Josep Adán i Castells
Por Josep Adán i Castells
04/02/2020
Me pregunto el motivo de querer escribir mi autobiografía.
Tengo varios motivos que me llevan a este empeño.
El primero y principal, mi edad ya avanzada (75 Primaveras), lo cual conlleva una importante mochila de recuerdos y vicisitudes, algunas buenas, otras menos, y también fatales, posiblemente como a casi todo el mundo.
Pero hay factores también que considero vitales.
Nunca recuerdo que mis hijos hayan sentido un interés especial en conocer algo en profundidad la infancia y adolescencia de su padre, ya no digo mis nietas….
Creo que necesito contarles en rasgos generales sin demasiado dramatismo, lo que pueda recordar de estos setenta y cinco años. No solamente para que sepan más de mí, sino porque yo también necesito expresarlo de una forma escrita.
Vamos a empezar por el principio. Nací un dos de Mayo del año 1944, aunque mi padre en el registro hizo figurar el dieciséis, (cosa supongo del funcionario de la época o por otro motivo para mi desconocido). Esa fecha es la que ha sido la oficial toda mi vida.
Mi primer recuerdo es de soledad, hijo único, solo acompañar a mi madre al mercado o al lavadero público me hacía sentirme útil. Sí, no tuve una infancia fácil, por ello, mi memoria se niega a recordar una gran parte de ella.
Pocos juguetes tuve ocasión de disfrutar, el poder eco- nómico de mis padres era más bien bajo, pero sí recuerdo con cariño, en Reyes, un fuerte norteamericano, con sus soldados y sus indios que me hicieron pasar muchas semanas inolvidables.
Tuve compañeros, amigos ninguno en especial, seguramente por mi carácter, me movía a mi aire, en ocasiones, sí jugaba con el resto de compañeros, hasta los trece años no tuve un amigo, que aún hoy, continua siéndolo.
En las comidas, sin dudar el arroz de bacalao, que mi madre preparaba para los tres, y lo que más odiaba y odio en la actualidad es el hígado y el cordero.
Lamentablemente no recuerdo ningún consejo que de pequeño me fuera dado por ningún pariente, también es cierto que los únicos que tuve fueron de mis padres cuando empecé a salir solo a la calle para ir a la escuela.
Mi primer beso fue en el rellano de la escalera donde vivía la chica que después fue mi primera esposa, lo recuerdo a mis dieciséis años, como si se abriera el cielo, una experiencia que no podré olvidar y que no se repitió jamás con esa intensidad.
Mi padre a los trece años me colocó de aprendiz en un taller de mecánica y electricidad, cuyo dueño era amigo suyo, y allí estuve, limpiando y ayudando a los operarios, esto duro hasta la muerte de mi padre a los cincuenta años. En ese momento yo tenía veinte.
Tengo dos días a recordar, y que no olvidaré: de mi infancia, el día de mi primera comunión (vestido de Almirante de marina), y el día de mi primera boda a los veintiún años. En ambas ocasiones, el tiempo fue espléndido, lo cual embelleció más si cabe, estos dos eventos en mi vida.
La música clásica siempre ha sido de mi agrado, pero en las fiestas lo que se llevaba era, Dúo Dinámico, Elvis Presley, etcétera. En general la música en sus distintos estilos según la época, siempre me gustó, y aún hoy, aquellos intérpretes forman parte de mi discoteca particular.
En mi ciudad natal, que fue Barcelona, encuentro a faltar el tranvía por las Ramblas, las procesiones de Semana Santa, las castañeras en Noviembre, tradiciones que hicieron de Barcelona una ciudad a la cual ahora añoro. Actualmente Barcelona solo es turismo, los barceloneses hemos quedado relegados. Ya no es lo que fue.
Si tengo un gran recuerdo de mi época escolar, pero principalmente en vacaciones.
Mi padre era un hombre alto, fuerte, con un bigotillo al uso de la época, decidido y emprendedor, siempre me sentí orgulloso de él.
Fue mi guía, quise parecerme a él en su forma de actuar frente a la vida.
Cuando mi padre, (representante de licores a granel), me llevaba por las mañanas a recorrer todos los bares y tabernas de su zona, que por cierto era lo que en Barcelona se denomina el barrio chino y el puerto.
Imaginaros el impacto que recibí el primer día en unas calles y establecimientos que eran algo nuevo y misterioso para mí.
Más tarde, pasados ya unos días, empecé a disfrutar de ciertos personajes del barrio, un tanto peculiares pero en el fondo la mayoría de ellos entrañables. Me sentía importante al lado de mi padre que me presentaba a todas sus amistades.
Nunca olvidaré los desayunos en estos bares y bodegas, con un olor especial a humedad, a tabaco y a sudor.
- Papá- le preguntaba-, ¿qué les vendes a estos bares?
Y él me respondía:
- Pues mira estas botellitas son muestras de diferentes brandis y anises que imitan a marcas de renombre, (o sea que ya en los años 50, ya se hacían imitaciones como en la actualidad), en ese momento de mi vida, me pareció del todo normal.
Así disfrutaba de mis vacaciones estivales, sin más.
En casa la economía era bastante modesta y no permitía ni viajes ni casita en la playa.
Si me remonto a pasajes de mi infancia recuerdo cuando vivía con mis padres en una triste calle del barrio gótico. Era una calle estrecha, sucia, que olía a orín, donde había dos casas de citas, con juego incluido (de eso me enteré ya de mayor).
La casa donde nací, tenía tres pisos de altura, el nuestro era el segundo. Un detalle gracioso e ingenioso era que para abrir la puerta de la calle se les ocurrió colocar una cuerda, que tirando de ella, evitaba tener que bajar, para abrirla manualmente ¡ El principio de los porteros automáticos ¡.
El piso tenía tres habitaciones y un pequeño balcón con vistas a la casa de enfrente y a la calle, donde pasaba la gente, la mayoría, en busca de alguna de las prostitutas que por allí rondaban.
El baño era tipo comunal (de madera con tapa del mismo material), puro estilo del siglo XIX, y formaba con la cocina un solo espacio.
Con estos apuntes solo procuro describir nuestra precariedad durante mi infancia y adolescencia.
Otro día os hablaré de cuando mis padres me llevaban a bañarme a la playa de la Barceloneta, también es un gran recuerdo, y además muy peculiar.
El motor de mi vida dio comienzo con la muerte de mi padre, fue en ese triste instante cuando comprendí que tenía la necesidad y la obligación de ser el responsable de mi vida y de la de mi madre. Con dieciocho años recién cumplidos me enfrenté con la necesidad de hacer un balance del tiempo transcurrido y plantearme un futuro.
A partir de estos hechos, decidí que tenía que formar un hogar propio.
Y así lo hice, me casé. Con ello mi responsabilidad aumentó, y forme una familia. El nacimiento de mi hija fue otro motor de mi vida. Tenía mayor ilusión, mi trabajo y mi regreso a casa me llenaban, y así pasaron unos años felices, luego nació mi hijo, y viéndolos crecer junto a mi esposa y mi madre, me sentí realizado, hasta que las cosas se torcieron. Marta así se llamaba mi primera esposa, falleció de un cáncer, muy joven, a los cuarenta y nueve años. Con ella aprendí a enfréntame a la vida a formar un hogar, me dio una hija y un hijo, a veces reconozco que en ocasiones no me comporté como ella se merecía. Ahora es tarde, peo aun hoy siento su perdida, y siempre estará en mi recuerdo.
Y por último mi madre ya fallecida, tengo un buen recuerdo de mi infancia junto a ella, posiblemente por ser hijo único me aproveche de su bondad. Reconozco que dentro de las posibilidades económicas del momento, intentó siempre darme lo mejor.
Sin embargo de mayor, su comportamiento, no sé si por celos a mi esposa o porque iba perdiendo facultades, perjudicó en gran manera mi matrimonio.
En la actualidad con mis setenta y cinco años ha vuelto mi estabilidad, tengo una nueva esposa Maika, que ha sido el gran revulsivo que necesitaba, una hija, un hijo y dos preciosas nietas, qué más puedo pedir.
En cuanto a la salud, un poco chunga, pero como un buen porteo de futbol, intento echar pelotas fuera.
Gracias a todos por soportarme en mis malos momentos, espero me los sepáis perdonar.
Os quiero
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