MOMENTOS DE JARDÍN
Por Antonia Peiro
05/04/2018
Allí estaba Marina, en mitad de la nada, sin saber dónde ni con quién ir, simplemente ella y su maleta. Intentó ordenar sus pensamientos, pero era imposible. Con paso firme se dirigió hacia su coche, las palabras de su padre sonaban dentro de ella: «Atrás, ni para coger impulso» y eso es lo que haría. Abrió el maletero y dejó caer la maleta dentro, pensó que en una simple maleta pueden caber los últimos diez años de una vida. Una vez en el coche se miró en el retrovisor, su aspecto era peor de lo que había imaginado, la mirada triste y las ojeras delataban noches sin dormir, de las cuales ya había perdido la cuenta. Apenas tenía cuarenta años pero no recordaba lo que era ilusionarse por algo, ni proyectos por los que luchar, ni amistades.
Condujo, la ciudad comenzaba a quedar atrás, como el miedo, la asfixia y la inseguridad. Decidió ir a casa de su abuela, que llevaba varios años deshabitada, desde que ella falleció.
De pie junto a la puerta principal, tenía la sensación de que en cualquier momento escucharía la voz de sus abuelos llamándola para ir a comer, mientras ella corría por el campo con los hijos del vecino. Una vez dentro, comenzó abrir las ventanas de la casa, dejando entrar la claridad y de esta manera ver lo que un día fue un hogar.
Salió al jardín trasero, ya no era aquel oasis en el que podía pasar horas enteras cuidando de las plantas junto a su abuela, ahora era un desierto. Limpió las sillas y se sentó en una de ellas. «Hay que devolverte la vida», pensó mientras miraba a su alrededor. Buscó papel y lápiz, y anotó todo lo que necesitaría para arreglar no sólo el jardín, sino la casa en general.
Poco a poco Marina organizó su nueva vida. Después de limpiar a fondo la cocina y los baños, se ocupó de la habitación de su abuela. Nunca antes había mirado en sus armarios, entre su ropa, entre sus cosas. Se sentó en su escritorio,miró unas fotos enmarcadas sobre él, una era de su boda, ambos novios vestían de negro, «Lo que se estilaba», como decía ella siempre que de pequeña Marina preguntaba por qué se habían casado de ese color.
Marina sonrió al ver una foto de las dos en el jardín, abrazadas. Cuánto la echaba de menos. Siempre tenía la frase adecuada para el momento oportuno. Miró en los cajones y encontró muchas postales de navidad, invitaciones de boda de los amigos más allegados, y detrás de todo, escondido bajo un pañuelo de hilo blanco, halló un diario. Dudó si abrirlo o no, era algo muy personal y no creía que fuera correcto, «Abuela, ¿qué debería hacer?», apretó el diario contra su pecho y de pronto la cortina de la ventana se movió suave, como si la acariciaran;lo interpretó como una señal de consentimiento.
Comenzó a leer, las primeras páginas habían servido para anotar fechas de cumpleaños y aniversarios de boda, pero después su abuela comenzó a escribir sobre sus sentimientos, la vida que había tenido y la que no pudo tener porque, en la época que le tocó vivir, no estaba bien vistas algunas cosas. En aquellas letras dejaba patente que, pese a querer a su marido, no estaba enamorada de él. Sin mencionar su nombre, explicaba que el gran amor de su vida vivía cerca de ellos, que hablaban a escondidas, y que al levantarse por la mañana siempre había una rosa roja en la mesa del jardín. Su marido no lo veía raro porque siempre tenían rosas rojas plantadas, y ella decía que le gustaba tener una así, sobre la mesa. » Abuela eres todo un enigma», dijo Marina entre risas.
Se sirvió una copa de vino, y salió al jardín para seguir leyendo. Su abuela explicaba que durante las fiestas del pueblo «Él», como lo nombraba en el diario, la invitaba a bailar, y que en esos momentos era como si el mundo parase y sólo existieran ellos.
Página tras página descubría a la mujer que había detrás de la figura de la abuela, nunca se había parado a pensar que era una mujer que sentía, que amaba y que había sufrido. En aquellas líneas descubría un amor totalmente platónico, ideal, puro. Entre las hojas del diario habían pétalos de rosas, que Marina supuso eran las que su amor le dejaba.
Por primera vez anheló tener un amor así. En esos momentos se dió cuenta de que la relación de diez años que mantuvo no había sido amor, sino monotonía, lo que se debía hacer, lo correcto : todo menos amor. Cerró el diario y pensó que en algún lugar habría una foto de esa persona, recorrió las habitaciones buscándola de manera insaciable, pero sin éxito.
Sin darse cuenta, Marina comenzaba a descubrir la lusión a través de los ojos de su abuela. Entonces pensó que si la relación había sido tan discreta, ella nunca dejaría a la vista una foto. Buscó de nuevo el diario y lo releyó, y entre todas, una frase le llamó la atención: «Si alguna vez dejo de recordar los momentos vividos, si algún día olvido la propia vida, mi rincón preferido será mi jardín, mis rosas, porque en su tierra está mi fuerza, mi secreto» Bajó rápido a buscar una pala. Los rosales estaban secos, por un momento dudó pues no podía ser tan fácil, pero tanto su abuela como ella eran seguidoras de las series de intriga, y muchas veces bromeaban con lo que harían ellas en ese capítulo. «Abuela estoy a punto de arrancar tus rosales, pero es por una buena causa de verdad, pensaba mientras se recogía el pelo en una coleta. Poco a poco, arrancó los rosales secos y comenzó a remover la tierra, hasta que tocó algo duro, y con delicadeza lo desenterró. Era una caja de madera de roble, tallada a mano, recubierta por un plástico. Le temblaban las manos. Cuando la abrió, en su interior halló dos fotografías de su abuela con un hombre desconocido. Detrás había una fecha y un nombre : Miguel, 15 de marzo de 1962.
Nunca antes había visto a su abuela con una sonrisa tan amplia y sincera. Miguel la miraba totalmente embelesado. En la otra foto estaban los dos abrazados, él tenía una sonrisa preciosa y apartaba un mechón de pelo de su abuela, aquellas imágenes eran sinceras, tan reales que se notaba la admiración que se profesaban. Se fijó dónde estaban hechas, y comprobó que detrás de ellos estaba el colmado del pueblo.
Decidida a averiguar la historia completa, cogió las fotos y fue a la tienda. De camino vio el paisaje de otra forma «Seguro que por aquí paseaban los dos mirándose como en la foto» y descubrió que por primera vez en meses ella también sonreía. Al llegar a la tienda saludó a los dueños, quienes la conocían desde pequeña. Les enseñó las fotos, y aunque reconocían al hombre, no recordaban dónde vivía. Aprovechando que varias personas mayores estaban comprando, les preguntó por él, pero ninguna sabía nada, quedaba un hombre de su edad pero pensó que si los más viejos no le conocen, él menos; lo saludó y salió a la calle algo decepcionada. «Estas cosas solo pasan en las series de televisión» pensó. Al cruzar la calle oyó que alguien la llamaba, al girarse vió al hombre de la tienda que por señas le pedía que parase.
– Perdona, no he podido evitar escucharte – dijo él a modo de disculpa.
– Tranquilo, no pasa nada, estoy investigando una cosa – dijo Marina con una sonrisa-, pero no obtengo resultados.
– ¿ Puedes enseñarme la foto?
– Pensé que por tu edad no lo conocerías – dijo Marina y le enseñó la foto.
– ¿Por qué lo buscas?- preguntó el joven.
– Es una larga historia.
– Tengo tiempo – dijo él devolviéndole la foto.
– Bueno, acabo de descubrir que mi abuela tenía un amor secreto, y he pensado que podría descubrir quién era .
– ¿Y si te dijera que conocí a ese hombre?
Marina lo miró algo desconfiada, pero antes de que contestara, él sacó su cartera del bolsillo, y le enseñó una foto . No había duda, Miguel salía en ella, más mayor, junto a un niño pequeño que intuyo sería aquel desconocido con el que hablaba .
– Era mi abuelo Miguel.
– ¿Tu abuelo? – dijo ella mirando la fotografía.
– Sí. Por cierto, me llamo Ricardo.
– Marina- contestó ella y le dio la mano con una sonrisa.
Desde ese instante y durante meses, cada tarde iban a pasear, durante horas hablaban sin parar, al principio de la gran historia de amor de sus abuelos, después de sus propias vidas, de sus sueños fustrados y del porvenir. Largas conversaciones donde el tiempo no importaba, donde lo único importante era el momento en el que estaban. En muchas ocasiones Marina observaba a Ricardo cuando este no la miraba, y de manera inevitable su mente volaba al pasado para imaginar las conversaciones que su abuela y Miguel mantendrían allí mismo. El olor a rosas y jazmín los embriagaba podían observar con claridad las estrellas mientras hacían planes a corto plazo.
Como cada día acababan sentados en el jardín de Marina, y como cada día Ricardo le dejaba una rosa roja encima de la mesa, porque en definitiva el destino los había unido.
Sobre el escritorio la vieja foto de Miguel y su abuela ya tenía marco y sitio, nunca más estaría oculta. Mientras los miraba, se fijó en el parecido que Ricardo tenía con Miguel, ojos oscuros, pelo castaño y la sonrisa tan sincera que ambos compartían. Echando la vista atrás, meditó sobre sus decisiones, sus errores, y cómo había encontrado allí la tranquilidad, el refugio, la paz interior y por qué no decirlo, el amor.
Recostada sobre el ventanal de su habitación, observaba el jardín, cuanta paz se reflejaba en él. Recordaba el primer día que llegó a la casa huyendo, de sí misma, aunque esto lo descubrió después. Cuantas noches en vela, sin saber dónde ni cómo enfocar su vida. Repasaba mentalmente cuándo empezó a tener sentido todo, fue al encontrar el diario, su abuela le había enseñado una vez más a ver la parte positiva porque pese a que no pudieron vivir juntos, su historia con Miguel le dio las fuerzas suficientes para seguir luchando. Nada fue fácil, pero valió la pena. Porque la vida, como decía su abuela, está hecha de momentos.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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Carolina Rincón Florez
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Muy bonito, claro ejemplo de que no hay que rendirse y siempre hay que luchar y ser positivos a pesar de todo.
Precioso tú relato,se queda uno con ganas de seguir leyendo, y siempre aún en las adversidades hay que buscar el lado positivo.Felicidades Antonia Peiro
Muchas gracias por tu opinión, a pesar de todo como bien dices hay que luchar.
Un saludo
Me alegra saber que el relato te deja con la curiosidad de saber qué más pasará.
Gracias Pilar por tu opinión.
Un saludo.
Precioso relato que transporta a la niñez. Por un momento he recordado el jardín y la casa de mi abuela, aunque no creo que tuviera un secreto así, o sí, quien sabe?. El inicio me transmite una huida hacia adelante, dejando atrás una vida sin ilusión y es esperanzador como podemos salir de momentos tristes, recuperando la ilusión y la esperanza en el amor. Enhorabuena
Porque la vida está hecha de momentos, momentos importantes, efímeros y a la vez eternos. No dejes de escribir. Felicidades
Hola Javi,
muchas gracias por tus palabras, de verdad. Me alegro que te haya gustado y que evoque en tí esos recuerdos.
Un saludo.
Hola Pilar,
Como tú dices, la vida son momentos, y tenemos que disfrutar de ellos, por pequeños que sean.
Gracias por tus palabras.
Un saludo
Pequeños y grandes momentos. Gracias por tus palabras. Un saludo