LAS PERIPECIAS DE UN RUFIÁN

Por Ángela Plaza

—¡Tabernero!  ¡Otra jarra, por gratitud!

—¡Idiota sería! —respondió este secando un vaso con tanta fuerza que pensé que lo rompería—¡Aquí ya no se fía, o pagas, o te secas el gaznate en el río!

—¡Pero buen hombre! —salté— ¿Así recompensáis a los que traen noticias de más allá del horizonte?

—¿Horizonte? —repitió él— ¡Hablas de reyes de los que nunca he oído, de reinos extintos, de monstruos, de paraísos! ¡Para escuchar cuentos me bastan los que cuenta mi mujer al mozuelo para dormir!

—¿Cuentos, decís? Oh, qué desfachatez —procuré que mi indignación resultase palpable— ¡Lo que digo es cierto! Tanto, como que a ese se le cae el moco como una vela.

El tabernero miró al tipo menudo y poco avispado que señalaba, y aunque tenía razón, ello no suavizó su expresión. Me miró fijamente.

—¡Mantengo lo que digo! ¿Por qué iba a creer semejantes patrañas, don caminante? No sé de dónde las has sacado, si de un borracho o un embustero, pero si tú mismo las crees… —sonrió— Te han dado gato por liebre, patán.

Me golpeé la rodilla con la mano, simulando estar más molesto de lo que en realidad estaba. ¿Cuándo dejé de ser un novato? Ya sabía que nadie creería mis historias, mas la llegada de un orador siempre aflojaba el bolsillo de algún curioso, y eso lo había conseguido. Me puse en pie reuniendo toda la dignidad que me era posible (es decir, mucha), y salí de allí a paso tranquilo y firme.

Sin embargo, dos individuos me siguieron, parándome cuando me disponía a tomar el camino real.

—¡Eh, eh, juglar! —llamó uno, de dentadura mellada, que me dirigió una sonrisa—. ¿Entonces es cierto lo que has dicho?

—Sí, —apoyó el otro, de cabellos grasientos— ¿Todo todito?

Relajé las facciones, simulé sorpresa y agrado mientras escrutaba a aquellos tipos con disimulo. Tenían mala pinta. Y yo sé sobre eso.

—¡Por supuesto! —Me hice el ingenuo—. ¡Yo no soy un mentiroso!

Detecté un movimiento en uno de ellos.

—¿Incluso lo del tesoro de la ciudad sumergida? ¿Incluso eso?

Sonreí. Necios.

—Incluso.

El de la dentadura mellada volvió a sonreír y, de pronto, me empujó con tanta fuerza que me tiró al suelo. El otro sacó una cuerda con un lazo que no tardó en rodear mis tobillos como si de un cordero me tratase.

—¡Fuerte, fuerte! ¡Antes de que eche a correr! —gritaron.

Oh, sorpresa. Sabían mi secreto. ¿Tan llamativo soy, diantre? Sé que contar historias entraña riesgos, pero por lo demás soy tan discreto como una oveja en su rebaño.

Sentí un nudo apretarse entre mis piernas. El mellado sacó un cuchillo y se agachó hasta mi cara.

—¿Ya no ríes, bicho raro? ¿Te has quedado mudo?

Mostré las palmas de las manos, conciliador.

—Caballeros, no tengo dinero ni pertenencias. Lo admito, mentía. Les ruego que me disculpen por hacerles ilusiones, pero sólo eran falacias. Por favor, no me maten.

Aquello les hizo dudar. Por desgracia, el mellado (que parecía el autor del plan) se recuperó enseguida:

—Bueno, eso ya lo averiguaremos. Marco, échale un vistazo a sus botas.

Con eso ya entendí todo, o al menos la mayor parte. Veréis, hace mucho tiempo, en una de mis  huidas por un crimen que no había cometido (no me dio tiempo a cometerlo), acabé colándome por error en la casa de un escritor. Este, que todo sea dicho, debía estar falto de ideas, vio por casualidad mis… extraordinarias capacidades en lo que respecta a velocidad, y pasado un tiempo me enteré de que se había hecho de oro publicando un libro sobre no sé qué botas que recorrían una distancia apabullante con cada paso. La gente se cree cualquier cosa.

—Pues yo las veo normales —respondió el tal Marco con mi bota en su pie— Está bastante gastada, si eso.

Bastante molesto me resultaba no haber ganado ni un centavo por la historia del escritor, así que pensar en que encima me robaran hasta los calcetines no era de mi agrado. Me harté de la función, rompí como si de un pelo se tratase la tosca cuerda que amarraba mis piernas y, aprovechando la sorpresa de esos individuos, eché a correr.  No os confundáis, mis buenos amigos. No corro como vosotros. Con una sola zancada de mis piernas me alejé más de cien metros de ese par.

Mi entorno se desfiguró. Los colores se mezclaron y los sonidos se amortiguaron como si llegaran a través del agua. Sentía calor en mis piernas, ardían. A veces pienso que tengo lava y no sangre en las venas y esa sensación siempre me ha fascinado. Corriendo me convertía en un ser tremendamente ágil, fuerte y, sobretodo, veloz, más que ninguna otra criatura sobre la tierra, más que ningún invento mecánico.

¿Por qué? Os preguntaréis. Tal vez porque mi nacimiento fue un evento extraordinario: Mi padre era poderoso, voluble e inquieto; un rayo cualquiera en una noche de tormenta. Mi madre en cambio era pesada, rígida y casquivana; la tierra de un monte perdido. Padre impactó en Madre, estalló en chispas y brilló como la luna llena antes de ser tragado por mi progenitora. No quedó ni rastro. Más algo se produjo allí. Nací yo, una criatura única, más propia del mundo de los cuentos. Mi cuerpo, que los primeros años cambiaba de forma y tamaño como le venía en gana, poco a poco aprendió a mantener una forma semejante a la humana, la de un hombre joven, que me permitía mezclarme con las personas y sobrevivir más fácilmente. La única diferencia, y es por eso que no soy afín a bañarme en público, es que mis piernas son duras y grises como una piedra.

Volviendo a lo que nos ocupa, terminé mi carrera y me detuve. Estaba lejos, muy lejos de aquellos dos tipos siniestros. A no ser que yo quisiera, jamás nos veríamos otra vez. Respiré hondo, jadeante. Me hallaba en una arboleda cálida y saturada de verde, donde llovía con ganas. Debía haber dado prácticamente la vuelta al mundo, porque la noche ya había caído en ese lugar.

Confieso que me distraje: me hallaba deleitado por la dulce sensación que sentía en mis piernas tras semejante carrera. Obnubilado cual imbécil, era un momento perfecto para ir a por mí. La lluvia ocultó el sonido de sus pisadas, y ni siquiera sentí la presencia de esa humana. Para cuando quise reaccionar, sentí «algo» rodeando mis piernas con la fuerza del legendario kraken. Caí manchándome de barro y agua. Mi confusión fue tal que tardé en darme cuenta de lo que estaba pasando.

Diablos, a veces soy realmente estúpido.
Miré hacia mis piernas, más por la posición que por la sospecha, y encontré un cordón rodeándolas. Parecía hecho de brillantes, los cuales relucían como si la luz de la luna les enfocase directamente. Sin embargo, no había luna que ver, estaba oculta por las nubes de la tormenta. Una sensación gélida recorrió mi espalda como una flecha. Instintivamente seguí el cordón con la mirada: un extremo se separaba de mi cuerpo, descansaba sobre el barro y acababa en unas manos delgadas que no reconocí, al estar al abrigo de la oscuridad que nos rodeaba. Tragué saliva, abrí la boca. Y tardé en poder hablar.

—Disculpa que no me levante —me mojé los labios. Tenía que pensar—. ¿Nos conocemos?

—Eres mío, criatura —respondió una rabiosa voz femenina y joven.

Mal comienzo.

—Qué desagradable —respondí— ¿He hecho algo para ofenderos, señorita?

La mano apretó el cordón. Dio un paso hacia delante, donde la escasa luz de la cuerda me permitió discernir que era una muchacha menuda, morena, y vestida de harapos. Una aldeana.

—No me hables así. —dijo— Te he capturado, por lo que ahora me perteneces.

—Oh, entiendo —respondí al instante. Observé el cordón.  Lo conocía. Era un lazo de cuello de estrella, una maravilla en sí misma. Desde hace muchos años corren rumores acerca de mi persona, en especial el de que un mago consiguió una vez capturarme. El muy ladino se las arregló para convertir una constelación del cielo (para más datos, la del Burro Cojo) en una cuerda mágica. Mi fuga en esa ocasión es una gran historia para antes de irse a dormir, recordadme que os la cuente algún día. Ahora, volviendo al tema, me hallaba atrapado otra vez por esa maldita soga. De manos, ni más ni menos de una pobretona que seguramente no tuviera ni dónde caerse muerta. Disimulé—. ¡Qué cordón tan exquisito! —dije— Mujer, que con cualquier cuerda se puede atar a alguien. ¿A qué debo semejantes atenciones? Seguro que esto te ha costado una fortuna. ¿De dónde lo has sacado?

—Cállate —insistió la muchacha de oscuros ojos castaños, ignorando mi pregunta—. Ahora soy tu dueña, así que tienes que obedecerme.

Arqueé una ceja. Esta había escuchado demasiados cuentos.

– ¿Qué quieres? —pregunté.

—Tu poder.

Ahí sí que no pude evitar sonreír. No sabía cómo había conseguido esa cuerda, la única capaz de pararme, pero intuí que en realidad no sabía dónde se metía.

—No puedo dártelo —confesé. Mis capacidades no eran algo que yo pudiese meter en un tarro y dar al mejor postor, pero a ver quién era el listo que se lo explicaba—. En vez de eso, podemos hacer un trato, muchachilla: —Apoyé las manos detrás de mí, en el barro frío—. Mi libertad a cambio de tres deseos. —Se sorprendió— ¿Deseas dinero?¿Fama? ¿Salud? ¿Belleza? Pídelo, y será tuyo.

Ella dudó, como suponía. No os confundáis, no soy un genio de la lámpara. Ni siquiera puedo asegurarme un plato caliente todos los días, estaba yo como para conceder deseos. No obstante, sé que hay historias así muy populares entre el vulgo. Y su ignorancia provocaba que mi ofrecimiento fuera tentador.

—Está bien. —Aceptó ella mientras cogía aire—: Deseo ser rica, tanto que mi familia jamás necesite trabajar. También deseo salud para ellos, y que mi hermana encuentre un buen marido.

Ah, qué tierno. Me siento hasta culpable.

—Muy bien—Gesticulé con las manos, dándole misticismo al asunto, y chasqueé los dedos—. Hecho. Ahora, libérame.

—Ni hablar —repuso la joven—. Antes vendrás conmigo a casa y comprobaré que es cierto.

—Error, querida. El trato era por mi libertad, y si yo no disfruto de esa mi parte, es injusto que tú sí. Si no cedemos a la vez, en lugar de ser un trato, es chantaje. Y esos temas nunca salen bien, créeme.  Si deseas lo que has pedido, sólo tienes que liberarme. El encanto ya está hecho, cuando llegues a tu casa verás que he cumplido mi parte. Lo prometo.

Bueno, mis disculpas por querer ser libre. Cualquiera haría lo mismo en mi situación, ¿no?

Ella titubeó un par de segundos. Me observaba fijamente. Por fin, ¡toma suerte!, sacudió el cordón y este, como si tuviera vida propia, liberó mis piernas. Me levanté con cuidado, sacudí el barro de mis pantalones.

—Gracias.  Y muchacha… si quieres un buen marido para tu hermana, procura que no se junte con estafadores como yo.

No le di tiempo a reaccionar, mis piernas empezaron a moverse. En menos de un instante ya había desaparecido de su campo de visión.

Aunque estoy más que acostumbrado a aprovecharme de la gente, me sentía esta vez un poco culpable por haberla engañado. Supongo que hasta los rufianes como yo tenemos corazoncito, pero no se llega a vivir tantos años siendo un sentimental. Que se dedique a vender el lazo en cualquier feria, gane un buen pellizco, y se deje de tonterías. Al fin y al cabo, los mortales son unos ilusos: siempre creen que somos otros los que tenemos que resolver sus problemas.

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Kyosha012

    ¡Oh, el cuento ha estado hermoso! Me gustó muchísimo. Partiendo desde la narración misma, has logrado un primera persona muy agradable y envolvente. Realmente atrapa su forma de relatar. También su forma de ser y sus particulares aventuras, contadas de paso, han sido muy interesantes. Causa gracia tan solo imaginarse en la clase de líos en los que se ha metido.

    Me gustó también que se haya contado brevemente su origen, y lo de las botas, nos da una mejor comprensión de los hechos y de su forma de ser.

    Y el final, el final ha sido la mejor parte, una buena moraleja, una muy buena.

    Leerte resulta muy inspirador, tanto que me han dado ganas de crear una historia original a mí también, hasta he pensando en el desarrollo y algunas palabras. Eres mala influencia, mujer, mira que llenarme de inspiración en estos momentos, y de esta manera.

    Ha sido una lectura exquisita y muy bien llevada. Tienes talento. Sin duda conseguirás lo que quieres. Avisáme cuando esté listo, aunque pasen muchos años, que estaré encantada de hasta pagar fortuna para importarlo a mi país.

    Saludos.

  2. Lourdes

    No me canso de leer tu relato. Engancha y me encanta este tipo de literatura.
    Si lo continúas ya me tienes como seguidora.

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