TARDE TURBULENTA, EL MOLÍ (1965)

Por Bernabé Hernandis

Mi hermana y yo, pasábamos unos días con nuestros abuelos, en la Sierra Aitana, en la provincia de Alicante. Era un balneario, situado en lo alto de una montaña. El edificio principal asemejaba un caserón fortificado pintado de blanco, y con cierto” aíre labriego”. Por las mañanas, desde sus ventanas se divisaba la sierra, salpimentada con algunos campos de almendros y cultivos de siembra. Por las tardes, con el viento de levante se adivinaba la proximidad del mar, ya que se solía percibir el olor a salitre, mezclado con el perfume de las plantas aromáticas del mediterráneo.

Colindante a esta edificación, existía un antiguo molino de harina, que daba nombre al lugar, ”El Molí”. A la entrada del edificio principal, se podía observar un patio extenso, coronado en parte por una gran higuera, y decorado con algunas tinajas repletas de geranios, con flores de diversos colores. Un seto de baladre, delimitaba la zona dónde habitualmente nuestros abuelos jugaban a naipes, con otros huéspedes de su edad. Después de comer, y de la consabida  siesta, los niños solíamos salir de paseo en busca de aventuras.

Como tantas otras tardes, salimos mi hermana y yo, con una amiga suya; que me parecía fascinante. Ella vivía en California, y eso para mí era como poco peculiar. Tuve la gran suerte  que el verano de 1965, Patty, la amiga de mi hermana; y desde ese momento, mi adorada belleza californiana, pasara con sus abuelos unos días, y por ende, también junto a nosotros. Era una linda chica rubia, con cabello ondulado, ojos azules, y cómo no, mirada angelical. Esa tarde, llevaba un vestido amarillo sin mangas, con bordados de pequeñas flores blancas. Recuerdo, que salimos a recoger manzanilla; quehacer habitual en verano, tanto para los lugareños del balneario, como para la mayoría de los huéspedes veraneantes. Después de recolectar nuestro botín diario; esa tarde decidimos, como otras tantas del verano, jugar a celebrar bodas-cosas de niños-. Nos solíamos adentrar en los pinos cercanos, y levantar un altar con piedras y maderas; lo decorábamos con tomillo, romero y múltiples flores, y jugábamos a casarnos. Yo buscaba ramas para el altar, mientras mi hermana y Patty, recogían flores y aprovechaban parte de ellas, con objeto de hacer collares, pulseras y coronas, con que adornarse. Por suerte y por ser el único chico, yo siempre me casaba con Patty, que era lo que más deseaba, a los diez años. No estaba bien casarse con tu hermana, al menos en la España de los años sesenta. Con el tiempo os he de confesar, que le he perdido afición a casarme. Aún así, lo he hecho varias veces, tened cuidado con los juegos infantiles ya que algunos dejan secuelas.

Bueno, volviendo a lo sucedido en mí relato. La tarde era calurosa, con lo que uno debía andar con cuidado, con las serpientes y los alacranes, que eran algunos de los animales, que habitualmente se podían encontrar en el monte al atardecer. Buscábamos dos pinos pequeños y entre ambos realizábamos la construcción. Levantábamos las piedras despacio con un palo, por si acaso. Evitando con ello los escorpiones, en la medida de lo posible, para posteriormente construir un murete de piedra, que sería nuestro posterior altar. Luego por riguroso turno, alguien ejercía de cura y los otros dos, se casaban. Después de celebrar varias bodas solemnes, decidimos volver al Molí.

Se nos hizo un poco más tarde de lo habitual, y nos entraron las prisas. En ese preciso momento, las cosas empezaron a complicarse. Mi hermana Pilar y Patty, decidieron que el camino de vuelta, se encontraba por una senda a la derecha. Yo, sin embargo, estaba convencido que el camino de vuelta era por la izquierda. Finalmente, tras acaloradas discusiones sobre quien tenía razón, nuestras diversas cabezonerías decidieron separarnos. Yo, opte por volver sólo. Craso error amigos, eso nunca se hace.

Pronto el cielo se oscureció y comenzó una tormenta de verano. Las nubes amenazaban lluvia. Recuerdo, que en varias ocasiones, dude con respecto a la decisión tomada. Incluso volví atrás pensando que podía volver con ellas. Empecé a angustiarme, por si acaso les llegaba a pasar algo. Mi corazón empezó a latir con fuerza, mientras mis pensamientos luchaban por serenar, ese dispendio rítmico. Ya sabéis, el que uno siente con su primer amor. Creo recordar, que en esa época ya escribía horrorosas poesías, fruto de mi incipiente pasión. Mis pensamientos en ese momento, debatían entre la testarudez y el amor. Volver o no, repetía mi mente de manera incesante. Tras llamarlas a voz en grito sucesivas veces, y no obtener respuesta, corrí con todas mis fuerzas hasta que llegué al Molí. Todo el mundo nos buscaba. Pensé, que menuda me iba a caer, yo tenía la pequeña esperanza, de que ellas también hubieran encontrado el camino de vuelta. Pero no fue así. Mis abuelos, sus abuelos y prácticamente todos los huéspedes, nos buscaban.

Las nubes amenazaban lluvia, y los truenos se oían cada vez más próximos. La verdad es que en esos momentos, estaba tan nervioso, que me sudaban las manos, y me sentía terriblemente contrariado. Si me hubieran hecho caso, pensaba-. -Yo soy el chico, y la he cagado-. Resonaban en mi cabeza, las palabras que ya sabía, que iba a oír repetidamente, durante las próximas horas. ¡Como las has dejado solas!¡ son chicas!, repetía mi abuelo. Hubo sin lugar a dudas, muchos más comentarios, pero el miedo, me produjo amnesia permanente que aún perdura, después de cincuenta años, no recuerdo más. La lección que pensaba darles, demostrándoles quien era más listo, me iba a salir muy cara, cómo después pude comprobar.

El dueño del Molí, me acompaño con su hijo, y desandamos parte del camino, que yo acababa de recorrer. Yo contaba los segundos, entre el rayo y él trueno, con objeto de adivinar la distancia de la tormenta. En la montaña las tormentas son muy peligrosas. Cuantas veces oíamos que un rayo había fulminado a un senderista o a un agricultor. Los rayos producen incendios, que también son uno de los grandes peligros del monte. Yo, me sentía muy mal y la angustia iba “in crescendo”. Nos dirigimos, por la senda que yo pensaba, que ellas podían haber elegido. Todos sabemos hoy en día, que todos los caminos llevan a Roma, menos cuando vamos a Roma. Y así fue, gritábamos los nombres de mi hermana Pilar, y de mi amor Patty, esperando oír alguna respuesta. Pero nada, la batida duró más de una hora, que a mí me pareció un siglo. En la lejanía, oíamos las voces de la gente buscando a las niñas. Sin lugar a dudas, era el final de un crepúsculo solar tormentoso, en el que los tres estábamos muy cansados, motivo por el que decidimos volver. El hijo del dueño del Molí, de edad similar a la mía, me miraba con cara de pena. Sabía que se nos avecinaba una buena, y sólo temía, que como suele ocurrir en estos sitios tan pequeños, él también saliera trasquilado de rebote, como consecuencia, de estos últimos acontecimientos.

La noche se cernía ya en la montaña, y no se cual de las tormentas eran más peligrosa: la del exterior, donde los rayos, truenos y lluvia, estaban en su máximo apogeo, o tal vez en el balneario, donde las miradas de todos, y especialmente de mi familia y de la de Patty, se convirtieron en relámpagos y centellas; no menos peligrosos para mi, que la tormenta climatológica. Por suerte para todos, y transcurrida media hora más, ellas supieron encontrar, el camino de vuelta. Llegaron empapadas y bastante asustadas. Patty cojeaba ligeramente, por una caída, su pelo completamente empapado, había desarbolado  sus graciosos bucles y la cinta amarilla, que horas antes la coronaba. Aun así, para mí Patty era deliciosamente atractiva y encantadora. Al principio besos, luego abrazos; y luego, todos castigados hasta el fin del verano. Así perdí, a uno de mis primeros amores. A Patty, no la dejaban salir del patio, y apenas pudimos hablar desde el suceso. Un fin de semana llegaron sus padres, y nunca más volví a saber de ella.

Así aprendí, a acompañar a las chicas hasta la puerta de su casa. A los diez años, un suceso de tales características, podría considerarse como experiencia extrema. Y esto, hace que perduren en el tiempo, las sensaciones percibidas. Unos años más tarde, recuerdo, que mis padres me recriminaban, por llegar tarde a casa. Yo sin embargo, nunca olvidé aquellos amargos instantes, y aprendí bien mi lección. Mi padre insistía, en que no hacía falta, que llevara a todas mis amigas  a casa. Pensaría que tenía un hijo, terriblemente mujeriego.  Debido a mi historia, el pasado me convirtió a raíz de lo sucedido, en un paladín protector de mujeres. Nunca se lo conté a mis padres; porque los niños, no cuentan las vicisitudes de sus primeros amores a sus progenitores. Mis padres esos días, no estaban en el balneario, en el momento de los hechos. Mi padre, hace unos pocos años falleció en un accidente de coche, y ya no podré contárselo desgraciadamente. Nunca olvidaré a Patty, y me gustaría tanto poder contárselo, a mi padre.

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