UN ASUNTO DE ESTADO
Por Árturo Ortega Ibañez
06/04/2016
14 de noviembre de 1992. 4.21 a.m. El ministro se despertó sobresaltado por el timbre del teléfono.
5.06 a.m. Su secretaria descendió del coche que la había trasladado hasta la puerta del Ministerio del Interior. Cuando se incorporó en su puesto, el ministro, de pie, tomaba café junto a su mesa. Estaba alterado, nervioso, mal afeitado y con el milrayas ligeramente arrugado.
—Mamen, por favor, ponme con el Jefe Superior de Policía de Valencia y cierra la puerta.
Cuando la secretaria pasó la llamada, pudo oír a través de la maciza puerta de madera algunas palabras que el ministro decía a gritos:
—Estúpidos… irresponsables… peligro… democracia… ¡Me ocupo personalmente!
Tras unos minutos de tenso silencio, sonó su teléfono y el ministro le dijo:
—Mamen, por favor, ponme ahora con el Director del CNI; y no estoy para nadie.
5.56 a.m. La secretaria vio entrar al general que vestía de paisano, con una expresión de máxima preocupación y mandíbula apretada. Sin mediar palabras se lo comunicó a su jefe y a continuación le dijo:
—Por favor, entre…
El ministro seguía de pie, muy crispado.
—General, póngame al día de lo realmente sucedido y es importantísimo que lo tratemos como un asunto de Estado.
El general se mantuvo de pie. No le había invitado a sentarse, pero tampoco deseaba hacerlo. Sacó una libreta pequeña con el logotipo del CNI, la abrió e inició su informe.
—Ayer, una comisión integrada por diez señorías que representaban a la totalidad del arco político parlamentario, acudió a la prisión de Picassent, en Valencia, para visitar las obras de la segunda fase del complejo que entrará en funcionamiento el próximo año.
—¿Por qué, diablos, terminaron todos en Alicante? —le interrumpió atropelladamente el ministro.
—Por lo que he podido averiguar, aunque sus explicaciones son confusas y contradictorias… —Hizo un silencio mientras el ministro lo observaba impaciente—. Por cierto, anoche mismo ordené que todos ellos fueran trasladados con la máxima discreción hasta nuestras dependencias, y los mantengo incomunicados hasta que decidamos qué haremos al respecto… Bien, como le iba informando —continuó—, una autoridad local, tras la visita, los invitó a “una fiesta”. Los reunió en una mansión entre naranjos perdida en medio de la huerta, y hubo allí mucho alcohol y drogas… —Hizo otra pausa, se acercó a la mesa que se interponía entre ellos y se sirvió un vaso de agua, que bebió despacio y continuó—. Resulta difícil conocer lo que realmente ocurrió, pero según parece, todos entraron en un estado de desinhibición tan profundo, quizás por algún tipo de droga, que sin que ninguno de ellos hiciera nada por impedirlo se convirtieron en espectadores del más sádico, execrable y ominoso espectáculo que usted se pueda imaginar… —Volvió a beber agua.
—Por favor, no se detenga, siga… siga… —le ordenó el ministro.
—Como si se tratara de un espectáculo de variedades, un individuo encapuchado fue mutilando de la manera más horripilante, una a una, a tres adolescentes que habían sido secuestradas esa misma tarde. Las muchachas lloraban suplicando por sus vidas, mientras se retorcían de dolor y miedo, hasta que el matarife fue acabando con cada una de ellas; las mató, las asesinó, mientras sus señorías reían y se lo pasaban de puta madre…
El ministro, irritado, tiró con fuerza el vaso que tenía en su mano, el cual al estrellarse se rompió haciendo un ruido semejante a una pequeña detonación. La puerta se abrió, la secretaria asomó la cabeza espantada, y varios escoltas entraron súbitamente en el despacho, pistola en mano.
—No pasa nada. Por favor, vuelvan todos a sus puestos —ordenó el ministro.
Cuando nuevamente se quedaron solos, preguntó con amargura:
—¿Se sabe ya quiénes son…, eran, esas adolescentes?
—Las tres eran vecinas de Sueca, Valencia. Sus familias han estado en el Cuartel de la Guardia Civil presentando denuncia por su desaparición, ya que ninguna de ellas volvió a casa a la hora convenida con sus padres, después de haber asistido, según ellos, a una fiesta que su instituto celebraba en una discoteca a pocos kilómetros del pueblo. Las familias piensan que llegaron hasta allí en autoestop, como el resto de sus amigas, aunque ninguna recuerda haberlas visto.
—Bien, convendrá conmigo que este es un asunto muy grave que pone en serio peligro al Estado, a sus instituciones y al futuro inmediato de nuestra frágil democracia, y como tal, debemos afrontarlo. El próximo año tenemos elecciones generales y este escándalo puede acabar con todo. ¿Dice usted, general, que la comisión estaba formada por diputados de todos, repito, todos… los grupos con representación parlamentaria?
—Así es, ministro.
—Eso al menos nos garantiza que ninguno de ellos lo va a utilizar en beneficio propio. Este es un asunto en el que la Policía y la Guardia Civil deben ser mantenidos completamente al margen de lo que nosotros hagamos, sin impedir, por otra parte, que realicen su trabajo, pero siendo nosotros los que manejemos en todo momento los tiempos y los escenarios. Sólo pueden avanzar hasta donde al Estado le convenga, ¿me ha comprendido? Le hago a usted responsable de la solución, que le ordeno que sea con la intervención del menor número posible de agentes y, desde luego, eliminando cualquier posibilidad de que el gobierno se vea implicado. Usted no volverá a mencionar este asunto delante de mí si yo no se lo ordeno ¿Entendido?
***
14 de noviembre de 1992, 7.12 a.m. El Comandante Pelayo Buendía era conocido como “el buldócer”, aunque para sus hombres era UNO. No sólo se anticipaba a los problemas, sino que siempre tenía preparada de antemano su solución, sin que quedara el menor rastro de que alguna vez hubiesen existido. No parecía un espía. De mediana estatura, recordaba un poco a Colombo por un ojo con mirada extraña, secuela de una misión en Marrakech. Su aspecto era tan anodino que podía pasar desapercibido dentro de cualquier colectivo humano. Ocupaba uno de los extremos de la mesa, y tres hombres y tres mujeres formaban su grupo operativo con nivel diamante, que les autorizaba a navegar sin restricciones por las alcantarillas del Estado. Ninguno conocía la verdadera identidad de sus compañeros y se llamaban entre ellos usando su número. DOS, CINCO y SEIS eran mujeres, y TRES, CUATRO y SIETE eran hombres.
UNO se dirigió a su equipo con órdenes escuetas y precisas al tiempo que les entregaba un dossier con una pegatina de “ALTO SECRETO”:
—DOS y TRES se encargan de recoger los tres cadáveres de las adolescentes de OIKOS 1, llevarlos al emplazamiento secreto OIKOS 2 y enterrarlos allí hasta nueva orden. También se encargan de localizar al matarife y ejecutarlo, y de que el anfitrión sufra un desgraciado y mortal accidente. CUATRO y CINCO se encargan de que a partir de este momento, en distintos lugares de España alejados entre sí, numerosos testigos avisen de que las adolescentes han sido reconocidas, para implantar en la opinión pública la idea de que se han escapado de casa. SEIS y SIETE, conmigo; tenemos la misión más delicada. Debemos desviar la atención hacia otra ubicación donde podrían haberse realizado los asesinatos, y fabricar al asesino o asesinos. Luego se lo explico a ellos. Cada uno a lo suyo… —Y levantándose enérgicamente, salió de la habitación.
***
14 de noviembre de 1992, 8.20 a.m., UNO se reunió con sus ayudantes y ordenó:
—Informadme.
SIETE, en cuanto abrió su boca, exhibió lo bien que conocía su oficio y por qué UNO siempre lo elegía a él:
—Vamos a desplazar toda la atención hacia el Maestrazgo, en la provincia de Castellón. En Morella tenemos localizado a un sujeto que trapichea con droga, tiene numerosos antecedentes policiales y junto a un colega se esconde habitualmente en un refugio de pastores que se encuentra en lo alto de un monte cercano a Castellfort, de difícil acceso por una pista forestal. Allí organizan sus juergas, esconden las motos que roban y por su ubicación es el sitio perfecto para situar el escenario de “los crímenes”. Desde ahora, OIKOS 3.
SEIS continuó, encadenando su primera palabra con la última de su compañero:
—Este es el plan: el próximo viernes día 20, por la tarde-noche, debemos situar en OIKOS 3 al sujeto 1 y al sujeto 2. Haremos que su vehículo, un destartalado Ford Fiesta, sea visto a media tarde en las inmediaciones de la discoteca donde fueron raptadas las muchachas. Después iremos con ellos hasta su refugio y sobre las 11.00 p.m. les acompañaremos hasta un bar de carretera cercano a Castellfort, para que pidan unos “bocadillos para llevar” de nocilla con atún, o cualquier otra mierda que resulte extraña, y llame tan poderosamente la atención, que sea fácilmente recordado varios meses después. De esta manera, si llegara el caso, sería fácil situarlos en el lugar, sin que los camareros puedan precisar si fue un viernes antes o uno después, de los asesinatos. Tan sólo, que un viernes a principio de noviembres, dos individuos que alguna otra vez ya habían consumido algo allí, llegaron en su coche sobre las 11 o las 12 de la noche, y se llevaron bocadillos raros y un par de botellas de güisqui… Mi misión consiste en ganarme su confianza y sigan al pie de la letra el guion previsto.
UNO les había escuchado atentamente mientras garabateaba una extraña figura con cabeza de dragón de cuyos ojos salían flechas que creaban un mapa mental: “Maestrazgo”, “drogas”, “refugio”, “Ford Fiesta”, “viernes 20”, “bocadillos raros”… Quedó unos minutos en abstraído silencio, mirando su libreta y finalmente concluyó enérgicamente:
—¡Perfecto…! ¡Todo perfecto! Localizad a los sujetos y seguid el plan. Es muy importante que en el refugio la Guardia Civil pueda encontrar pistas suficientes que les conduzcan hasta ellos y abundantes restos biológicos. SEIS, tú debes conseguir que en el lugar sean encontrados preservativos con sus espermas. Ya sabes lo que debes hacer. Conseguid sangre para que la localice el luminol y decorad aquello. DOS y TRES deben facilitaros ropas de las adolescentes manchadas con su sangre, y debéis esparcirlas dentro y por sus alrededores. Dejad semienterradas algunas prendas íntimas de cada una de ellas. Nos enfrentamos a dos posibilidades. —Siguió reflexionando en voz alta, mientras SEIS y SIETE hacían su propio esquema en sus libretas—. Las familias comenzarán a intervenir en programas televisivos y en muy poco tiempo se creará gran alarma social, y quizás no sean suficientes las maniobras de distracción de las niñas huyendo de sus familias por toda España. La primera posibilidad es… que todo quede en un misterio irresoluto, al que podríamos añadirle alguna teoría de secuestro de trata de blancas, con salida clandestina hacia un país árabe, por ejemplo. Si así fuera, DOS y TRES harán desaparecer para siempre los cadáveres. —Hizo una pausa valorativa y miró fijamente a los ojos de sus ayudantes—. La otra posibilidad, y me temo que va a ser la más probable, es que el ruido mediático sea tan insoportable, que el gobierno se ponga nervioso, el ministro llame al general y nosotros tengamos que ponerle fin a este asunto, y es entonces cuando todo lo que vosotros debéis dejar preparado, sirva para dar carpetazo a la estulticia de nuestros políticos. Establezcamos, pues, el protocolo de actuación.
Sin desviar su ojo de mirada extraña de su libreta garabateada, esperó sus respuestas con el bolígrafo ligeramente apoyado sobre el papel. SIETE tomó nuevamente la palabra:
—DOS y TRES trasladarán los cuerpos hasta las inmediaciones de OIKOS 3 y los enterrarán en una zanja que sea visible desde la pista forestal, a poca profundidad para que las alimañas puedan intentar desenterrarlas escarbando la tierra. El brazo de una de las niñas, con su reloj de pulsera, deberá sobresalir ligeramente del terreno, marcando indubitablemente su ubicación. Entonces CUATRO y CINCO conseguirán que algún cazador, excursionista, pareja de enamorados, o quien sea, pase por allí y las descubra. SEIS y yo mismo, contigo al mando, elegiremos el momento exacto del descubrimiento y controlaremos el desarrollo de los acontecimientos. La Guardia Civil rápidamente descubrirá a los asesinos, gracias a las miguitas que les habremos dejado en el camino y haremos que su detención tenga un gran impacto mediático. Si se presentara algún contratiempo serio con algún funcionario policial, forense, juez, o medio de comunicación, le pondremos mínimamente al corriente de la gravedad de este asunto de Estado, sin que siquiera puedan intuir lo que realmente ha ocurrido, incluso dejando entrever, si fueran muy reacios a colaborar, que pudiera estar implicada la corona; y apelando a su patriotismo, solicitaremos su cooperación y silencio para salvar a España.
—Perfecto —dijo UNO cerrando su libreta—. ¡Vamos a ello!
14 de noviembre de 1992, 7.25 p.m., 16 horas después del incidente, el Comandante Pelayo Buendía llamó al general para hacerle entrega del dossier con la resolución de este asunto de Estado.
FIN
RELATO DEL TALLER DE:
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