LA HAIMA – María Roger
Por María Roger
En el extremo Oriente, vivía un joven apuesto y de gran fortuna llamado Hassan. Bajo su negro burka, Rania, su esposa de 25 años escondía una belleza digna de admiración: cabello largo, ojos rasgados y una piel pálida que permanecía oculta al mundo.
Hassan conoció a Rania en un acontecimiento social organizado por sus familias. Fue un encuentro discreto, donde las miradas y conversaciones respetuosas sirvieron como primeros vínculos. Rania, bajo el resguardo de su burka, emanaba un aura de misterio que capturó la atención de Hassan creando un halo de fascinación.
La conexión entre Hassan y Rania no tardó en consolidarse, y las familias decidieron avanzar hacia el siguiente paso: la boda. Siguiendo las tradiciones musulmanas, las familias jugaron un papel crucial en la planificación del enlace.
La ceremonia de compromiso, o Mangni, marcó el inicio de los preparativos formales. En presencia de los familiares más cercanos, se intercambiaron regalos simbólicos, sellando así el compromiso entre Hassan y Rania.
El día de la boda llegó envuelto en una atmósfera de expectación y alegría contenida. La Nikah, celebración de los esponsales, se llevó a cabo en una mezquita, donde un imán ofició la ceremonia religiosa. Hassan, vestido con elegancia, esperaba ansioso el momento en que vería a Rania como su esposa.
Rania, radiante bajo su vestido nupcial y el velo, fue conducida por sus familiares hacia Hassan. La pureza del blanco resaltaba su belleza oculta hasta entonces. La Nikah se llevó a cabo con solemnidad, y las palabras del imán resonaron, bendiciendo la unión con versículos del Corán.
Posteriormente, la celebración continuó en un lugar decorado con colores vibrantes y delicados detalles. La música y la danza adornaron la velada, mientras la alegría y la unión familiar fluían en cada rincón.
La noche culminó con Hassan y Rania, ahora marido y mujer, partiendo juntos hacia una nueva etapa de sus vidas.
Los recién casados llegaron a sus aposentos y Rania con tensión nerviosa porque no sabía qué esperar. Siguiendo instrucciones, preparó un baño de pies a su recién estrenado esposo y tras secárselos, comenzaron momentos más íntimos. Para Rania, como dicta la tradición, suponía su primera vez y debía entregarse a Hassan que prácticamente resultaba un extraño.
El aroma del incienso flotaba en el aire, impregnando la habitación nupcial con una fragancia embriagadora. Rodeados por la calidez de las luces tenues, Hassan apartó el velo de Rania y quedó extasiado por su belleza. Con mucha delicadeza retiró el resto de la vestimenta de la que ahora era su esposa y comenzó un ritual, donde ambos disfrutaron de la pasión.
Tras años de matrimonio, el deseo por parte de Hassan de ampliar la familia se había arraigado como una semilla ansiosa. Sin embargo, ante la tardanza de Rania en concebir, una sombra de inquietud se cernía sobre su corazón.
Movido por un anhelo legítimo de descendencia, Hassan tomó una decisión que transformaría la dinámica de su hogar; llegó el momento de buscar a una segunda esposa.
Hassan y su familia, exploraron diferentes círculos sociales y comunidades para encontrar a la candidata adecuada.
Fue durante una reunión social en la que Saida, una joven de 19 años capturó la atención de Hassan. Provenía de una buena familia y bajo sus vestimentas se intuía una figura sensual, lo le llevó a considerarla como una posible segunda esposa. Las familias se conocieron, y tras un período de evaluación y reflexión, se acordó formalmente la unión de Hassan y Saida.
La ceremonia de matrimonio concluyó en una celebración festiva con la participación de ambas familias y amigos cercanos. Se intercambiaron votos y se pronunciaron bendiciones sobre la nueva unión.
Una vez más, Hassan se hallaba ante la incertidumbre de lo que aguardaba debajo de los ropajes de su recién casada esposa.
Saida, pese a no haber experimentado previamente tal coyuntura debido a su cultura, no experimentó la ansiedad que había afectado a la esposa anterior. Con serenidad, ella misma se despojó de sus vestiduras, quedando totalmente desvestida ante su esposo, Hassan.
Dejó al descubierto su tez morena, su cabello largo y rojizo, una cintura esbelta, caderas resaltadas y pechos exuberantes… Hassan comenzó a deleitarse con la suavidad de su piel, impregnada con delicados aceites. Su recién estrenada esposa se mostraba plenamente entregada, complaciente y juntos compartieron una noche apasionada.
El hogar de Hassan se preparó por parte del servicio para recibir a Saida de manera acogedora.
Cada esposa viviría en un ala de la casa y Hassan pasaría una noche con cada una.
Así, la historia de Hassan, Rania y Saida se entretejió a través de encuentros, compromisos y celebraciones, formando un tapiz único de tradiciones y relaciones familiares en el contexto de las costumbres musulmanas.
Con la búsqueda de una segunda esposa, Saida, encarnaba la esperanza de una nueva vida en el hogar de Hassan. La elección no estaba destinada a desplazar a Rania, sino a ofrecer a la familia la posibilidad de crecer y florecer.
Este paso, aunque culturalmente aceptado, no carecía de desafíos. La tensión entre las dos esposas se instaló como una corriente subterránea, invisible pero palpable. Rania, bajo su burka, ocultaba su miedo a ser devuelta y la tormenta de emociones que esta decisión desencadenó en su ser.
Solo Hassan podía apreciar la belleza que yacía bajo los velos de sus esposas y disfrutar de los placeres que estas escondían. A pesar de vivir en diferentes alas de la casa, como dictaba la costumbre, y de compartir noches alternas con cada una, la insatisfacción y los celos comenzaron a azotar su hogar.
Desesperado por restaurar la armonía entre sus dos esposas, Hassan decidió retirarse al desierto. Montó su Haima, y al caer la noche, bajo la tenue luz de las velas y el aroma del
incienso, encendió su narguile degustando sus caladas de sabor a manzana. Su primera esposa, Rania, lavaba sus pies, mientras la segunda, Saida, recibía la orden de danzar para él.
Saida emergió entre sus velos transparentes con movimientos sensuales al ritmo de la música oriental. Con gracia y destreza, se entregaba a una danza que parecía emerger de la pasión. Sus movimientos, fluidos como el viento que acaricia las dunas, trataban de captar la atención exclusiva de Hassan, quien asistía, cautivo, a la danza que desplegaba su segunda esposa, contemplándola con deseo, mientras Rania ardía de rabia interna, urdiendo planes en silencio.
Saida, entre roces y movimientos insinuadores, cautivó a Hassan hasta que, en un momento de intensidad, él arrancó sus velos y se dispuso a acariciar todo su cuerpo.
La percepción de Saida como la destinataria de los roces y los deseos de Hassan, encendía la chispa de la competencia en Rania, quien se sentía desplazada.
No dispuesta a ceder terreno en el juego del afecto, decidió dejar de ser una simple espectadora. Se levantó para esconderse detrás de un biombo donde guardaba sus pertenencias y, tras unos minutos, volvió al escenario envuelta únicamente en un pañuelo semitransparente. Se contoneaba al ritmo de la música, sacudiendo sus caderas y haciendo vibrar su cuerpo.
Hassan, ajeno a todo, estaba absorto en sus placeres cuando de repente, Rania, con su pañuelo y movimientos envolventes, atrajo su atención. La escena se volvió un torbellino de sensualidad, mientras las dos esposas competían por el afecto de Hassan.
En el lujurioso escenario se entremezclaban un aroma a competencia. Ambas mujeres luchaban por hacerse notar y atraer a Hassan, quien confundido no daba crédito a lo que estaba viviendo.
Rania intentaba eclipsar la presencia magnética de Saida. Competían dos almas, dos cuerpos, dos corazones, entrelazados en una danza que trascendía lo físico, donde cada movimiento era una expresión de deseo y posesión.
Así, la noche se llenó de giros y contornos, de miradas intensas y gestos calculados, mientras Rania y Saida competían por la atención de su compartido marido. El momento en el que se desenvolvía la escena se tornó denso, saturado de emociones veladas y deseos contradictorios, mientras Hassan se encontraba atrapado en el vórtice de la pasión desbordante de dos mujeres que anhelaban su atención exclusiva.
Lo inesperado sucedió cuando, en lugar de causar un conflicto mayor, la situación se tornó en una extraña complicidad entre las mujeres. Rania fijó su mirada en los ojos de Saida, mientras se acercaba a sus carnosos labios.
Ambas sentían cómo la respiración se intensificaba, al igual que los latidos del corazón, mientras llegó el primer beso entre ellas. De los besos pasaron a los roces. Saida empezó a acariciar las partes más íntimas de Rania y esta a su vez la piel de Saida. La intensidad de la pasión creció y creció. Poco a poco las esposas fueron invadiendo el espacio más íntimo de Hassan, que lejos de enfadarse al considerar que esa situación suponía un Haram, pecado, sonrió ante la astucia de sus esposas.
Se unieron en un inusual pacto, compartiendo no solo las noches sino también los secretos y los momentos de placer.
Así, en medio de las dunas del desierto, las tres figuras danzaban bajo la luz de la luna, fusionando sus destinos en una armonía inesperada y elegante, donde los celos se disolvieron en complicidad.
A partir de ahí, la paz regresó al hogar de Hassan, cogida de la mano de una intensa lujuria y pasión.
María Roger
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
Esta entrada tiene 3 comentarios
Otros relatos
Ver todosMIS COMPAÑEROS DE VIDA- María Isabel López Ben
María Isabel López Ben
07/10/2024
Relato perfectamente descrito, además del buen gusto. La curiosidad no deja que pares de leer hasta el final. La autora ha hecho uso de un vocabulario acorde a la situación.
Muchísimas felicidades.
Me parece un texto que mantiene la atención del lector sin dificultad. El conflicto está bien definido, tiene intensidad… , la forma de contar la historia hace que te imagines cada escena. Me gusta.
Fascinante la historia de un cuento de las mil y una noche enhorabuena 👏👏👏👏 artista