SED – Cristina Velaco Díez

Por Cristina Velasco Díez

Sed, era todo lo que sentía, sed y un terrible cansancio, apenas podía moverme, mis músculos y articulaciones no me respondían. Ni siquiera los párpados se atrevían a un mínimo aleteo. Inmóvil, con un primitivo sentimiento de ahorro de energía. Sin embargo, seguía viva, lo notaba en el lento y poco perceptible sonido de mi respiración, en el tenue latido de mi corazón. ¿Cuánto tiempo llevaba así? Cerré los ojos y caí en la profundidad.

Jueves 9 de marzo 2023, dos días antes.
Bajó de la bicicleta empapada. Cuando comenzó las clases no sudaba ni una gota y veía los charcos de sus compañeros con cara de asombro y profundo asco.
El peor era Hugo, dos bicis delante de ella, su charco era descomunal como los lagos de Covadonga, petado, con una camiseta naranja del club de escalada y una pestilencia mochilera.
Nieves odiaba cómo la miraba, la desnudaba con ojos saltones bajo las gafas de carey negras. Se sentía intimidada, y eso que Nieves tenía una alta autoestima y un carácter norteño.
Miró su reloj Nike, ya eran las nueve de la noche, 8 “WhatsApp”, 54 emails. Llevaba una semana agotada, no veía el momento de tirarse en el sofá a ver su serie favorita. Necesitaba dejar su mente en blanco si es que eso existía.
Cogió la cazadora del perchero y salió a zancadas. Tenía las piernas pesadas del esfuerzo, pero a los pocos pasos ya estaba en la calle. Sólo diez minutos a su casa.
Pasó por delante de su garaje, allí en la puerta estaba ese chico extraño que les había alquilado la plaza. Fumaba un cigarrillo y fingía no haberle visto. Bajó los ojos y desapareció.
Nieves era activa y taciturna. Una prótesis emocional llenaba el vacío de su padre ausente. Su madre había sido la piel protectora, la red de seguridad y la trabajadora. Gracias a ella Nieves había tenido una infancia rica y plena. Pero el hueco que había dejado su padre, sólo pudo ocuparlo con caricaturas de hombre que pasaban por su vida como chispas de bengala.
Su madre, Olivia, era una mujer incombustible, en edad madura. Respetaba sus espacios y sus silencios. Simplemente Nieves era todo lo que tenía, su felicidad y su desgracia, su libertad y su atadura.
Vivían en un piso pequeño de la calle Prim, desde allí estaban cerca de todo y de nada, porque en una ciudad como Madrid los conceptos cerca y lejos tenían otro matiz. El matiz del tráfico, de la hora punta, de la lluvia y del sol.
Nieves caminaba por la acera, los pensamientos fluían con ligereza bailando entre sus neuronas, deslizándose por las terminaciones nerviosas, explotando en su conciencia de una manera sutil. Estaba relajada. La oxitocina generada estaba haciendo su trabajo. Se retiró el pelo de la cara suavemente, alguien caminaba acercándose. El ritmo de sus pisadas sobre el suelo mojado era asonante,” pla, pla, plaplaplas”, y sin prevenirlo, un pañuelo sobre su cara, un olor intenso y oscuridad.

Olivia, la madre de Nieves, se despertó sobresaltada, miró el reloj de pared de su abuelo, las siete de la mañana, se había quedado dormida en el sofá. El antihistamínico le dejaba desmayada. Salió a lavarse la cara y pasó por la habitación de Nieves. ¡No está!, la cama impecable, ¡no había dormido en su cama!
Olivia, llamó al comisario Gutiérrez. Había coincidido con él en el instituto, habían salido y habían roto. La relación entre ellos se había mantenido de manera natural, sin rencores, como amigos.
– Edu, perdona, la niña no ha dormido en casa, estoy preocupada.
– Se habrá quedado en casa de alguien, Olivia, no te agobies.
– No, Edu, su móvil está apagado. Se fue al gimnasio y no volvió. Yo me quedé dormida, esta alergia me está matando. ¡Tenemos que encontrarla!
– No podemos hacer nada hasta 24h después de la desaparición, pero haré alguna pregunta extraoficialmente.
-Gracias, eres un sol, yo me acercaré al gimnasio.

“Your body and soul”, era un gimnasio muy moderno. Olía a sudor reconcentrado y a esfuerzo infinito.
– ¡Claro que conozco a Nieves! – dijo la recepcionista- a veces nos tomamos una birra juntas, su clase es la última y ella me espera a que salga. Ayer se fue a casa, estaba rota.
– ¿Se fue con alguien?
-No, salió la primera. Ella prefiere ducharse en su casita, aquí hay poca intimidad. A los dos minutitos salió Hugo, lo sé porque me preguntó si la había visto.
– ¿Sabes dónde puedo encontrar a ese Hugo? Estoy muy nerviosa, Nieves ha desaparecido.
– OMG! I can´t believe it! – dijo, mascando chicle- ¡esto es mucho!
Sí, déjame que mire en su ficha. Aquí la tienes- dijo pasándole un postit.
Olivia le dio las gracias y salió disparada.

Nieves abrió los ojos, le dolía la cabeza y se sentía mareada, se incorporó y vomitó. Volvió la cabeza mirando alrededor, oscuridad, un zumbido le inundaba el cerebro.
– ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué me encuentro tan mal? Poco a poco fue recordando la noche anterior, su recuerdo crecía proporcionalmente al sentimiento de pánico. Su estómago se retorció y volvió a vomitar. La acidez se extendió por su boca y empezó a temblar.
Lloró, de terror, de angustia, lloró sollozando y gritó: ¡Qué alguien me ayude!

Era la cuarta chica que escondía. Pero ésta, era especial. Es Nieves, la conozco, su manera de hablar, su olor suave, incluso después de haber sudado en “cycling”.
Esta vez va a ser más difícil. Esta vez le va a doler el corazón. Se ha despertado, la oye gritando. ¿Por qué tienen que ser tan desagradables? No hay necesidad de gritar. La desea, la desea mucho, cada vez que la saluda después de clase se le pone dura. Sólo un hola y la presión contra el pantalón es insoportable. ¿Ves? Ya la tiene a punto de explotar.

Olivia entra apresuradamente en el despacho de Edu.
Le tenemos, Edu. La recepcionista me ha dado su dirección, es un compañero de Nieves de su clase en el gimnasio. Se llama Hugo y salió detrás de ella a buscarla. La recepcionista dice que tenía a Nieves agobiada, que la acosaba.
Vamos a hablar con él, dijo Edu, cogiendo la chaqueta.

Hugo vivía en Aravaca, en un chalé aislado construido en los años 70. Llamaron y la puerta se abrió automáticamente, caminaron hacia la entrada. El jardín y la casa estaban muy cuidados. Hugo les abrió la puerta, alto y repeinado, con unos modales refinados los invitó a entrar.
-Hola, Hugo, Nieves ha desaparecido y tú saliste justo después de ella del gimnasio anoche.
Sí, salí a buscarla por si la veía.
¿Por qué?
-Bueno…. su hija… yo solo quería hablar con ella. – explicó de manera entrecortada.
– ¿De qué?
-De un tema personal.
-Mira, Hugo, Nieves ha desaparecido, esto no es una broma.
Hugo se revolvió en la silla.
-Lo siento, Nieves me gusta, quería hablar con ella, invitarla a salir, pero no llegué a encontrarla, eso es todo. Aun así, me gustaría colaborar con vosotros, no puedo creer que haya desaparecido. ¿Cómo puedo ayudar?
Edu le pidió que rastreara sus últimas horas, preguntara a todos los que hubieran podido cruzar alguna palabra con ella. Hugo se puso en marcha.

Mientras tanto en el cobertizo.
Nieves, piensa. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Por lo menos 18 horas. ¿Dónde estoy? ¿Cómo voy a salir? Tengo sed, mucha sed.
Poco a poco sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad, estaba en una habitación pequeña, probablemente un trastero o un cobertizo para herramientas. Un camastro oxidado era el único mobiliario.
Un haz de luz se colaba por una rendija en la puerta. Nieves acercó su ojo, al otro lado sólo se veía un monte. ¡Nadie la encontraría!
Tenía que salir de allí, pero ¿cómo? Cada hora que pasaba se sentía más débil.

La polla le ardía, tenía que verla, no aguantaba más. Se acercó al cobertizo, la oía sollozar al otro lado. Arrastró sus manos callosas y ásperas suavemente por la puerta. Pronto la consolaría, ya no tendría que llorar más. Abrió la puerta, allí estaba, en pie, apoyada en la pared con los brazos hacia atrás, toda para él.
De pronto, Nieves se abalanzó sobre él y le golpeó. Cayó redondo sobre la tierra. Nieves había logrado desmontar el somier y con la barra de la cabecera le había golpeado en la cabeza.
Salió corriendo hacia el monte, pero él la perseguía, se había levantado con la cara sangrienta y aturdido. Al verla correr la persiguió, no podía escapar, sería su ruina.
Nieves corría entre las zarzas, saltó un tronco caído y logró llegar a un camino. Una furgoneta pasaba justo en ese momento, ella gritó y el vehículo paró. Nieves corría a su encuentro cuando un sonido sordo cruzó el valle. El conductor cayó sobre el volante. Nieves no podía creerlo. ¡Le ha matado!
Martín le agarró por el brazo con fuerza y la arrastró hasta la furgoneta, Nieves se resistía, pero el chico era fuerte. Al llegar a la altura del conductor lo vio, ¡es Hugo!, ¡Martín ha matado a Hugo! ¿qué hacía Hugo allí?

Mientras en la comisaría Edu tenía a todo el equipo reunido en la sala grande.
Ya habían pasado 24h, el dispositivo estaba en marcha.

-Nieves desapareció en los 500m que hay entre el gimnasio y su casa. Quiero que habléis con todos los comercios abiertos a esas horas, con los vecinos, con las oficinas. Buscad a cualquier persona que tenga o haya tenido alguna relación con Nieves en el barrio. Cualquiera. Quiero saber dónde viven, qué conducen, ¡todo! Y lo quiero ¡ya! – gritó Edu.

La madre de Nieves se acercó a la comisaría. Estaba mareada, sólo la adrenalina la mantenía en pie.
Entró en la sala a la vez que un agente informaba a Edu.
– Comisario, hay un aparcamiento en la calle de Nieves cuyo empleado lleva sin aparecer por el curro en todo el día. Tiene una casa a su nombre en Boadilla, la heredó de su madre que falleció hace quince años. El chico es huérfano desde los doce y lleva saltando de trabajo en trabajo desde entonces.
¡Lo tenemos, Ramírez! ¿Tiene su dirección?
Sí señor, aquí la tiene.
– ¡Edu, llévame contigo, conozco al chico, se llama Martín, él nos alquiló la plaza para el Mini! – le suplicó Olivia.
– Ok. Igual nos ayudas.

Martín no entendía cómo podía haber pasado. No le gustaban las chapuzas y esto era una chapuza. ¿Cómo había desmontado el somier? Era más lista que las demás, por eso merecía más la pena. Por eso lo ponía tan cachondo.
La había tenido que golpear, había caído inconsciente y para más inri había disparado a un chico. Ahora tendría que limpiar todo aquel desastre.
Se volvió y allí estaba, inconsciente, la había tenido que golpear. La cogió en brazos y la dejó en la parte trasera. Se subió a la furgoneta empujando el cadáver del conductor y arrancó.
Nieves se despertó aturdida en la parte de atrás de la furgoneta, abrió los ojos lentamente, allí estaban las cuerdas de escalada de Hugo.

Condujo de vuelta a su casa, aparcó junto al cobertizo, abrió las puertas traseras del vehículo Nieves saltó desde el vehículo sobre Martín con una cuerda en su mano, la enrolló sobre su cuello y tiró, tiró con todas sus fuerzas, descolgándose sobre su espalda. Martín se resistía, era fuerte, trataba de sujetar con ambas manos la cuerda manteniéndose en pie, pero los cincuenta kilos de Nieves pesaban sobre su cuello, convulsionó y cayó al suelo, muerto.
Nieves, agotada, cayó desmayada. Despertó, tenía mucha sed, pero estaba viva. Volvió a caer inconsciente.

Abrió los ojos lentamente, estaba en una ambulancia, una vía le mantenía hidratada, su madre, a su lado, le cogía la mano con fuerza, sonriendo.

– ¡Mamá Martín ha matado a Hugo!
– Tranquila hija, tranquila, no está muerto, se lo han llevado al hospital. Está grave, pero parece que sobrevivirá.
– Pero mamá, ¿qué hacía Hugo allí?
– Te iba a buscar, estuvo hablando con todos los vecinos de la calle en que desapareciste y descubrió que Martín no había aparecido por el trabajo, consiguió tu dirección y vino a buscarte.
– Pero ¿por qué? Mamá, apenas nos conocemos.
– Le gustas Nieves, el chico está coladito por tus huesos.
Nieves se sintió incómoda.
– Mamá, tengo sed.
– No puedes beber, cuando llegamos te encontramos deshidratada, tirada a pleno sol sobre el suelo polvoriento. Te han puesto suero, hasta que no te examinen no puedes beber.
– Mamá tengo mucha sed.

 

 

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