LA LLAMADA
Por Magdalena Verd Noguera
05/11/2021
Eran las dos de la madrugada cuando una llamada telefónica quebró el silencio de la noche interrumpiendo su sueño. Javier se levantó sigiloso para descolgar el teléfono, pensando que las llamadas telefónicas a estas horas siempre producen desasosiego e intranquilidad, las llamadas que se reciben a estas horas son las que no pueden esperar y son siempre portadoras de malas noticias. Descolgó el teléfono y al otro lado del teléfono
escuchó a su hermana que le decía:- ponte en camino, mamá ha muerto hace unos minutos.
Helena, presintiendo lo que ocurría se levantó y se dirigió hacia él para abrazarle. Así permanecieron unos minutos llorando, después prepararon un ligero equipaje mientras comentaban cómo había sucedido.
Se dirigieron al tanatorio y cuando se acercaban al féretro notaron una calidez que emanaba del perfume de los numerosos ramos de flores y coronas.
Nunca había estado tan hermosa, le susurró Helena a su marido todavía embargado por la emoción y el llanto que le produjo aquel primer momento.
Con un rosario entre las manos, su imagen parecía arrancada de una estampa de santos, en su rostro sonrosado no había el más mínimo atisbo de sufrimiento, de él emanaba tranquilidad y dulzura matizada por una sonrisa tenue y sutil que al observarla parecía darse cuenta de la presencia de todos sus seres queridos, porque todos fueron a despedirse de ella. Su aspecto no dejaba entrever las penalidades que le había deparado su existencia, porque había formado un escudo de dulzura y cariño como blindaje a aquella larga y dura carrera contra la adversidad que fue su vida.
Observándola en su féretro, Helena trató de imaginarse el ostracismo en que vivió, el largo silencio que fue su vida. Esa historia que a fragmentos le había contado su marido y que juntos investigaban para llegar a descifrarla por completo y comprobar que las mayores adversidades no habían mermado esa extraordinaria capacidad para salir adelante, dar cariño y transmitir alegría que la caracterizó hasta el último momento.
Hizo frente a las circunstancias que la acompañaron con un pacto de silencio efectuado consigo misma. Supo desarrollar una vida al margen del entorno del que formaba parte desde su matrimonio, para que sus hijos llevaran una vida normal y no se vieran afectados por la época de sordidez, carestía, dureza económica, por las crueles habladurías, desprecios y la marginación impuesta por unos vencedores.
Recordó aquella Navidad que pasaron con ella, la última de su larga vida, cuan- do un día antes de su regreso, a hurtadillas y con manos temblorosas abrió el mueble bajo del reloj de pared y con el máximo de los secretos les entregó una cartera decolorada y vieja que había mantenido escondida más de cincuenta años y como todavía con miedo, con voz queda y casi a oscuras les relató algunos de los secretos inconfesados hasta la fecha sobre las actividades de Marcos, su marido y desconocidos para el resto de su familia.
La cartera curtida por el tiempo custodió en silencio su más preciado tesoro, las cartas que le remitió su esposo durante su larga y forzosa ausencia y así como los documentos que recibió al fallecer. Tenía dos fuelles laterales. En uno permanecía escondida y pegada a los bordes una libreta muy deteriorada con las esquinas desgastadas, y las hojas marchitas y amarillentas .En el otro lateral estaba su billetera con documentación personal y una factura doblada, crujida con manchas de sangre que durante más de cincuenta años había guardado en silencio muchos secretos. Además de la factura de pago era la garantía de compra de un reloj en una relojería ubicada en el 34 de la Rue du Cotton de en Hanoi. Las cartas recibidas en el transcurso de los años de exilio las guardó con todas las pertenencias recibidas y las quiso guardar en un lugar seguro.
La entrega de los documentos además de sobrecogerles despertó un enigmático interés en ambos. La factura fue un hallazgo casi mágico que se erigió en talismán de un largo recorrido a través del misterio, la historia y la intriga.
Regresaron a su casa en el último avión. Silenciosos con el semblante triste y cansado entre café y bocadillo tras la larga espera hicieron cábalas y por sus mentes iban desfilando preguntas, especulaciones, intrigas, secretos y misterios indescifrables sobre el contenido de aquel manuscrito que habían empezado a leer y que les costaba interpretar dada su complejidad. Ahora más que nunca les apremiaba el interés por descubrir su significado. Se preguntaban si sería un diario de guerra si las palabras entrecomilladas o subrayadas serían claves de operaciones de guerra o secretos de Estado comprometedores, un sinfín de ideas corrieron por su imaginación acortando la larga espera.
La libreta manuscrita era un diario personal escrito en español y un cuaderno de notas en el que se podían leer nombres de mujeres en francés; Eliane, Claudine, Huguette, Beatrice. Operación Castor. El 26 de Octubre de 1946. Operación W 74. La Ruta RC4. General Trin Minh The. Palabras en vietnamita, esquemas dibujados a lápiz, el plano de una carretera que hacía frontera con China en la que estaban subrayadas a lápiz las ciudades de Dien Bien Fu y Gia Lam. El otro plano se trataba de la carretera de Haiphong a Saigón. Otros nombres eran Ha Long, Bahía de Tonkín, la montaña Sagrada.
¿Quiénes eran y qué significaban aquellos nombres de mujeres en francés? ¿Qué pasó el 26 de Octubre de 1946? ¿Qué era la operación W 74? ¿La Ruta RC4? ¿Quién era el General Trin Minh The? ¿Qué pasó con él? ¿Qué significaban Dien Bien Fu y Gia Lam? ¿Qué era la Operación Castor? Todo era como un jeroglífico indescifrable. Cuantas más dificultades se presentaban, más fascinación sentían por su descubrimiento.
Hanoi
Helena sabía que la sensualidad asiática podía llegar al interior de los sentidos y ser capaz de despertarlos. Tenía claro que la perla de oriente o el París asiático, así se llamaba a Saigón la capital de la Conchinchina en la época colonial de Indochina era capaz de hacer aflorar a la superficie las mayores emociones. Había elegido el Hotel Continental, lugar de tertulia de militares, legionarios, reporteros, corresponsales de guerra, fotógrafos y escritores de todo el mundo. Sede de emisoras de radio de todo el mundo. Le llamaban Radio Catinat, por su ubicación en la Rue Catinat.
Al entrar en él Helena ya sintió la magia oriental y quedó fascinada al atravesar la recepción y contemplar las arañas colgantes de los techos, el mobiliario de los salones conservado igual que la época colonial. Comprobó que los ecos de la guerra resonaban en él. Era un auténtico viaje en el tiempo.
La calle, rebautizada ahora como Dong Khòi y arteria principal del comercio de la ciudad con su explosión de color, luz y neones, atraviesa la plaza Lam Son, donde estuvieron los consulados, embajadas y sedes de periódicos igual que los sórdidos cabarets y clubs de jazz de la época colonial. Se percibía el bullicio y actividad de una gran ciudad comercial a caballo entre oriente y occidente con el contraste que proporcionan los comercios modernos y chics con los orientales.
Por unos segundos se trasladó al pasado y se imaginó como una observadora invisible sentada en la terraza.
Allí estaban los hombres y mujeres más elegantes de Saigón. Ellos con sus trajes blancos impolutos y sombreros, ellas con elegantes trajes de diseño parisino, con sombreros y pamelas a juego. Tomaban sus cocteles y Martinis antes de irse a comer. El ronroneo de los diferentes idiomas se mezclaba con la música melódica del pianista que amenizaba el ambiente. Era el lugar de reunión preferido para evadirse y crear un mundo ficticio delante de una botella abierta cuando fluían los recuerdos y desaparecían los rencores delante de una copa aromatizada. La terraza estaba decorada con hermosas sillas y mesas de bambú, en la barra había unos taburetes octogonales. Este lugar era el preferido por la clase más selecta, allí exhibían su elegancia europeos, aristócratas vietnamitas, nobles anamitas que formaban la corte del Emperador Bao Dai, reporteros de guerra, periodistas de todo el mundo, comerciantes chinos y gente adinerada, casi todos iban en busca de las bellísimas “mademoiselles conchincinnoisses” que se paseaban por las afueras del hotel para convertirlas en sus concubinas. Las más cotizadas habían pertenecido a la corte del emperador, eran más bellas y procedían de la provincia china de Si- Chuan, donde las mujeres tienen la piel más blanca y fina.
Cada noche, antes de acostarse se sentaban en la terraza del Hotel y comentaban lo visto durante el día y preparaban la ruta del día siguiente. Experimentaban una gran fascinación al estar sentados en aquella terraza y conjuraban la herencia colonial francesa y se imaginaban rodeados de soldados franceses, legionarios, periodistas, soldados de otros países, chicas de vida alegre, las famosas congais congregadas alrededor de la zona en el otrora sórdido barrio repleto de bares y fumaderos de opio donde armaban jolgorio en plena calle conquistando a los occidentales para evadirse de la guerra.
Visitaron un multicolor templo Caodaista. Oyeron misa cantada por un coro de adolescentes. Observaron el reverenciado Ojo Divino que presidía la entrada.
Llegaron a Hanoi y recorrieron las calles agrupadas por gremios como Hang silck, Hang Duong Hang Bong. En la época de Indochina se llamaba la ciudad de las treinta y seis calles. La Rue du Cotton, du Soie, du Chauvre, du Papier, des Bambous, des Solailles des Voiles, des Joailles, Rue Paul Bert. Caminaron entre el bullicio que emanaba de los pequeños comercios que vendían toda clase de artículos, desde arroz, sopa de soja, frutas, vestidos, seda, bolsos, zapatos, artículos deportivos, perfectas falsificaciones de multinacionales americanas, bordados en seda y muchas cosas más. Los niños sonrientes y juguetones corrían entre la muchedumbre. Javier se sobrecogió al escuchar las palabras: “la Rue du Cotton “. Aquellas palabras le transportaron a su infancia a aquella época para él de desconocimiento absoluto de la situación y de las terribles circunstancias por las que atravesaban sus padres, uno por un lado y otro por otro lado bien diferente. Recordar su infancia se había convertido en un pesar, en algo que le hacía sentirse culpable sin serlo. A medida que fue descubriendo aquel pasado su cuerpo parecía iba acusando sentimientos diversos, a veces de culpabilidad otras de remordimientos por no haberse dado cuenta de las cosas que ocurrían, por no haber preguntado, por no haber indagado; pero es que solo era un niño. Siguió caminando pensativo por aquella calle cuando un flechazo le recorrió todo el cuerpo al pensar como su padre había malgastado su juventud y su vida por Quizás había pisado por donde él ahora pisaba. El nombre de aquella calle parecía repetirse en su mente sin cesar.
-Es increíble, no me lo puedo creer, todavía está la relojería, dijo Javier con voz entrecortada. Se detuvieron y la observaron unos minutos desde la acera de enfrente. El rotulo decía “Antique Horlogerie” seguida de unas palabras en vietnamita. Era la misma sin lugar a dudas. El silencio que les había invadido solo se interrumpió por los suaves clics de la cámara de Helena que sin mediar palabra y de forma impulsiva, atravesó la calle y entró en la relojería. De pronto se sintió invadida por una sensación de opresión. Estaba de pie ante el mostrador sin poder articular palabra. Se sentía sudorosa, agitada y sentía a su corazón palpitar de forma alocada. Observó tras ella a su marido pálido y con los ojos ligeramente húmedos. Helena que había cogido la factura de las manos de su esposo, la extendió sobre el mostrador ante la observación atónita de los dueños que la tomaron entre sus manos y sonrieron emocionados al verla. Hablaron unas palabras entre ellos y la fotocopiaron. La pareja eran hermanos. Nietos de los fundadores de la relojería, que, seguramente fueron los que vendieron el reloj a Marcos y le dieron aquella factura, que prometieron ponerla en un lugar destacado y visible como si de un cuadro valioso se tratara. Se despidieron de forma cordial con la sensación de haber conocido a unos familiares. Fueron unos minutos entrañables.
Al llegar al hotel Helena releyó por enésima vez a Javier la carta que su padre mandó desde Saigón.
Saigón 21 Febrero de 1954
Queridísima Elisa y queridísimos hijos:
Después de un larguísimo viaje hemos llegado a la capital de Indochina Francesa, que se halla a más de veinte mil kilómetros de ésa. Este hecho me ocasiona un enorme sufrimiento, porque me recuerda lo lejos que estoy de vosotros. De cada vez hay más kilómetros entre nosotros. Hace un calor sofocante. Hay muchísimos mosquitos y pasamos mucha sed porque el agua no es potable y nos la hierven. Aquí los mosquitos abrasan. En este país hay animales salvajes, gatos monteses enormes, serpientes, que cuando vas por la selva son peligrosísimos. Dentro de poco me asignarán un nuevo destino. Ahora estoy haciendo guardia en el Aeropuerto de Gia Lam. Estoy en un torreón que me sirve de refugio cuando hay bombardeos. Aquí no nos dejan parar nos levantamos a las cinco de la mañana y hasta las diez de la noche no nos acostamos. Perdona que no sea más extenso, pero estoy muy decaído moralmente, no tengo ni ánimos de escribir y tú sabes que lo único que me motiva y amo realmente es a ti y a los niños. Escríbeme y cuéntame muchas cosas de los niños y tuyas.
Sabes que las cartas que recibo escritas por ti y por los niños con sus palabras suavemente temblorosas e infantiles en las hojas rayadas y arrancadas de los cuadernos de la escuela me reconfortan y son las únicas ventanas hacia la esperanza.
Mándame una medalla de la Virgen del Valle, así me ayudará a ser más fuerte.
Recibid muchos abrazos y besos de quien jamás os olvida.
Marcos
Prosiguieron el viaje y visitaron el aeropuerto de Gia -Lam donde falleció Marcos y desde donde escribió la última carta.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa SuperiorOtros relatos
Ver todosCUIDADO CON EL BOTÓN, LA VOZ QUE TE CUIDA- Carolina Rincón Florez
Carolina Rincón Florez
04/11/2024