LOS LIBROS QUE SÓLO QUERÍAN SER ACARICIADOS
Por Elena Chantal García López
14/12/2020
“La felicidad ha caminado codo a codo conmigo; pero la
fatalidad en absoluto conoce tregua: el gusano esta en el fruto,
el despertar en el sueño, y el remordimiento está en el amor: tal
es la ley. La felicidad ha caminado codo a codo conmigo.”
Paul Verlaine, Sagesse (Mayo 1889, A su madre)
Anunciaban por megafonía la llegada del vuelo de Iberia 966 Barcelona-Firenze, mientras la Doctora Victoria Sunbridge recibía por WhatsApp la ansiada invitación: ‘Nos vemos mañana a las 19:00 en la ribera izquierda del Ponte Vecchio, frente al Convento Carmelita. No olvides nuestro Pacto con Verlaine: ‘Donnez-leur le silence et l’amour du mystère’ 😉
Sin perder de vista el desfile variopinto de pasajeros saliendo de la Recogida de Equipajes, la Doctora Sunbridge enseguida confirmó su asistencia al ilustre anfitrión de la velada con la que había decidido sorprender a su querida expaciente.
No llevaba las gafas de conducir, pero sabía a ciencia cierta que podría distinguir, a mil leguas y entre cualquier multitud, la Katherine Hepburn -versión años ’70- en la que se había convertido Elisabetta desde que se reinventó como Lisa Phoenix, la última musa de Moschino, el enfant terrible de la moda italiana que se atrevió a dictar: ‘Si no sabes ser elegante, al menos sé extravagante’.
En pocos minutos, la Hepburn hizo su salida estelar como cabía esperar: bajo un sombrero verde, la silueta de garza imperial flotando en un peto de granjero XXL, llevaba la etiqueta del Made in Lisa Phoenix.
–Benvenuta a Firenze y ¡feliz medio siglo!, loquita mía… Espero que esta vez no te hayas mareado.
–Tranquila viejita, he dormido como un pedrusco. Estoy fresca como una lechuga. ¿Dime que pasamos por el centro antes de ir a Villa Phoenix?
–Sí, hasta Piazza della Signoria, con el Tram histórico que viene por ahí; vamos al Café di Carusso para que recuerdes a qué sabe ¡el mejor capucho! Llegaremos a Borgo San Lorenzo hacia la puesta del sol; el valle del Sieve está precioso este otoño.
–Tengo el corazón a mil. ¡Cuánta nostalgia! Cuando escuché tu voz la otra noche, invitándome a venir, creí que soñaba…
–Anda soñadora, apaga ese cigarrillo y subamos al Tram, está a puntito de partir. ¡Oh! ¡Vamos ligeritas de equipaje! –Elisabetta traía sólo un bolso ‘de mano’ pero en él podía quedarse a vivir acuclillada– ¿No pensarás ir de shopping?
–¿Ya no me lee la mente, doctora? Jijijí jujujá –los graznidos de la extravagante pasajera competían con los chirridos de las portezuelas del vagón de teca. El tranviario no dejaba de escudriñarla por el retrovisor: no todos los días se avistaba una rara avis tan fascinante como indiscreta. La Doctora le guiñó un ojo a su invitada mientras le cubría los hombros con su chal de cashmere. Hacía tiempo que ambas no compartían vivencias y abrazos. ¿Cinco años? Demasiados…
–Dirás, como siempre, que son alucinaciones mías, pero la primera vez que visité esta ciudad con mis padres hace –Madonna Santa– ¡casi cuatro décadas!, tuve un déjà vu: te aseguro que me vi, me vi paseando por las calles de Florencia, hace siglos, en una vida anterior.
–Me estoy empezando a preocupar… Jijijí jujujá (una sola grulla ya hace ruido; cuando gritan dos siempre parece que se pelean) pero de las teorías sobre los déjà vu y los déjà visité, mejor hablemos más tarde…-el regate de la doctora no parecía importarle lo más mínimo a su interlocutora que miraba ensimismada el rostro de la mujer que le devolvía el cristal de la ventanilla.
–Estamos casi, es la próxima.
El Café Carusso ocupaba la planta baja del Palazzo Rucellai. Elisabetta cruzó el elegante cortile en busca de intimidad al calor de la chimenea.
–¡Me pido la mecedora! ¡Lo suyo son los divanes, doctora!
–¡Gracias a Dios que te di el alta definitiva, ragazzina!
–Y ahora que no nos oye nadie, viejita mía, cuéntame de una vez por todas, qué te traes entre manos…
La pestañazas de Victoria Sundbridge a penas dejaban entrever el brillo hipnótico de sus ojos. –Escúchame bien, mañana por la noche, estamos invitadas a la ’Biblioteca de Los Libros Felices’ del Profesor Morache. Hemos accedido a ella muy poquitas personas. Este loco bibliómano no se presta a visitas más de dos veces al año: una al inicio de la primavera y otra en otoño. Es mi regalo especial por tu 50 cumpleaños: ¡pisar el Santa Santorum de los bibliófilos!
–Guau, entonces ¿tú ya has estado?
–Sí, pero mis labios están sellados… (Mutis por el foro) En serio, antes de abandonar la biblioteca, todos hicimos voto de silencio. –El rostro y las manos de Elisabetta de golpe se crisparon. Como un gorrioncillo con el pico metido entre las alas, empezó a mecerse, la mirada embelesada por la danza de las llamas, el oído cautivo del cuchicheo de las brasas. De repente, se la veía tan lejos de aquel café, y tan pequeña…–
La voz de la Doctora Sunbridge quiso rescatar su atención: -Lo que sí te puedo contar, es que el Profesor Morache ha cedido al Convento Carmelo su tesoro, más de 4.200 libros antiguos, por puro amor hacia ellos y para salvarlos del olvido.
Era inútil. El espíritu que habitaba Elisabetta ya había levantado el vuelo de entre las sombrías oquedades de su mente y atravesando los frescos abovedados, por el cielo de Florencia seguiría el cauce del Arno hasta posarse sobre el Ponte Vecchio …
La Doctora Sunbridge pidió la cuenta.
Para una estudiosa de la psique, el lenguaje del cuerpo, la opacidad de la mirada o la espesura del silencio, eran el barómetro certero, mucho más que las etéreas palabras, del estado de ánimo del sujeto observado. Por lo que enseguida supo la dirección en la que apuntaba la brújula de la mujer sentada en la mecedora. No en vano, durante cinco años de amarguras, tuvo que extraer y clasificar, uno a uno, los añicos de un ego que yacía esparcido por las profundidades del alma adormilada de su paciente.
–Uy, perdóname viejita ¡se me ha ido el Santo al cielo! ¿Pedimos la cuenta?
–Tranquila, ya pagué mientras tú, mi niña, flotabas por el éter. –Las sonrisas cómplices les eximían de tener que darse explicaciones–.
–Así que ¿un lugar para libros felices?… Me huele a espacio virtual con hologramas flotando y animaciones envolventes en 3D. Hoy día, se recrean realidades multisensoriales de manera fantástica…
–Anda, piccola, salgamos a estirar las piernas hasta el aparcamiento del Duomo.
Victoria Sunbridge conocía demasiado bien los mecanismos de su interlocutora como para no intuir que acababa de pulsar el botón de encendido de la febril imaginación que habitaba esa cabecita. Los ojos de Elisabetta ahora eran dos faros detrás de los cuales había comenzado un frenético baile de neuronas. Y nada más oportuno, para acompañar esa danza, que el compás de la tarantela con la que un acordeón y una mandolina iban abriéndole paso al rebaño de jubilados del País del Sol Naciente que se arremolinaban ante las áureas Puertas del Paraíso del Baptisterio de San Juan.
–No le des más vueltas… Créeme, lo mejor es no saber nada, pero ten por seguro que, ahora que también has desempolvado tu interés por los libros antiguos, la visita de mañana te va a fascinar. Mira… –la doctora se subió la manga del jersey– … me entran escalofríos, sólo de recordar la experiencia de mi última noche en la biblioteca.
–Ufff, cuánta intriga, pero qué ilusión me hace, de verdad.
–Me encanta verte así…
De camino a Borgo San Lorenzo, Elisabetta volvió a repasar los datos de la tarjeta del Profesor Morache que la doctora le había entregado en el café, como si de la llave de las mismísimas puertas del Baptisterio se tratara. Pero ¿cómo presentarse ante tan ilustre personalidad? Ella era una perfecta desconocida en ese círculo de intelectuales. ¿Y qué otros personajes acudirían a un evento tan selectivo?
Al llegar a Villa Phoenix, la luna despedía las últimas pinceladas de un sol a punto de derretirse sobre las retorcidas vides. La fachada de piedra se vislumbraba entre una pareja de sauces llorones y la jungla decadente del jardín inglés. Y por un instante, los pies de Elisabetta se hundieron en la hierba, el tiempo de refugiarse tras la penumbra de sus párpados y de paladear las primeras exhalaciones del galán de noche. Y entonces, la niña se puso a dibujar con sus deditos de acuarelas sobre el suelo de granito –ummm, ese olor a limpio– mientras, la mujer del espejo sonreía con ojos vigilantes. Anheladas caricias de agua de rosas, anticipos del cascabeleo del ‘Luna, lunera…’ que, a la niña, desde el otro espejo, le cantaban…
El reloj de la medianoche anunció el epílogo del regreso a Villa Phoenix.
Elisabetta quiso dormir en el cuarto de los espejos de Murano, dos joyas de la corona, pero antes de apagar la luz, una voz académica le susurró en italiano al oído, el último desafío: ‘pregunta a Google qué fue del Profesor Moses Morache’. Y Wikipedia no tardó ni un minuto en devolverle, en plena sien, el bumerán de la realidad contundente y desnuda, esa que nunca nadie, ni siquiera la buena doctora, se atrevió jamás a contarle y que, ahora, aquella voz viril, la que siempre anduvo ausente, le obligaba a leer:
* * * * * *
Wikipedia
Resultados de la búsqueda seleccionada: aproximadamente 966 (0,45 segundos).
Moses Morache: fue Catedrático de Historia (Universidad de Siena (Italia)), bibliófilo y bibliómano.
Nacido: en Borgo San Lorenzo (Florencia, Italia), el 11 de agosto de 1933
Fallecido: en Florencia (Italia), el 13 de Noviembre de 2015.
Causa de la muerte: El cuerpo del Profesor Morache desapareció junto al de su segunda esposa, la Premio Nobel de Medicina, Victoria Sundbridge, durante el misterioso incendio que arrasó la biblioteca de libros antiguos que llevaba su nombre. Ese día, la Doctora Sunbridge celebraba su 50 cumpleaños en compañía de su hija adolescente, Elisabetta, única superviviente del trágico suceso.
Biografía: Viajero incansable, durante 40 años, el profesor Morache residió en 9 países diferentes, alimentando su pasión ‘enfermiza’: ‘He sido un ‘bibliópata’: he padecido una enfermedad peor que la ludopatía porque sueñas con el libro que no puedes lograr’, llegando a reunir la mayor colección privada del mundo de libros del siglo XVI a XIX que incluía 16 incunables, es decir, libros impresos entre 1455 (la Biblia de Gutenberg) y la Pascua de 1501.
La Biblioteca de Los Libros Felices: El Profesor Morache murió sin poder cumplir su gran sueño y el de su esposa, Victoria, de abrir su colección al público para que sus libros, decía, ‘no se sintieran tristes y encerrados y que la gente, en particular los niños que han nacido en la era digital pudieran venir a olerlos y ‘acariciarlos’ y hacerles felices’. Convertido en filántropo de los libros, temía que sus apreciados volúmenes acabasen ‘haciéndose el haraquiri y suicidándose de pena’. Para el profesor, el libro antiguo era ‘un ser vivo que aprecia sobre todas las cosas ser acariciado’.
Según fuentes oficiales del Cuerpo de Bomberos de Florencia, se salvaron de la quema sólo dos libros de un valor incalculable que permanecieron ‘milagrosamente’ intactos al quedar todas las páginas, libres de oxígeno gracias a la presión que tuvieron que ejercer otros libros u objetos sobre ellos. Dichas obras corresponden a la edición de 1481 de la ‘Divina Comedia’ de Dante hecho de trapos viejos como era la costumbre en 1482, y uno de los más curiosos, un ‘Directorium Inquisitorum’ (Directorio de la Inquisición) editado en 1585 en Roma donde se recopilaban todos los motivos para juzgar y condenar a la hoguera, a infieles en el momento álgido de la Santa Inquisición. Ambas joyas de la historia del nacimiento del libro impreso, las heredó Elisabetta Morache Sunbridge, la excéntrica y controvertida modelo ítalo-escocesa conocida en el mundo de la Moda como Lisa Phoenix, la única hija que tuvieron el Profesor Morache y su segunda esposa, la Doctora Victoria Sundbridge, célebre psiquiatra escocesa que recibió el Premio Nobel de Medicina en 2015 (poco antes de fallecer) por el descubrimiento de una terapéutica eficaz para tratar la esquizofrenia y el trastorno de identidad disociativo (antes conocido como ‘personalidad múltiple’).
* * * * * *
Elisabetta Morache Sundbrige cerró el portátil sin derramar una sola lágrima. Roció sus brazos, su escote y la funda de la almohada con los místicos acordes de incienso, cuero, almizcle y madera de agar de ‘Nuit de Feu’ –el perfume de autor que creó Louis Vuitton en memoria de su madre–. Ingirió la dosis de dulce muerte con un sorbito de agua. Se recostó en el centro de la cama de sus progenitores y apagó la lámpara veneciana de la mesita.
Y por última vez, su alma de garza migró al laberinto infernal de la misma pesadilla: la de la pequeña que se quedó adormilada a lomos de una pila de libros centenarios cuyas páginas, hechas de viejos harapos, suplicaban, a coro, no ser pasto del fuego.
Papá se fue sin saberlo, mamá, ella, siempre lo supo: SER ACARICIADOS era lo único que la pequeña, y los viejos libros, siempre quisieron.
FIN.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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María Isabel López Ben
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La Biblioteca de Los Libros Felices afortunadamente, en la realidad, existe en Alicante y yo he tenido la gran suerte y privilegio de visitarla guiada por su fundador y propietario de la valiosa colección de libros antiguos: el catedrático de derecho internacional de la UA, Manuel Desantes. Todos los datos y citas entrecomillados de mi relato son verdaderos. El resto de los hechos y personajes, pura ficción. Elena Chantal García López
Relato ambientado en mi admirada Florencia. Lleno de referencias a la moda, a la ciudad. Combina el pasado y el presente, lo analógico y lo digital, lo que se fue y lo que se inicia, la cordura y la locura. Escenas que te transportan a la ciudad de hoy, turistas que van y vienen. Un estilo ágil, no exento de barroquismo. Vueltas al pasado, mezcla de lenguas, estilo directo, indirecto, etc. Enhorabuena por el relato.
Madre mía Elena,me he quedado sin palabras y no me suele pasar a mí esto. Al terminar tenía los ojos llenos de lágrimas.
La verdad es que ha sido una combinación de muchas cosas: de amor,de tristeza de fortuna,de desencanto, de recuerdos
maravillosos,de miedos escondidos y profundos y de no haber podido compartir y disfrutar muchos momentos.El deseo de querer seguir viviendo en la edad de niña, con tus progenitores y la presencia de tu madre tan añorada e impregnarte de todo ello.
Como dice uno de los comentarios es: directo e indirecto, locura y cordura, sensibilidad y conocimiento de la moda de los perfumes y de esa pincelada barroca tan tuya.
Enhorabuena!!! Me ha gustado mucho.
Elena enhorabuena cariño!!!
Creo que con este relato también has acariciado tus recuerdos!!!
Porque lo más importante es que había mucha trastienda en tu escrito y te llena el alma de sentimientos
Enhorabuena!!!
Arrivederci, a presto cara e bellísima amica.
Menudo “prólogo» me acabas de regalar, Marisa. Muchas gracias. No tiene precio saber que lo que uno escribe llega, con tantos matices, a un lector. Un honor viniendo de una filóloga tan culta y sensible como tú, querida prima. Un abrazo virtual
Como sabes, soy muchas veces centenario: esto de los guachapes y de los feisbuques instantáneos me desazona y decidí hace algún tiempo que, puesto que donde vivo no existe el tiempo, ya me traería mi asistente cuando fuera menester tu narración … y por fin lo hizo. Alegaba el haragán no sé que historia de unos virus … cosas, al parecer, que trastocan completamente el diario quehacer de los humanos desde hace algún tiempo y que les impiden visitarnos y acariciarnos cómo solían … por fin lo hizo.
Así que he podido gustar -muchas veces, porque la ventaja del no tiempo es que las prisas quedan para siempre estacionadas en un aparcadero fantasma- la historia de Elisabetta. Cuántos recuerdos, cuántos susurros, cuántos detalles dejados caer -ninguno al azar- aquí y allá para que los entienda quién sabe … Ellos también la han escuchado y se han conmovido de gozo: son los libros felices. Es verdad que desde hace algún tiempo ya no vienen los acariciadores: viene sólo mi asistente y les trata de explicar que esta soledad es coyuntural, que volverán los abrazos y el suave roce de emocionadas yemas por las páginas rugosas de lino y trapo forradas -!cuánto mimo!- con tapas y lomos de pergamino … Pero también es verdad que, fuera del tiempo, cada segundo es eterno y es evanescente al mismo tiempo … sin tiempo. Gracias por compartir con ellos -los verdaderos protagonistas de tu relato- tanta ternura. Y por contarle al mundo que mientras existan libros antiguos felices habrá esperanza. Prométeme que, en cuanto sea posible, volverás a abrazarme, volverás a acariciarles, volverás a respirar bien hondo y volverás a sonreír sin mesura. Te queremos. Don Biblio.