LÁGRIMAS DE TINTA NEGRA – Daniel Aristizabal
Por Daniel Aristizabal
Después de haber pasado toda la noche llorando, ahogando cada lágrima de rímel en copas de vodka que terminaron con la botella entera, Joanna se despertó a la mañana siguiente y le bastó con mirar el reflejo que le devolvía su amigo el espejo del tocador: volvía a ver a aquel joven de Barcelona de apenas veintidós años que había llegado a la capital con una maleta llena de sueños, quería ser aquello que en su casa no le permitían ser, una mujer. La primera parada de su gran viaje antes de convertirse en Joanna fue un apartamento del centro en el que se alojaban las dos joyas principales de esta historia. La decisión de alquilarle una habitación del piso al joven Xavi (el nombre que tenía antes de Joanna) la tomó América, la mujer más mayor y la más -digamos- experimentada. Sus tareas eran sencillas; limpiar la casa, preparar la Elas que convivió Xavi estaba formada por América, la mujer cuya edad rondaba entorno a los sesenta y pocos, y Katiana, una joven pelirroja que huyo de casa con diecinueve años y encontró cobijo en los brazos de América, quien la convirtió en la mujer que es hoy. Sí querido lector, estamos hablando de un piso en Madrid habitado por dos transexuales, y vaya dos mujeres, qué digo mujeres, ¡Vaya dos REINAS!
Katiana tenía un trabajo del que Xavi no supo mucho, por más que preguntara la respuesta siempre era la misma: “No es de tu incumbencia, bombón”. En el caso de América era todo lo contrario ya que se enorgullecía de trabajar en el casino Imperial, la sala más grande de la capital situada en lo alto de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. En el casino había espectáculos de Drag Queens todas las noches (y era famoso por eso), pero América no era una Drag Queen, ella y algunas compañeras se encargaban de satisfacer las morbosidades de la gran mayoría de clientes del casino, aquellos que mentían a sus mujeres y las hacían creer que llegaban tarde por una imprevista reunión de trabajo, una reunión que en realidad era una liberación de su lado más salvaje, por decirlo de algún modo. Todas las historias que América recopilaba a lo largo de su jornada laboral se las contaba al joven Xavi, quién admiraba a sus dos compañeras de piso por mostrarse ante la sociedad tal y como eran.
Pasados unos meses, Xavi decidió experimentar con la juventud de Madrid. Salía con Katiana por las calles del barrio de Chueca, donde seducía y se dejaba seducir por aquellos que deseaban probar al joven catalán. Fue en una de estas noches donde Xavi conoció el dolor que ahora volvía a atravesar el corazón de Joanna. Él se llamaba Cayetano, tenía la misma edad que Xavi, vivía con unos amigos en una de las calles del centro y se encargó de llenarle la cabeza de pajaritos azules salidos de una película de Disney que se habían alimentado de ilusiones y palabras vacías. Katiana intentó advertir a Xavi:
- Nene, esto me huele feo. Solo os habéis visto un par de veces y ya te está pidiendo que os vayáis a vivir juntos. -se sinceró, si algo le gustaba a Katiana era decir lo que pensaba. – Imagínate que solo es un niño rico que quiere llenar el vacío de sus padres, en esta condenada ciudad hay miles que son así.
Pero allí estaba América para interrumpir el discurso de Katiana. En la casa de las reinas nadie podía inmiscuirse en la vida de nadie, cada una debía aprender sus propias lecciones. Y así fue, pasaron las navidades y entró el año nuevo. Año nuevo, novio nuevo, aquello fue lo que ocurrió, Cayetano desapareció de la vida de Xavi tan rápido como había llegado, sin dejar una nota de despedida, sin coger las llamadas, sin responder a los mensajes, sin darle las gracias por su tiempo. Cayetano se esfumó y el corazón de Xavi se estampó contra lo que Katiana llamaba el duro muro del non merentur amores, una loca teoría que trataba de justificar que los gais y los transexuales rara vez conocían el amor de verdad:
- Así son las cosas, bombón. – le dijo una vez desde el marco de la puerta de la habitación de Xavi, mientras el joven sollozaba en la cama. – Nuestras historias de amor pueden empezar como la de los heterosexuales: nos enamoramos perdidamente y llegamos a perder el culo por otros, pero a la hora de la verdad, en cuestión de semanas, meses e incluso días, todo se va al garete. Yo lo llamo el muro del non merentur amores, un obstáculo que rara vez conseguimos superar. Esta sociedad nos respeta, nos incluye e incluso nos llega a admirar, pero no nos quieren, no existe un “y vivieron felices y comieron perdices”, nosotros los transexuales, los gais e incluso alguna que otra lesbiana, estamos condenados a escuchar un sinfín de te quieros vacíos. – hizo una pausa para secarse la lágrima que comenzaba a asomar por su rostro. – ¿y sabes qué es lo peor? Que nunca nos rendimos, seguimos intentando encontrar a esa persona que nos haga sentir especiales. Da igual las noches que pasemos en vela, desoladas y sin consuelo. Da igual cuantas veces recojamos del suelo los pedazos de nuestro corazón, siempre los volveremos a juntar para dárselo a la primera persona que nos diga un par de palabras bonitas acompañadas de una sonrisa. Para luego terminar estampados en el muro…
Las noches de Xavi fueron muy duras, pero destaca la noche en la que pensó en quitarse la vida desde lo alto de la azotea del edificio. Aquella noche había encontrado la botella de Wiskey de Katiana y se había sentado en el sofá con el propósito de acabársela. Estaba solo en aquella ciudad, tenía a sus dos amigas, pero en su interior se sentía vacío, solo e incluso roto, Cayetano había jugado con sus sentimientos y había terminado bailando sevillanas encima de su corazón. Subió a lo alto de la azotea y contempló las luces de Madrid desde lo alto, “maldita ciudad” dijo mientras miraba al vacío, a punto estuvo de tirarse cuando Katiana y América le sujetaron. La Reina Madre había salido del trabajo porque no le gustaba la idea de dejar al pobre Xavi solo en casa, ella conocía aquel dolor mejor que ninguna, y Katiana volvió por intuición femenina. “No seas bobo” le dijo América a Xavi, “No te quites la vida por alguien que no supo valorar el tesoro que tienes en tu interior”. El interior de Xavi era aquello que hoy en día se llama Joanna y aquellas palabras despertaron a la tercera reina.
Las Reinas ayudaron a Xavi a elegir su nombre de mujer, es (en mi opinión) lo más importante del proceso. Desde aquel día, 13 de junio de 1986, Xavi había muerto y Joanna había nacido. Cuando llegó el momento de comenzar el tratamiento hormonal, Joanna se paró en seco y se tomó un tiempo para despedirse de Xavi y del hombre que le había partido el corazón y le había llevado hasta el límite de los límites. Lo único que no llegó a hacer fue someterse a las operaciones, no se hizo un aumento de pechos y no se tocó sus partes íntimas, motivo por el cual Katiana la comenzó a llamar “travelo”, algo que terminó siendo cómico y que perdió el peso ofensivo que tenía al principio. Joanna recibió la bendición de América pasados dos años, ya era toda una reina con una colección impoluta de pelucas y vestidos y le faltaba cada vez menos para convertirse en una mujer.
Joanna, ahora de treinta y dos años, recordaba con cariño la primera vez que se miró a un espejo con veinticuatro años, con su melena rubia peinada y aquel vestido negro ceñido a su femenina figura que le habían regalado las reinas. Ahora se secaba las lágrimas y sonreía al recordar las últimas palabras de América.
Meses después de darle su bendición a Joanna, América enfermó gravemente y fue ingresada en el hospital, los médicos no le daban sino un par de semanas de vida. El cáncer pulmonar de América llevaba muchos años en su cuerpo, durmiendo hasta aquel momento. La vida de América se consumía, su cuerpo esquelético yacía en la cama de la habitación de un hospital cercano al casino en el que había trabajado desde sus dieciocho años. Desde la ventana de su habitación podía ver cada noche el brillo de las luces de neón de la fachada del casino Imperial y sonreía mientras cerraba los ojos y soñaba con volver a caminar por aquellos pasillos luminosos donde había sido tan feliz, donde había recopilado toda su colección de anécdotas. Joanna fue a visitarla todos los días, hablaba con ella y escuchaba sus historias, la acompañaba y ayudaba a las enfermeras a alimentar a la Reina de las reinas. Un día América la tomó de la mano y la acercó, acarició su mejilla con dulzura y le dijo:
- No dejes que ningún hombre te vuelva a hacer daño, no dejes que te pisoteen, haz que te respeten y déjales que te quieran. No te juntes con gente que no te aporte nada, rodéate de aquellos que demuestren que merecen tu compañía, Joanna. Si quieres tener una buena vida… como la que he tenido yo, no luches contra monstruos contra los que no te corresponde luchar, no trates de controlar lo incontrolable, muévete allá donde te lleve la corriente, disfruta de cada amanecer y de cada anochecer y, sobre todo, disfruta del presente, olvida el pasado y recibe el futuro con los brazos abiertos.
El final de América no fue triste, había tenido una buena vida y a sus sesenta y cinco años había viajado a casi todos los países de la mano de sus mejores clientes, había probado todo tipo de alimentos, había reído, llorado, bailado y cantado a pleno pulmón. Y ahora había dejado el linaje de las dos reinas y sería recordada en el casino Imperial por ser la mejor directora del casino. Comenzó trabajando como dama de compañía y terminó dirigiendo el casino (sin dejar de atender a su fiel clientela) pequeños regalos de la vida que se ganan con esfuerzo y con la inteligencia que tenía América.
Joanna la recuerda todos los días, no solo porque trabajaba en el casino Imperial, también porque muchos de los vestidos que América utilizó en su juventud los tenía ahora Joanna en su armario y los lucía en ocasiones especiales. La noche en la que se citó con la botella de vodka y su corazón roto, llevaba puesto un vestido rojo con un escote en V que estaba abierto por un lateral para que se vieran las finas piernas de Joanna hasta el muslo, ahora ese vestido estaba en el suelo como un trapo viejo, y todo por un hombre, por un maldito hombre que la había vuelto a romper el corazón.
Katiana terminó por desvelar su verdadero trabajo tras la muerte de América, se prostituía en el parque del Oeste, algo que la avergonzaba, aunque Joanna no le dio tanta importancia. Lo hacía para poder llevarse un plato caliente a la boca y poder pagar el techo bajo el que vivía. Tras la muerte de la Reina Madre, las dos reinas se presentaron en el casino Imperial dispuestas a cumplir el testamento de América, en el que se estipulaba que el dueño del casino debería darles un puesto de trabajo digno, para así conseguir que el linaje de América no cayese en el olvido. Joanna se convirtió en directora de los espectáculos de Drag Queen y Katiana se encargó de expandir los servicios de compañía que ofrecía el casino; no solo habría mujeres, sino también hombres y transexuales. Aquella medida fue todo un éxito y el director del casino Imperial se llenó los bolsillos, al igual que las dos reinas.
Y así llegamos a la actualidad, donde os desvelo la identidad del hombre que le había roto el corazón a Joanna. Os hablo del hijo del director del casino Imperial, César, un treintañero rico que sonreía de forma pícara a Joanna, que la alagaba cada vez que terminaba un espectáculo, la miraba con ojos melosos y con el que había pasado muchas noches en la intimidad de una habitación de hotel. Realmente no le había roto el corazón, simplemente la había confundido al decirle “te quiero”. Hay que tener en cuenta que César es un hombre casado y que probablemente se tratase de otro juego cruel como lo ocurrido con Cayetano. Después de aquel intento de suicidio alimentado por la tristeza y el wiskey, Joanna se comprometió a no volver a probar ni una sola gota de alcohol, una promesa que se vio obligada a romper la noche en la que lloró por miedo a no saber a qué se refería realmente Cesar con aquel “te quiero”. Joanna se había vuelto a caer, pero estaba dispuesta a volver a levantarse, por América, por ella y por todos los que merecen ser amados.
Sacó de su armario el vestido de cuero con hombreras doradas y el cinturón de Gucci, se puso sus tacones con estampado de guepardo y se colocó su peluca de cabello bicolor con la parte derecha blanca y la izquierda negra, se peinó, se maquilló y se perfumó. Antes de salir de casa cogió el bolso y las gafas de sol con el marco blanco con forma de gota inclinada y acentuada. Se subió en su Cadillac rosa y puso rumbo al casino Imperial.
Entró en el despacho de César sin llamar a la puerta, lo cual sorprendió al hombre trajeado que se encontraba sentado en su cómoda silla delante de un gran escritorio.
- No voy a llorar por ti, César. – dijo Joanna dejando su bolso sobre los papeles que había en el escritorio. – No dejaré que juegues conmigo, así que te voy a dejar las cosas muy claras.
- ¿Puedo levantarme y cerrar la puerta? – César era consciente del motivo que había llevado a Joanna a actuar de aquella forma, estaba dispuesto a tener aquella conversación, pero necesitaba un poco de intimidad. Joanna cerró la puerta de un portazo que perfectamente pudo haber hecho temblar toda la fachada del casino Imperial.
- Eres un hombre casado. – dijo caminando lentamente hacia el escritorio. – Tu mujer te espera en casa cada noche y tú te dedicas a…
- Nos estamos divorciando, Joanna. – le interrumpió de repente, luego se levantó para servirse una copa en el pequeño bar que se encontraba en la pared a pocos metros de su escritorio.
- .. – Joanna no sabía qué decir, aquella noticia no entraba en la lista de posibles excusas que César podría inventarse para justificar su comportamiento con ella.
- Me di cuenta de que no la quería, – una pequeña pausa para darle un trago a la copa que temblaba en sus manos y que le impulsó a sincerarse. – no soy como mi padre, eso lo tengo muy claro, yo sería incapaz de engañar a mi mujer durante toda una vida y de tenerla viviendo en una mentira. Quiero divorciarme de ella para… para poder estar contigo.
El tiempo se detuvo, el mundo dejó de girar para Joanna. Volvía a bailar en aquella pista de baile la noche en la que conoció a César, dejaban que sus cuerpos se moviesen al son de la música mientras todo a su alrededor pasaba a cámara lenta. César era el hijo de su jefe, un hombre que a lo mejor solo quería experimentar con Joanna tal y como pasó en su momento con Cayetano, a lo mejor el muro del non merentur amores volvía a aparecer para recordarle a Joanna la teoría de Katiana o a lo mejor solo tenían aquella relación porque Joanna era la que más dinero le hacía ganar. Ahora todas esas suposiciones daban igual, el temible muro de non merentur amores al que Katiana había dado forma había explotado en mil pedazos. Joanna y César volvían a bailar al son de la música y el mundo volvía a pasar a cámara lenta delante de ellos.
Como podréis imaginaros se besaron después de aquella revelación, fue un beso apasionado que llevó a que las persianas del despacho se bajasen y que del lugar saliesen ciertos gemidos, un tanto exagerados, que se convirtieron en el principal tema de conversación entre los trabajadores del casino durante un par de semanas.
Katiana continuó trabajando en el casino, compartió piso con Joanna hasta que ésta se mudó a vivir con César un par de meses después de anunciar su relación. Katiana resoplaba y apartaba la mirada cada vez que escuchaba la historia de Cesar y Joanna, aunque en realidad se alegraba de que su amiga, su hermana, hubiese logrado la vida con la que ella siempre había soñado. Después de todo, Katiana era una persona que había decidido apartar la mirada del amor y centrarse en alcanzar todas y cada una de sus metas. Ambas siguieron los consejos de América y hasta ahora llevaban una vida sumamente placentera, no tenían de qué quejarse.
El amor es como el juego de la ruleta; no basta solo con apostar al número que te llevará a la victoria, también hay que tener en cuenta el azar y no olvidar que a veces se gana y otras se pierde. Evidentemente, cuando se pierde podemos derramar muchos litros de lágrimas bañadas en maquillaje, o lo que es lo mismo para una Drag Queen, lágrimas de tinta negra.
RELATO DEL TALLER DE:
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04/11/2024