VIS MAIOR – Mariola Ochoa Rico

Por Mariola Ochoa Rico

No entendía nada. Hacía cinco minutos estaba saliendo del bar del pueblo, dispuesto a volver a casa, y de pronto me encontraba con esto.
En medio de una noche tan oscura, tan fría, tan vacía, me encontraba yo corriendo en mitad del bosque. Veía la nieve, la sentía, fría, gélida tras cada huella que dejaba en ella, pero no lo entendía, no veía mis pies, mis zapatos… En su lugar, ¡zarpas y mucho pelo negro! ¿Qué era aquello? Quizás bebí demasiado y estaba en casa durmiendo en el sofá, aunque no recordaba haber probado ni gota de alcohol, ni tampoco recordaba haber llegado a casa aún.
—¡Cállate! Atiende a lo que te voy a decir, Luca —escuché a alguien decir.
—¿Qué? ¿Quién habla? ¿Dónde estás? —respondí asustado.
—Luca, no estás soñando. Soy tan real como tú. En realidad, soy tú, pero no del todo… Digamos que compartimos cuerpo en cierto modo, pero no alma, ¿entiendes?
Me quedé callado, seguía sin entender esa situación.
—¿Me estás diciendo que estoy soñando que soy un hombre lobo como el de la película Crepúsculo?
—Te lo repito, no estás soñando. Y no te confundas, no eres un licántropo, cuando tú eres humano, yo soy, para que me entiendas, tu “ente” protector. Sé que siempre me has sentido. ¿Sabes ese escalofrío que nunca terminas de tener, ese que recorre permanentemente tu nuca? Ahí estoy yo, siempre. Sólo que ahora estoy despierto. Pronto comprenderás amigo mío, pronto, muy pronto…
No sabía qué pensar, si no era un sueño, ¿por qué demonios éramos dos en el mismo cuerpo de un lobo? Seguía sin entenderlo. Una parte de mí no sabía a dónde íbamos, sin embargo, la otra sí. Él se guiaba por su instinto, que, de algún modo, conectaba conmigo. Porque de pronto, aullábamos tan fuerte que se nos podía oír a kilómetros de distancia. Aquel instinto compartido nos avisaba de que nos acercábamos a nuestro destino. Entonces la vi. Una chica era perseguida por demonios. Y no parecía que quisieran solucionar el conflicto hablando.
—¿Qué hago? Nunca he sido un perro…quiero decir, un lobo… ¡buff! ¿Y tanto pelo? No sé para qué me depilo todas las semanas. Bueno, centrémonos.
Una chica, en apuros. ¿Demonios? En realidad, dos delincuentes que le querían robar y… ¡qué asco! ¡Podía leer sus pensamientos!
De repente, un instinto animal, supongo, hizo que yo y él, o él y yo, aún estaba demasiado confuso, saltase sobre el primer chico, el de la camiseta roja y de un zarpazo le arrancase una oreja. Aún no controlaba este impresionante cuerpo-lobo.
Me planté delante del otro chico y vi los ojos más encendidos y brillantes jamás vistos, reflejados en las pupilas de aquel infame. Por un instante, mientras mis mandíbulas rugían delante de él, quedé extasiado por la imagen. Cuando volví en mí, aquellos dos habían huido como alma que lleva el diablo y algo de diablo había en ellos…
Me giré buscando su mirada y ella ya no estaba.
Pasé el fin de semana haciéndome demasiadas preguntas y sin dejar de pensar en aquella chica. No quería hablar con mi supuesto yo lobo, pero no podía dejar de hacerlo, mis pensamientos eran los suyos, y viceversa. Pensé que me estaba volviendo loco. El domingo, exhausto de cavilar, caí rendido sobre mi cama y dormí un profundo sueño.
A primera hora del lunes tenía programación de software. Estudiaba ingeniería informática en La Sorbona. Cogí mi mochila y mi ordenador y salí corriendo hacia el campus. Un dolor de cabeza inhumano me impedía concentrarme, y el recuerdo de ella, la chica de mis sueños o de mi imaginación, aun me lo ponía más difícil. ¿Cómo había podido desaparecer tan rápido?
—Luca, no te dije mi nombre: Áyax —le escuché decir.
«¿Áyax? Tienes nombre de equipo de fútbol», pensé, y deduje que, ya que estábamos conectados, no haría falta hablar en voz alta. Al fin y al cabo, a él lo escuchaba como una voz en off en mi cabeza.
Salí de clase y me senté en un banco debajo del monumento al estudiante que presidía la plaza de la facultad. Hacía frío tras la nevada del sábado, así que abroché mi chaqueta y me puse los guantes. Pésima idea si quieres desenvolver un Kit Kat. Mientras luchaba con él, alguien me saludó.
—¡Hola! ¿Nos conocemos?
Alcé la mirada y entonces la vi. Mi Kit Kat se estrelló contra el suelo, pero no me importaba lo más mínimo. Pegué un brinco y me puse en pie.
—¿Eh? Cuánto habría deseado tener en ese momento la apariencia de Áyax. Sin embargo, imaginaba mi cara de oveja empanada.
—Umm…no. Creo que no, pero… yo soy Luca. ¿Y tú?
—Soy Zeeb. Disculpa, hace pocos meses que estoy aquí y conozco poca gente, pero tu cara me resultó muy familiar —dijo ella, dulce y sonriente.
Zeeb resultó ser la chica más guapa que jamás había visto, tan inteligente, perspicaz y simpática, que realmente parecía que la conocía desde hacía un siglo. Estaba de Erasmus en la facultad y estudiaba Historia del Arte y vivía en Ginebra. Su pelo era rojo intenso y brillaba bajo el sol de una manera espectacular. Sus ojos eran pardos y profundos. Desde aquella mañana algo nos hizo inseparables. En el colegio, yo no fui más que un marginado, nadie hablaba conmigo, nadie me buscaba. En alguna ocasión, por puro interés y por mi facilidad con las mates, alguien se acercaba a mí de manera puntual y después volvía a ser “inexistente”. De hecho, siempre le decía a mi madre, entre bromas, que era el hombre invisible. Zeeb, sin embargo, aparte de mirarme, me veía.
Pasamos el día juntos y sin parar de hablar. ¿Era posible aquella complicidad en tan poco tiempo? Cada vez estaba más seguro de que ya la conocía, tenía que conocerla, todo en ella me resultaba familiar.
Aquella tarde, Zeeb, arropada por la ternura que reflejaban mis ojos y que era incapaz de ocultar, me contó algo que me dejó totalmente sin palabras.
—Luca, ¿tú sabes interpretar sueños?
—¿A qué te refieres?
—Verás, es que hace unos días, tuve un sueño que parecía tan real. De pronto, estaba en medio del bosque huyendo de dos chicos que pretendían robarme, o quién sabe si algo peor. Estaba aterrada y corría todo lo rápido que me permitían mis piernas, cuando de pronto oí a lo lejos aullar a un lobo, que, en cuestión de segundos, estaba ahí, justo delante de mí. Un enorme lobo negro de ojos amarillos. Quizás debería haber sentido miedo, pero no lo tuve. Aquel lobo me salvó de esos dos. Al primero, creo recordar que le arrancó una oreja y al segundo sólo con mirarlo le bastó, ambos huyeron. Entonces miré al lobo que estaba de espaldas aún, por última vez y sólo recuerdo que desperté.
Aquella confesión me dejó atónito. Era justo lo que yo había vivido, pero ella lo había soñado y para mí fue totalmente real. Entonces Áyax tomó la palabra.
—Luca, la “fuerza mayor”, también conocida como mano de Dios, es un hecho que no se puede evitar y tampoco se puede prever, como no se podía evitar que tú conocieras a Zeeb y que Zeeb te encontrara.
—No lo comprendo del todo. Explícate.
—Tú lo viviste como algo totalmente real, porque en cierto modo formas parte de otra dimensión formada por la materia de la que están hechos los sueños. Formas parte de y puedes acceder a ella por mí. Aquella noche desperté y atravesamos juntos el portal que une y separan los sueños de la realidad. Zeeb lo vivió casi tan real como tú, sin embargo, ella soñaba y por eso al despertar desapareció y tú volviste conmigo sobre tus pasos hacia el portal de nuevo.
—¿Quieres decir que nosotros estamos hechos de esa misma materia?
—Quiero decir que si me desperté es porque no solo estoy unido a ti, sino a parte de ella. Digamos que en el pasado estuve unido a su ente aún dormido, Diana. La noche del sábado simplemente abrí los ojos, porque sentí que tanto Diana como su compañera estaban en peligro. Los sueños pueden parecer inofensivos, pero sólo lo son para aquellos que no forman parte de ese mundo.
—¿Quieres decir que ella también comparte cuerpo con un lobo?
—Digamos que sí, solo que Diana aún no ha despertado del todo. Por eso Zeeb te reconoció. Gracias a Diana, Zeeb tiene una sensibilidad especial, como tú respecto a lo que todos llaman hoy en día “paranormal”. Por algún motivo, Diana y yo nos separamos un día, algo ocurrió en nuestro mundo, algo que provocó que una vez ambos atravesamos el portal, cada uno terminó unido a otro ser, es decir, en este caso a vosotros. Unidos a dos humanos de distinta nacionalidad que un día estarían destinados a encontrarse. Aún desconozco la extraña razón de por qué motivo el portal nos separó y permanecimos dormidos hasta anoche en que yo desperté, a pesar de que Diana siga dormida…
—¿Así que somos como superhéroes? ¿Tenemos que encontrar al culpable de ese desajuste con el portal de los sueños?
—Básicamente. Por ahora sólo nos afectó a Diana y a mí, pero parece que cada vez el portal es más grande. Si las pesadillas más horribles lograran escapar del abismo más profundo de ese mundo y atravesar el portal, no sé qué sería de éste. Pero antes de tratar de descubrir la causa de lo que sucede con el portal, debemos encontrar la forma de despertar a Diana. Sin ella, es imposible que logremos mucho.
La noche estaba llegando, lo que supondría que el portal se abriría. Miré a Zeeb y vi en lo más profundo de sus ojos, que, a pesar de lo increíble de la historia, me creía. La luna empezó a salir tras el lago y sentí un irresistible instinto, no sé si animal o humano que me llevó a besar aquellos labios. Y supe que antes o después Diana despertaría y juntos intentaríamos entender que estaba pasando con el mundo de los sueños. Quizás el ser humano ya no sueña, o sueña sólo pesadillas. Quizás esas pesadillas se han apropiado del mundo o quizás el mundo de los sueños quiere ser real, tal vez ese sea el problema. En cualquier caso, lo descubriríamos.
El mundo de los sueños se encontraba en peligro.

 

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