terminar todo, no me gusta llegar a mi casa cuando el resto del mundo hace tiempo que duerme.

Su nuevo jefe se levanta con un sonoro gesto y desaparece por el mismo lugar del que salió minutos antes. Él finaliza su taza, se despide de su nuevo compañero y emprende el camino a casa pensando cómo va a poder practicar una sonrisa, una mueca amable, que hace tiempo que ha perdido. Está convencido que haga lo que haga se verá forzado, falso, y no hay nada peor que mostrar una felicidad que no existe, cualquiera puede notarlo, por muy borracho que se encuentre ante la barra de un bar, por muy acuosos que tenga los ojos y apenas vea medio palmo ante sí.

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