LA HUESPED INESPERADA – Ana Moreno Mora-Gil
Por Ana Moreno Mra-Gil

LA HUÉSPED INESPERADA
“Tu alma es importante para mí”, escuchó antes de perder el conocimiento. Aurora se despertó sobresaltada. Menudos sueños tengo últimamente, pensó mientras se calmaba. Se levantó y preparó para ir a trabajar. Al salir, la brisa invernal se llevó los restos de aquella pesadilla y enfiló el camino desierto a la tienda mientras contemplaba el amanecer.
Llegó a su negocio. Puso en marcha luces y calefacción y comenzó a preparar los maniquíes con los nuevos vestidos de la colección. Había estado más de tres meses desarrollando los patrones y confeccionándolos, y estaba muy orgullosa del resultado.
Estaba tan absorta en su labor que tardó en darse cuenta de que alguien la observaba a través del escaparate. Se asustó al ver a una mujer desaliñada. Su ropa era sencilla, el morado de sus pantalones hacía tiempo que había perdido el brillo y el jersey, lleno de pelotillas, se aferraba a su cuerpo, amenazando con deshacerse a cada ráfaga de viento.
Tras el pelo gris y alborotado que caía sobre su cara, se escondía una mirada enigmática y penetrante, difícil de evitar. Alzó la mano y dio dos golpes suaves al cristal. Aurora interpretó que quería entrar y, a pesar de la inseguridad que la invadió, se apiadó de ella y dejó que se resguardara del frío entretanto abría la cafetería de al lado.
Nada más dejarla entrar, el ambiente se tornó denso. Un olor dulce y cítrico envolvió la estancia, hipnotizando el olfato de Aurora, a la que tal olor le provocó sensaciones confusas, conocidas.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?
—Buenos días, niña. Disculpa la molestia, pero quería saber si podrías ayudarme.
—Dígame.
—Verás… mi hermana ha fallecido.
—Lo siento.
—Me preguntaba si tendrías un traje negro para la ocasión. No tengo nada elegante y no puedo presentarme en su funeral de cualquier manera. Es mi hermana —su voz se quebró.
—Claro, no se preocupe. ¿Cuándo es el funeral?
—Mañana por la mañana.
—De acuerdo. Voy a mirar en el almacén.
Aurora fue a buscar vestidos negros. Siempre confeccionaba alguno pero con la nueva colección no se acordaba dónde los había dejado. Encontró uno que se ajustaba a la figura de la mujer y, al salir para enseñárselo, vio que estaba trasteando en la estantería, detrás del mostrador.
—He encontrado… ¿qué hace?
La mujer la miro fijamente, atrapando su mirada, y esbozó una sonrisa lenta, que no llegó a los ojos.
—Estaba mirando las telas. Gracias —dijo cogiendo el vestido—. ¿El probador?
—Al fondo a la derecha.
Cuando entró al probador, Aurora despertó del hechizo de su mirada y, descolocada, revisó la estantería. Todo seguía igual, pero se le activaron todas las alarmas y cogió el móvil para enviar un mensaje a su hermana: “Hola, Sofi. Sé que es muy temprano pero, ¿podrías acercarte a la tienda? Tengo una clienta un poco extraña y me da mal rollo. Ven, por favor”.
— ¿Qué tal me queda?
Aurora se sobresaltó, tirando el móvil al suelo. La mujer estaba detrás. Respiró hondo y dijo:
—Bien. Súbase a la plataforma, por favor.
Así lo hizo. Aurora recogió el móvil, se atusó la ropa y comenzó la inspección.
—Veamos… solo habría que meterle un poco las mangas. ¿Se lo queda?
—Sí.
—Estupendo —dijo mientras empezaba a trabajar.
Cuando terminó, cogió la mano de la mujer para ayudarla a bajar y sintió un escalofrío.
Estaba helada. Su proximidad le hizo experimentar una especie de déjà vu que la dejó mareada. El frío se instauró en su cuerpo, erizando su nuca, y subió un par de grados la calefacción en busca de calor.
Mientras vigilaba el probador, llegó un mensaje de Sofía: “Lo siento, nena. No puedo ir. Me han cambiado el turno en el hospital. Pero he
hablado con Marcos y va ya. Cualquier cosa estoy pendiente también, ¿vale? Un besito cariño”.
Se sosegó al saber que el marido de su hermana, que era guardia civil, iba para allá. La mujer se asomó por la cortina del probador.
—Niña, ¿me ayudas con la cremallera?
—Claro.
Aurora entró al probador. La mujer la miraba a través del espejo. Se apartó el pelo de la espalda y Aurora le bajó la cremallera. Hacia la mitad del recorrido se paró en seco, contemplando una gran cicatriz que parecía albergar toda su columna.
—He vivido tiempos difíciles.
—Perdón.
Aurora, tranquila, no tenses más la situación, pensó. Apartó la mirada y se centró en bajar la cremallera, pero parecía que la cicatriz la estaba llamando y un recuerdo atravesó su mente: “Tu alma es importante para mí”. No pudo contener más las ganas y deslizó su dedo índice por ella. En cuanto la tocó, sintió una corriente de energía que la empujó hacia atrás, tirándola al suelo. Se quedó sin reaccionar durante unos segundos.
Porque había recordado más. Porque su pesadilla de la noche anterior no solo había sido un mal sueño.
—Es usted —dijo mientras se alejaba.
—Que soy, ¿quién, niña? —dijo acercándose lentamente.
—La persona con la que he soñado. Su aroma, su tacto… ya lo había sentido antes. ¡No se acerque a mí! —dijo mientras se ponía en pie. Pero la mujer era más rápida de lo que aparentaba y se tiró encima de ella, inmovilizándola por completo.
—La guardia civil está en camino —jadeó.
— ¿Eso crees?
— ¿Qué ha hecho?
—Todavía nada, niña, pero te he encontrado. No estaba segura hasta que he notado el chispazo de energía, y eso significa que estoy en el lugar correcto —dijo mientras que, con una habilidad pasmosa, se sacaba unas bridas del sujetador y ataba a Aurora a una silla—. Te necesito.
— ¿Para qué?
—Tienes algo que quiero.
— ¿Yo?
—Estas cicatrices —dijo señalando su espalda—, tienen una larga historia.
“Cuando era joven, un grupo de hombres y mujeres me capturaron y torturaron, dejando estas marcas en mi piel. Mi padre les había robado algo importante y, para que revelara su paradero, hicieron daño a quienes más quería. Se cambió por mí. Al despedirse me dijo que huyéramos, entonces mi madre, mi hermana y yo nos marchamos lejos. No le volvimos a ver. Mi madre no nos quiso explicar qué estaba pasando hasta que enfermó y no tuvo más remedio que dejar el legado de mi padre en nuestras manos. Resulta que perteneció toda su vida a una orden eclesiástica que se dedicaba a dar cobijo a los desamparados y castigar a quienes incumplían sus leyes. Sembraron el terror y adquirieron un poder comparable al del Gobierno, pero siempre en la clandestinidad. Mi padre, al darse cuenta de la corrupción y los abusos que cometían sin piedad, decidió tumbarla desde dentro, robando y ocultando el manuscrito por el que se regían. Gracias a eso los descubrieron, encarcelaron a los cabecillas y el resto desapareció. Tras dejar un tiempo prudencial hasta la extinción total de la orden, me puse a buscar el paradero del manuscrito con las pocas pistas que iba descubriendo y me han traído aquí y, teniendo en cuenta nuestra conexión…”.
Aurora escuchó las palabras de la mujer, dudando de su veracidad. ¿Su tienda el escondite de un libro sagrado de una secta corrupta? ¿En qué siglo estaban? Era una locura. No creía que la mujer estuviese muy cuerda, pero su sueño, la energía y el resto de las sensaciones le hicieron creer que ella tampoco y que la historia tenía sentido. No paraba de mirar la puerta.
—No va a venir nadie —dijo siguiendo la trayectoria de su mirada—. Nos hemos asegurado.
Hay más, pensó. ¿Qué le habrán hecho a Marcos? ¿Y a Sofía?, el horror se instauró en su mirada.
—Ella está trabajando, tranquila —dijo adivinando sus pensamientos.
—No nos hagáis daño, por favor.
—Entrégame el manuscrito y desapareceremos.
—Mira esto era una tienda de antigüedades, quedan muchas en el almacén. Si ese libro está aquí y no lo vendieron, debería estar ahí dentro.
—Vamos a comprobarlo —dijo arrastrando a Aurora consigo.
Llegaron al fondo del almacén y se puso al buscar entre libros polvorientos, retratos y antigüedades varias. Después, abrió un baúl de caoba muy amplio, arañado y sin brillo por el paso del tiempo. Repitió el proceso anterior hasta que emitió un suspiro: lo había encontrado. Lo sacó y Aurora quedó fascinada por el gran grosor del libro. Estaba encuadernado en piel roja. Las páginas amarillentas y rotas albergaban siglos de
auténtica oscuridad. No tenía título ni símbolo alguno. Era un rojo impoluto que contrastaba con la infinidad de garabatos que, al abrirlo, acumulaba en su interior.
Los ojos de la mujer brillaron extasiados.
—Por fin —susurró.
El viento resonó en los cristales. La mujer se dio la vuelta para contemplar a Aurora con una sonrisa que, esta vez, sí llegó a sus ojos. Aurora notó las lágrimas descendiendo por sus mejillas, su pulso acelerado acompañaba el temblor de su cuerpo y su mirada suplicaba piedad. La mujer abrió el libro por la mitad frente a Aurora, cogió un cáliz y un cúter y se dirigió de nuevo a ella.
—Verás… no es nada personal, pero para entender los símbolos del manuscrito he de hacer un sacrificio. Que lo haya encontrado, que haya soñado contigo… tu destino estaba escrito. No, pero no llores, tu vida va a servir a un propósito mayor, alégrate de ser útil.
Dejó el cáliz en el regazo de Aurora, cogió su brazo izquierdo y subió la manga del jersey, deslizando el cúter por todo su antebrazo. La sangre cayó en el cáliz con una rapidez pasmosa, sintiendo su llamada. Aurora, histérica y desangrada, perdió el conocimiento, no sin antes escuchar lo que ya sabía:
—Tu alma es importante para mí.
El viento sonaba más salvaje que nunca, consciente de la oscuridad venidera. La mujer colocó el cáliz encima del libro abierto, pero antes de soltarlo por completo, sonó la campanilla de la entrada y una voz familiar resonó en la distancia:
—Aurora, querida, ¿dónde estás? Voy al almacén a recoger unos libros —dijo mientras se acercaba a la tempestad—. ¡Elsa!
La mujer giró la cabeza hacia la entrada del almacén y se relamió con gusto. Rosa, la dueña del local, presenciaba horrorizada la escena que iba a tener lugar.
—Hermana… me ha llevado muchos años encontrar tu paradero pero aquí estoy, a punto de comenzar una nueva era.
—No lo hagas, nuestro padre luchó contra esto, ¿por qué quieres revertir el camino? Te destrozaron.
—No, me iluminaron.
—No sabes el infierno que vas a desatar.
—No es un infierno, es equilibrio.
Elsa soltó el cáliz encima del libro y, automáticamente, las luces se apagaron, los cristales de las ventanas reventaron y el viento entró directo al cáliz, surgiendo un tornado de sangre que se fusionó con el libro, tirando a las hermanas al suelo, dejando a Rosa inconsciente y a Elsa fascinada porque el ritual había funcionado. Tras unos segundos, calma.
Aurora despertó al día siguiente en el hospital. Rosa cogía su mano.
— ¿Qué…? —balbuceó al verse llena de cables y con el brazo vendado.
—Tranquila, querida. Ya ha pasado.
—Rosa no entiendo nada. Esa mujer…
— ¿Recuerdas qué te contó?
Aurora, aún con lagunas del día anterior, relató la historia que le había contado Elsa.
—Es mi hermana, querida. Nuestro padre robó el manuscrito, pero nuestra madre me lo confió a mí. Tras el secuestro, Elsa se comportaba de manera extraña, preguntaba por él a todas horas y revolvía la casa en busca de alguna pista de su paradero. Me fui de casa, cambié de identidad y recuperé el manuscrito para tenerlo a salvo. Al haber pasado tanto tiempo, pensé que había desistido, pero me equivoqué y has pagado las consecuencias. Lo siento.
Un trueno sonó a lo lejos, la borrasca del día anterior había empeorado. Aurora miró por la ventana y vio un rayo caer en la montaña. De repente, sintió un latigazo en su brazo vendado, igual de intenso que la corriente de energía que había sentido al tocar a Elsa.
Su inquietud no pasó desapercibida para Rosa.
—Ya vienen.
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