VIVIR – Montserrat Mariné Moles
Por Montserrat Mariné Moles
¡No me lo puedo creer!, no es posible se dice Rita al verle pasar. Sí, sin ninguna duda es él, Juan, pero esta tan cambiado…
Rita pasea por el Paseo Marítimo a paso ligero, le encanta caminar es su deporte favorito procura hacerlo a diario alrededor de 10Km y el domingo cerca del mar. No da crédito a lo que acaba de ver. Juan es un antiguo compañero de trabajo cuando ambos trabajaban en una empresa de seguros. Se han encontrado cantidad de veces en los últimos años y ambos se sentían felices al charlar un rato y recordar anécdotas pasadas. Pero hoy apenas lo ha reconocido, cabizbajo, pálido, muy delgado y como en otro mundo. Lo primero que ha pensado es que igual estaba enfermo, “lo llamaré un día de estos” se ha dicho.
Juan no está enfermo, está harto, decepcionado de la vida. Se dirige a su casa como un domingo más, a comer con su mujer Ana, sus hijos y sus suegros. El problema no está en ninguno de ellos, no puede culpar a nadie más que a él. Se recrimina su falta de arranque, de fuerza a la hora de tomar decisiones, analiza tanto los pros y los contras que siempre se queda en el mismo sitio y después se arrepiente de su falta de iniciativa, de su conservadurismo. Pero este domingo un tanto gris al menos para él, ha decidido cambiar, ya no puede más, hablará con Ana y dejará clara su decisión; se irá de casa por un tiempo a intentar aclarar sus ideas pedirá un permiso sin sueldo en el trabajo, le deben muchos favores y seguro que se lo conceden, si no se irá igualmente, ¡no aguanta más ¡
Al llegar al portal de casa se endereza, ha leído que la postura que adoptamos es importante a la hora de hablar con un superior y en ese momento para Juan Ana es muy superior a él. Ya en el ascensor se compone la cazadora se pasa la mano por la cabeza para ordenar su cabello y respira hondo, no estaba tan mal. Juan es un hombre que ronda los 50, atractivo y con buen tipo, aunque últimamente parece querer disimular estos atributos. Pone la llave en la cerradura de la puerta de su casa y se extraña al no oír ningún ruido, sus tres hijos no son silenciosos y su suegra menos. Entra en la sala y ve con sorpresa que la mesa está sin poner y sus suegros sentados en el sofá con caras largas.
– ¿Qué ocurre a que viene tanto silencio, donde está Ana? Laura su suegra una mujer de unos 70 años alta, rubia y entrada en carnes se levanta del sofá, se acerca a Juan y cogiéndole del brazo lo acerca a una de las sillas y casi lo sienta en ella. Con voz trémula le dice: “mira cariño cuando Ana ha bajado a por el pan la han atropellado”. Juan se queda lívido, no puede creer lo que Laura le está diciendo. ¡No es posible ¡
– ¿Qué me estás contando? ¿Qué ha pasado y los niños?
– Los niños están en la habitación de Juanito ahora más tranquilos. Menudo susto se han llevado los pobres, cuando la policía ha subido a casa a decirles que llevaban a su madre al hospital por que la había atropellado un coche. Imagínate el impacto que ha supuesto para ellos, enseguida me han llamado y Arturo y yo hemos venido a toda prisa.
– ¿Y Ana como está, donde la han llevado? ¿Cómo ha ocurrido?
– Nosotros estamos aquí -dice Laura-, porque nos han mandado a casa. Ana está en el Hospital Clínico pendiente de entrar en quirófano. El médico ha dicho que está grave, que tiene varias fracturas y una conmoción cerebral. Cuando entre en quirófano nos avisarán.
– Me voy al Hospital, aquí no pinto nada.
– Hombre –le dice Arturo, el suegro con su aspecto bonachón-, creo que es mejor que esperes aquí y veas a los chicos. Están muy afectados y te necesitan.
Juan se dirige al cuarto de Juanito que tiene 12 años y es el menor de los tres hermanos. Entra y los encuentra medio dormidos encima de la cama tumbados de la forma mas extraña que uno pueda imaginar. Julio el mayor que se parece mucho a su padre se levanta, abraza a Juan y rápidamente sus hermanos hacen lo mismo, se convierten los cuatro en una auténtica piña que arranca lágrimas incontenibles. Tras un tiempo en intensa unión van separándose y mirándose unos a otros le preguntan al padre “¿qué va a pasar ahora papá?”
-Ahora chicos tenemos que ser fuertes y estar muy unidos. Mamá está grave, pero espero que siga adelante, ya la conocéis es muy valiente y fuerte y nos tendrá a su lado para todo lo que necesite. Yo voy al Hospital a ver si aclaro como está todo. Vosotros quedaos con los abuelos que también están muy preocupados y necesitan vuestro cariño y apoyo en estos momentos.
Juan sale de casa hacia el hospital, todavía siente el deseo de llorar por todo, por Ana y por encuentro con sus hijos y sus reacciones, son unos chavales estupendos, ¡qué suerte tenerlos ¡
Va a la carrera llega al hospital sudando, muy acalorado, pero casi no se entera. Busca como un loco a alguien a quien preguntar, se va al edificio de urgencias seguro que allí saben algo. Tropieza con un enfermero que le sonríe, Juan le pregunta por Ana Aguilar que ha entrado de urgencia esta mañana por un accidente de tráfico. El muchacho le dice que espere un momento y consulta la pantalla del ordenador.
-Sí señor, efectivamente está aquí pendiente de que quede un quirófano libre para poder pasarla. De momento no puedo decirle nada más. Pero esté tranquilo, está monitorizada y las constantes están controladas. Cuando entre en quirófano les avisaremos.
-Muchísimas gracias, muy amable.
Juan sale al jardín y llama a Arturo para confirmarle lo que ya sabían, lo tranquiliza y quedan en avisarse si hay algún cambio. Sale del recinto y se dirige al paseo que circunda urgencias. Empieza a caminar sin rumbo no se encuentra con fuerzas para regresar a casa, tiene la sensación de estar flotando, de que todo es un sueño, una fantasía. Entra en un bar y pide un café americano, muy largo se sienta a una mesa que hay en un rincón. Su mente vuela a ninguna parte, no se entera cuando el camarero le deja el café sobre la mesa con una ancha sonrisa en los labios. La mente en blanco, poco a poco vuelve a la realidad. La cruda realidad que de repente como por arte de magia mueve todas las fichas de un tablero que permanecían quietas, inmóviles desde hacía mucho tiempo. ¡Realmente una pesadilla! Mira el reloj las 4 de la tarde, llama a casa, se pone Laura, le pregunta si han comido. Los chicos y ellos tienen que comer algo, seguro que en la nevera hay mucha comida, conociendo a Ana gran amante de la cocina… Julio será un buen anfitrión, “por favor comed alguna cosa” les dice con cariño. Se siente mareado, también tiene apetito. Pide un bocadillo de tortilla. Coge de nuevo el móvil y busca el teléfono de su madre y de su hermana, tiene que contarles lo que ha pasado, se llevarán un buen disgusto, quieren mucho a Ana y ésta a ellas se llevan muy bien desde siempre. Ana es muy cariñosa con todo el mundo y la gente la quiere por como es y por sus detalles. Tras llamar a su hermana y darle la mala noticia, piensa que es mejor que sea ella la que se lo diga a su madre, las cosas en directo a veces son menos duras. Su hermana siempre ha sido su gran aliada para todo son imprescindibles el uno para el otro.
Tras coger fuerzas con el café i el bocadillo paga la consumición y regresa al paseo. Siempre le ha gustado caminar, es un buen ejercicio y además despeja la mente y va muy bien para pensar. Para pensar en todo, de repente le viene a la mente el paseo de la mañana. ¡Madre mía que día! y cuantas cosas y que desgracia. Por primera vez es consciente de lo sucedido, al menos en parte asume lo ocurrido que puede destrozar su familia, esa que hace unas horas le parecía vulgar, aburrida, sin sentido para él. De repente siente como si una gran losa le cayera encima y no le dejara respirar, le duele el pecho, las sienes y sobre todo siente una gran vergüenza. Ring, ring, ring suena el móvil, la llamada es de casa. — – ¿Si? Responde.
-Juan soy Arturo, acaban de llamar del hospital para decirnos que ya ha empezado la operación, que si no podemos ir nos avisan en cuanto terminen. ¿Qué quieres que hagamos?
-Gracias Arturo, creo que lo mejor es que me acerque yo al hospital y cuando salga de quirófano os llamo. Así los chicos no se quedan solos. En cuanto sepa algo te llamo, estate tranquilo.
Juan deshace el camino andado a toda prisa como si corriendo Ana saliera antes de la sala de operaciones. Otra vez llega al hospital sudando y jadeando. Se acerca de nuevo al enfermero amable de antes que le reconoce y le dice que tiene que esperar en una sala contigua y que ya le avisarán, pero que cuente que va para largo, horas. Se dirige a la sala y toma asiento en una especie de sillón sin brazos, mira a su alrededor y está sólo, mejor. Una máquina de café, bebidas y bocadillos le da la bienvenida desde un rincón, se siente totalmente desamparado. Pero Ana se merece la espera, ella lo haría por él. Su cabeza empieza a dar vueltas y más vueltas. ¿Qué es lo que realmente le ha tenido disgustado todo este tiempo, la familia, el trabajo, los amigos, él? Hace solo un par de horas ha reconocido que sus tres hijos son unos chavales estupendos, acaban de demostrarle cariño y apoyo incondicional. De la familia como tal no pode decir absolutamente nada, suegros, madre, hermana todos le quieren y respetan, la muestra la acaba de recibir de su suegro que siendo el padre de Ana le pregunta a él que debe hacer, ni que decir de su madre y su hermana. Cierto es que todos a veces son pesaditos o mejor dicho un coñazo, pero y él. Ana y los chicos le dicen muchas veces que es más pesado que una vaca en brazos, luego dónde está el problema, en el trabajo no, porque le gusta lo que hace y está bien considerado por el jefe y se lleva bien con los compañeros. ¿Será él el gilipuertas que no valora nada de lo que tiene? Y qué decir de Ana, de Ana nada de nada. Definitivamente el error soy yo, se dice una vez más.
Debe haber dormido un rato pues se despereza y le duele todo el cuerpo, será la tensión. ¡Caray han pasado tres horas! Se levanta del sillón y se acerca a la máquina expendedora, saca un café con leche y una pasta que no se sabe muy bien que es, pero no importa. Se quema la lengua con el café y vuelve al sillón ve que hay dos personas más en la sala, una pareja joven con cara muy triste, se pregunta qué cara debe poner él. Por dentro se siente muy afligido, vacío, pero sabe que no está solo. No es momento para compadecerse de sí sin motivo. Ahora no puede fallarle a Ana porque lo necesitará más que nunca y yo a ella.
Juan se pone en pie, pasea por la sala y con una sonrisa en la boca dice para sus adentros “realmente Juanito eres un gilipuertas y un imbécil, he recuperado las ganas de vivir, pero a un alto precio
Fin
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024