RELATO – Ana Alemany Rullan

Por Ana Alemany Rullan

La brisa de Barranquilla era siempre un telón de fondo para los encuentros entre Gael y Lisa. Habían crecido juntos, vecinos de una misma calle, y el destino había sellado sus vidas desde la primera vez que sus padres, socios de la refinería Moncada-Del Valle, se estrecharon la mano en un acuerdo histórico.
Era un amor de instituto que había madurado con los años, lleno de complicidad y sueños compartidos.
—Lisa, imagínalo —dijo Gael una tarde, mientras caminaban por la playa—: una casa con ventanales enormes, el mar frente a nosotros, y tú pintando mientras yo escribo.
Lisa sonrió, apoyándose en su hombro.
—Será perfecto. No necesito más mientras estés conmigo.
La vida les sonreía hasta que todo cambió. La discusión entre los dos patriarcas explotó como una bomba de tiempo cuando Juan del Valle descubrió que Erick Moncada había estado firmando acuerdos ilegales sin su conocimiento, lo que puso a la empresa en grandes aprietos.
Una serie de contratos ocultos, un fraude millonario y la desconfianza destruyeron la alianza entre las dos familias. Lisa recordaba cómo su padre irrumpió en casa, furioso, lanzando papeles sobre la mesa.
—¡Tu novio y su familia son unos traidores, Lisa! ¡No quiero que vuelvas a verlo!
—¿Qué estás diciendo? —Lisa se levantó indignada—. Gael no tiene nada que ver con eso. Él no es su padre.
—¡Es suficiente! Mientras vivas bajo mi techo, cumplirás mis reglas.
Lisa se negó a aceptar las condiciones de su padre. Gael y ella decidieron huir.
Esa noche, el motor del viejo sedán de Gael rugió mientras se adentraban en la carretera hacia Medellín. No llegaron lejos. Una curva cerrada, un camión que se atravesó y el grito de Lisa fueron lo último que Gael recordó antes de caer en la oscuridad.
A la mañana siguiente Lisa despertó en el hospital, con algunas heridas mínimas.
Su padre estaba junto a su cama, y su expresión era tan grave que le heló la sangre.
—¿Dónde está Gael, papá? — Fue lo primero que preguntó.
—Lo siento, cariño, pero… Gael no sobrevivió. —
Lisa sintió cómo el corazón se le rompía en dos. Las palabras de Juan la sumieron en una profunda depresión. Días después, antes de salir de hospital, el médico le confesó que estaba embarazada. Cuando se lo dijo a su padre, éste vio una oportunidad perfecta para alejarla del país para siempre.
—Este niño no tiene por qué cargar con los errores de los Moncada. Lo mejor será que te vayas a México. Allí estarás a salvo con tu tía, lejos de todo esto, lejos de tanto dolor.
Lisa, vulnerable y rota, aceptó. Tenía el alma destrozada y no quería pensar, ni sentir, solo dejarse llevar. Su mundo ideal se había reducido a una vida sin él, ilusiones rotas, sueños que ya no podrían cumplir. Y así comenzó una nueva vida en México. El comienzo fue duro, el giro inesperado que el destino le había preparado, le costó aceptarlo, pero con el tiempo, el cariño de su tía, el arte y la felicidad de su hijo, se convirtieron en su refugio. Su tía Mariana, hermana de su madre, se dedicó a tiempo completo a cuidar de ellos. Era una mujer que exprimía los días al máximo. Su alegría y entusiasmo fueron fundamentales para la sanación de Lisa. Poco a poco, sus cuadros ganaron reconocimiento, aunque cada pincelada llevaba el peso del amor perdido. Su hijo, Alonso, creció con la luz de los ojos de Gael, unos ojos azul mar que transmitía la misma vitalidad y pureza que su padre. Lisa le había contado que su papá había fallecido en un accidente, pero evitó siempre contar todo lo que pasó con su abuelo y la familia de Gael. Juan no soportaba que su nieto le nombrase a su padre, pero esa fue la única condición que Lisa le puso si quería visitar a Alonso y pasar tiempo con él; que respetara la memoria del hombre de su vida y del padre de su hijo.
Gael despertó del coma dos meses después del accidente, y al enterarse de que Juan había mandado a Lisa fuera del país, creyó volverse loco. Movió cielo y tierra para encontrarla, pero no dio con ella. Después de meses buscándola, la desesperación lo consumió cuando no encontró rastro de ella. Aunque tuvo sus amoríos, nunca le duraban demasiado. El amor que aún sentía por Lisa era  mayor a cualquier otro sentimiento. Finalmente, resignado, aceptó vivir una vida sin ella. Llegó a comprometerse con una chica de buena familia, pero un día antes de la boda, Gael rompió su compromiso. Cinco años habían pasado ya desde aquel fatídico accidente y su amor por Lisa seguía más vivo que nunca.
Un viaje a México con amigos pareció la distracción perfecta para Gael. Era la despedida de soltero de Sebastián, su mejor amigo y decidieron ir a pasar unos días allí. Lo que no imaginaba era que el destino le tenía una sorpresa preparada.
En una galería pequeña en San Miguel de Allende, Gael se detuvo frente a un cuadro que le resultó inquietantemente familiar: un paisaje marino que evocaba los sueños que compartía con Lisa. Sebastián y el grupo de amigos habían parado a comprar un elote con salsa valentina y estaban armando un escándalo descomunal. El sonido de una voz infantil interrumpió sus pensamientos.
—¡Mamita! —dijo un niño rubio, corriendo hacia una mujer al otro lado de la sala.
Gael giró la cabeza y el mundo se detuvo. Era Lisa, su Lisa, abrazando al niño.
Su corazón latió con fuerza mientras daba unos pasos hacia ellos.
Li… Lisa…—quiso gritar su nombre, pero no le salía la voz.
Vio cómo Lisa y el niño desaparecían por la galería y, con pasos lentos pero firmes fue en su busca. El corazón le latía con fuerza y sentía que el mundo se le caía a los pies.
De repente, Alonso volteó la cabeza y su mirada se encontró con la de su padre.
Sus grandes ojos azules se abrieron de par en par.
— Má, ¿es ese mi papá? —preguntó con un hilo de voz que apenas le salía del cuerpo—¡ Sí mamita, es mi papá, Diosito lo ha traído con nosotros de vuelta! Y corrió hacia Gael para abrazarlo antes de que él pudiera reaccionar. Lisa, temblando, trató de recuperar la compostura.
—¡Alonso, vuelve aquí! —gritó Lisa.
Su amiga Mía llegó y, sin entender nada y con cara de haber visto a un fantasma, se llevó al niño fuera de la sala.
Lisa se quedó sola frente a Gael, tras años creyéndolo muerto, quien no apartaba la vista de ella.
—¿Cómo es posible, Lisa? —preguntó él, con la voz quebrada— Te he buscado por todas partes… ¡durante años!— La sorpresa de verla se mezclaba con la rabia y la duda de no entender nada de lo que estaba pasando.
Ella cerró los ojos intentando contener las lágrimas, pero fue en vano, las lágrimas le corrían por sus mejillas como un río desbordado.
—No me creo que seas tú, te he llorado por años, Gael. Mi padre me dijo que no sobreviviste al accidente. Creí que nunca volvería a verte. ¡Creí que habías muerto, Gael! Le recé tanto a la Guadalupana para que esto pasara…
— Ese niño…, ¿es nuestro? ¿Tengo un hijo, Lisa? ¿No se te ocurrió decírselo a mi padre? ¡¡ Es su abuelo por el amor de Dios!!
Ella bajó la mirada, las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Lo siento mucho, Gael, quiero que me entiendas, me dijeron que estabas muerto, me mudé aquí porque no podía soportar mi vida sin ti, sólo quería empezar una nueva vida lejos de todo lo que me recordaba a nosotros, ¡lejos de los Moncada!
Gael se pasó las manos por el pelo, luchando contra la confusión y el enojo. —
—No puedo creer que te hayas callado algo tan importante Lisa, no lo concibo— le reprochó con rabia. Pero cuando la miró de nuevo, lo único que sintió fue el mismo inmenso amor de siempre.
—Lisa, me he pasado cinco años buscando una razón para seguir adelante. He intentado rehacer mi vida, pero no he podido. Solo te he amado a ti y te amaré el resto de mis días, pero estoy muy confundido, necesito asimilar tu regreso y el saber que tuvimos un hijo.
Se acercó a ella y su mano tocó su rostro, necesitaba besarla, había soñado tantas veces con ese momento…
—Te sigo amando Lisa—le susurró al oído.
—Nunca te he olvidado Gael— le contestó ella.
Se quedaron horas hablando y poniéndose al día del tiempo perdido. Sebastián enloqueció al verla de nuevo y la atiborró a preguntas las cuales ella, sonriéndole, le dijo que en otro momento se las contestaría. Mía dejó a Alonso con ellos y se marchó feliz de ver a su amiga.
Lisa lo miró a los ojos, su voz temblando.
—Yo… Gael, cada día que pasaba lejos de ti, me sentía morir. Estaba rota. No tenía fuerzas para luchar contra mi padre, no tenía fuerzas de enfrentarme al pasado, a ese horrible accidente. Pero ahora que estás aquí… Alonso te necesita, y tú mereces conocer a tu hijo y estar con él.
Gael cogió suavemente su mano.
—No importa cuánto tiempo haya pasado, Lisa. Lo único que quiero es estar con vosotros. Dime que aún podemos ser una familia, la familia que siempre soñamos.
Los días en México lo aprovecharon para pasar tiempo juntos y hablar de sus vidas después del accidente. Lisa le dijo que a pesar de que su tía había insistido en presentarle a los hijos de sus amigas, ella no había querido tener ninguna relación seria, ya que su prioridad eran Alonso y su carrera.
Una tarde, mientras paseaban por un parque, el pequeño tomó la mano de Gael.
—Pá, ¿por qué no estuviste con nosotros antes? —preguntó con la inocencia de un niño.
Gael se agachó a su altura, mirando directamente a esos ojos tan iguales a los suyos.
—Es una historia complicada, campeón. Pero lo que importa es que estoy aquí ahora, y no voy a irme nunca a ningún lado.
— ¡Qué chido! ¿sabes? Mi mamá y yo todas las noches rezábamos a Diosito por ti. Ella no lo sabe, pero a veces la veía mirar tu foto y llorar.
Lisa observó la escena desde unos pasos atrás, con el corazón lleno de emociones encontradas. Aquellos momentos eran un recordatorio del tiempo perdido, pero también una promesa de un futuro mejor.
Gael voló a Barranquilla lleno de ilusiones y emociones nuevas. Estaba como loco por hablar con su padre, aunque temía su reacción. Pensaba en Lisa, en la promesa que le hizo de hablar ella también con el suyo, ponerle las cosas claras.
Sabía que no le sería fácil.
Juan del Valle no quiso seguir escuchando cuando su hija le llamó para contarle su reencuentro con Gael, y antes de colgar le dio a elegir, entre él o ese Moncada. Lisa dejó el teléfono con lágrimas en los ojos y optó por mandarle un mensaje: “Lo siento mucho pá, lo elijo a él, al amor de mi vida, ojalá puedas entenderme y aceptarle”.
Erick, por el contrario, se alegró muchísimo por su hijo y le felicitó por haber luchado por el amor verdadero, pero lo que más feliz le hizo fue saber que era abuelo, que tenía un nieto. Era tal la felicidad que sentía que no le entraba en el pecho, y enseguida le pidió a Gael viajar a México para conocerle.
Pasaron semanas hasta que Gael pudo organizar su traslado en el trabajo.
Durante ese tiempo, Alonso y Lisa le llamaban a diario. Gael disfrutaba muchísimo platicando con ellos. Un día antes de partir, Erick fue a visitar a Juan para intentar arreglar las cosas y dejar el pasado atrás.
—¡¿Quién te dejó pasar?! — gritó Juan al verle en el salón de su casa. — Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
—No te robaré mucho tiempo. Vengo para que enterremos el hacha de guerra, Juan. Lo que pasó fue hace años. La vida les ha dado una segunda oportunidad a los chicos, y nos ha bendecido con un nieto, ¿acaso no te parece motivo suficiente para empezar de nuevo? Mañana me voy a México a conocer a Alonso y estar una temporada allí, en lo que Gael y Lisa encuentran un hogar donde vivir. Me encantaría que te vinieras con nosotros. Y dicho esto, dejó un billete de avión a su nombre sobre la mesa y cerró la puerta tras de sí.
El recibimiento que tuvieron los Moncada no pudo ser mejor, Mariana les había organizado una gran fiesta en su casa con mariachis y todo. Erick quiso hablar con Lisa, pero ella le dijo que ya tendrían ocasión de platicar más adelante.
—¿Hay hueco para este cascarrabias? — se oyó decir a alguien al final del salón.
Lisa sonrió al ver a su papá allá. Por primera vez en mucho tiempo, volvió a sentir la felicidad plena.

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