UNA CONVERSACIÓN COMPROMETIDA – Mª Dolores Rius Sala

Por Mª Dolores Rius Sala

Se encontraron casualmente en un restaurante de la ciudad, el sacerdote vestía con traje oscuro y se distinguía por el alzacuellos. Parecía un hombre moderno a tenor de la conversación que ella escuchó, se refería a la marca del coche que conducía, un coche potente y a la velocidad que adquiría en pocos segundos. María de coches no entendía mucho, solo lo suficiente para saber que aquel era de alta gama. El sacerdote estuvo hablando de temas mundanos que hacían que te olvidaras de que era el hombre que representaba a Dios en la tierra. —Claro, si tu realmente creías en Dios, que no era el caso de María—.
A María le llamo la atención la manera jovial y algo desenfadada, que mostraba el sacerdote, no le parecía lo más adecuado ¡pero! “—los tiempos han evolucionado mucho, y actualmente quizá el sacerdocio había tenido que abrirse de miras para llegar a una cantidad mayor de almas—“. Le dio la sensación que ya había superado los sesenta, como ella.
Compartieron mesa para tomar café y después de las presentaciones, de los antecedentes laborales del sacerdote en el Vaticano, y de dar un repaso por la política nacional e internacional y lo mal que estaba todo, llegaron, no sé sabe muy bien de qué manera a un tema polémico como es el aborto.
El sacerdote contó algunas historias de sus feligresas y una llamó especialmente la atención de María; se trataba de una mujer de treinta y siete años, embarazada, que había ido a verlo, y a pedirle consejo, en relación al malestar que sentía con su ginecólogo, reprodujo la conversación que mantuvo con su feligresa:
—Padre —dijo la mujer que conversaba con el sacerdote—, estoy muy disgustada con mi ginecólogo, siento que me está induciendo al aborto, le parece que por mi edad y mi situación de primeriza me ha dicho que es un embarazo de alto riesgo y que “hay otras alternativas…”
—Pero, ¿te ha realizado las pruebas pertinentes para evaluar realmente el riesgo de continuar con el embarazo? —respondió don Juan, el sacerdote que la acompañaba.
—Estamos esperando la prueba de la amniocentesis —la mujer bajó la mirada, la tristeza asomó a sus ojos—. Aunque, en realidad no sé si quiero saber los resultados. Él insistió mucho en que me la hiciera porque sabe que en mi familia hay antecedentes de Síndrome de Down. Los ojos se le inundan de lágrimas, busca un pañuelo en el bolso e intenta recomponerse.
—Entiendo que te sientas así, pero recuerda que los médicos están capacitados para tomar decisiones sobre lo más pertinente en cada situación. ¿Le has hablado de tus preocupaciones? Respondió don Juan.
—Sí, se lo he expresado, pero tengo la sensación que no me escucha, que no se pone en mi lugar.

Después de exponer la situación de su feligresa a María, el sacerdote siguió hablando y refería: —que todas, absolutamente todas las mujeres que habían hablado con él, no volverían a una interrupción voluntaria del embarazo ya que a todas les había ocasionado un trauma.
María escuchaba atenta las explicaciones del sacerdote, aunque por sus expresiones de cara y su leve movimiento de cabeza, se deducía que no estaba de acuerdo.
Don Juan decía, que, de las conversaciones con sus feligresas, había conseguido que todas continuaran con su embarazo; solo no había podido “salvar a dos niños” eso quería decir que, de las consultantes, que habían sido muchas, todas habían tenido a sus hijos excepto dos que habían seguido con el proceso de interrupción del embarazo, eso para él era un fracaso personal.
A María por la manera de contarlo le daba la sensación que la señora se sintió presionada por el ginecólogo para la interrupción del embarazo, sin atender a aspectos éticos y morales que para ella eran vitales y que la tenían atormentada.
El sacerdote argumenta para justificar que no se aborte, que la vida comienza en el momento de la concepción, y, por lo tanto, el feto tiene derecho a ser protegido y valorado como cualquier otra vida humana. Claramente este argumento se desprende de la creencia religiosa de que Dios es el creador de la vida y que cada ser humano es único y especial a los ojos de Dios; además el aborto va en contra del mandato divino de “no matarás” por lo que interrumpir intencionadamente el desarrollo de un feto es considerado un acto inmoral y condenable.
Ella hace gestos con los ojos y su postura corporal induce que quiere responder al sacerdote:
—Entiendo su punto de vista desde la perspectiva religiosa. Sin embargo, por mi experiencia profesional, como psicóloga, durante muchos años, he visto la realidad de muchas mujeres que se encuentran en situaciones sumamente difíciles enfrentándose a embarazos no deseados. Algunas de estas mujeres o sus familias pueden tener los recursos para seguir adelante con ese embarazo, pero para otras es atarse de pies y manos y en algunas ocasiones condenar su futuro y el de sus hijos. Dijo María.
—Es cierto que hay situaciones difíciles en las que las mujeres se enfrentan a embarazos no deseados. Pero yo, como representante de la Iglesia, pienso que es importante brindar apoyo y recursos a esas mujeres para que puedan tener a sus hijos y sacarlos adelante con los recursos adecuados. Contesto don Juan.
—Don Juan, un hijo es para toda la vida, y los recursos son limitados, ¿sabe, como se siente una mujer después de ser abusada o violada y tener que ver en ese hijo o hija todo el resto de su vida, quizá al violador o al abusador? Eso ¿no es también un trauma?
—Desde la Iglesia y distintas asociaciones promovemos alternativas al aborto, como la adopción, que permiten elegir la opción del respeto a la vida del feto y de la salud y bienestar de la madre.
—Qué difícil sería saber que has dado a luz a un hijo y tienes que renunciar a él. María piensa: “Que ella sería incapaz de llevar nueve meses en su vientre a un hijo y después darlo en adopción, pero, por otro lado, estaría manteniendo una vida. Es un dilema muy complejo que requiere ponerse en el lugar y el momento vital y circunstancial de cada mujer.”
María intervino para explicarle que, debido a su profesión como psicóloga, había tenido contacto con situaciones similares y que normalmente las opciones que se le dan a una mujer por cualquier profesional, tanto sanitario como social, era mostrarle los pros y los contras para que ella desde su libertad pueda elegir, al menos con esa edad y con plenas capacidades, además de otras garantías reflejadas en la ley y de la confidencialidad absoluta.
—“¿Podría ser que la feligresa hubiese trasmitido su percepción de la situación al religioso, desde un criterio muy personal y subjetivo?” —Si bien es cierto, que detrás de cada profesional hay una persona distinta, con una ideología determinada”. “¿Se habría extralimitado el profesional? O sería la situación de esa señora, al ser creyente, —y si ha ido a consultar con un sacerdote lo debe de ser—, que para ella solo poner en la mesa el tema del aborto es un agravio, pero… ¡que recaiga toda la responsabilidad en el ginecólogo, planteando la certeza de que le haya inducido él a hacerlo!” Pensó María.
Siguieron hablando —¿Y eso no es inducir en un sentido, no abortar, justo en el contrario al del aborto?
—Estoy de acuerdo en que debemos proporcionar apoyo y recursos a las mujeres en especiales dificultades. Sin embargo, también es importante considerar que algunas mujeres pueden tener razones personales y circunstancias únicas que las llevan a considerar el aborto como la mejor opción para ellas en un momento determinado. ¿Cómo se puede equilibrar el respeto a la vida y la autonomía de las mujeres en estas situaciones? ¿Cómo podemos respetar todas las opciones sin juzgar ni en un sentido ni en otro? Dijo María.
—Es un desafío complejo, sin duda. Creo que debemos fomentar un diálogo abierto y comprensivo, donde podamos escuchar y entender las diferentes perspectivas. Aun sabiendo que las posiciones están encontradas, debemos de buscar un camino común de trabajo, que facilite la labor. Contesto don Juan.
—Creo que es fundamental encontrar un equilibrio entre el respeto a la vida y a la dignidad y autonomía de las mujeres. Usted sabe igualmente que yo que en muchos casos y en especial en adolescentes y mujeres jóvenes la carga posterior de la crianza recae en ellas y la mayoría de las veces en sus familias. Muchos de estos jóvenes no están preparados y fracasan cuando les cae encima toda la responsabilidad de educar a los hijos, mantener el trabajo, sacar adelante a una familia, con de multitud de carencias, problemáticas de salud mental, e infinidad de problemas asociados. Continuo María.
—Si, estoy de acuerdo, a través del dialogo y la colaboración podemos intentar encontrar respuestas éticas y compasivas a esta situación tan compleja. Estamos todos embarcados en el mismo barco, aunque tengamos perspectivas diferentes. Dijo don Juan.
—Claro, pero el problema viene cuando no nos queremos poner en el lugar del otro y pensamos que solo nuestra opción es la adecuada. Si somos intransigentes nunca vamos a poder respetar la decisión del otro. Si alguien critica la Ley del Aborto, está limitando el derecho que la ley otorga a unos colectivos determinados y están tachándolas de “asesinas”, cuando realmente la ley no obliga a que la mujer que no quiera abortar, lo haga. ¿Por qué resulta tan malo que este regulado para determinadas situaciones? —Me cuesta entenderlo.
Se abría otro debate y ya llevaban mucho tiempo discutiendo, las posiciones eran complicadas de conciliar si no se partía del respeto común hacia la otra parte. Don Juan se levantó para ir al servicio y María aprovechó para marcharse.
—Bueno, don Juan, ha sido una conversación gratificante y agradezco su disposición a intercambiar nuestros puntos de vista. Espero que juntos podamos avanzar hacia posiciones que respeten a las mujeres independientemente de la decisión que tomen.
—Gracias a ti también, María ha sido un placer poder compartir reflexiones y poder ampliar perspectivas diferentes, aunque mi posición ¡ya la sabes! —Dijo bromeando—.
—Seguiremos hablando, ha sido interesante, a ver si consigo llevarlo al “lado oscuro” le dijo riendo María.
Ambos marcharon en direcciones diferentes. En su cabeza bullían muchos conceptos que no tenían fácil solución, les tendrían entretenidos una larga temporada.

FIN

 

 

 

 

 

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