LA RAMA – Conchita Bernad Moreton

Por Conchita Bernad Moreton

Tablada. 17:35 horas.

¿Qué hago en una estación de tren? ¿Tablada? ¿De qué me suena Tablada?

Estoy totalmente desorientada y, sin embargo, tengo la sensación de que ya he estado aquí alguna vez. Quizás me he quedado dormida y el tren se ha marchado. Pero no tengo nada claro cómo he llegado hasta aquí y por qué estoy en este apeadero.

No veo a nadie alrededor. Es todo muy extraño. No me acuerdo de nada. ¿Por qué no me acuerdo de nada? Si tan solo pudiera recordar algún pequeño detalle… Tengo que hacer memoria, pero me duele la cabeza. Tal vez en el edificio de la estación alguien me pueda ayudar. Me acercaré a la taquilla.

¡Qué contrariedad! No veo a ninguna persona. Ni siquiera un gato. Esta parada de tren está totalmente vacía de gente. ¿Estará en desuso? ¿Por qué está todo tan silencioso?

En el edificio no hay ninguna luz encendida y no parece haber nadie dentro. Todo está cerrado. Me da muy mala espina.

Ya sé, buscaré un teléfono para llamar. Pero… ¡Qué ridiculez! ¿A quién voy a llamar si no me acuerdo ni de mi nombre? De todas formas, parece que tampoco tengo dinero en ninguno de mis bolsillos, ni veo cabina telefónica alguna.

¿Y esta ropa tan rara que llevo puesta? No recuerdo habérmela puesto. ¿Y por qué llevo un pañuelo al cuello? Al menos voy vestida.

Ahí hay tirado un macuto. Tal vez sea mío. Miraré por si hay algún carné o un objeto que me dé alguna pista acerca de quién soy y por qué estoy aquí.

¡Cómo pesa esta mochila! No veo ningún nombre escrito y en los bolsillos pequeños no hay nada que me pueda ayudar a recordar. Quizás ni siquiera sea mía. Lo sacaré todo y haré inventario de lo que hay. Veamos. Ropa de abrigo, un saco de dormir, una esterilla, comida… ¡Comida! Tengo hambre. ¿Qué demonios me está pasando? Estoy perdida, sin saber quién soy y en estos momentos me apetece comerme un bocadillo. ¿Y si estuviera envenenado? ¡Pues qué se le va a hacer! Me lo voy a comer y tal vez vaya acordándome de algo.

Sigo con el inventario. Más comida, agua, una linterna… ¿Qué ha sido ese ruido? Solo un búho, ¡qué susto me ha dado!

 

19:40 horas.

Ya está anocheciendo y sigo como al principio. Voy a darme prisa a ver si encuentro algo que me ayude a esclarecer esta situación.

¡Vaya, esto parece interesante! En la mochila también hay una brújula y un mapa con una ruta marcada. Parece que me gusta la montaña, bueno, a mí o al dueño de este macuto, porque a lo mejor no soy yo. Después miraré el itinerario con detenimiento.

¡Qué decepción! Entre las pertenencias revisadas no hay ninguna identificación que me ayude a saber algo más acerca de mí. Empiezo a agobiarme un poco. ¿Es posible que me haya dado un golpe que me haya provocado amnesia? Quizás por eso me duele la cabeza. Por lo demás, parece que estoy bien, porque no me duele nada más.

¿Habrá alguien buscándome? En tal caso, ¿cuánto tiempo llevará haciéndolo? A lo mejor nadie sabe que estoy perdida. No sé qué hacer. Ya es noche cerrada. Será mejor que descanse un poco bajo ese soportal del edificio de piedra. Estoy un poco confusa. Tengo sueño y sin luz no voy a poder hacer nada más. Descansar quizás me ayude a recordar algo.

 

7:00 horas.

Ya amanece. En la estación sigue sin haber actividad de ningún tipo y, por lo que observo, no parece que la haya habido en mucho tiempo. Esto empieza a ser preocupante. Al menos esperaba ver al jefe de la estación o a un guardagujas en su puesto de trabajo, pero no hay movimiento alguno.

 

12:23 horas.

Es mediodía. Todavía no ha pasado ningún tren, ni siquiera un senderista. ¡Nadie! Estoy totalmente sola, tan sola que no puedo ni hacerme compañía a mí misma porque ni siquiera me acuerdo de quién soy.

Tal vez si me adentro en el bosque pueda encontrarme con alguien. Seguiré la ruta trazada en este mapa ya que es posible que me lleve a algún sitio que conozca. Pero, ¿y si me pasa algo? Tal vez esté cometiendo una locura. Creo que debería quedarme esperando en la estación. En algún momento vendrá alguien que pueda ayudarme, ¿no? ¿Y si no viene nadie?

Bueno, voy a recorrer unos pocos kilómetros y luego vuelvo a la estación. Tengo la brújula y el mapa, así que no me perderé. Al menos, ya no me puedo perder más de lo que estoy.

Echo un último vistazo al edificio de piedra del apeadero, así como al cartel que reza “Tablada”, y respiro profundamente antes de dirigirme al bosque.

 

15.00 horas.

¡Qué bonito es este bosque! ¿Es posible que haya estado aquí antes?

Una bofetada de aire fresco me sacude y me despierta súbitamente de mi reflexión, lo aspiro con fruición, es limpio y huele a pino y roble. Tengo la sensación de que no es la primera vez que respiro este bálsamo que tanto me está gustando.

Ese olor tan característico del bosque que, entremezclado con el de la tierra mojada, me transporta a aquellos días en los que… ¿en los que… qué? Casi lo tenía. Se me ha vuelto a olvidar.

 

17:02 horas.

Sigo caminando sin ver un alma por el camino. Comienzo a estar abatida y desesperada. ¿Qué es lo que me ha pasado? No encuentro respuestas y, además, me sigue doliendo la cabeza.

Decido tumbarme entre los pinos y sobre una improvisada cama de hojas aciculares ya amarronadas. ¡Cuántas veces se me habrán clavado en la palma de la mano y las rodillas! Me veo sonriendo al recordarlo. ¡Vaya! Aunque no me acuerdo de nada, parece que he tenido alguna grata experiencia pasada en algún bosque.

El aroma del bosque, el inconfundible sonido del crujido de las agujas de los pinos y maderas bajo mis pies, esa perenne humedad en el ambiente en los ocasos de otoño… Al menos estoy recordando sensaciones que me hacen sentir bien.

El bosque me obsequia con un bonito canto de acentores. Es curioso, me acuerdo del canto de un pájaro, pero no recuerdo ningún aspecto concreto de mi vida.

Mientras escucho el piar, sigo tumbada, respirando el límpido aire. El viento trae consigo una deliciosa fragancia que cabalga entre las ramas de los árboles. Pareciera como si la brisa fuera capturando todas las esencias que se encuentra en su vaivén y me las ofrendara para mi deleite.

De mi boca sale una bocanada de vapor tras expirar profundamente. Está refrescando, pero no me importa. El bosque me embarga, me envuelve. Me siento a gusto. ¡Qué bien huele! Estas sensaciones me agradan, pero sigo sin saber quién soy y por qué estoy aquí. ¡Qué fatalidad!

Ha comenzado a llover y, automáticamente, saco una capa de agua de la parte de arriba de mi macuto. De repente, caigo en la cuenta de que sabía que tenía que hacerlo. ¿Por qué lo sé?

Me pongo la capa para no mojarme y cierro los ojos para escuchar el repiqueteo de las gotas chocar contra ella. Recuerdo que, en otros tiempos, cuando salía de excursión a la sierra procuraba tapar mi macuto y no mojarme los brazos y piernas a la vez… Sí, creo que no es la primera vez que he venido al bosque. Voy a cerrar los ojos para relajarme un poco. Estoy tan cansada que, quizás, por eso no me acuerdo de las cosas.

 

18:43 horas.

¡Vaya, por Dios! He debido quedarme dormida y estoy totalmente calada, menos mal que hay muda de repuesto en la mochila. Mi capa, totalmente inútil a estas alturas, deja escurrir una cascada de gotas cuando me levanto del suelo. También me he clavado en mis manos, ¡cómo no! las dichosas agujas de pino.

Me pondré en marcha otra vez. ¿Qué estaba buscando? Ya me acuerdo. A alguna persona que pueda ayudarme, por eso tengo este mapa en las manos, para llegar al destino en donde, quizás, me encuentre con alguien… Caminar entre los pinos me está viniendo bien. Es posible que esté recuperando retazos de mi memoria.

El bosque huele hoy especialmente bien. Muy intensamente. Creo que llevaba mucho tiempo sin inhalar el maravilloso olor de los pinos…

 

19:52 horas.

El día ha pasado rápido. En breve el sol se ocultará entre las montañas y no veré bien. No he llegado a ningún sitio que conozca, ni he visto a nadie por el camino. Quizás deba acampar para pasar la noche. Menos mal que ha dejado de llover.

Me gustaría hacer una pequeña hoguera, pero tengo la sensación de que ya no se puede encender fuego en el bosque. Sin embargo, puedo recordar cómo me hechizaba el crepitante sonido de la madera y cómo sus llamas provocaban un cálido rubor en mi cara en las gélidas noches de campamento. Más allá del protector anillo de fuego, la oscuridad y el frío nocturno se me antojaban desapacibles y un tanto aterradores, como también lo era ser testigo mudo de cómo los últimos rescoldos de la hoguera intentaban sobrevivir, vanamente, al frío que les rondaba.

¿Un campamento? ¿Salía de campamento?

¡Qué bien huele el bosque esta noche! Ya no me duele la cabeza. Empiezo a sentirme mejor.

Ya sé lo que voy a hacer, prepararé un vivac con ramas de pino para pasar la noche un poco más protegida del frío.

No me ha resultado difícil construir el pequeño vivac. Con la cuerda pita que he encontrado en el macuto he podido unir las ramas con prácticos nudos para que aguanten firmes durante la noche. ¿Cómo he sabido hacerlos? Otro misterio para sumar al de mi nombre.

Sé que estoy sola en medio de un bosque, pero no albergo ningún sentimiento de soledad a pesar de que parte de mi memoria está aislada de mí.

 

22:31 horas.

Ya es hora de dormir. Quizás sueñe cómo recordar quién soy.

Las ramas de pino del vivac me protegen, su olor me aletarga, me está entrando sopor.

 

0:04 horas.

A media noche me despierto sobresaltada. Acabo de caer en la cuenta de que tengo programada una ruta de orientación junto a un compañero por la Sierra de Madrid y que mañana he de reunirme con mi grupo Scout en el búnker de Tablada. Llevo puesto mi uniforme Scout con la pañoleta al cuello. Y, efectivamente, la mochila con las pertenencias que he estado llevando todo el tiempo es mía. Pero, ¿dónde está mi compañero?, ¿por qué la estación estaba tan solitaria?, ¿por qué no puedo acordarme de lo que hice ayer?

¿Por qué sigo sin poder recordar mi nombre?

 

Madrid. 16:22 horas.

¡Pero bueno! ¿Y ahora por qué estoy sentada en un sillón? ¿Abuela? ¿Quién me está llamando abuela si soy Alfonsa? ¡Ah, es mi nieta Claudia!

¡Puff! He debido de quedarme dormida otra vez. Me entra sopor cada vez que escucho el murmullo de la lluvia. ¿Y con qué me estoy pinchando en la mano? ¡Claro, la rama de pino que me trajo Claudia de su última excursión a la sierra! ¡Qué bien huele!

 

 

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