TODO SE JUEGA EN UNA NOCHE
Por Anna Nina Mammos
05/12/2019
Son las dos de la madrugada cuando llego al bar de una amiga mía, llamada Estela. Me siento en mi lugar habitual, ella se acerca, saluda, me sirve una coca-cola y me entrega un porro. Le doy varias caladas y se lo paso a mi vecino de barra; no me había dado cuenta de que era Dieguito el chileno, un conocido mío. Intercambiamos frases hechas y se da cuenta de que no me siento bien.
—Anita, qué le pasa m’hijita, parece achacá. Vayamos atrás, la invito a un tirito.
Fuimos a un cuarto diminuto que los del bar usábamos sin pudor para esnifar cocaína.
—Hablemos ahora, cuéntele al papi qué le pasa —dijo él.
—Tengo muchos problemas, si no pago los atrasos del alquiler, me echarán. No sé dónde acudir, no encuentro trabajo. Casi no tengo guita para darles de comer a mis niñas. Estoy desesperada…
La conversación se hizo larga y terminé muy angustiada.
—Anita, yo puedo ayudarla: voy a hacerle una proposición; si es que acepta, en unos días volvemos a hablar, si la rechaza no hablaremos más de este tema ni se lo comentará a nadie, ¿ok?
—Adelante, te escucho —contesté entre sollozos.
—Usted se llega a casa de unos amigos míos en Colombia, se queda allí un par de semanas como una bacana, y cuando la cosa de las aduanas esté tranquila se vuelve. Con un kilo o dos de merca en una maleta con doble fondo. Todo es sencillo, no le va a pasar nada. Se vuelve con su maletica desde Medellín a Bogotá, luego de Bogotá a París. En París agarra un tren que la llevará a Milán, donde yo la estaré esperando. ¿Qué le parece pues? Así podrá pagar sus deudas.
Entré en shock, me aturdían esas palabras mágicas: zanjar deudas. No sopesé los riesgos de la propuesta, porque en estos momentos sólo quería salvar a mi familia, y creí que era lo único que podía hacer.
No obstante, tenía muchas ganas de vomitar, me moría de terror.
—De acuerdo, lo haré —contesté confundida.
Unos días después nos reunimos con Dieguito el chileno para hablar de los detalles del viaje. La única condición que puse era que me acompañara mi novio. Sabía que los dos aceptarían mi oferta. Mi novio porque le encantaba esnifar droga y el dinero fácil, y el chileno porque pensó que yo iría más tranquila. Parecía un negocio redondo. No se hablaba de la posibilidad de ser detenidos, solamente de los detalles del viaje: cogéis el avión en Madrid, hasta Venezuela, pasáis la frontera en taxi, otro avión hasta Caracas, estáis allí un par de días y después otro avión a Medellín. Allí os esperará mi gran amigo Roberto. Él os guiará las próximas semanas.
Y partimos, sin más. Casi como si fuéramos a un viaje de placer. En ningún momento comentamos lo malo que podía ocurrirnos. Tuve la sensación de que hablar del tema hubiese atraído la mala suerte. Yo estaba casi feliz, imitando a una novia de paseo con su amor, cuando la realidad era muy distinta. Yo le amaba y el sólo me utilizaba para follar, sin cariño, ni atenciones, ni miramientos. Incluso a veces me despreciaba.
Nos dieron dinero para el viaje. Mi novio era feliz, había comprado cocaína para alegrarnos el camino. En cada aeropuerto donde había policía yo temblaba, él no, se metía tanta droga que no reflexionaba.
Al final el trayecto cambió y fuimos por Brasil, por lo visto las fronteras de Venezuela y Colombia estaban muy vigiladas y habían detenido varias mulas.
Mi pareja y yo estamos en Río de Janeiro, en la playa de Ipanema. Llegamos de noche muy tarde y no dormimos. Fuimos de fiesta, nos metimos varios gramos de cocaína y fumamos mucho hachís brasileño, más potente que el español, la cantidad de droga que habíamos ingerido era un despropósito.
La mañana siguiente al entrar en el mar sentí un ligero escalofrío, nos rodeaban agua, arena y montañas, el paisaje perfecto. Me dije: soy buena nadadora y soy joven. A veces uno piensa que ser joven es sinónimo de impunidad. Me siento fuerte, quizás haya tomado más cocaína de la que debiera porque oigo retumbar los latidos de mi corazón.
Cuando noté que mi corazón latía demasiado lo asocié al cansancio y floté boca arriba, hice el muerto. Estoy muy lejos —pensé alarmada—, apenas puedo ver la orilla. Braceo durante largos minutos, pero no avanzo. La corriente y las olas me llevan inexorablemente mar adentro. Entro en pánico, sudo y tiemblo. Entonces un remolino me engulle hacia el fondo, voy cayendo y rotando sobre mí misma, igual que las hojas cuando caen de los árboles. Pienso en mis niñas y en mi casa, entonces instintivamente y con un movimiento brusco, consigo salir nadando hacia un costado del remolino y subo a la superficie, exhausta, asustada. Logro flotar boca arriba, alcanzo a pedir auxilio agitando la mano. Mi corazón está a punto de estallar y mis movimientos son cada vez más lentos. Pasan unos minutos que parecen horas. Tengo mucho miedo. Entonces me siento otra vez aspirada hacia el fondo del mar, mi lengua sabe a sal, y en aquel momento me rindo. Curiosamente me siento feliz, apaciguada. Me hundo. El último pensamiento que recuerdo es que me van a operar y me pondré bien…
Cuando me desperté me rodeaban batas impolutas con caras negras y blancas, caras asustadas pero sonrientes; no reconocí su idioma. Si fuera creyente me creería en el paraíso. Estaba en un hospital de Río de Janeiro. Mi novio y un surfista me salvaron la vida, rescatándome y subiéndome entre ambos a una tabla.
Tardé unos días en recuperarme, pocos, porque el trabajo nos esperaba. Faltaban muchas horas de vuelo hasta Colombia.
Medellín en los años 80 era una jungla donde la vida no tenía precio. El negocio de la cocaína estaba en pleno auge. Los narcotraficantes eran dueños de la ciudad. Solo éramos unos peones más a su servicio.
Sentí terror durante este viaje. Pero había que seguir hasta el final, hasta lo pactado. Y así lo hicimos.
Han pasado casi cuarenta años, pero prefiero no recordar lo que vino después.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de AutobiografíaDeja una respuesta
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María Isabel López Ben
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Has conseguido un relato dramático, describes muy bien la época oscura y la inconsciencia de la juventud y la desesperación por conseguir dinero, el final es bueno pues parecía q sería más trágico, te felicito
Muchas gracias Rosa. Muchísimas gracias por haberme leído.
Anna Mammos