TARDE DE SILENCIOS
Por Eva Lopez
09/05/2021
La pasta de sopa o los macarrones ¿Puede alguien asociarlos a la Muerte?
Era una tarde de mayo de 1979, y como cada día, al salir de la escuela fui para casa. Recuerdo que era lunes.
Tenía 13 años y con esa edad ya empezaba a tener cambios de conducta y un desarrollo hormonal revuelto. Aunque, para ser sincera, mi transformación no fue tan rápida como la de la mayoría de las chicas de mi clase.
Seguía teniendo un aspecto infantil y frágil, era muy delgada y de baja estatura, con piel de tono aceitunado y una melena larga de color castaño oscuro.
Mis padres estaban en proceso de separación. A través de una asistenta social mi madre estaba tramitando documentación para que mi padre abandonara el domicilio familiar. La situación había llegado a un punto insostenible.
El alcohol y las malas compañías habían desgarrado durante muchos años la convivencia del matrimonio.
Mamá trabajaba 12 horas diarias en diferentes empleos para poder llegar a final de mes.
Mi hermano tenía entonces 20 años, y trabajaba como electricista.
La relación que él tenía con mi padre era muy tensa. Hubo varios episodios en los que mi madre había tenido que intervenir para separarlos. Mi hermano no soportaba verlo con los síntomas del alcohol y ella le decía: “Tete, déjalo, recuerda que es tu padre”. Por culpa de sus adicciones los trabajos le duraban poco. Era pintor, no cumplía con los plazos y el dinero que le adelantaban para la compra de materiales los gastaba invitando a sus colegas de barra.
Ese día, al llegar a casa, mi padre me comentó que no había pan para cenar. Salí a comprarlo, tardé unos 15 minutos. Cuando abrí la puerta un silencio extraño estaba en el ambiente. Fui hacia el comedor y no había nadie por el pasillo. Vi la puerta de mi habitación abierta. La luz estaba apagada, pero se dibujaba una sombra.
Encendí la lámpara. Mi padre estaba allí medio tumbado, con la cabeza apoyada en mi cama y su cuerpo en el suelo.
Lo había visto en varias ocasiones en condiciones parecidas por estados de embriaguez, pero aquel día, cuando marché a por el pan, no me dio la sensación de que estuviera bebido. Lo estuve observando por algunos segundos y no me atreví a tocarlo. Volví a apagar la luz y fui al comedor. La vivienda era pequeña. Tres habitaciones, una cocina, un aseo pequeño y un recibidor grande en un espacio de 55m2.
Sobre la mesa del salón había un vaso de cristal con café con leche y unos trozos de pan cortados como bizcochos. El vaso todavía estaba caliente. Me preguntaba por qué no se habría comido la merienda. ¿Estará dormido? ¿Estará como otras veces?
Miré el reloj y pensé: Faltan casi tres horas para que venga mi madre. Mi hermano estaba trabajando y luego posiblemente iría con los amigos.
Al rato volví a llamarlo. No contestaba. Seguía haciéndome preguntas.
¿Qué hago? Él tomaba unos tranquilizantes que le solían dar sueño, ¡serán las pastillas! Pensé.
No sabía qué hacer. Para que el tiempo pasara lo más rápido posible, terminé los deberes. Solo se me ocurrió ir a la cocina a coger pasta de sopa (macarrones, pistones, etc.). Del costurero cogí hilo de pescar y me entretuve a pasar el hilo por la pasta, creando así una especie de collares. No recuerdo haber hecho nunca antes esa manualidad. No sé el tiempo que pasó, pero pareció una eternidad. Aún ahora, después de tantos años, me pregunto por qué me dio por hacer collares con pasta.
A cada rato llamaba a mi padre, pero seguía sin contestar. Me acerqué otra vez a la puerta de la habitación. Se había hecho de noche. La oscuridad y el silencio me hicieron sentir miedo. Cada vez que pronunciaba, “¿Papá?” La voz me temblaba más y más.
Empecé a llorar, asustada. Ya eran las 21h, aún no había venido nadie. Paseaba por la casa haciendo ruido, arrastraba sillas, subía el volumen de la televisión, esperando que él se despertara, pero empezaba a tener la peor sospecha.
Por fin la puerta se abrió, y salí corriendo al recibidor, llorando. ¿Qué pasa?, me dijo mamá.
Papá, papá no contesta, lleva mucho rato durmiendo.
Le señalé con mis manos mi habitación. Ella abrió la puerta y encendió la luz. Se acercó, lo tocó y un grito desgarrador confirmo mi temor.
Lorenzo, Lorenzo repetía una y otra vez. Salió corriendo a llamar a los vecinos, mi madre solo gritaba: ¡Está muerto! Hay que llamar a la policía.
En un rincón me quedé quieta, en posición fetal, sin poder hablar. No sé el tiempo que pase así, parecía que me había vuelto invisible.
Con todo ese lío, apareció mi hermano. Al principio no entendía lo que estaba pasando.
Pasaron horas donde desfilaron vecinos, policía y médicos forenses.
Cuando empezó a amanecer vino una ambulancia. Como llevaba muchas horas muerto, su cuerpo estaba rígido. Tuvieron que golpear sus músculos para ponerlo en la camilla. Así se lo llevaron para hacer la autopsia.
Tuvimos que esperar tres días para el entierro. Nos confirmaron que la causa de la muerte había sido un fallo cardíaco. Yo seguía sin hablar. Después de la misa del funeral, la familia decidió que me llevaban a casa, que no querían que fuera al cementerio.
Las voces me parecían lejanas, eran como un murmullo, Eva, te vas a casa, escuché.
Como de un letargo, desperté y una voz que me salió de la profundidad de mi cuerpo gritó: “¡no voy a casa, yo quiero ir al cementerio!”. Después de todo, quería llegar hasta el final.
Era un día muy soleado. Lo que más recuerdo es que pasé mucho calor. Me obligaron a vestirme con la ropa más oscura que tenía. Solo encontré un mono de tirantes con una hebilla dorada, el tejido era de pana de color marrón.
Pasaron varias semanas para que pudiera volver a entrar a mi habitación, y de lo sucedido apenas se habló.
Han pasado ya más de cuarenta años, y aún así, cada vez que veo macarrones y pistones, todavía me resulta muy difícil no pensar en la muerte de mi padre.
Eva López
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de AutobiografíaDeja una respuesta
Esta entrada tiene 2 comentarios
Otros relatos
Ver todosCUIDADO CON EL BOTÓN, LA VOZ QUE TE CUIDA- Carolina Rincón Florez
Carolina Rincón Florez
04/11/2024
Qué desgarrador y eso que me parece que está escrito desde cierta lejanía que da el paso de los años…
No se si es autobiográfico, pero describe una infancia triste y observadora. Espero que esa mujer de hoy coma macarrones, siempre en buena compañía .