RECUERDOS – Mª Victoria González Iglesias
Por Mª Victoria González Iglesias
El pequeño coche de Elena avanzaba por la serpenteante carretera con rapidez; deseaba llegar cuanto antes a casa, al pueblo que la vio crecer. No podía perder más tiempo, quería disfrutar del mar, de su casa y sobre todo, de los recuerdos del tiempo que pasó allí con su querida abuela.
Elena es una joven morena de ojos castaños, alta y esbelta como su abuela, que además de inteligente, es fuerte e independiente.
Por eso, le cuesta reconocer que sigue sufriendo cuando recuerda que sus padres fallecieron siendo una adolescente, por lo que su abuela se había hecho cargo de ella tratando de educarla de la mejor manera posible. Quería que fuera una buena persona, bien instruida y muy independiente; cosa que consiguió a pesar de la rebeldía de la niña y aunque siempre tuvo miedo a morir antes de ver el resultado, tuvo suerte al poder disfrutar con su nieta cada vez que esta tenía vacaciones.
Su abuela Bella, a la que adora y cariñosamente llamaba “Bela”, era una mujer mayor pero atlética y de rostro sonrosado, en el que resaltaban su blanco pelo, sus ojos verdes como esmeraldas y su eterna sonrisa.
Adelantada a su tiempo, gustaba de leer todo lo que caía en sus manos y estaba muy puesta en tecnología. Era muy buena persona, de la que todo el pueblo se preocupaba, al igual que ella siempre estaba dispuesta a echar una mano al que lo necesitase. Había trabajado toda la vida en el ayuntamiento y nunca en el pueblo habían tenido problemas que no se solucionaran, gracias a su intervención.
En ese momento, Elena paró frente a la casa y se quedó pensativa, en realidad tenía la mirada perdida y la cabeza en otro momento. El vívido recuerdo de su llegada el año anterior la asaltó y se sorprendió rememorando las últimas vacaciones que había pasado con su abuela…
Había sacado las maletas del coche y se encaminó a la entrada llamando a su querida Bela, cuando esta abrió la puerta Elena soltó las maletas y se echó en sus brazos, por supuesto era correspondida por su abuela, que la besaba como si no se hubieran visto en años.
—Hola, Bela no sabes cuánto he echado de menos tus abrazos… y tu comida, claro —bromeó Elena con su abuela entrando en la casa.
—Bienvenida cariño, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y tú? ¿Cómo estás abuela?
—Ahora que estás aquí… mejor —contestó lentamente Bella —. Venga, sube las cosas a tu cuarto mientras preparo un tentempié.
Elena subió a la habitación que seguía como siempre, con su cama a la izquierda de la puerta, tapada con la colorida colcha que había hecho con su abuela, durante un frío y lluvioso invierno. La silla y la cómoda, contra la pared del fondo, donde reposaban delante del espejo su colección de cajitas y la foto de sus padres, a los que echaba de menos cada día. Caminó hacia la ventana que había al otro lado de la habitación frente a la puerta y observó la playa. El mar le traía hermosos recuerdos que le gustaba rememorar, además de ser el lugar donde pensaba disfrutar la mayor parte de sus vacaciones como en su juventud, aunque nunca sería igual…
Dejó de darle vueltas a la cabeza y guardó su ropa en el gran armario, que había hecho construir su abuela aprovechando toda la pared de la derecha, detrás de la puerta, para que pudiera guardar todo lo que se le antojara y que también era el lugar donde se escondía cuando quería estar sola para hablar con sus padres, convencida de que su abuela no la escuchaba.
Bajó cuando hubo terminado de ducharse y cepillar larga su melena, envuelta en un vaporoso y cómodo vestido de estilo ibicenco y sus alpargatas favoritas.
Después de tomar el refrigerio, ayudó a Bella con la comida y disfrutaron de una conversación distendida y divertida, se contaron anécdotas del día a día, como cuando Bella salió con tanta prisa al pueblo que no se fijó que llevaba un zapato de cada color y ese día se había cruzado con medio pueblo…, fue la comidilla del lugar durante una semana; o como cuando Elena envió un WhatsApp a su amiga para quedar a cenar, indicando lugar y hora y apareció su jefe, pues él era quien había recibido el mensaje, al enviárselo por error…, en el trabajo estuvieron bromeando a su costa varios días. Se habían reído muy a gusto.
Finalmente, recogieron la cocina y Elena preparó un té que fueron a tomar en el porche de atrás, dónde un hermoso y cuidado jardín con vistas al mar las esperaba, un lugar tranquilo y recogido en el que Bella la cogió de la mano y la sentó a su lado en el sofá dejando la bandeja en la mesa baja que tenían delante. La miró a los ojos y comenzó a hablar con tranquilidad.
—Querida niña…, he pensado muchas veces en tener contigo esta conversación, pero ninguna me era fácil…
—¡Bela!, ¿qué pasa? —preguntó Elena conteniendo la respiración.
—He tenido algunos problemas de salud…, y me temo que no tengo buenas noticias. Mi corazón se niega a seguir bombeando y a pesar de que me han puesto un marcapasos, no pueden hacer nada más por mí.
—¿Cómo? ¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Por qué no me has llamado? ¿Cómo…
—Calma cariño, no pasa nada, tú tienes tu vida y yo la mía y ya he vivido mucho, no te preocupes.
—¿Pero…? —quería rebatir Elena.
—No hay pero que valga. Estamos aquí mientras no tenemos que irnos, lo sabes ¿verdad? —dijo Bella con toda la entereza que fue capaz de sacar de su maltrecho corazón, le dolía en el alma dejarla sola. La vio pensativa, con los ojos llorosos, el semblante desencajado y sin saber qué decir.
—Sí, Bela, tienes razón, pero no quiero que te mueras, aun no —contestó a su abuela—. ¿No se puede hacer nada? ¿Has visto a más médicos? ¿Te han hecho todas las pruebas?
—Hijita, no te alteres más, ya está todo visto y no hay nada más que se pueda hacer. Me iré cuando tenga que hacerlo y tu seguirás con tu vida, porque es lo que tienes que hacer—. Elena rompió a llorar sin poder evitarlo y Bella la abrazó para consolarla como cuándo, con tan sólo quince años le comunicaron que su padre había fallecido al caer al mar cuando estaba pescando y nadie puedo hacer nada por salvarle la vida. O como cuando, dos años después a su madre se la llevó un cáncer, qué sin piedad, devoró su cuerpo en unos meses. Ahora se iba su abuela, «¡No hay derecho!», pensó «¿Por qué a mí…, siempre a mí? …»
Esa noche no cenó, se quedó con su abuela toda la noche, en el sofá del salón y finalmente se quedó dormida en su regazo. Bella se levantó, la dejó acomodada sobre un mullido cojín y la tapó con una manta y ella se sentó en su cómodo sillón, esperaría el amanecer, sabía que le quedaba poco tiempo y no tenía sueño…
Al día siguiente por la mañana, Elena no sabía dónde estaba, por un momento estaba desubicada, estaba perdida y pensaba que había estado soñando, hasta que abrió los ojos y se dio cuenta de la cruda realidad…, estaba en casa de Bela que se moría.
Respiró hondo, sentada en el sofá miró alrededor, el salón, el comedor y la cocina, eran un espacio abierto, los recorrió rápidamente con la mirada y encontrado a su abuela en la cocina, preparando el desayuno. Levantándose con desgana se dirigió hacia allí muy lentamente, como si no quisiera que pasara el tiempo, como si al caminar despacio lo ralentizara, como si parándose su abuela se pudiera quedar allí eternamente…
—Buenos días, Elena, ¿qué te apetece para desayunar? —preguntó Bella sonriente, como si no hubiera pasado nada la noche anterior.
—Buenos días, Bela —contestó ella con un hilo de voz y un nudo en la garganta—. Un café y una tostada, por favor.
—Estoy haciendo zumo, ¿quieres un poco?
—No, gracias. Con eso es suficiente.
—Después de desayunar podemos ir de compras. ¿Te apetece?
—Vale —contestó sin muchas ganas.
Salieron a media mañana hacia el pueblo dando un paseo, pues no quedaba lejos. Compraron fruta y verduras en el mercado, también se acercaron a la carnicería y a la pescadería. Todo el pueblo se alegraba de verlas y le deseaban a Elena unas felices vacaciones. Después de comprar el pan pararon a tomar un café en el bar de siempre, donde degustaron sus deliciosos churros.
Finalizadas las compras y los saludos volvieron a casa y prepararon la comida en silencio. Bela le dejaba tiempo a su nieta para asimilar lo que le había contado, pues ya no había nada más que hacer, ni que decir; tan sólo quedaba esperar y aprovechar el tiempo de que disponían.
Bajaron a la playa después de comer y por la tarde se dieron un buen chapuzón, el agua estaba estupenda y más tarde caminaron por la orilla.
—Bela, ¿cómo te encuentras?, ¿te duele algo?
—No cariño, no me duele nada. Tomo la medicación que me recetaron para eso. No te preocupes, me ha dicho doctor que posiblemente no sentiré ningún dolor.
—Te quiero mucho, Bela y no quiero perderte —le confesó Elena.
—Elena, hija mía. Siempre me llevarás en tu corazón y aunque no puedas abrazarme y no puedas verme, siempre estaré ahí cuidándote y velando por ti, esté donde esté —se abrazó a su querida nieta y la besó con ternura—. Yo también te quiero mucho y te querré eternamente, nunca lo dudes pequeña.
Había sido un día bastante intenso y estaban cansadas, por lo que recogieron sus toallas y se fueron para casa, donde tomaron una cena ligera y después de una breve sobremesa en la que habían recordado algunos de los momentos más felices y simpáticos de su convivencia, como cuando Elena se empeñó en que la acompañase a un concierto y Bela había aceptado con la condición de ir otro día al teatro y juntas habían disfrutado mucho de ambos eventos.
Se hacía tarde, se desearon una buena noche con un emotivo abrazo, quedando para ir de picnic al día siguiente y se acostaron.
Cuando se despertó, Elena se duchó y se preparó para pasar un espléndido día de picnic y fue a desayunar, pero Bella no estaba en la cocina, «ayer acabamos agotadas, se le habrán pegado las sábanas», pensó… Preparó las viandas y fue a despertarla.
Llamó a la puerta y no advirtió sonido alguno, en ese momento le dio un vuelco el corazón y entró en la habitación rápidamente.
—¿Bela?, —llamó quedamente. —¡Bela, noooo!, —un grito desgarrador salió de su garganta, al mismo tiempo que se dejaba caer resbalando por la pared hasta el suelo y lloraba hecha un ovillo, hasta que no le quedaron lágrimas…
—¡Buenas tardes, Elena! —escuchó detrás de ella.
—¡Buenas tardes, María!… —se sobresaltó —por fin en casa —contestó secándose con el dorso de la mano, un par de lágrimas que resbalaban por sus mejillas al recordar su estancia, durante las vacaciones del año anterior.
A pesar del dolor que sentía, volver a casa a pasar las vacaciones y recordar a sus padres y a su abuela, hacía que los sintiera más cerca.
Sacó las llaves del bolso y entró en su casa. Tenía que seguir con su vida.
FIN
RELATO DEL TALLER DE:
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024