QUÉ SERÁ LO PRÓXIMO – Susana Quintanilla Villaño

Por Susana Quintana Villaño

Tres días desde que se fue y no hemos vuelto a saber nada más.

No es normal en él, no lo había hecho nunca antes. Desesperadas, iniciamos despliegue de medios para localizarlo (y quien dice despliegue de medios dice redes sociales). Mi hija y yo buscamos nerviosas fotos en las que aparezca y elegimos una que en la que sale tal y como es:  esbelto, rubio y con esos ojos verdes tan vivos. Teléfono de contacto, mensaje con llamada de auxilio y listo para publicar. Poco más podemos hacer ya a estas horas de la noche, así que intentaremos dormir y mañana veremos si hay noticias.

Esto ocurría un miércoles por la noche, el último día de verano para ser más precisa. Un verano convulso para mí en lo que a lo emocional se refiere y que se empeñaba en no dejarme tranquila ni el día final de su reinado. No lo vi venir a pesar de las múltiples señales que fueron apareciendo: no me culpo, pues es sabido que desde la distancia temporal y teniendo todos (o casi todos) los datos de la historia es más fácil atar cabos; ya lo dice Pablo D’ors “Es absurdo condenar la ignorancia del pasado desde la sabiduría del presente”.

El caso es que la vibra que me rodeaba en los últimos tiempos no era de muy buena onda: vibraba en negativo o en frecuencia muy baja y, claro, eso no puede traer nada bueno. A cada poco daba tropiezos, me golpeaba con cualquier cosa que se pusiera en mi camino, me picaban todo los insectos que rondaban a mi lado, e incluso llegué a chocar con la moto contra la puerta del garaje (este episodio a lomos de una Vespa vintage de segunda mano recién estrenada por mí merece un relato aparte por lo surrealista y loco). Y lo peor estaba aún por llegar. Debería haber intuido que eran los cohetes previos a la gran traca final, pero he de admitir que yo había decidido no hacer caso a mi intuición últimamente.

No me remontaré a meses atrás, pues con lo acontecido desde el lunes tengo suficiente material para ilustrar lo que en realidad he estado viviendo el último año y medio sin saberlo. Se podría decir que he estado inmersa en una realidad paralela: he sido coprotagonista de una película (dramón para ser más exacta) en la que Jaime, el otro actor principal, la vive (con hechos probados) de manera diametralmente opuesta. La historia no es nueva, no soy la única ni la última persona a la que le ha pasado, pero no por eso la hace menos dolorosa: ser consciente de una deslealtad que supone ir más allá de la infidelidad sexual y además descubrir que sucede desde casi el inicio de la relación, supone toparse de bruces con una realidad muy fea en cuestión de segundos.

Ese lunes bajamos a la playa por la tarde y allí ultimamos los últimos detalles para nuestra escapada a Oporto de la siguiente semana. El martes volvimos a pasar la tarde allí y Jaime propuso ir a un concierto a nuestra llegada del viaje gestionando allí mismo la compra de las dos entradas. El miércoles aprovechamos las últimas horas del sol de verano para terminar en su casa un rato antes de regresar a la mía, situada a escasa distancia y donde me esperaba mi hija. Fue en estas dos horas en su casa cuando “algo” se estaba gestando sin saberlo: unas llamadas insistentes al portero automático y a las cuales Jaime hizo caso omiso, su decisión de ignorar una llamada en modo vibración al móvil unos minutos antes y el bloqueo de mi cerebro para no tomar en cuenta nada de eso.

 

Ya de vuelta en casa, Miel sigue sin aparecer.  Teléfono de contacto, mensaje con llamada de auxilio y listo para publicar. Poco más podemos hacer ya a estas horas de la noche, así que intentaremos dormir y mañana veremos si hay noticias.

Último vistazo a las redes, un mensaje de alguien que no conozco: “Te está poniendo mil veces los cuernos” palabras de una mujer que desconozco que golpean mi cerebro y revuelven mis tripas. El mensaje continúa: “Tres veces follamos cada semana. Y era mi pareja cuando te liaste con él. Algunos no cambian. Y así con dos o tres más desde hace año y medio. Pregúntale por fiestas de Semana Grande…”. El corazón me da un vuelco y pareciera incluso que se detiene, pero arranca y se pone a galopar.

  • Amore- le digo a mi hija- Jaime y yo ya no vamos a seguir juntos.
  • ¿Pero por qué? – me dice mirándome con sus ojos azules sorprendidos y preocupados.
  • A veces ocurre que en una pareja uno ama de una manera y el otro lo hace de otra muy diferente; si eso supone que no sean felices, lo mejor es que cada uno siga su vida por su lado. Así que Jaime va a venir a casa ahora para hablarlo.
  • Vale mamá, me voy a mi cuarto para que podáis hablar tranquilamente.
  • Gracias amore, te quiero.
  • Te quiero mami.

Decirle esto a mi hija antes incluso de quedar con Jaime es toda una declaración de intenciones para no flaquear, para, aún enamorada y amando tanto, parar ahí.

  • Dime – contesta Jaime.
  • Acaba de llegarme al móvil un mensaje muy chungo- le digo en tono serio pero calmado (estoy en estado de shock, no cabe otra explicación para poder hablarle sin gritar ni perder los nervios).
  • ¿Un mensaje? ¿Al móvil? ¿De quién?- pregunta sin aparente sorpresa.
  • De alguien que tú conoces. Y esto lo dije con total seguridad porque lo había comprobado de forma muy fácil indagando en seguidores de uno y otra en la misma red social que me había dejado en estado de shock con la llegada del mensaje fatídico.
  • ¿Si? – intentando escurrir el bulto y ganando, supongo, tiempo para idear alguna excusa.
  • Si, de “una Sara”, Sara Marín concretamente.
  • Culpa mía por volver a ponerme en contacto con esta persona-.

No doy crédito a su insultante desfachatez.

  • No, por volver a contactar con ella no, por acostarte con ella.

Silencio, silencio y resoplidos al otro lado del teléfono.

  • ¿No vas a decir nada?
  • Uff, uff¿Qué quieres qué te diga?
  • Quien no voy a decir nada más soy yo.
  • Pues que la he cagado Judith, que la he cagado.
  • ¿La has cagado? La has cagado sí.
  • Sí, lo siento, perdóname.

Más resoplidos y luego otra vez ese maldito silencio. Así que hablo yo de nuevo:

  • De todas formas, ¿puedes venir a casa para que te vea la cara y de paso para que veas tú la mía? – Silencio de nuevo, por un momento se me pasa por la cabeza la posibilidad de que me diga que no y no sería nada nuevo porque no sabe afrontar conversaciones incómodas y las evita de manera habitual.
  • Sí, ahora voy.

Nervios, ahora sí que los noto. Quince minutos hasta que llega que se me hacen eternos y durante los cuales se me llega a pasar por la cabeza que no aparezca, que haga “ghosting” de nuevo: a los seis meses de conocernos dejamos la relación porque él decidió interrumpirla sin tener el detalle de comunicármelo “ni por lo civil ni por lo criminal” y a los seis meses regresó de la misma manera, sin vergüenza ninguna.

Llega, se queda en la puerta, le digo que puede entrar. Entra, no se quita la chaqueta ni la gorra. Le digo que pase, que se siente. Se sienta en “su parte” del sofá sin desabrocharse siquiera la chaqueta. Me mira como un niño que acaba ser descubierto después de hacer una trastada.

Debo seguir en estado de shock pues mi tono, si cabe, aún es más tranquilo que el de la conversación previa:

  • Tú dirás.
  • No hay mucho más que decir Judith.
  • Vale, pues solo voy a hacerte una pregunta.¿Por qué volviste a buscarme después de medio año y has estado conmigo hasta ahora? Necesito llevarme algo de todo esto Jaime.
  • Porque te quería, te quiero y te querré.
  • No Jaime, quien quiere no hace daño sabiendo que lo hará. Y tú sabes que lo que has hecho es algo muy feo ¿verdad?

Digo “algo muy feo” por no utilizar “algo muy asqueroso”, en mi firme propósito de mantenerme calmada  y no perder los nervios para no entrar en descalificaciones. Asiente con la cabeza mirándome fijamente pero incapaz de decir nada.

  • Te perdono Jaime – le digo acercando mi mano a su brazo.
  • No tendrías que hacerlo, soy un capullo.
  • Sí Jaime, tengo que hacerlo porque quiero seguir adelante con mi vida y con rencor eso sería muy difícil.

Perdonar es la decisión que tomamos de liberar a una persona de la rabia que sentimos hacia ella y decido en ese momento liberarle. Le libero porque le quiero y eso que a veces es más difícil perdonar a quien queremos, por extraño que esto sea.

Sin poder ni querer evitarlo, brotan sendas lágrimas de mis ojos.

  • No quería llorar.
  • Como para no llorar en una situación así.

Me acerca, me abraza y me besa en la mejilla. Nos levantamos y nos dirigimos hacia la puerta.

  • Te voy a echar de menos.
  • Pero podemos ser amigos.
  • Jaime no, ahora tengo que no verte.
  • Bueno, hablamos.

Un último abrazo y un último beso. Y se va.

 

Subo a la habitación de Alba para darle las buenas noches.

Antes de acostarme bloqueo a esa mujer, no necesito saber nada más.

Espero poder conciliar el sueño.

Ya es de día y no, no ha sido una pesadilla.

Bajo, levanto la persiana de la terraza y allí está: nuestro querido gato Miel ha vuelto a casa.

Alegría inmensa en medio de mi profunda tristeza.

 

Y ahora creo firmemente en aquello que una amiga medio bruja me contó acerca de los gatos:  perciben las energías de los seres humanos, que no significa que sean malos o peligrosos, sino que están rodeados de mala energía que ellos presienten. Así que Miel debió atrapar la energía negativa que fue acumulándose en los últimos tiempos y sacarla de casa. Y debió llevarla muy lejos porque tardó tres días en regresar, cuando todo terminó entre Jaime y yo.

 

 

 

 

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