RELATO FINAL CURSO SUPERIOR
Por Carlos Luis Velazquez
06/04/2016
“Tranquilo, amor, te espero”
-Él no es así -rumiaba sin cesar. No, no es así.
Su hermana la menor le había descrito como un monstruo, un ser en el que no se podía confiar.
-No me lo creo. Él me ha dicho que quiere estar conmigo. -Le había prometido mucho, y ella le amaba. Había música en sus tripas, y ganas de gritarlo por las ventanas. Pero había pasado ya un mes sin mensajes de Whatsapp o Messenger. No entendía por qué, pero se lo permitía-. Estará ocupado, o cansado como tantas veces me dice, por su trabajo, pobrecito.
Sin embargo su familia, con la que convivía, rechazaba la relación.
-Tonterías, no le conocen, él es cariñoso y trabajador. Yo sé que le amo y aquí estoy esperándole hasta que él lo necesite -le daba vueltas una y otra vez hasta dolerle la cabeza.
Magdalena vive con sus dos hermanas, su cuñado y su hija, fruto de una anterior relación fallida, de la que el padre no quiso hacerse cargo. Pero se siente sola, incluso rodeada de su familia que tanto la apoya. Es como una taza de porcelana, bonita y frágil, a la que inunda la desconfianza, por lo que ha construido un muro a su alrededor para que nadie la hiera y penetre en sus secretos.
Pronto cumplirá cuarenta y cinco años, de constitución fuerte, con sobrepeso, y tímida hasta la exasperación, salvo cuando raramente saca su genio. Suele permanecer callada, y cuando habla lo hace muy bajito, como si sus palabras fueran susurros ahogados, que por lo general suele sustituir por una sonrisa mantenida.
Procura buscar trabajos que no le supongan alejarse de su área de confianza, y en los que no tenga que enfrentarse a otras personas, pues no sabe defenderse. En casos difíciles suele callarse y ponerse colorada como si la cabeza fuera a estallarle, por lo que trabaja cerca de casa, en limpiar portales, casas, cuidar niños pequeños o acompañar a personas mayores; eso sí, tiene un buen corazón, y no significa que sea tonta, sabe pensar y razonar, y lo demuestra en razones económicas o de orden en el hogar, o cuando habla de las cuitas de otros, sobre todo de la vecindad, pues no hablará mucho, pero sí le cuentan mucho. Mas su punto débil está en cuestión de amores, ahí es muy fácil jugar con ella.
Sebastian (así como suena, sin tilde en su idioma) apareció en su vida sentimental ocho meses atrás. Él vive en una habitación alquilada, en la casa donde Magdalena cuida a la niña de una pareja que a su vez tiene alquilado el piso. Son rumanos, también Sebastian. La familia es cariñosa e íntegra, y la niña, Daría, la quiere y respeta desde hace ya casi tres años, los que tiene la niña. “El sujeto” como le denomina Raquel, la hija de Magdalena de modo despectivo, ya vivía ahí cuando comenzó a cuidar a la pequeña.
Empezó a chatear diciéndole que se había fijado en ella desde hacía meses, que se había enamorado, pero no se atrevía a decirle nada, y que tenía ganas de tener sexo.
Fue un bombazo para Magdalena que alguien se fijara en ella de esa manera. No quiso creerlo, por lo que le dio largas, pero con gusto, porque le siguió el juego en un tira y afloja.
-¿Yo te gusto de verdad? Anda ya, no me lo creo. Me estás engañando.
La estrategia de Sebastian consistió en machacarla a chats a base de “yo te quiero”, “¿tú no me quieres?”, “¿ni un poquito?”, “eres mala, me tienes loco”, “quiero tener sexo contigo”, “¿tú no quieres?”… Tan insidioso, que ella acabó por sucumbir y querer creerse amada.
Su humor cambió. Una sonrisa la acompañaba en cada instante. Se propuso comer menos y salir a pasear para perder algo de peso. A su hija le extrañó ver a su madre tan cambiada, como si fuera una loca adolescente. Ella, que tenía diecisiete años, lo veía fuera de lugar. Incluso su manera de vestir, más moderna, dejando los blusones amplios y oscuros en el armario.
-Mamá, pareces un mamarracho, así no salgo contigo.
-Tú es que no eres moderna -respondía Magdalena.
De repente se hizo fan de la música heavy y saludaba con la mano a modo de cuernos. Cantaba, reía ostentosamente y a veces bailaba por la casa.
Su vida sexual se tornó muy activa. Como era verano, se iban por las noches a los parques, y cuando se fue la familia de vacaciones a Rumanía, aprovecharon para usar la habitación de él, en su cama de noventa por uno ochenta, hasta altas horas de la madrugada.
-¿Y cómo cabrán los dos en una cama tan pequeña? -se preguntaba la hermana mayor, entre el disgusto y la risa-, porque pequeños no son ninguno de los dos, ellos sabrán.
-A mí me gusta sin condón -sentenciaba él.
-Como tú quieras -se dejaba ella.
-Te voy a comer todo el chocho, ¿me vas a comer mi polla? -insinuaba “el sujeto”, una y otra vez.
-No sé, eso no me gusta -respondía inocentemente.
Pero él no cejaba en su empeño. Si lo logró, sólo ellos lo saben. Mientras, la engatusaba con otras lides, como que quería tener hijos, llevársela a Rumanía o vivir con ella, estrechando el lazo con un “te quiero mucho” pasajero.
Como loca se puso a buscar casas, pisos y habitaciones, para irse cuanto antes con él, sin percatarse de que con ninguno de sus sueldos podrían pagarlo, es lo que tiene la nube enfermiza del enamoramiento sin base. Raquel percibió esta rara y frenética conducta y se lo contó a sus tíos, que se descompusieron, enfadaron y sintieron defraudados y preocupados. No podían creerse la locura que estaba a punto de cometer, y menos con esa persona, de la cual tenían conocimiento de que maltrataba a las mujeres.
En casa aunaron puntos de vista y sentimientos, y decidieron controlarla sin que ella se diera cuenta, para que no diera pasos que la condujeran a un error sin vuelta. Le controlaron los chats y emails, pues era tan confiada que sus claves las conocían su hija y su cuñado. La hermana mayor la controlaba con prismáticos cuando quedaba por la noche con él para ver si se iban juntos o no y hacia dónde. Y la menor puso en marcha una parafernalia de trabajadores sociales, abogados y psicólogos, para poder ayudarla a ella y a la familia en general, pues el sufrimiento era de todos, y la prevención era esencial.
Raquel, para ponerla a prueba entre ella como hija y él, “el sujeto”, la dio a elegir.
-¿Con quién te quedarías si yo te lo pidiera?
Y Magdalena tan claro lo tenía, que no tuvo duda en elegirle a él.
Raquel, incrédula, sólo supo decir:
-Que sepas que si yo te veo con “el sujeto” por la calle, tú no eres mi madre, y no te saludaré -la crucificó entre dolor y sollozos.
La información comenzó a emanar de esos chats, y de unas visitas al médico que sí compartió con sus hermanas y su hija. Se presentaron tres opciones: la posibilidad de estar embarazada, la de poder estar desarrollando un cáncer de cuello de útero, o un simple retraso menstrual; como ya sabemos, no utilizaban ningún método anticonceptivo, y además él tenía un amplio historial de frecuentes visitas a prostitutas cuando no quedaba con ella. Tan obnubilada estaba que ni se lo creía, ni lo quería creer. El estar embarazada le hacía sentir una felicidad ciega, y a la enfermedad no le prestaba preocupación alguna.
Su familia se sentía incapaz de hacer que abriera los ojos.
-Maleni, (como la llaman en casa), ¿no te das cuenta de que si te quedas embarazada no vas a poder criar a tu hijo, que puedes estar enferma por culpa de ese “ser” que puede haberte pegado cualquier cosa?, ¿no ves que te queremos, que la familia está muy nerviosa por lo que está pasando, y que puedes hacer mucho daño a los que te rodean? Estamos contigo, pero has de darte cuenta de que esa persona no es trigo limpio y está jugando contigo -le aclaró su hermana la menor, reunidos todos en el salón del hogar. Ella mientras, mantenía una sonrisa, pero callaba.
¡Ay, por Dios! El día que él le propuso matrimonio y ella le dijo que quería ir más despacio, los chats y mensajes desaparecieron del mapa, como si la relación no hubiera existido jamás.
De nuevo la familia le insistió en la clase de persona que era, y lo que perseguía con ella: casarse con una española para tener los papeles de residencia y más tarde la nacionalidad, y mientras que le cuidara, haciendo él su vida en paralelo; y todo esto, corroborado por la familia de la niña que cuidaba, pues también se enteraron de la relación, y no podían creerlo.
-¿Maleni, con este mosca muerta? No nos lo creemos -ya que conocían de primera mano a qué clase de calaña pertenecía “el sujeto”.
Un mes…, “te quiero, necesito hablar contigo” -insistía ella-, silencio…
-Tu hermana está loca, no me deja en paz, dice que quiere casarse conmigo, yo no quiero nada con ella, no deja mi teléfono parar, ella se lo inventa todo -le contó a su hermana menor, en una llamada telefónica en medio de la noche.
-Tú eres un sinvergüenza, que le has prometido el oro y el moro, y todo era mentira. Sólo cuando te ha negado un matrimonio rápido es cuando no has querido nada más con ella. Follabas con ella cuando te venía bien, solamente eso. Mientras te acostabas con otras. Ahora que no tenéis sitio, ya no te viene bien. No vuelvas a acercarte a ella o te arruino la vida, porque sé que tienes problemas con drogas y con la policía, y mi hermana es demasiado buena para merecerte, despojo de ser humano, mamarracho, que pareces un muerto viviente -se explayó eufórica.
A estas palabras les siguió el silencio telefónico del corte de llamada, y una conversación larga y nocturna con Magdalena y su otra hermana y su cuñado, cayendo por fin en la cuenta de que realmente esa persona no la amaba. Aunque en lo más hondo de sus entrañas todavía le quedaba un resquicio para el perdón.
Un torbellino de sentimientos la envolvía y las sienes parecían reventarla. De algún modo se quedó aliviada tras los meses de agitación que había pasado, de lucha entre él y su familia, y recobró la aceptación y unión con esta, habiendo evitado un embarazo y una enfermedad muy seria.
Sentirá tristeza, de nuevo esa estúpida soledad que nos creamos nosotros mismos…
Ojalá que Magdalena haya aprendido, pues su hija, Raquel, fue el primer embarazo, de otros cuatro, origen de una anterior relación con un hombre marroquí que no quería usar condón, que “prometió” casarse con ella, que no quiso hacerse cargo de su hija, que le pedía que abortara en cada embarazo, y que fueron sus hermanas, en especial la pequeña (porque su madre había fallecido, y ella se hizo con su papel, al ser la más fuerte y realista), las que la sacaron del apuro. Quién iba a decir que diecisiete años después la situación se repetiría casi calcada y Magdalena volvería a dar los mismos pasos.
– Mamá yo te quiero, tan solo te pido que estés conmigo, que me acompañes, que vengas a las reuniones del instituto, que salgamos juntas de compras…, que me quieras -le suplica Raquel.
Magdalena la besa y acaricia, y permanece perdidamente pensativa en la nada, esperemos que para bien.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024