MIENTRAS CRECEMOS
Por Laura García López
17/06/2021
Soy vieja pero no me importa; tengo ochenta años y pertenezco a ese grupo llamado tercera edad, cuando pase a la cuarta, ya me lo notificaran, mientras tanto me dedico a vivir.
Maestra jubilada, mi sentido del humor es amable, aunque en ocasiones pueda resultar áspero. Soy coqueta, siempre lo fui, pero ahora sin prisas. Mirarme al espejo ya no es gesto rápido antes de salir de casa; ahora, es un aliado del cual disfruto con calma. Los labios siempre de color rojo, peluquería los sábados, manicura y pedicura incluidos.
Enviude hace seis años; en la actualidad vivo en una urbanización a las afueras de la ciudad, es tranquila, pero no aburrida.
Mi difunto nunca fue el mejor de los maridos ni un padre solícito, sin embargo, no le guardo rencor, pero tampoco lo extraño. En mi antiguo barrio dejé buenos amigos, todavía tenemos contacto y una vez al mes quedamos para tomar un café mañanero.
Mi carácter extrovertido es una faceta que manejo bien, todo lo contrario de mi amiga Petri; ahora somos vecinas y aunque muy diferentes, nos complementamos; viuda y sin hijos y después de mucho insistir consiguió que vivamos juntas en mi casa. Ella es bondadosa, ingenua y proyecta hacia los demás una imagen de mujer desvalida y frágil, y en cierto modo así es.
Es viernes por la mañana, suena el teléfono – ¿dígame? – contesto – hola mama buenos días ¿cómo estas?
- Buenos días hija.
Por su tono de voz intuyo que no es una pregunta inocente ni de cortesía sino de cargadas intenciones que las madres captamos al vuelo.
- Ernesto y yo estamos bastante liados y nos preguntábamos si podríamos mandar a tus nietos a que pasen el fin de semana contigo.
Fabián y Elena son dos adolescentes de libro: No aceptan normas, sus mayores aliados son sus amigos; rebeldes e impertinentes, pasaron de ser unos niños adorables a unos monstruitos tiranos. Mi nieto cumple quince años el próximo mes, es alto, inteligente y guapo. Elena con trece años es un jovencita pizpireta. En los últimos meses la actitud de ambos experimentó un cambio notable protestan por todo desafiando constantemente a sus padres y profesores.
Es sábado por la mañana desayunamos en la terraza, hace sol y comienza a hacer calor. Petri y yo mientras tomamos café intercambiamos algunas frases banales. Fabián mira el móvil y envía a la vez mensajes; Elena siempre fue más remolona, todavía está en la cama. Observo de reojo a mi nieto -cariño posa el móvil en la mesa y ponte a desayunar por favor-le advierto con voz suave y tranquila, entonces sin mediar palabra se levanta y va hacia la sala de estar. Su comportamiento me disgusta, aunque trato de mantener la calma. Con esta mañana tan espléndida podríamos bajar a la playa -sugiero a Petri-que ahora toma unas tostadas y mermelada, frunce el ceño y parece no escucharme. Fabián regresa a la mesa se sirve un cola-cao con leche y unas tostadas, ahora lleva unos auriculares puestos.
La brisa del mar me relaja, Petri dormita en su silla de la playa bajo la sombrilla, Elena se da un baño en el mar. Levanto la mirada y la miro; todavía es una niña.
Cuando el sol se recoge y empieza a anochecer, de regreso a casa, en el porche oímos una música estridente, al abrir la puerta nos encontramos a un grupo de chicos fumando y bebiendo alcohol, Fabián esta vomitando. La situación nos sorprende, Petri casi se echa a llorar y Elena sube las escaleras hacia su cuarto.
Mi hija Julia y su marido se conocieron en la Facultad de Filología, esperaron a terminar la carrera y se casaron, y pronto nacieron los hijos. No viven lejos de mi casa ni tampoco cerca, distancia prudente para todos.
Julia imparte clases en secundaria y mi yerno Ernesto escribe su segunda novela a la vez que es profesor en la Universidad. Últimamente se quejan de no tener tiempo suficiente y que están desbordados y cansados. Esa fue la respuesta que dieron cuando llevé de vuelta a mis nietos.
El verano está tocando a su fin, desde mi terraza vislumbro algunas siluetas paseando por la playa. Los veraneantes apuran hasta su ùltimo minuto para disfrutar de sus vacaciones; de repente, soy consciente de la suerte de estar aquí, en esta casa, tan cerca del mar y doy gracias por haberla encontrado y que ella me encontrara a mi. Dentro, mi hija Julia se afana a corregir exámenes, estos dos últimos años no fueron fáciles para ella, en realidad, para ninguno de nosotros. Los reproches y culpas repartidas entre el matrimonio abrieron una brecha insuperable y llego el divorcio. Mi hija y mi nieta viven ahora en mi casa. Mi nieto en Madrid con su padre, y éste curso comienza primero de farmacia. Elena todavía está en cursando la ESO, repitiendo segundo.
El otoño hace ya guiños y los días se acortan, pero no por eso dejo de hacer mis actividades diarias. Esta tarde estuve en el bingo a continuación cita dominical con el baile, es divertido y me mantiene en forma. Cuando llego a casa son mas de las diez de la noche; Julia y Elena ven una película en el salón.
Leo un buen rato la novela que empecé a leer; ésta va ya por la tercera edición; mis nietos se sienten muy orgullosos de su padre en su faceta de escritor; tiene como titulo ¨A veces las campanas doblan por quien no debieran¨.
Antes de dormirme leo unos párrafos en voz alta como a mi me gusta.
Recordar es una de las compensaciones placenteras de la edad; mi primer recuerdo es una imagen clara de mi mismo paseando con mí madre por las calles de Madrid en un día de fiesta; de repente, comienzo a llorar. Tengo unos ocho años.
Mi madre devota del comportamiento inalterable en lugares públicos, me reprende.
- Piensa en los valientes soldados.
- No quiero ser soldado valiente, si no cobarde. Contesto.
De pronto transcurren tres años; se evocan momentos concretos y, en medio meses vacíos e incluso años. Creo que la propia memoria representa los momentos que, por pequeños que parezcan descubre en nuestro interior la realidad.
Soy todavía aquel niño formal con el cabello castaño y rizado; todos recorremos nuestro camino y como no se sabe, hacia donde, la vida resulta interesante.
Somos como el actor al que le dan unas pocas palabras en el primer acto; No le la obra ¿Para que? Participar de algo que no se entiende en absoluto es una de las cosas más intrigantes en la vida.
Me gusta vivir. Pasé momentos de bastante desesperación en los que me he sentido desgraciado y afligido; sin olvidar que el mero hecho de vivir es algo imponente.
Quiero disfrutar de esos placeres de la memoria, sin prisas, escribiendo de vez en cuando algún relato; es un trabajo que me llevará años. Pero ¿por qué llamarlo trabajo? es un gozo.
Mi infancia feliz es una de las cosas mejores que le pueden tocar a uno en la vida. La mía lo fue tenia una casa y un jardín que me gustaban mucho y unos padres que se querían tiernamente; ahora que miro atrás, veo que en nuestro hogar éramos felices.
Mi padre era un hombre soñador. Todos los días salía por la mañana de nuestra casa al trabajo y regresaba a la hora de comer, por la tarde otra vez al trabajo y por las noches leía libros de aventuras. Tenia muchos amigos y le encantaba invitarlos a casa.
Solo más tarde me di cuenta de cuanto lo quería la gente.
Después de su muerte llegaron infinidad de cartas de pésame. Poseía un corazón sencillo y amable, y que se preocupaba realmente por los demás. Tenía un gran sentido del humor y le gustaba hacer reír a la gente. No había en el mezquindad alguna, ni envidia; era generoso, alegre y sereno.
Mi madre era completamente distinta, con una personalidad mas fuerte que la de mi padre, aunque en el fondo melancólica.
Poso las gafas en la mesilla y cierro el libro que he empezado a leer, pero antes quiero volver a mirar la dedicatoria.
¨A mis queridos hijos Fabián y Elena que me animan todos los días a seguir esta bella locura de escribir. ¨
Laura García López.
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