Y SUCEDIÓ ASÍ – Sergio Durany Herzig
Por Sergio Durany Herzig
El despertador sonó como siempre a las 9:00 de la mañana. A Max nunca le gustó mucho madrugar, pero ese día debía levantarse y acudir a las citas previstas. Parecía que sería un día muy cargado, ya que la agenda la tenía completamente llena. Con un breve impulso, se incorporó y salió de la cama. Giró el grifo del agua caliente y empezó a lavarse los dientes. El vapor del agua fue la señal de que ya podía entrar en la ducha.
Después se vistió como siempre, según su estilo deportivo y cómodo. Bajó a desayunar sus huevos revueltos con tostadas y una gran taza de café con leche. Tras salir de su domicilio, cogió su pequeño vehículo urbano y salió del garaje. Tenía algo de prisa ya que estaba llegando tarde a la primera cita del día, así que aceleró un poco la velocidad mientras subía el volumen de la música lo más alto posible. Repentinamente, el semáforo cambió de color verde a color rojo, teniendo que frenar de golpe. Al hacerlo, una furgoneta de reparto urbano golpeó con gran estruendo, la parte posterior de su automóvil, desplazándolo unos metros. El conductor salió como un energúmeno preso de furia hacia Max, el cual todavía aturdido por la contundencia del golpe salió cómo pudo de su coche, encontrándose cara a cara con el individuo.
A partir de aquí no recuerda nada ya que quedó inconsciente inmediatamente tras el impacto de un puñetazo en su mandíbula. Se despertó en la habitación de un hospital sin apenas saber cuánto tiempo había transcurrido, cuál era su estado ni qué debía o no podía hacer.
Lo que sí noto es que, al querer moverse, y tras mandar esa indicación a su cabeza, sólo respondía medio cuerpo. Era una sensación nueva, confusa y estremecedora a la vez. Alcanzó cómo pudo con el brazo derecho a tocar el timbre para que alguien acudiera y le explicara qué había ocurrido y cuál era su estado.
Su inmovilidad parcial lo tenía tan angustiado que su respiración era más bien un jadeo.
Tras unos minutos, entraron un séquito de personas todas de blanco. Estaba un doctor neurólogo, otro doctor internista y dos enfermeras. Fueron muy claros y contundentes. El impacto del puñetazo le había producido, aparte de la rotura de su mandíbula, una conmoción cerebral con derrame, que era la causa de su inmovilidad.
Lo primero que le preguntaron después de su explicación era qué pariente o persona cercana podía acudir a cuidar de él. Habían pasado tres días desde el accidente y era necesaria la presencia de alguien.
La respuesta de Max dejó a todos perplejos.
No tenía a ningún familiar ni conocido cercano a quién llamar.
Como un hombre con sus modales tan educados y con esa elegancia, que, aunque fuera en pijama, destacaba sobre el típico paciente al que estaban acostumbrados al ser un hospital público.
Le dieron sus pertenencias personales, entre ellas, aparte de su ropa y calzado, su cartera y su Rolex, así como un anillo de casado, le dieron también su teléfono móvil. Lo pensó dos veces y marcó el teléfono de su cuidadora casera, era el único que se sabía de memoria aparte del de su despacho. Era una mujer entrada en edad de nacionalidad filipina que llevaba con él más de doce años. Su nombre era Pressi.
Seguidamente llamó al despacho y preguntó por su secretaria Natalia. A las dos les contó lo mismo sobre su percance, minimizando todo lo posible. Poco quería contarles ya que prácticamente nunca había hablado con ellas de nada personal. Sus diálogos, escasos, habían sido siempre de temas profesionales. Cómo les iba a decir ahora que acudieran al hospital a cuidar de él, algo tan íntimo, con esa relación tan distante que tenía con ellas.
Las engañó diciendo que tan sólo había sido un susto y que ya sabrían de él en unos días. Si surgía algo importante, podían llamarlo.
Transcurrieron unos días y empezó la rehabilitación para lograr una recuperación de su movilidad. La mandíbula era lo de menos.
Tras tres semanas, y después del traslado a otro hospital para proseguir con su rehabilitación, le dieron el alta definitiva. Ya podía volver a su casa, pero debería acudir cada día al centro.
Era evidente que no podía seguir viviendo solo, sin que nadie cuidara de él y más para acudir cada mañana a rehabilitación o al despacho.
Pressi estaba bien para cuidar la casa, pero no para atender sus necesidades íntimas y personales.
Tras pensarlo mucho decidió buscar una mujer con conocimientos en cuidado a pacientes a domicilio, y a la vez que estuviera a la altura para acompañarle donde hiciera falta. Esto era como pedir casi un imposible.
Su ilusión era encontrar una mujer relativamente joven y guapa, educada, culta, con estilo y con conocimientos en cuidados.
También era necesario tener un chofer que le condujera donde necesitara acudir. Eso sabía que sería más fácil.
Después de llamar a muchas agencias solicitando esa petición y entrevistando a más de doce mujeres, ni tan siquiera una se acercaba mínimamente a sus pretensiones, algo idealizadas, por cierto.
Él sabía que no sería nada fácil encontrar alguien con ese perfil que cubriera tantas exigencias.
Mientras la pobre Pressi hacia lo que podía, menos ducharlo y comer, el resto de sus tareas la necesitaba para todo.
La recuperación no iba mal, pero si muy despacio. Algunas mejoras en su movilidad del lado izquierdo empezaban a notarse algo.
El chofer tal como esperaba, si fue fácil contratarlo, ya que era pariente de Pressi y como tal filipino también. Era fuerte, educado y conducía muy bien su Mercedes negro.
Su vida que antes del suceso era tan intensa, ahora resultaba tremendamente aburrida.
Siempre fue un hombre muy deportista y vital, eso junto a viajar es lo que más le recordaba su limitado estado físico actual.
Tiempo era lo que más tenía y ese tiempo le permitía reflexionar sobre muchos temas, la muerte, su fracaso matrimonial, sus escasas relaciones sociables, sus difuntos padres, su trabajo, su infancia, en fin, todo aquello relacionado con su vida.
No le gustaba leer ni ver películas, solo la música le acompañaba día tras día.
Su nostalgia y su tristeza eran cada día mayores.
Necesitaba urgentemente compañía.
El dinero no era su problema, ya que era un hombre rico hecho a sí mismo, fundador de su propia empresa.
Tras una noche casi en vela, tomó la decisión.
Acudirá a una agencia de escorts o lo que es lo mismo, a prostitutas de lujo.
Al principio se sentía tímido y patoso, nunca antes había tenido ningún tipo de relación con ese mundillo, pero pronto le cogió confianza al tema y empezó a desenvolverse bien en las entrevistas y con el regateo sobre las tarifas tan elevadas. Lo mejor sería pactar un fijo mensual con fines de semana libres. Ya encontraría una sustitución para los findes.
Después de realizar varias entrevistas a través de las agencias oportunas, se decidió por contratar los servicios de una chica que parecía encantadora.
Joven, guapa, deportista con sentido del humor, pero sobre todo muy cercana a su situación, incluso tenía escasos conocimientos de cuidados ya que cuidó durante un tiempo a su querida abuela.
Así fue cómo poco a poco a medida que se relacionaban, empezó a conocer a Verónica.
Cada día después de acudir a rehabilitación le esperaba en casa con una sonrisa, comían lo que Pressi les preparaba. Descansaban y por la tarde salían ir a pasear o bien ir al cine. Cenaban frecuentemente en diferentes restaurantes siempre a una hora muy europea.
Nunca mostraba el más mínimo reparo ayudándole a caminar, o a cenar.
Esa relación se fue intensificado con charlas profundas, otras banales, otras cómicas. El resultado era una tremenda complicidad entre ellos.
Tan solo hubo una cierta tensión el día en que Max, le pidió que los fines de semana que no trabajaba para él, tampoco ejerciera para otros.
Verónica reflexionó unos instantes y aceptó.
Pasado alrededor de un año, una noche de luna llena, después que Romeo, su chofer, les condujera hasta un faro cercano y se alejaran lentamente caminando, cuando le pidió que cerrara los ojos.
La besó dulce y largamente mientras con los ojos cerrados, le entregaba una caja de terciopelo color rojo.
Sería su segunda esposa y la mujer de su vida.
Tuvieron siete hijos y dos perros. Se mudaron a una casa más grande con jardín. Pressi y Romeo siguen trabajando para ellos.
Max fue tremendamente feliz, sin que le afectara lo más mínimo que nunca recuperara plenamente su movilidad.
Fin
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024