SOBEK, EL DIOS DEL COCODRILO
Por Avelina Fernández
06/03/2020
Recorremos la Tierra Roja, el cruel dios Seth, hermano de Osiris, nos abrasa con furia. Yo, Sobek, princesa de Egipto, me encuentro en medio de un mar de arena sobre el que reverbera un horrible calor. Todavía recuerdo el momento en que mi abuela, Neferu, cuyos títulos eran Weret o Gran Esposa Real, me confió sus deseos. Ella era una mujer excepcional, hermosa e inteligente y además dueña del Valle del Nilo.
-Querida, tu abuelo ha enviado un mensaje.
-¿Un mensaje?-dije yo-.¿No está combatiendo a los kushitas?
-Sí princesa, pero la campaña está casi finalizada. Los dioses lo protegen. Quiere que nos reunamos con él, que navega con sus tropas desde Kush. Tu padre, Amenemhat, mi hijo, está construyendo en la ciudad de Dya, un templo a Sobek, el dios cocodrilo. Existe otro en Shedjet, no obstante eso no le detiene pues siente un gran fervor por esa divinidad. Nosotras como sacerdotisas suyas acudiremos a consagrarlo. Deberás reiniciar el estudio de las ceremonias para hacerlo.
-Muy bien, me dispondré a ello. ¿Cúando partiremos?
-Dentro de cuatro días.
-Pero señora, habrá que consultar los textos más antiguos y disponerlo todo, en ese tiempo es imposible.
-No te preocupes querida, llevaremos al ritualista y casi todo está empacado. Sólo faltan algunos detalles.
-¿Y el gobierno? ¿Y la corte? ¿Cómo quedarán estando los dos reyes ausentes?
-Recuerda que tu padre es el heredero, él se ocupará de todo.
Mi abuela pasó los siguientes días disponiendo lo necesario, a menudo importunada por sacerdotes y escribas. Lo cierto es que yo apenas hablé con ella, sin embargo, el día que ordenó, iniciamos la marcha.
Nuestro trayecto surcando el Nilo sería corto, después nos internaríamos en el desierto para aplacar al dios Seth, su señor, y, subiendo al norte, donde se unen los brazos del río, llegaríamos a la ciudad de Dya, el lugar de construcción del templo.
El trayecto no fue pesado aunque sí difícil, mi abuela comenzó a tener sueños que la turbaban. Según decía su esposo la visitaba todas las noches apremiándola para acudir a la cita. Me extrañó pues no era dada a preocuparse por los sueños ni a pedir que se los interpretaran.
Una mañana en el desayuno la encontré nerviosa, nada propio de ella.
-Querida-me dijo-algo extraño me ha ocurrido esta noche.
-Dime Weret.
-Tu abuelo Senusert, el glorioso rey de Egipto, me ha visitado otra vez. Se le veía cansado y triste. Teme no llegar a tiempo a la cita.
-Lo que importa es el mensaje que recibiste con anterioridad-le contesté yo-. La comunicación mediante los sueños puede ser confusa.
-Si, claro, pero me perturbó lo que dijo al despedirse: «Protege a Sobek»
-En verdad resulta extraño abuela, ¿Sabes a quién se refería? Aunque es de suponer que sea al dios cocodrilo o a mí.
-No lo sé princesa, pero lo descubriré.
Seguimos avanzando mientras el rey navegaba desde Kush. El sexto día, ya en tierra firme, nos internamos en un terrible mar de arena que brillaba como una hoguera. Nosotras no movíamos pesadamente siempre hacia el norte. El cortejo era custodiado por soldados bien armados y dispuestos a defendernos de los peligros del viaje.
Tras los militares, se portaba un altar con la imagen de Sobek rodeado por los sacerdotes que custodiaban los textos dedicados a su culto.
Detrás de todos ellos iban los palanquines que nos llevaban a la reina y a mí. El suyo era una silla enorme portada por seis esclavos capturados en la guerra y de aspecto intimidante. El leve tono moreno de mi abuela denotaba sus lejanos antepasados nubios. Su aspecto majestuoso dominaba la escena. A su lado, mi silla totalmente cubierta apenas me permitía respirar.
Ella lo decidía todo. Solamente los sacerdotes la aconsejaban sobre las ofrendas que cada día recibía el dios y lo referente al trato de su imagen.
Cerrando la procesión, venían las personas que se encargaban del mantenimiento de la imagen: perfumistas, maquilladoras, cocineras, todo al servicio de la divinidad y de su sacerdotisa principal.
Hamshin, el viento del desierto, nos acechaba esperando el momento más adecuado para demostrar el poder de Seth sobre su territorio. Mientras, el calor de Ra se unía a Sobek para hacernos sentir que éramos sólo criaturas dominadas por las divinidades y que un dios furioso era el verdadero guía y señor de la caravana.
Una fina arena comenzó a levantarse acariciando suavemente las tiendas en las que nos resguardábamos. Se erigieron empalizadas para protegernos contra ella, pero resultó inútil. Al amanecer levantamos el campamento y nos pusimos en marcha. Mi abuela me llamó antes de partir:
-He vuelto a verlo Sobek, y a oírlo. Cada vez de forma más nítida. Su voz tenía algo de desesperación.
-¿Por qué, Weret?
-Me anuncia una traición terrible contra él. No sabemos la forma, pero el enemigo ha entrado en el campamento y lo han herido, aunque por ahora se encuentra fuera de peligro. He oído sus palabras de nuevo: «Protege a Sobek»
-¿Sabes ya a quién se refiere abuela?
-No, princesa, y eso me preocupa. He decidido reforzar la escolta que os custodia. No dejaré nada al azar.
-Está bien-contesté yo-,tu sabiduría es grande.
La caravana continuó. El hamshin seguía soplando y nos rodeaba en un abrazo agobiante. La tormenta nos envolvía y no veíamos nada. Avanzábamos a tientas, los pies se hundían en la arena y necesitábamos un esfuerzo inusitado para sacarlos. El aliento de Seth hacía que una permanente cortina nos cubriese danzando en torno nuestro. Gritábamos intentando comunicarnos pero era inútil. Mi escolta se separó de mí, era imposible seguir, incluso distinguir a la persona que tenía a mi lado. Yo gritaba totalmente desesperada llamando a la reina.
Al fin llegó el silencio y una luz cegadora alcanzó nuestros ojos con tanta intensidad que los lastimaba. La visión era desoladora pero todo quedó en calma. Vi palanquines volcados y su equipaje esparcido por la arena que lo cubría todo, incluso a los camellos, que protestaban por el esfuerzo de liberar sus patas. Al fondo vi a la Weret rodeada por sus guardias, que montaban la tienda real con sumo cuidado, agotada por la experiencia avancé hasta donde ella estaba.
-Mi Reina ¿os encontráis bien?
-Creo que sí, Sobek. ¿Y tú? ¿Cómo ha quedado la caravana?
-Yo me siento feliz por haber sobrevivido. El resto trata de apartar la arena y se sienten tan felices como yo.
-Revisa todo y hazme saber si hay bajas y que provisiones han podido salvarse. Nos hemos perdido pero creo que llegaremos a la ciudad de Shedjet para buscar alimentos.
-Está bien abuela, tú descansa.
Tanto personas como equipaje estaban desperdigados y casi enterrados de tal forma que me costó mucho tiempo calcular qué y quiénes se habían perdido. Faltaban varios servidores y no aparecían por los alrededores, y la mitad de los enseres estaban inservibles por lo que deberíamos alcanzar de nuevo Shedjet para buscar provisiones. Antes necesitábamos reponer fuerzas con la comida que se había salvado.
Me reuní de nuevo con la reina en su tienda:
-Tus servidores-dije yo-preparan algo de comer pero después debemos apresurarnos a llegar a la ciudad, es lo más seguro.
-Muy bien, Sobek, -respondió mi abuela-he de decirte que, a pesar de haber sobrevivido al desastre, no dejo de estar preocupada.
-¿Por qué Señora?-le pregunté-. Ciertamente los dioses nos han protegido pues ha amainado la tormenta. A pesar de algunas pérdidas humanas podemos sentirnos afortunadas.
-No es eso, princesa. Nos hemos desviado de la ruta, ya no llegaremos a tiempo a la cita. Además estoy preocupada porque la última noche él no apareció en mis sueños.
-Quizá su mensaje ya había sido enviado. De todas formas, será mejor que nos dirijamos rápidamente a Shedjet, allí puede que tengan noticias más recientes del rey.
Una vez repuestos, continuamos de la mejor forma posible, deseando llegar a la ciudad que ahora era nuestro destino, y donde se encuentra el templo del dios cuyo nombre llevo. Allí se crían y protegen los cocodrilos sagrados, que son manifestaciones de Sobek. Tanto mi abuela como yo habíamos sido iniciadas en las ceremonias de su culto. Cuando llegamos ante el muro delantero del edificio, la guardia que nos acompañaba golpeó con ostentación una pequeña puerta lateral.
-¡Abrid rápido! ¡Paso a su majestad, la Weret del gran Senusert!
Después de un rato que me impacientó mucho se oyó un leve chirrido. Apareció un joven aprendiz con expresión macilenta. Nos hizo pasar a toda velocidad y corrió en busca del Gran Sacerdote. Al poco tiempo se presentó un anciano con el cansancio y el miedo en su rostro.
-Señora ¿qué os ha sucedido? Tenéis un aspecto preocupante.
-La tormenta nos ha sorprendido en el camino hacia Dya mientras íbamos al encuentro de mi esposo.
-No sabéis nada sobre nosotros por lo visto.
-¿Qué tengo que saber?
-Una banda de criminales logró burlar la vigilancia de este templo. Han matado todos los cocodrilos sagrados.
-¡Mi esposo dará un terrible escarmiento!
-¿Tampoco sabéis nada sobre él?
-¡Hablad! Estoy gastando la escasa paciencia que tengo.
-El rey se recuperaba de una herida pero aparecieron las fiebres y su estado se agravó mientras volvía con sus hombres de Kush. Estuvo inconsciente hasta que murió. Dicen que repetía delirando una frase: «Protege a Sobek».
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