SILENCIO ROTO

Por Isabel Alarcón

En mi cabeza solo resonaba una pregunta: ¿cuál sería mi destino? No podía seguir así, tenía que dar un paso pero ¿hacia dónde?

Me encontraba en una salita al fondo de una tienda de esoterismo. Hacía frio, un olor a incienso flotaba en el ambiente al son de una música que susurraba al silencio. En el centro, una mesita con un paño rojo sobre el que se disponía un mazo de cartas cubiertas por un pañuelo negro de seda. Luz, una mujer de unos 60 años con bastante acierto echando las cartas, me invitó a sentarme y tras preguntar mi nombre, edad y signo, me pidió que mezclara las cartas, las partiera en dos montones y eligiera uno.

Aquellos minutos de silencio parecieron interminables, mis manos sudaban y mi corazón empezó a galopar deseando salir de allí, pero a la vez con ganas de una respuesta.

Cada carta que dejaba al descubierto pronunciaba una palabra:

―Mujer, trabajo, niños, amor, problema, pareja, vacío, miedo, cambios, ruptura –dijo Luz.

De todas ellas, ruptura, fue la que hizo eco en mi mente. Con mi cabeza hundida entre los hombros y una mirada turbia, entendí que todo estaba perdido, ya no había salida. Sabía que tarde o temprano esto iba a llegar, ahora ya todo daba igual.

―Sole, ten presente, que tras una ruptura se oculta siempre un comienzo –dijo Luz.

Percibí una sonrisa en su cara que despertó mi curiosidad. Me sequé los ojos y abrí los oídos para no perder detalle de lo que me iba a contar:

―Las cartas me dicen que hay una mujer en el trabajo que está detrás de tu marido.

―Sí, lo sé, hace tiempo me hablaba mucho de ella. Zoilo es encantador, organizado, planificador, aunque muy orgulloso, es responsable en todo lo que hace y con unos principios muy arraigados –dijo Sole–. A sus cincuenta primaveras y con esas canas en las sienes, le dan un aspecto maduro y atractivo. Es el tipo de persona que muchas mujeres quisieran tener a su lado. Pendiente de la educación y problemas de los niños. Les inculca valores y amor por el deporte. Éstos le quieren con locura. En casa no ayuda, comparte las tareas.

―Es ella la que está pinchándole. Él ha estado receloso, pero ahora se está tambaleando, hay dudas en él. Habéis perdido la confianza, la pasión, la ilusión. Algo os ha sucedido que habéis puesto una distancia grande por medio –dijo Luz.

―Hace unos años no quise desperdiciar una oportunidad única de viajar al extranjero por trabajo durante algunas temporadas. Él tuvo que hacerse cargo al cien por cien de la casa, niños y su trabajo. En los cajones del alma íbamos guardando todo aquello que no salía de nuestras bocas. Aquellos cajones ya estaban repletos. Un día no pudo soportar el peso de la responsabilidad y un estallido ofendió mi persona. Fue tal la humillación que sentí delante de su familia; luego ni una palabra de arrepentimiento, ni un perdón; así que me resguardé en mi orgullo retirándole la palabra. Han sido dos años de convivencia en silencio a la espera de que el otro diera su brazo a torcer. Nos limitábamos estrictamente a conversaciones relativas a los niños –dijo Sole.

―Imagino que ese silencio ha supuesto un inmenso vacío en vuestras vidas.

―Dos años sin hablarnos resulta muy duro –dijo Sole–. Estoy en un punto en el que no aguanto más, tengo que tomar una decisión y todo indica que la ruptura es el siguiente paso. Todo este tiempo pensaba que si me separaba me iba a arrepentir. Reconozco tener miedo por lo que vendrá después, pero por otro lado coloco en la balanza: los valores positivos que tiene como padre, los niños que le adoraban y egoístamente pensando, la ayuda que me sigue ofreciendo pese a estar así. Todo esto me echa para atrás.

―Veo claramente una ruptura. Sin embargo, la carta de “cambios” la precede –dijo Luz.

Empecé a inquietarme. No terminaba de entender lo que me quería decir. Lo normal es que cuando se produce una ruptura los cambios la sucedan y no al revés.

―¿Seguís manteniendo relaciones? –preguntó Luz.

―No, para nada. Vivimos bajo un mismo techo pero distantes.

―Te diré una cosa Sole y perdona si soy muy directa. Te miro y transmites que eres una persona con mucho que ofrecer.  Con una gran belleza interior y a la vez atractiva por fuera. La rutina y dejadez han disfrazado tu rostro, que hoy muestras triste y apagado. Si caemos en nuestro propio olvido, fácil que caigamos en el olvido de otros. ¿Por qué no pruebas a cambiar tu imagen y volver a mantener relaciones con tu marido? Ponte vestidos, ropa sexy, vete un día a la compra arreglada con una faldita y maquillada, provócale, que vea que no eres la mujer con la que ha estado estos dos años, dejada y abandonada por la rutina. Crees que porque sea una persona tradicional y de ideas antiguas no te va a abandonar, pero las necesidades de un hombre pueden llevarle a la traición y está en tu mano no tentarle.

Aquellas fueron sus últimas palabras. Salí con la sensación de estar con más dudas que al principio. ¿Para qué cambiar si la ruptura me estaba esperando? ¿Cómo iba a ponerme yo un vestido, que ni siquiera me lo puse en mi boda? y tener relaciones, ¿con qué cara iba a acercarme y decirle después de dos años, oye ¿hacemos el amor?

Al cabo de un par de días, me armé de valor y opté por arriesgar. Varios vestidos y blusas que favorecían mis curvas llenaron las bolsas de la compra. Luego me dirigí a la peluquería donde vestí mi larga y negra melena con unas mechas rojizas. Por último, un maquillaje discreto pero capaz de librar al rosto de pequeñas imperfecciones, me hizo recordar cómo era eso de maquillarse. Me miraba al espejo y me sentía alegre, jovial.

Ya en casa, salí del baño con uno de los modelitos. Me sentía extraña, desarropada pero a la vez nueva. Me crucé con Zoilo en el pasillo. Pude apreciar cómo se quedó mirándome con cierta perplejidad mientras mostraba interés por saber a dónde iba tan arreglada.

Algo extraño sucedió, como si las leyes del universo hubieran dado un pequeño giro a nuestras vidas.

Por la noche nos fuimos a la cama como de costumbre, espalda contra espalda. Apenas podía conciliar el sueño pensando en cómo podría dar el siguiente paso. Me dejé llevar por el influjo de mi corazón. Me di la vuelta hacia su lado y simplemente puse mi mano sobre su hombro. No sabía cómo iba a reaccionar, así que espere unos segundos cuando el colocó su mano sobre la mía. El hielo que nos separaba parecía comenzar a derretirse. Él se giró hacia mí con dos ríos de lágrimas en sus mejillas. La emoción me embriagó y ambos nos fundimos en un cálido abrazo. Aquella noche no hubo más, ni  tan siquiera una palabra, pero sentí que aquello fue más grande que hacer el amor. Cuantas veces habrá que nos molestan las cosas de los demás, pero nadie cambia si el miedo nos impide cambiar a nosotros mismos. Me resultó curioso, como variando un pequeño detalle en mi vida, el universo nos regaló otra oportunidad.

Al día siguiente quise ir más allá. Le propuse regalarnos una noche especial, lejos del griterío infantil, peleas y atenciones con los que convivimos cada día. Me atreví a romper mi informalidad con un conjunto interior sexy y un vestido rojo a juego con mis curvas, comprado expresamente para la ocasión. Agujas en los pies y recogido en la coronilla fueron los complementos que me iban a permitir robar su atención. Necesitaba romper sus esquemas mentales.

Mientras terminaba de dar color a mi rostro, él dio por concluida su receta estrella. La mesa ya estaba puesta bajo la tenue luz de las velas; un exquisito olor se entremezclaba con una dulce melodía que allanaba el camino hacia la conquista y seducción.

Aún recuerdo el momento en que entré en el salón y sus ojos me escanearon de arriba abajo, lo que provocó un cosquilleo en mi interior.

Acabada la cena, donde el ingrediente principal fue el comienzo de una agradable conversación, se levantó, cogió mi mano y me sacó a bailar. No quería ser víctima de la torpeza después de unos veinte años, quizás el vals de nuestra boda fue lo último que bailamos, así que simplemente, me dejé llevar. Puse mis manos sobre sus hombros mientras él llevaba las suyas a mi cintura cortando así el paso del aire que nos separaba. Seguí el movimiento de un péndulo en su mirada al compás de los latidos de mi corazón. Aquellos brazos fuertes y cuidados por el deporte, me arropaban con firmeza a la vez que aproximaba mi boca a su mejilla colmándole de sutiles y pequeñas delicias. Humedecí ligeramente sus labios con mi lengua, espejo de lo que él hacía. Poco a poco nuestras lenguas fueron tomando terreno mientras revoloteaban como mariposas bailando al son de la música. No sé el tiempo que duró aquel beso y los que vinieron detrás, el reloj se había parado. Mi alma parecía viajar en una nube de la que no quería bajar.

Como ejecutivo a merced del estrés y las continuas prisas, sus manos volaban de un lado a otro en el deseo de quitarme la ropa, pero rápido frené sus intenciones. No quería volver a la rutina de mujer complaciente donde todo se acaba sin haber empezado. Necesitaba desmontarle todos sus engranajes.

Mientras una de mis manos jugueteaba con el bello de su pecho, la otra se hacía paso desabrochando lentamente cada uno de los botones de su camisa. Me di la vuelta e incliné ligeramente la cabeza para que pudiera agasajar mi cuello. Sentí un intenso escalofrió al escuchar el desliz de la cremallera dejando la ventana de mi espalda abierta de par en par. Cada vertebra recibía una dulce recompensa de su boca, desde la cintura, sus sedosas manos, en un sprint por coronar la cumbre de mis hombros, fueron retirando el vestido para relajarse finalmente en el valle que separaba mis pechos.

Me di la vuelta para poder observar su cara iluminada por el deseo. Nuevamente tuve que detener su apresurado intento por quitarme el sostén. Un mundo, donde las prisas han robado el tiempo a la conquista y seducción. ¡No! No quería ser una más, hoy necesitaba hacerle creer que estaba viviendo un sueño.

Guié sus manos por el borde del sujetador en un intento de llegar al interior de aquella cueva repleta de estímulos, pero enseguida las retiré, como si algo terrible se ocultara en el interior. Comprendió el juego y esta vez pasó sus manos por el filo de las inglés para luego perderlas en las curvas de mi espalda. Notaba como mi respiración se aceleraba, esa sensación de querer llegar a lo más íntimo pero a la vez retrasarlo me excitaba aún más.

De repente me alzó en brazos y me llevó al dormitorio. La chispa de la pasión se había vuelto a encender. La temperatura de la habitación se elevaba por momentos. Aliviamos nuestros cuerpos de la poca ropa que nos quedaba y como dos recién nacidos nos entregamos el uno al otro en el deseo de ser uno solo.

En el remanso de la tranquilidad, aproximó su boca, y entre susurros, puede escuchar la palabra “perdón”. Le miré fijamente y no quise que mis ojos hablaran, sino que fuera mi boca quién le dijera que yo también sentía todo lo acontecido en estos años. Nuestras lenguas se abrazaron y sentimos en ese momento la ruptura. Con unos pequeños cambios conseguimos romper el silencio que nos había envuelto y distanciado durante tanto tiempo, dando paso así a un nuevo comienzo, el reencuentro.

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