UNA PAZ CASI OLVIDADA – Elena Fontencha Rodríguez
Por Elena Fontencha Rodríguez
El sol que entra por los ventanales de su despacho contrasta con la indignación que nubla la paz con la que Laura ha llegado a trabajar. No puede creerlo. Esta vez Gonzalo ha ido demasiado lejos y allí está la prueba del rencor que le domina desde que fue nombrada secretaria del Consejo de Administración. Su obsesión por aniquilarla profesionalmente es enfermiza.
Sin poder contenerse, coge las cuentas que ha encontrado sobre la mesa y sale de su despacho. El ruido de sus tacones que, siempre anuncia su llegada, hoy advierte al equipo de otra batalla campal.
—Vamos, Gonzalo, deja de negarlo —dice entrando en el despacho acristalado del director financiero y cerrando de un portazo—. Me diste las cuentas equivocadas para que las enviara al Consejo —le recrimina apoyándose en la mesa e inclinándose como si fuera a saltar sobre él.
—¡No me digas! Imaginaciones tuyas. Te equivocas; sólo he enviado las cuentas correctas. Te las dejé encima de la mesa —Gonzalo no aparta la vista de su pantalla y saborea el inmenso cabreo de la que, durante mucho tiempo, fue su mano derecha.
—¿Encima de la mesa? ¿Desde cuándo me envías las cuentas en papel? ¿Qué tenía que hacer con ellas después de que tú las enviaras por correo?
—Uyyy. Estás muy alterada, tranquilízate.
—¿Que me tranquilice? —Laura da un golpe en la mesa con las manos—. Si crees que no veo lo que estás haciendo, es que me subestimas más de lo que creía; hace meses que intentas aprovechar la venta de la compañía para echarme de aquí.
Gonzalo la mira por primera vez levantando las cejas en un gesto de sorpresa; Laura se acerca a la ventana llevándose las manos a la cabeza para retirarse su larga melena castaña y respirar; la sonrisa de Gonzalo es malvada. Desde fuera el equipo los ve sin oírlos, pero siente a través de los cristales la tormenta que se ha desatado.
—La puñetera verdad —continúa Laura— es que me consideras tu peor enemigo ¿Y por qué? Porque ahora tengo más información que tú.
—No digas tonterías y no olvides que mi mejor amigo está en ese Consejo —Gonzalo gira su silla hacia Laura y se recuesta en ella.
—Ni olvido, ni digo tonterías. Es imposible olvidarlo, no paras de alardear de ser la persona de confianza de los consejeros de BSM, pero no soportas que quien asiste y tiene la información de las reuniones del Consejo sea yo. Eso no me parece ningún privilegio, sino más trabajo, y una confidencialidad que odio porque sus acuerdos afectan a gente que aprecio.
—Pero ¿tú qué te has creído? ¿Qué voy a reconocer algo de eso? —contesta Gonzalo, levantándose de la silla y dando un puñetazo en la mesa—. Si tan preocupada estás, diles a los consejeros que Gonzalo te engañó; será divertido ver la reacción de Ernesto que, además de mi mejor amigo, será el próximo consejero delegado.
—No, me habría sorprendido que reconocieras algo —Laura le mira para repetir lo de siempre—. Entérate ya: quiero trabajar tranquila; no quiero problemas, no compito contigo, fuimos un gran equipo, pero si me sigues atacando, reaccionaré. Ya no aguanto ni una más de tus maniobras.
—Mira, Laurita, entérate tú. Hasta que BSM compre esta compañía y Ernesto sea su primer ejecutivo, colaboraré contigo en lo imprescindible, pero estaré atento a cualquier error que cometas —Tras una pausa amenazadora, acercándose a ella, susurra—: y tienes razón, en ese momento no volverás a ocupar ningún puesto aquí. De eso me encargaré yo. Nunca olvido las traiciones. Deberías empezar a actualizar el currículo.
—Traiciones ¿Qué traiciones? —pregunta Laura sintiendo el aliento de Gonzalo en su cara—. No olvides que he pasado años cubriendo tus fantasías sobre el poder de una información que no tenías.
—Tú debías haberme preguntado antes de aceptar la Secretaría del Consejo; eras de mi equipo —dice Gonzalo masticando cada palabra y separándose de ella sin dejar de mirarla.
—Aceptar esa posición no tenía nada que ver contigo. Esas decisiones las comento con mis mentores o con mi familia; desde luego, no contigo. Lo que pasa es que no soportas no controlarme, pero que sepas que nunca lo has hecho.
—¡Ja! No hay nadie en mi equipo a quien no controle. Tomaste tu decisión ¿verdad?, acepta las consecuencias.
—Me agotas. Haz lo que quieras, no me das ningún miedo. Ya veremos quién acaba comprando la compañía. Y ya sé que parece inevitable que sean tus amiguitos de BSM.
—Lo dicho —Gonzalo abre la puerta—, trabajaremos juntos en lo imprescindible y lo haremos bien, pero será la última vez —. Y elevando el tono, para que el equipo le pueda oír, continúa—, como siempre si necesitas algo, aquí me tienes.
Laura sale del despacho sin decir nada más; el silencio que impera en la sala del equipo se puede masticar. Ella se siente mal, es evidente que sufren la interminable guerra abierta entre los dos; a Gonzalo le temen y, aunque que con Laura estarían mejor, nadie da un duro por ella.
Laura pasa el resto del día al teléfono. Después de dar muchas explicaciones por el error en la documentación, Belén, su secretaria, entra en el despacho con un café y un ibuprofeno.
—Vamos, Laura, Ya está. Tómate esto, te vendrá bien.
—¡Qué bien huele! Siempre sabes lo que necesito —Laura se abalanza sobre la taza humeante.
—¡Que te vas a quemar! Ten paciencia, que es lo que deberías tener con el imbécil de Gonzalo. No puede hacerte perder los papeles. Tienes que ser fría y reaccionar ya de una vez.
—No lo puedo evitar —contesta Laura haciendo muecas al quemarse con el primer sorbo—. Lo odio, pero lo haré. Es él o yo. Esta reunión la prepararemos sin él.
Hasta el día de la reunión, Laura y Gonzalo no vuelven a hablar, pero están listos para presentar conjuntamente los resultados del año. Los dos se saben grandes profesionales y formidables enemigos, aunque ahora estén obligados a fingir total sintonía.
—Parece claro que BMS va a comprar. Te queda poco tiempo.
—Tienes razón, pero, por favor, intenta ser algo caballero y que no se te note tanta satisfacción, aunque eso sea pedir peras al olmo —replica Laura despectivamente.
Laura transmite seguridad, pero está nerviosa y preocupada. Es probable que al salir de esa reunión esté sentenciada a quedarse sin trabajo. Gonzalo muestra una sonrisa de anuncio mientras hace la pelota a todo el mundo y se balancea adelante y atrás poniéndose de puntillas. Odia su estatura y, sobre todo, ser más bajo que ella que, “inocentemente”, se ha puesto los tacones más altos que ha encontrado.
Les llega el turno. Mientras exponen son un equipo extraordinario, pero Laura ha incluido en su presentación algunos datos relevantes que le permiten apuntarse un tanto y que no ha compartido con Gonzalo, quien no mueve ni un músculo cuando los ve. Para Laura se trata de sobrevivir y de su venganza. Los consejeros muestran su satisfacción con ellos. Casi no hay preguntas; el ambiente es demasiado relajado, tanto que tienen la sensación de que todo ya está acordado, como había dicho Gonzalo.
—Gonzalo, felicidades por la presentación; transmíteselo al equipo —dice Ernesto quien ya asume el papel de consejero delegado e ignora a Laura.
—Sí, por supuesto. No perdamos tiempo —interrumpe el presidente dejando a Gonzalo con la palabra en la boca—. Gonzalo, te ruego que abandones la sala. Tenemos otros asuntos en el orden del día que no tienen nada que ver con finanzas.
—Si, Sr. presidente. Esperaré fuera.
—No es necesario. Laura, el siguiente asunto es…
—Es la propuesta de renovación y nombramientos de los miembros del Consejo —contesta Laura, mientras ya se imagina redactando su renuncia. Gonzalo deja la sala mientras la escucha. La rabia y los celos por tener que salir mientras ella se queda le carcomen por dentro, pero piensa que, después de esa reunión, se librará de ella.
El presidente toma la palabra.
—Señores, acabemos con esto rápido. Sentimos no haber podido compartir con todos el acuerdo alcanzado la pasada noche. Las cosas han cambiado: BSM ha decidido vender, quedando BlackRock como propietario de la empresa. Por tanto, debemos proceder a la revocación de los consejeros de BSM.
—Pero… ¿Esto es broma? —tartamudea Ernesto que ya daba por sentado su nombramiento.
—Ernesto, no soy precisamente conocido por ser bromista ¿Estás seguro de que tienes algo que decir?
—No… Sr. presidente, estoy para atender los intereses de BSM, simplemente me ha sorprendido.
—Lo entendemos. Anoche, BlackRock hizo una oferta irrenunciable y eso ha cambiado el escenario. Con este acuerdo todos salimos ganando—, señala el presidente dando una palmada en el hombro al representante de BlackRock — Y por cierto, Laura, ¿puedes cerrar la boca y redactar el acuerdo?
—Sí, Sr. presidente —contesta azorada e incrédula.
Laura resume el acuerdo en el que se revoca a Ernesto y se nombra a los nuevos consejeros de BlackRock, todos cercanos a ella. Sonríe y piensa que todo va a salir bien.
—Perfecto, Laura, y ahora incluye una revocación más: la tuya como secretario del Consejo —. Laura se queda petrificada; se creía salvada, pero parece que no es así.
—Sí, Sr. presidente —dice sin levantar la cabeza de sus notas, intentando que no se le note la decepción.
—Tienes que incluir otro nombramiento. Hemos decidido hacer un cambio en la dirección general.
—Claro —dice Laura, que ya no sabe qué esperar—. Necesito el nombre del nuevo director general para redactar el acuerdo, por favor.
—Laura Zúñiga de las Casas, siempre que ella acepte la posición —dice el presidente mirándola con una inhabitual sonrisa. Laura levanta la cabeza y deja de escribir mostrando una confusión absoluta.
— ¿Yo? Claro… Será un honor… Aceptar —. Laura no puede creérselo, ni siquiera está segura de haberlo entendido bien.
—Y ahora sigamos.
Laura da paso al siguiente asunto y la reunión continúa, aunque ella se siente espectadora de una película. ¡Acaban de nombrarla directora general! ¡directora general!
Al terminar la reunión empieza la ronda de felicitaciones, apretones de manos de los extranjeros y par de besos de los nacionales. Ella sale la última y le da a Belén los documentos.
—¿Laura qué ha pasado ahí dentro? Ernesto ha salido como alma que lleva el diablo, ha cogido a Gonzalo y se han ido sin despedirse.
—Ni te lo imaginas —dice Laura entre risas—. Te lo cuento en el coche.
Al día siguiente, la noticia del cambio de control de la compañía y del nombramiento de Laura están en todos los noticiarios. Laura llega a la oficina como todos los días y, sin esperarlo, se encuentra con el recibimiento de gran parte de los empleados, de sus compañeros, claramente aliviados por el inesperado resultado de la reunión, que la besan y la abrazan.
—¿Todos creíais que me iban a despedir? —le pregunta algo aturdida a Belén que está a su lado.
—Sí ¿Te crees que, aunque no lo cuentes, no nos dábamos cuenta de lo que estaba pasando? En una empresa, Laura, si no quieres que algo se sepa, ni lo pienses.
Al llegar a su nuevo despacho, Gonzalo pide permiso para entrar. Ni rastro de la soberbia de días anteriores.
—Buenos días, Gonzalo.
—Buenos días. Ahora eres mi jefa, pero esto no ha acabado: volveremos a encontrarnos. Ahora hagamos las cosas fáciles. Está clara la decisión que tomarás hoy.
—Pues verás, Gonzalo, hoy tengo muchas llamadas que atender y no voy a tomar ninguna decisión. Vuelve a tu despacho, sigue con tus responsabilidades y si tengo que comunicarte algo, ya te llamaré.
Gonzalo sale del despacho hecho una furia. En el pasillo siente cómo todas las miradas caen sobre él.
Laura mira por su ventana, vuelve a lucir el sol y a invadirle una paz casi olvidada, da un sorbo al café que le ha dejado su secretaria y piensa: “Ya lo decidiré mañana”.
Madrid, noviembre 2023
Elena Fontecha
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