NO ME CUENTES UN CUENTO – EL CASO DE LOS TRES CERDITOS Y EL LOBO
Por Sergio Colado
16/06/2015
I – Erase una vez un crimen
El café aún humeaba cuando el teléfono de mesa empezó a gritar.
– Hoy empezaremos pronto – dijo Ritter – Detective Jaeger, dígame.
No eran buenas noticias. Nunca lo eran.
El inspector Ritter Jaeger era famoso en el cuerpo por su largo historial de casos imposibles resueltos. Cada vez que algo extraño o incomprensible sucedía, era a él a quien llamaban. Posiblemente el hecho de no compartir ningún tipo de relación fuera del trabajo con sus compañeros ayudaba a alimentar su leyenda de implacable.
Ritter se presentó en el Hospital Bella Catalinita. El director del centro le esperaba.
– Hemos ingresado a un lobo con múltiples quemaduras en su cuerpo, en coma y sin documentación alguna. Los servicios de emergencia recibieron una llamada anónima esta mañana para que acudieran a la entrada norte del bosque, junto a la carretera que va al pueblo. Allí lo encontraron. No había nadie más. – El director, que también ejercía de médico de urgencias, alargó su mano para entregar copia del expediente médico al inspector.
– ¿Causa de las quemaduras? – preguntó Ritter
– Probablemente alguna sustancia líquida a juzgar por la extensión de las mismas. Seguramente lo introdujeron en algún tipo de caja o recinto pequeño dado que hay varias zonas de contacto que no muestran el mismo patrón de la quemadura, de lo que deduzco que debió estar dentro de algo mientras se quemaba. – El doctor señaló con su bolígrafo diversas zonas del cuerpo del lobo que estaban en diferentes fotografías del expediente- Debo realizar un chequeo más a fondo pero, por ahora, hemos tratado de estabilizarlo. Le llamaré cuando tenga más datos.
– Gracias doc – dijo Jaeger dando media vuelta para marchar.
El inspector salió camino del bosque a ver la zona donde habían encontrado a la víctima, no sin antes comprar un paquete de chicles Trident. Le gustaba mascar goma mientras investigaba.
Nada más llegar a la escena se encontró con el agente Rabbit, quien acababa de acordonarla.
– Buenos días inspector – dijo el agente
– Dígaselo al lobo – contestó Jaeger pasando de largo. – Puede irse agente, necesito estudiar la zona sin distracciones.
Ritter hizo una rápida inspección visual a la zona. No había nada destacable. Sacó sus auriculares del bolsillo y encendió su iPod. Volvió a mirar con más cuidado cada centímetro de terreno.
La música vibraba en su cabeza, le transportaba. Su sangre danzaba al ritmo de las notas, adquiriendo vida propia. Sus músculos trataban de contener el ir y venir de la melodía. Sus neuronas tamborileaban a coro cada acorde. Una chispa brilló en su retina. Entre unas rocas húmedas, cubierto por el barro aún húmedo por el rocío, un trocito de papel parecía querer ser descubierto. Un nombre en él: Museo de Arte Jardín del Paraíso.
II – Pistas y más pistas
El olor a viejo inundaba todo el espacio. La luz apenas dejaba ver a lo lejos con claridad, quedando iluminados sólo los objetos expuestos. El aire acondicionado estaba alto y Jaeger tuvo que cerrar los botones de su chaqueta.
El detective caminó por los pasillos sin detenerse a disfrutar del arte y la historia a su alrededor. No era amante de los museos y ese, en concreto, le producía escalofríos. Contenía varias colecciones sobre la cultura antigua de la zona, conocida por los rituales y sacrificios a los dioses.
– ¿Es usted el director? – dijo Jaeger mirando hacia el señor Ruppert.
– Sí, señor, ¿en qué puedo ayudarle, caballero? ¿Desea usted conocer nuestra oferta museística? – contestó el señor Ruppert mirando por encima de sus gafas.
– ¿Tengo cara de ser un estudiante? Estoy buscando respuestas y creo que usted debe darme unas cuantas.
El señor Ruppert dirigió toda su atención a aquel personaje arrogante que acababa de sacar una libreta de su bolsillo. Aquel tipo era menos joven de lo que aparentaba, vestido con chaqueta de cuero oscura y pantalones tejanos, de ojos claros y pelo castaño, bien cortado, delgado pero claramente en forma a juzgar por sus hombros fuertes y su espalda ancha. No tenía aspecto de policía pero se comportaba como tal.
– ¿Quién es usted, señor? – preguntó el señor Ruppert.
– Detective Jaeger – dijo – y ahora dígame, ¿por qué este lobo tenía una tarjeta suya? – mostró una foto de la víctima al señor Ruppert.
– ¡Dios mío! ¿Qué diablos ha pasado? ¿Quién demonios le ha hecho esto al señor Rudolph?
– Esté seguro de que no es un demonio. ¿Rudolph ha dicho?
– Sí, el señor Rudolph Lupont. Es mi detective privado particular. Él se encarga de investigar robos, fraudes o cualquier otra ilegalidad que pueda salpicar a la reputación e intereses de nuestros museos y de nuestros accionistas.
– Imagino que sus intereses son muchos. ¿Cuál es el que estaba protegiendo ahora? – Jaeger apuntaba en su libreta cuanto el señor Ruppert decía.
– ¿Qué insinúa, señor?
– No suelo insinuar. Suelo plantear hipótesis y estoy tratando de construir una así que dígame en qué andaba metido.
– El señor Rudolph estaba investigando la deslocalización de algunos objetos del museo. – contestó el señor Rabbit.
– Desaparición de objetos querrá decir. Sin embargo, no me consta ninguna denuncia. ¿De quién eran esos objetos y de qué se trata?
– Mire usted, señor Jaeger, no podemos afirmar que hayan desaparecido. Bien podrían haberse extraviado en el traslado entre galerías. No solemos denunciar estos temas hasta tener claro que se trata de un hurto. Imagine la mala propaganda que sería para nosotros…
– Ya, nadie querría exponer.
– Efectivamente. Es por ello que solemos investigar antes de denunciar un tema como este. Debemos proteger los intereses de nuestros accionistas.
– Sin embargo no parece importarle arriesgar la vida de sus empleados para ello.
– ¿Qué insinúa señor Jaeger?
– ¿Qué objetos se perdieron?
– Una aguja de oro, una caja de nácar de la primera dinastía y el primer zapato de cristal de la reina donado hace unos años al museo.
– ¿Cuándo vio a Rudolph por última vez?
– Hace dos días, me dijo que había descubierto una pista y que había quedado con los hermanos Pig para confirmarla. Ya no volví a verle.
Ritter ya había escuchado demasiado y dejó al señor Ruppert esperando una respuesta. No tenía tiempo que perder y salió a toda prisa camino de casa de los hermanos Pig.
III. Tres son tres
Tardaron en abrir la puerta. Los tres estaban abrazados entre ellos y temblaban de miedo. En cuanto Ritter les enseñó la placa comenzaron a hablar al mismo tiempo y a correr alrededor del detective.
– ¡Basta ya! – gritó Jaeger – hablen en orden.
– El lobo ssssopló mi casssita de paja. La tiró abajo de un sssoplido
– El lob-bo-bo-bo sop-p-p-pló y ti-ti-tiró mi ca-ca-ca-casa de ma-ma-ma-madera
– El lobo intentó entrrrrar por la chimenea y cayó en la olla de agua hirrrrrviendo. Luego salió a toda prrrrrisa grrrrrrritando.
– Bien, vayamos por partes, enséñenme los lugares donde dicen que estuvo el lobo.
El primer cerdito llevó al detective hasta los restos de su casa de paja. Ritter se agachó a ver lo que quedaba de ella. Sus mandíbulas rugían aplastando el chicle que llevaba en la boca mientras observaba con detenimiento aquella paja esparcida por todas partes.
El segundo cerdito le mostró cómo había quedado su casa de madera. Los ojos de Ritter recorrían cada trozo de madera rota tirada por el suelo.
El tercer cerdito le llevó hasta la olla aún humeante bajo la chimenea. Ritter recorrió toda la casa con su mirada. Un pedacito de cristal junto a la ventana le llamó la atención.
– Es de un cuadrrrro que tenía junto a la mesilla – dijo el cerdito.
Ritter se acercó a la puerta del sótano y vio unos arañazos junto a la cerradura.
– Perrrrdí la llave y tuve que abrrrrirla con un cuchillo.
Bajó al sótano. Estaba limpio, muy limpio. Más incluso que la parte de arriba. En un rincón de una estantería había una tarjeta, “Negocios Internacionales El Cabritillo”. El Cabritillo era conocido por sus chanchullos oscuros que nunca habían podido ser demostrados. Todos sabían que algo sucio había detrás del Cabritillo, siempre acompañado de ese olor a mentiras, pero nadie lo había conseguido probar nunca.
Subió a la primera planta. Entró en la habitación en la que estaba ahora el primer cerdito. La decoración era escasa, sin nada más que algún libro sobre cerrajería y alguna herramienta de mano. Sólo había una cosa que no parecía cuadrar con el resto. Una caja de madera rota sobre la mesa.
– Mi herrrrrmano rrrrestaura todo tipo de objetos. Ahorrrra está aprrrrendiendo a rrrrestaurarrrrr la maderrrrrra.
Luego fue a la habitación del segundo cerdito. Ritter se quedó mirando el cuadro que había colgado en la pared. Era el póster oficial del concierto de la fiesta que el año anterior se había hecho en la aldea.
– Nos encantó el festival y le pedimos al alcalde si nos podía rrrrrrergalarrrrr el posterrrrr del evento para colgarrrrrlo en la habitación. Somos fans del grrrrrrrupo que tocó.
El detective Jaeger bajó a la planta baja. Sólo tenía unas preguntas más.
– ¿Cuánto tiempo hace que no viven con usted sus hermanos?
– Pues harrrrrá unos cinco años que nos marrrchamos de casa de mi madrrrre y nos constrrrruimos las trrrrres casitas. Es una pena, ahorrrrra sólo queda la mía…
– ¿Les gusta el arte?
– No demasiado, agente, somos más bien gente de grrrrrranja. No solemos irrrrr a museos ni a bibliotecas.
– ¿Museos? Curioso que lo mencione. ¿Conocía al lobo?
– Parrrrra nada. Nos sorrrrrprendió su llegada. No le conocíamos ni sabíamos qué querrrrría. Porrrrrr eso nos pilló desprrrrrrevenidos.
– No se alejen demasiado, volveré pronto.
Jaeger se puso sus cascos de música, salió de la casa pero se quedó en el coche sentado, disfrutando de la melodía. Las ondas danzaban en su cabeza, chocando entre ellas, creando un eco armónico que recorría cada parte de su cerebro, engrasándolo, dotándolo de energía propia. Tenía una hipótesis pero le faltaban aun unas piezas para acabar el puzle.
IV. Reflexiones
“Algo no me cuadra. Si el lobo era capaz de derribar con un soplido una casa entera de paja que no había sido destruida por el viento y también una casa de madera, ¿por qué entrar por la chimenea de la última casa en lugar de derribar la puerta o romper la ventana?
La ventana. Había un pedazo de cristal dentro de la casa junto a la ventana. La ventana parecía demasiado nueva comparada con el resto… Tal vez sí entró por la ventana.
¿Cómo es que un lobo tan en forma dejaría escapar a un rechoncho cerdito después de derribar su casa? Tal vez no les perseguía realmente. Tal vez no estaban cuando él llegó.
Si los cerditos se mudaron de casa de su madre y vivían por separado… ¿cómo es que el mayor tenía habitaciones con decoración personal de cada uno y con objetos tan sentimentales como para no tenerlos en sus propias casas? Tal vez no eran casas. Tal vez su única casa era la de ladrillo.
Estos cerditos mienten. Estoy seguro de que el lobo les investigaba. Ese Cabritillo mafioso es un traficante de todo tipo. ¿Y si contrató a los tres cerditos para robar las obras de arte y el lobo lo averiguó? Tal vez guardaron la aguja en un pajar y eso es lo que el lobo destruyó buscando. Luego guardaron la caja de nácar en un cajón de madera y por eso destrozó el almacén en busca de la caja. Por último, guardaron el cuadro en la casa para no levantar sospechas y el lobo entró por la ventana para buscarlo en el sótano y, ahí, seguramente fue sorprendido por los cerditos. Si no, no habrían podido con un lobo tan fuerte. Le debieron dejar inconsciente y luego trataron de cocinarlo en la olla para eliminar huellas pero despertó con el tiempo suficiente para huir. Luego inventaron la historia de las casitas para justificar el intento de agresión por parte de un lobo.”
V. Detenciones
La policía llegó a la casa de los tres cerditos. Estos estaban preparando las maletas para escapar. Trataron de huir por la ventana trasera.
Jaeger y otros agentes estaban esperándolos. Corrieron por el bosque. Los cerditos alargaban sus patas lo máximo posible, dibujando caóticos círculos a cada paso. Chocaron entre ellos y cayeron al suelo. El primero de los cerditos quedó boca abajo en un charco sin poder salir. Fue el primero en ser detenido. Llevaba la aguja en su bolsillo.
El segundo no vio un árbol que tenía delante, demasiado entretenido mirando hacia atrás mientras corría. Fue el segundo en ser detenido. La caja de nácar cayó al suelo al chocar.
El tercero corrió entre los árboles. Saltaba ágilmente sobre las rocas y se deslizaba por debajo de troncos y ramas. El arroyo estaba a unos pasos y le llevaba hasta unas cuevas llenas de caminos difíciles de seguir. Casi estaba dentro cuando un golpe le sacudió la cabeza y lo lanzó unos pasos hacia atrás. Ritter sostenía una rama de cerezo y se agachó a recoger un tubo de plástico que contenía el lienzo robado.
– Quedas detenido, cerdito, por los robos de las obras de arte.
Los cerditos fueron llevados a Comisaria y confesaron todo. Sin embargo, a pesar de los intentos por parte del agente interrogador para conseguir un pacto con ellos a cambio de que delataran al Cabritillo, ninguno de ellos quiso aceptar. Tenían más miedo a los rumores que corrían sobre su maldad que a la propia cárcel.
Los tres cerditos habían resultado ser una banda de ladrones formada por un especialista en la apertura de puertas y cajas, un especialista en burlar sistemas de seguridad y un especialista en huídas imposibles. El lobo había descubierto que guardaban sus botines en su guarida, tapadera de su vida normal como cerdos de granja pero que escondía sus botines.
Ritter Jaeger sabía que hasta las mejores historias guardan siempre un secreto.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Literatura Infantil y JuvenilDeja una respuesta
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Me ha encantado!! Para cuando el próximo?
Pues para cuando convenza a un editor! Ahora estoy trabajando en varios temas. Pero con fans como tú, apetece!!!!
Excelente propuesta, innovadora y divertida, muy útil para motivar a l.os pequeños a reinventar historias y a desarrollar sus habilidades del pensamiento,felicidades
Gracias Ana! Estoy trabajando en una colección de cuentos que continúa la serie. Aún no inicie la fase de búsqueda de editorial, pero espero que guste a los peques y a los no tan peques y les ayude a ver las cosas desde otra perspectiva, abriendo la mente y mejorando la capacidad crítica