NEVANDO ENCUENTROS

Por Blanca Núñez Cortés

Es la primera nevada en Seúl. A través de la ventana los copos caen mecidos por el viento
y yo le doy un sorbo al chocolate que me calienta las manos. No hay mucha gente en la
cafetería a estas horas y hablan sobre todo en susurros emocionados. Están esperando el
gran acontecimiento de la temporada y poder quedarse atrapados hasta que la electricidad
vuelva. Yo también estoy deseando quedarme atrapada, pero por motivos distintos a los
suyos.
Los camareros no apartan la mirada de la televisión, por la que se va informando de la
última hora minuto a minuto. Repiten en bucle las instrucciones que deben llevar a cabo
para cuando se produzca el famoso apagón. No entrar en pánico. Encontrarse en un lugar
resguardado. Tener a mano velas con las que suplir la falta de luz. Farolillos y linternas
también son útiles. Estar bien abrigado…
No le da tiempo a decir mucho más a la mujer antes de que todo se funda en la penumbra.
Escuchamos a uno de los camareros caminar detrás de la barra mientras los susurros se
convierten en risas cómplices. Una luz nos deslumbra entonces, apuntando a todos los
clientes de la cafetería.
–Por favor, mantengan la calma. Si disponen de un mechero les pedimos que
enciendan la vela que ocupa su mesa. Si no, nosotros pasaremos un momento para poder
volver a iluminar la cafetería –unas pocas luces empiezan a verse mientras las velas se
encienden y poco a poco una cálida luz se extiende por todos los rincones.
El olor de las velas se mezcla con el del chocolate caliente y la gente se junta más en busca
de calor. El lugar es pequeño y acogedor con muebles de madera que me provocan la
sensación de estar perdida en una cabaña en medio del bosque. Tampoco está muy
concurrido, por lo que es un lugar perfecto para una primera cita con esa persona que te
gusta o en caso de que quieras declarar tus sentimientos de la forma más tierna posible.
Yo sigo mirando por la ventana, perdida en mis pensamientos, cuando en el reflejo veo a un
chico que se acerca. Enciende la vela con el mechero y se sienta a mi lado. No es un
camarero sino un nuevo cliente, y en un principio me quedo sorprendida. Una sonrisa
amable se extiende por mi rostro.
–Hola.
El chico sonríe de vuelta.
–Hola.
No nos acercamos para darnos la mano, ni dos besos, ni nos presentamos. Solo nos
quedamos quietos, sonriendo y bebiendo de los detalles del otro. De su fino pelo negro; de
mi nariz roja por el frío; de sus manos, largas y callosas; de mi cuello, firmemente protegido
por una gruesa bufanda; de los hoyuelos que aparecen en su rostro o de cómo se le
encogen los ojos hasta parecer dos medias lunas; o de cómo mis manos juegan nerviosas
con la taza que se ven incapaces de soltar. Entonces, hablamos, rompiendo el hechizo.
–Yuna.
–Soohyun.
Y todo vuelve a girar y nosotros dejamos de ser estatuas bebiendo para comportarnos como
personas normales.
–Ha pasado mucho tiempo.
–Un año, pero aquí estamos otra vez.
Hace cinco años, yo vivía en Seúl por primera vez en mi vida. Había empezado a salir con
un chico de la ciudad hacía poco y habíamos quedado justo en esta cafetería cuando,

mientras tomábamos algo, se fue la luz. Él estaba raro desde que había entrado por las
puertas pero yo lo relacioné con los exámenes de mitad de trimestre. Hace cinco años, me
rompieron por primera vez el corazón. Al irse él, apareció misterioso Soohyun. Había
aparecido de la nada, no le había visto al entrar ni tampoco le había visto entrar. Supuse
que había estado en el servicio. Se sentó entonces a mi lado, con toda la naturalidad del
mundo y como si me conociese de toda la vida. Al principio pensé que estaba loco. Antes
de que volvieran las luces, Soohyun se tuvo que marchar apresurado. Pero antes de eso
me hizo prometer que regresaría al año siguiente por las mismas fechas, las de la primera
nevada.
Soohyun se acomodó en la silla. Mirándome con ojos brillantes, me dijo:
–Cuéntame.
Él casi nunca aporta nada a la conversación. En anteriores ocasiones he intentado
sonsacarle más información: ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Dónde vives? ¿Tienes
familia? ¿En qué trabajas? Pero él siempre acaba dándome respuestas vagas que de poco
me sirven si no es para crear más dudas al respecto. Así que empiezo hablando yo,
dejándole margen a él y reservando mis preguntas para el final.
–Me gradué en junio. Fue un día memorable, después de mucho estudiar, mis
esfuerzos se han visto recompensados. Vinieron mis padres y mi hermano mayor a la
ceremonia y después nos fuimos a comer juntos. Esa noche, toda la clase se fue de fiesta.
Fue una celebración, pero también un poco una despedida. Hemos pasado muchos años
juntos, pero somos conscientes de que sin la rutina del día a día muchos de nosotros
acabaremos por distanciarnos, aun con la presencia de las redes sociales en nuestra vida.
–¡Ah, las redes sociales! No me gustan mucho. Son impersonales, asépticas,
carentes de sentimientos… ¿Dónde han quedado las buenas cartas? –Soohyun es un
romántico, de los que todavía escuchan la música en vinilos y lleva pantalones que se
sujetan con tirantes. Después de su pequeña intervención, me hace un gesto con las manos
para que continúe.
–Este verano me lo pasé echando currículums por la mañana y yéndome de fiesta
por las noches. En julio, mis amigas y yo hicimos un viaje a Jeju. Una semana haciendo
rutas y aprendiendo todos los secretos de la isla. Y en septiembre me llamaron de un par de
sitios para presentarme a una entrevista de trabajo. Y, bueno, ¡finalmente me contrataron!
Así que desde hace un par de semanas estoy viviendo en un apartamento aquí. No más
residencias de estudiantes –poco a poco, y a pesar de ir súper abrigada, el frío va calando
en mis huesos. Soohyun debe de notar el escalofrío que me recorre porque me mira
arrepentido al mismo tiempo que toma mis manos. Están tan frías como el ambiente, pero
supone un gran consuelo tenerlo cerca.
–Lo siento.
–¿Por qué? Es invierno. No puedes luchar contra las estaciones, Soohyun.
–Pero es idea mía quedar siempre este día, el de la primera nevada. Justo cuando
se van las luces y la calefacción.
–Tampoco es que tengamos muchas opciones –le sonrío con disculpa. Un fantasma
de tristeza pasa por delante de él. Se remueve, intranquilo. Y antes de que le dé tiempo a
sentirse peor yo saco algo que llevaba guardado en el bolsillo todo este rato–. No sé si te la
podrás poner por… ya sabes, tu condición. Pero quería intentarlo. Algo mío, para ti.
Le coloco el regalo delante de la vista, una pulsera de color rojo con una Y y una S
entrelazadas. La he trenzado yo, una tarde que me puse a pensar en que no teníamos nada
el uno del otro a pesar de que hacía cinco años que nos conocíamos. Soohyun la coge con
expectación, casi con miedo de romperla si la mira demasiado. La sostiene con la

delicadeza con la que momentos antes me cogía de las manos. La da vueltas entre sus
dedos hasta que finalmente acaba por colocarla con cuidado en su muñeca. Mira la pulsera
un par de minutos más, casi esperando que le atraviese y caiga al suelo.
–Es… perfecta. Muchas gracias Yuna. No sé cómo podría pagarte con un regalo
semejante… –si no fuese porque es imposible, Soohyun se echaría a llorar de un momento
a otro.
–Podrías contarme algo tuyo, que yo pudiese llevar conmigo incluso cuando tú no
estuvieras –sugiero. Mi amigo me mira, dudando. Las sombras le están ganando terreno a
la luz de las velas que juegan sobre su piel, y por un momento parece que nos vayamos a
quedar los dos a oscuras otra vez.
Soohyun se acerca a mí. Tan tan cerca que siento lo frío que está. Solo lleva un suave
jersey como abrigo, nada que sea realmente efectivo. Aun así, cuando susurra en mi oído,
su aliento calienta mi oreja.
–Fue aquí. Hace tantos años que ya no me acuerdo. En este mismo lugar. Antes no
era una cafetería, solo un espacio diáfano. Fue el único lugar que encontré para refugiarme
durante la terrible nevada. Y nunca he vuelto a salir desde entonces. Y estaba solo,
conociendo a gente que nunca más volvía a ver. Cuando apareciste tú, decidiste
escucharme, y volviste una segunda vez. Antes de todo eso, estudiaba literatura
internacional en una universidad no muy prestigiosa de Seúl, para lo que daban los ahorros
en aquel entonces. Todos sabíamos que no tenía muchas salidas realmente en el mercado
laboral y que me tendría que esforzar el triple que mis compañeros, pero mis padres
querían que fuese feliz. Querían que fuese feliz.
Se me llenan los ojos de lágrimas mientras abrazo con fuerza a mi amigo, intentando con
todas mis fuerzas que se quede aquí conmigo. Noto cómo se escapa entre mis manos.
Cómo su aliento deja de calentarme, cómo su presencia deja de ser fría. Y en lo que dura
un parpadeo, la luz vuelve. Miro a mi alrededor, desorientada. Ha vuelto. Todo ha vuelto.
Las parejas cómplices, los camareros serviciales, la ambientación acogedora, el calor.
Intento limpiar mis lágrimas y ahogar el llanto que me nace en las tripas y trepa por la
garganta luchando por salir. Es inútil, pero lo busco. En todos los rincones de la cafetería.
Me cuelo incluso en los baños, hasta que aparece la dueña del lugar, una chica de cara
redondeada, manos regordetas y presencia amable. La única otra persona, además de mí,
consciente del secreto de este lugar. La única que ha estado con él aquí desde el principio
hasta que en una nevada llegué yo, la nota disonante. Hoyeon me abraza y yo me agarro a
ella como un náufrago en medio del mar, a la única tabla de madera que queda.
Intento ignorarlo, fingir que no es así. Que Soohyun es solo un amigo en la distancia a quien
solo puedo ver una vez al año por nuestras ajetreadas vidas. La verdad es que Soohyun
lleva muerto veinte años. Los pandilleros borrachos que lo atacaron de vuelta a su casa un
día cualquiera ocasionó que nunca volviera a ver a su padre, a su madre, a su hermana.
Hoyeon y yo aún permanecemos junto a él, para verlo regresar todos los años en el día del
aniversario de su muerte, con la primera nevada.
La calefacción vuelve, sí, pero el frío penetra en mis huesos hasta que el calor del verano
logre derretirlo.

 

Nevando EncuentrosEs la primera nevada en Seúl. A través de la ventana los copos caen mecidos por el vientoy yo le doy un sorbo al chocolate que me calienta las manos. No hay mucha gente en lacafetería a estas horas y hablan sobre todo en susurros emocionados. Están esperando elgran acontecimiento de la temporada y poder quedarse atrapados hasta que la electricidadvuelva. Yo también estoy deseando quedarme atrapada, pero por motivos distintos a lossuyos.Los camareros no apartan la mirada de la televisión, por la que se va informando de laúltima hora minuto a minuto. Repiten en bucle las instrucciones que deben llevar a cabopara cuando se produzca el famoso apagón. No entrar en pánico. Encontrarse en un lugarresguardado. Tener a mano velas con las que suplir la falta de luz. Farolillos y linternastambién son útiles. Estar bien abrigado…No le da tiempo a decir mucho más a la mujer antes de que todo se funda en la penumbra.Escuchamos a uno de los camareros caminar detrás de la barra mientras los susurros seconvierten en risas cómplices. Una luz nos deslumbra entonces, apuntando a todos losclientes de la cafetería.–Por favor, mantengan la calma. Si disponen de un mechero les pedimos queenciendan la vela que ocupa su mesa. Si no, nosotros pasaremos un momento para podervolver a iluminar la cafetería –unas pocas luces empiezan a verse mientras las velas seencienden y poco a poco una cálida luz se extiende por todos los rincones.El olor de las velas se mezcla con el del chocolate caliente y la gente se junta más en buscade calor. El lugar es pequeño y acogedor con muebles de madera que me provocan lasensación de estar perdida en una cabaña en medio del bosque. Tampoco está muyconcurrido, por lo que es un lugar perfecto para una primera cita con esa persona que tegusta o en caso de que quieras declarar tus sentimientos de la forma más tierna posible.Yo sigo mirando por la ventana, perdida en mis pensamientos, cuando en el reflejo veo a unchico que se acerca. Enciende la vela con el mechero y se sienta a mi lado. No es uncamarero sino un nuevo cliente, y en un principio me quedo sorprendida. Una sonrisaamable se extiende por mi rostro.–Hola.El chico sonríe de vuelta.–Hola.No nos acercamos para darnos la mano, ni dos besos, ni nos presentamos. Solo nosquedamos quietos, sonriendo y bebiendo de los detalles del otro. De su fino pelo negro; demi nariz roja por el frío; de sus manos, largas y callosas; de mi cuello, firmemente protegidopor una gruesa bufanda; de los hoyuelos que aparecen en su rostro o de cómo se leencogen los ojos hasta parecer dos medias lunas; o de cómo mis manos juegan nerviosascon la taza que se ven incapaces de soltar. Entonces, hablamos, rompiendo el hechizo.–Yuna.–Soohyun.Y todo vuelve a girar y nosotros dejamos de ser estatuas bebiendo para comportarnos comopersonas normales.–Ha pasado mucho tiempo.–Un año, pero aquí estamos otra vez.Hace cinco años, yo vivía en Seúl por primera vez en mi vida. Había empezado a salir conun chico de la ciudad hacía poco y habíamos quedado justo en esta cafetería cuando,
mientras tomábamos algo, se fue la luz. Él estaba raro desde que había entrado por laspuertas pero yo lo relacioné con los exámenes de mitad de trimestre. Hace cinco años, merompieron por primera vez el corazón. Al irse él, apareció misterioso Soohyun. Habíaaparecido de la nada, no le había visto al entrar ni tampoco le había visto entrar. Supuseque había estado en el servicio. Se sentó entonces a mi lado, con toda la naturalidad delmundo y como si me conociese de toda la vida. Al principio pensé que estaba loco. Antesde que volvieran las luces, Soohyun se tuvo que marchar apresurado. Pero antes de esome hizo prometer que regresaría al año siguiente por las mismas fechas, las de la primeranevada.Soohyun se acomodó en la silla. Mirándome con ojos brillantes, me dijo:–Cuéntame.Él casi nunca aporta nada a la conversación. En anteriores ocasiones he intentadosonsacarle más información: ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Dónde vives? ¿Tienesfamilia? ¿En qué trabajas? Pero él siempre acaba dándome respuestas vagas que de pocome sirven si no es para crear más dudas al respecto. Así que empiezo hablando yo,dejándole margen a él y reservando mis preguntas para el final.–Me gradué en junio. Fue un día memorable, después de mucho estudiar, misesfuerzos se han visto recompensados. Vinieron mis padres y mi hermano mayor a laceremonia y después nos fuimos a comer juntos. Esa noche, toda la clase se fue de fiesta.Fue una celebración, pero también un poco una despedida. Hemos pasado muchos añosjuntos, pero somos conscientes de que sin la rutina del día a día muchos de nosotrosacabaremos por distanciarnos, aun con la presencia de las redes sociales en nuestra vida.–¡Ah, las redes sociales! No me gustan mucho. Son impersonales, asépticas,carentes de sentimientos… ¿Dónde han quedado las buenas cartas? –Soohyun es unromántico, de los que todavía escuchan la música en vinilos y lleva pantalones que sesujetan con tirantes. Después de su pequeña intervención, me hace un gesto con las manospara que continúe.–Este verano me lo pasé echando currículums por la mañana y yéndome de fiestapor las noches. En julio, mis amigas y yo hicimos un viaje a Jeju. Una semana haciendorutas y aprendiendo todos los secretos de la isla. Y en septiembre me llamaron de un par desitios para presentarme a una entrevista de trabajo. Y, bueno, ¡finalmente me contrataron!Así que desde hace un par de semanas estoy viviendo en un apartamento aquí. No másresidencias de estudiantes –poco a poco, y a pesar de ir súper abrigada, el frío va calandoen mis huesos. Soohyun debe de notar el escalofrío que me recorre porque me miraarrepentido al mismo tiempo que toma mis manos. Están tan frías como el ambiente, perosupone un gran consuelo tenerlo cerca.–Lo siento.–¿Por qué? Es invierno. No puedes luchar contra las estaciones, Soohyun.–Pero es idea mía quedar siempre este día, el de la primera nevada. Justo cuandose van las luces y la calefacción.–Tampoco es que tengamos muchas opciones –le sonrío con disculpa. Un fantasmade tristeza pasa por delante de él. Se remueve, intranquilo. Y antes de que le dé tiempo asentirse peor yo saco algo que llevaba guardado en el bolsillo todo este rato–. No sé si te lapodrás poner por… ya sabes, tu condición. Pero quería intentarlo. Algo mío, para ti.Le coloco el regalo delante de la vista, una pulsera de color rojo con una Y y una Sentrelazadas. La he trenzado yo, una tarde que me puse a pensar en que no teníamos nadael uno del otro a pesar de que hacía cinco años que nos conocíamos. Soohyun la coge conexpectación, casi con miedo de romperla si la mira demasiado. La sostiene con la
delicadeza con la que momentos antes me cogía de las manos. La da vueltas entre susdedos hasta que finalmente acaba por colocarla con cuidado en su muñeca. Mira la pulseraun par de minutos más, casi esperando que le atraviese y caiga al suelo.–Es… perfecta. Muchas gracias Yuna. No sé cómo podría pagarte con un regalosemejante… –si no fuese porque es imposible, Soohyun se echaría a llorar de un momentoa otro.–Podrías contarme algo tuyo, que yo pudiese llevar conmigo incluso cuando tú noestuvieras –sugiero. Mi amigo me mira, dudando. Las sombras le están ganando terreno ala luz de las velas que juegan sobre su piel, y por un momento parece que nos vayamos aquedar los dos a oscuras otra vez.Soohyun se acerca a mí. Tan tan cerca que siento lo frío que está. Solo lleva un suavejersey como abrigo, nada que sea realmente efectivo. Aun así, cuando susurra en mi oído,su aliento calienta mi oreja.–Fue aquí. Hace tantos años que ya no me acuerdo. En este mismo lugar. Antes noera una cafetería, solo un espacio diáfano. Fue el único lugar que encontré para refugiarmedurante la terrible nevada. Y nunca he vuelto a salir desde entonces. Y estaba solo,conociendo a gente que nunca más volvía a ver. Cuando apareciste tú, decidisteescucharme, y volviste una segunda vez. Antes de todo eso, estudiaba literaturainternacional en una universidad no muy prestigiosa de Seúl, para lo que daban los ahorrosen aquel entonces. Todos sabíamos que no tenía muchas salidas realmente en el mercadolaboral y que me tendría que esforzar el triple que mis compañeros, pero mis padresquerían que fuese feliz. Querían que fuese feliz.Se me llenan los ojos de lágrimas mientras abrazo con fuerza a mi amigo, intentando contodas mis fuerzas que se quede aquí conmigo. Noto cómo se escapa entre mis manos.Cómo su aliento deja de calentarme, cómo su presencia deja de ser fría. Y en lo que duraun parpadeo, la luz vuelve. Miro a mi alrededor, desorientada. Ha vuelto. Todo ha vuelto.Las parejas cómplices, los camareros serviciales, la ambientación acogedora, el calor.Intento limpiar mis lágrimas y ahogar el llanto que me nace en las tripas y trepa por lagarganta luchando por salir. Es inútil, pero lo busco. En todos los rincones de la cafetería.Me cuelo incluso en los baños, hasta que aparece la dueña del lugar, una chica de cararedondeada, manos regordetas y presencia amable. La única otra persona, además de mí,consciente del secreto de este lugar. La única que ha estado con él aquí desde el principiohasta que en una nevada llegué yo, la nota disonante. Hoyeon me abraza y yo me agarro aella como un náufrago en medio del mar, a la única tabla de madera que queda.Intento ignorarlo, fingir que no es así. Que Soohyun es solo un amigo en la distancia a quiensolo puedo ver una vez al año por nuestras ajetreadas vidas. La verdad es que Soohyunlleva muerto veinte años. Los pandilleros borrachos que lo atacaron de vuelta a su casa undía cualquiera ocasionó que nunca volviera a ver a su padre, a su madre, a su hermana.Hoyeon y yo aún permanecemos junto a él, para verlo regresar todos los años en el día delaniversario de su muerte, con la primera nevada.La calefacción vuelve, sí, pero el frío penetra en mis huesos hasta que el calor del veranologre derretirlo.
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