LOS ZAPATOS DE MARTA
Por Mª José Amat
17/03/2016
El verano del 1968 apuntaba a su final. Las alegres y divertidas vacaciones se
convertían en pasado. Atrás quedaba el mar, los juegos en la arena, las
noches en la terraza del apartamento viendo la película del cine de verano,
que quedaba justo enfrente. A Marta le gustaba recordarlo, había sido
increíble, pero ahora todo volvía a la normalidad y tenía que prepararse
para su vuelta al colegio. La noche se hizo eterna, casi no pudo conciliar el
sueño, el nerviosismo la invadía. A pesar de ello, cuando la luna ya casi se
retiraba consiguió dormir y soñar, soñar que todavía jugaba y saltaba entre
el mar y la arena, pero algo la perturbó, y despertó cuando oyó la voz de su
madre que decía:
– Vamos, Marta, despierta o llegarás tarde a clase.
Marta, paseando la mirada por toda la habitación, volvió a la realidad. Se
incorporó de la cama y, estirando los brazos por encima de su cabeza, murmuró
-¡Por qué no habrá un mes más de vacaciones!
Apoyó los pies en el suelo y calzó unas zapatillas; se dirigió hacia el
baño, no sin antes tropezar con un obstáculo que en un principio no
reconoció. Bajó la mirada, y allí estaba su fiel compañera, que la
seguiría diaria e incondicionalmente durante una larga temporada.
-¡Maldita mochila! Y dándole una patada la lanzó al otro extremo de la
habitación. De nuevo oyó la voz de su madre.
-Vamos Marta, el desayuno está listo.
-En unos minutos bajaré, mamá.
Marta no dejaba de mirarse en el espejo, ataviada con el uniforme colegial que
ahora a sus trece años se le antojaba ridículo. No se sentía favorecida,
recogía y soltaba su larga melena una y otra vez, tratando de decidirse sobre
el peinado. De nuevo oyó la voz de su madre:
-Marta, es mi última llamada, en diez minutos perderás la oportunidad de que
te acerque al colegio.
Marta se deslizó por el pasamanos escaleras abajo, llevando colgada en la
espalda su mochila; a falta de dos peldaños escuchó el sonido del teléfono.
-¡Ya lo cojo yo, mamá!
Pero la madre ya había descolgado y mantenía una conversación con Alberto,
su marido, quien le decía:
-Hola, cariño, buenos días, ¿Qué tal va todo? Y Marta, ¿está tranquila?
¿Ha dormido bien?
– Me tiene de los nervios, todavía no ha bajado a desayunar, ya sabes lo
presumida que es; a este paso llegaré tarde al trabajo. ¿Cómo te va en
Düsseldorf, qué temperatura hace? ¿Habéis hecho nuevos clientes?
– No podemos quejarnos, el muestrario ha gustado mucho y de momento tenemos
bastantes pedidos.
-¡Vaya, me alegro! ¿Cuándo volverás a casa?
La voz de Marta interrumpió la conversación.
-¿Es papá? ¡Déjame hablar con él!
Arrebató el auricular bruscamente de la mano de su madre,
– Hola papá ¿Volverás a casa para mi cumpleaños? Te echo mucho de menos.
– Por supuesto, allí estaré, recuerda que soy tu invitado preferido. Bueno
cielo, date prisa o llegarás tarde. Hazle caso a mamá, te quiero mucho.
-Yo también te quiero. Adiós, papá
La madre de Marta se dispuso a sacar el coche del garaje, para darle tiempo a
tomar un vaso de leche y guardar en la mochila el almuerzo que le había
dejado preparado. Marta, observando a través de los visillos de la cocina,
notó la impaciencia de su madre, que aceleraba el auto haciéndolo rugir una y
otra vez. Bebiendo el desayuno de un trago se dirigió hacia la puerta de
salida, y como un rayo montó en el coche.
-Mamá, ¿crees que mis compañeras serán las mismas del curso anterior?
– No te preocupes, lo importante ahora es que te tranquilices. Recuerda, a las
tres pasaré a recogerte.
La madre detuvo el coche en la puerta del colegio. Se despidió de ella
dándole un beso. Marta se adentró en el claustro y miró a su alrededor,
solo podía ver grupos de chicas. De pronto oyó una voz que decía:
-Marta, Marta, estamos aquí.
Dándose la vuelta, reconoció a unas compañeras que con el brazo en alto, le
indicaban su posición.
-¡Qué alegría chicas! ¿Qué tal el verano? Tengo un montón de cosas que
Pero la conversación se detuvo cuando el sonido de la sirena les recordó
que debían entrar a clase. Entonces la directora del centro explicó que los
distintos tutores nombrarían a las alumnas que formaban parte de sus clases,
para acompañarlas al aula correspondiente. Las llamadas no se hicieron
esperar, y obedientemente las jóvenes acudían a reunirse con su grupo. Marta
no perdía detalle, observaba a todas las chicas, su peinado, el color del
pelo, su aspecto, la forma de andar, y eso fue precisamente lo que le llamó la
atención, el caminar de una de ellas llamada Lola. La observó detenidamente,
era una chica muy guapa, su melena negra y lisa, recortada sobre los hombros
aportaba un aspecto elegante a su escultural cuerpo. Pero algo triste se
traslucía en sus preciosos ojos verdes. No tardó en descubrir que unos
hierros le mantenían prisionera la pierna derecha sin permitirle doblar la
rodilla, por lo que oscilaba al caminar. Marta quedó sobrecogida, tales
pensamientos le hicieron perder la noción de dónde se encontraba. De pronto
oyó su nombre, y se apresuró para no perder de vista a la profesora que le
indicaría a qué clase dirigirse. Entró, y antes de que pudiera comprobar si
compartiría aula con sus antiguas compañeras, la vio de nuevo, sentada en el
primer pupitre con la pierna derecha estirada hacia delante. Entonces llegó la
profesora y cerrando la puerta, dio la bienvenida a las chicas, e informó de
que la disposición de la clase para este curso sería por orden alfabético.
La distribución concluyó y como compañera le fue asignada Lola, la chica
discapacitada. La clase dio comienzo. Marta se sentía incómoda, no sabía
qué decir, sus ojos solo se dirigían hacia unas botas rudas que llevaba en
los pies su compañera. El sonido del timbre anunciando el recreo, le hizo
saltar del pupitre y correr hacia la puerta. En el patio, se reunió con sus
amigas.
– ¿Jugamos a la comba? -preguntó una
– Vale, Marta y Cristina agarran. – dijo otra.
Mientras Marta volteaba la cuerda, miraba de reojo a Lola que sentada en un
banco del claustro, examinaba con tristeza cómo jugaban.
-María da tú, ahora vuelvo – dijo Marta.
Se sentó al lado de Lola, estuvieron unos minutos sin mediar palabra,
-No dejes de jugar por mí, estoy acostumbrada – dijo Lola.
– ¿Puedo preguntarte por qué llevas eso?
-Claro. Cuando tenía dos años sufrí un ataque de poliomielitis, y mi pierna
dejó de crecer al ritmo de mi cuerpo. ¿No te has fijado?
Marta volvió a observarla y descubrió un miembro delgado y frágil que, de
no ser por ese aparato, seguramente no mantendría el peso de su cuerpo. Se
sintió estúpida, pensando que aquellas botas acompañarían el resto de su
vida a su compañera, y que jamás podría llevar zapatos elegantes y bonitos,
que le dieran cierta prestancia a sus piernas. La jornada acabó y Marta
esperó en la puerta la llegada de su madre.
-¿Qué tal, Marta, cómo ha ido?
-Bien, mamá-
-No pareces muy contenta.
-¿Te ha pasado algo?
-No, mamá.
Marta dejó vagar la mirada a través de la ventanilla del coche observando
cómo iba quedando atrás el paisaje. En su mente un pensamiento le golpeaba
insistentemente. El coche dobló una esquina y llegaron al destino. Ausente,
no reparó en el coche aparcado en la puerta de casa. Entraron, y Marta como
una autómata, se encaminó hacia su cuarto. Al pasar frente al dormitorio de
sus padres le pareció sentir la presencia de alguien.
– ¿Papá? ¡Has vuelto!
– Dije que estaría aquí para tu cumpleaños, ¿recuerdas?
Al abrazarse, su padre intuyó que algo no iba bien.
-Marta, cariño, ¿hay algo que te preocupa?
– Verás, ¿recuerdas qué regalo te pedí por mi cumpleaños?
-Por supuesto, cómo olvidarme. Los he traído de Alemania. Son los zapatos
más bonitos que jamás pueda llevar ninguna princesa.
– Papá, me gustaría pedirte algo. Sé que tú haces zapatos, eres el mejor,
pero quizás nunca has diseñado zapatos especiales.
El padre escuchaba perplejo a su hija, quien no parecía entusiasmada con los
zapatos que él con tanto cariño le había traído.
-Marta, ¿qué sucede? ¿A qué viene todo esto? Nunca te había visto tan
triste ni tan poco entusiasmada por tu cumpleaños.
-Hay una niña en mi clase. Padeció polio de pequeña y ahora, tiene que
llevar un aparato en la pierna, y unas feas y bastas botas. Me gustaría
hacerle un regalo, pero necesito que tú me ayudes.
Su padre entendió lo que su hija quería decirle, se le rompía el alma al
verla tan triste.
-Haré lo que pueda cariño.
Salió de la habitación pensativo tratando de buscar una solución para
ayudar a su hija. De pronto recordó que en cierta ocasión, un colega le
habló de un modelista que diseñaba calzado para personas con movilidad
reducida. Buscó en su agenda e hizo una llamada de teléfono, para acordar
una cita con él para el día siguiente. La noche transcurrió tranquila, el
día había sido agotador para todos los miembros de la familia. Tras el sueño
reparador, amaneció. En esta ocasión fue su padre quien la acompañó al
colegio, donde comprobó personalmente qué angustiaba a su hija. Allí estaba
Lola, apoyada junto a la verja, esperando escuchar el sonido de la sirena.
Cuando vio a Marta, levantó la mano saludándola al tiempo que dibujaba una
pequeña sonrisa en su triste rostro.
-Adiós, papá –dijo Marta.
Alberto comprendió en aquel momento que tenía que tomarse en serio su
promesa. Se dirigió al despacho de su colega, y antes de terminar la jornada,
éste había diseñado un precioso par de zapatos que serían del agrado de
Lola. Reunió a todos sus empleados para terminar en un tiempo record esos
zapatos especiales. Así fue. Llegó el esperado día del cumpleaños de
Marta. Por supuesto Lola había sido invitada. De pronto sonó el timbre de la
puerta, Marta miró a su padre pensando quién sería, pues no faltaba nadie
por asistir. Su padre dijo en voz alta,
-Ha llegado el momento de recibir los regalos.
Dicho esto abrió la puerta, tras ella esperaba un apuesto joven cargado con
dos paquetes, preguntando si podía hacer entrega personalmente a dos
jovencitas, cuyos nombres respectivamente eran Marta y Lola. Cuando esta
última escuchó su nombre, pensó que debía tratarse de un error pero su
rostro fue transformándose al comprobar que de aquel paquete surgían como por
arte de magia unos botines igual de preciosos que los zapatos de Marta, y lo
increíble era que le ajustaban como un guante. El rostro de felicidad de Lola
era casi indescriptible. Jamás hubiera imaginado que presumiría de zapatos.
Marta, abrazó a su padre en señal de agradecimiento. Cuentan que a partir de
ese momento, Alberto se dedicó al diseño de calzado especial para niños.
¿Será coincidencia? Desde entonces existen más niños felices.
FIN
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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Carolina Rincón Florez
04/11/2024
Precioso!!!!!
Me ha encantado. Gracias por compartirlo
Felicidades artista
Relato que engacha y con gran sentimiento. Muy bonito como se preocupa Marta por su compi.