EL COLOR DE LA MUSICA
Por Reyes Lucán Peralta
10/12/2021
Carlos pisa un tubo de pintura al óleo de los muchos que están esparcidos por el estudio,
dispuesto a enfrentar un nuevo día con el optimismo acostumbrado.
No es muy madrugador porque espera la luz del sol que entra generosa por el amplio
ventanal y así tiene una mejor visión. En los días nublados enciende unos focos de
fotógrafo para tener el efecto de un día soleado, la luz adecuada. Está satisfecho de su
entorno, a pesar de que si se asoma sólo ve el patio de manzana típico de Barcelona: un
cuadrado casi perfecto formado por fachadas poco trabajadas porque no dan a la calle,
repleto de ventanas tras las cuales debía de haber una vida con su historia. Lejos del
chalet privilegiado donde nació, rodeado de setos para tener más vida privada. Se inspira
en sus viajes y pequeñas excursiones, en los que capta, con memoria fotográfica lo que
ve, sobre todo el colorido.
La taza de café largo le había hecho pisar el tubo de pintura: sin café no logra despertarse
del todo.
– ¿Qué ruido es este, Carlos?- La voz perezosa sale de la habitación contigua al
salón, cuando tiene compañía.
Los esbozos, unos más adelantado que otros, están repartidos en la sala grande. Y
después de una noche de sexo y cariño -aún no sabe qué le gusta más- pero que la luz
del sol le hace despachar, con esta excusa, a quien tiene la suerte de haberse quedado
aquí, y con con él.
– No pasa nada,cariño, puedes irte cuando quieras.
– ¿No íbamos a repetir el polvo?, ¿no íbamos a desayunar juntos? Ayer me dijiste
que yo era tu musa.
– La mañana lo cambia todo: tengo que aprovechar la luz.
– Aquí siempre es de día, deberías bajar la persiana-sale con la sábana rodeando su
bonito cuerpo, enseñando lo que hace falta, una pierna, media teta, sin llegar al
pezón.
– Ve a la cocina.
– No sin ti.
Esta luz no se repetirá, puede que el desayuno tampoco, nada se repite, pero hay que
elegir.
– Bueno, prepáralo todo, si tengo hambre comeré.
Los tubos de óleo no bastan para rellenar tanto cuadro empezado, inspirados en los
colores para dar alegría a la vida en cualquier casa, ayuntamiento, donde sea, sin olvidar
que deben ser comerciales y que se vendan bien. Hay que centrarse, acabar uno,
después otro.
El olor a pan tostado hace que su estómago encoja y olvide la pintura. Raquel, con un
albornoz, usado antes por tantas chicas bonitas, pero limpio, más o menos, tiene
preparado un desayuno con lo que ha encontrado.
Es difícil que alguna mujer me prepare el desayuno cuatro o cinco días después de venir-
pensó.
– ¿No te gusta el desayuno?
– Sí, está muy bueno.
– Pues no lo parece, estás pensativo.
– Sí, un poco, la luz va cambiando y no sé si tengo pintura suficiente para acabar ni
un solo lienzo. Tengo tantos a medias-se encoge de hombros con una mueca
displicente.
– Tengo un amigo que vende pinturas.
– ¿Para la pared?- lo dice de una forma irónica que no pasa desapercibida a Raquel.
– Él sabe moverse y como me contaste, no hace tanto tiempo que has empezado a
exponer. Dime los colores que te gustan y vendré con una sorpresa. -Como una
gata se sentó en su regazo.
– ¿Por qué no me pintas a mí?, ¿no sería una buena modelo?
– Se veden mejor las pinturas grandes y no me atrevería a pintarte a ti, los
compradores buscan rellenar espacios, como si un cuadro fuera una cortina.
Carlos se comportó de una manera que hizo que Raquel se sintiera incómoda y se
marchó. Con una mirada rápida, se fijó en que su tendencia era el uso de colores,
ardientes, como él, pensó.
Al fin solo, retomó la pintura más avanzada: una puesta de sol, con suaves pinceladas
que iba agrandando conforme se acercaba a los bordes del lienzo.
Desde la ventana abierta llegaban las notas de un saxofón. No sabía mucho de música,
pero presentía que era alguien ensayando porque se repetía muchas veces la misma
melodía. El ritmo cambió a notas suaves, relajantes, y eso hizo que Carlos tuviera un
ímpetu de cambiar el registro de su pintura. Se asomó al patio de manzana para localizar
el sonido, y no lo consiguió: el choque con las fachadas interiores , que hacían un efecto
chimenea, le despistaba. Tomó la gama de los verdes, los azules, los grises y no supo
encajar los colores en una imagen cargada de naranjas y rojizos. Lo hizo con trazos
grandes, simulando una montaña verdusca, casi parda, y el resultado le gustó.
Trabajó duramente sin recordar la comida, el estómago lo hizo acudiendo al auxilio de su
cabeza. Comió un sándwich con un botellín de cerveza mirando el resultado de la pintura
y se duchó.
La luz ya era tenue y probó los focos. Había avanzado mucho y tomó otro botellín de
cerveza sorprendiéndose de la pintura. Miró el móvil: había mucha tontería, algún meme
gracioso, ninguno de su marchante Josele y un mensaje de Raquel: Llegaré a las ocho,
traigo la cena y algo más.
– Estás muy guapa y muy cargada. Deja que te ayude.
– Pon lo de bolsa pequeña en la nevera, el resto te lo enseño ahora.
– ¡Vaya! sushi, vino blanco, perfecto con el calor que hace. Tengo la ventana abierta
todo el día.
– Así huele menos a pintura. Abre la otra bolsa.
De ella surgieron botes de pintura acrílica de medio kilo en tonos rojos, naranjas,
amarillos, burdeos
– ¿No sabes que con el amarillo y el rojo sale el naranja?- Rio abiertamente.
– Espero haberte ahorrado el trabajo de mezclar. Ponme una copa de vino, que está
frío.
– Seguiré con mi cerveza- se abrió un botellín. Su afición a la cerveza no le había
causado ninguna barriga, sus abdominales, los remarcaba con prendas estrechas.-
Mira qué he pintado hoy, ¿te gusta?
– Es diferente, resulta más frío que el resto de lo que tienes a medias.
– Eso es porque nunca has estado en ninguna de mis exposiciones y no has visto
nada acabado, es que soy muy rápido empezando y muy lento acabando.
– Eso es porque nunca me has invitado. Y lo de rápido y lento lo eres en todo, por
eso vuelvo- le aprieta la entrepierna.
Sonríe. Raquel no se parece en nada a su madre.
Al día siguiente, algo mareado, vuelve a escuchar el saxofón. Vuelve a la cama.
– Despierta, tienes que escuchar esto -le tira el albornoz.
Somnolienta, Raquel se lo pone y se deja arrastrar. El sonido entra en la casa frío y
penetrante.
– ¿Lo escuchas?
– Claro, es bonito, podemos desayunar mientras lo escuchamos.
– No, no, esta música me acompañó ayer mientras pintaba.
– ¿Y vas a pintar sin un café?
– Hazlo tú -con su camiseta de tirantes apretada y unos calzoncillos largos toma otro
cuadro, el menos pintado. Coge la paleta y empieza a chorrear azules, que mezcla
con negros y no coge el pincel, sino la paleta. Lanza colores traduciendo las notas
que le entran por la ventana.
Raquel le espera, ya vestida, formal, para mostrar un apartamento y cuya comisión, si lo
vende, le dará unos meses de lujo más.
Carlos sigue pintando y la música se deja de escuchar, inspirado mira la obra y el cielo,
demasiado celeste, le faltaría algún nubarrón para que combinara con la pintura. La
estantería llena de botes y tubos de acrílicos y óleos está repleta de los colores que
utilizaba. La compra de Raquel no ha hecho más que aumentar su gama de rojos.
Se asoma a la ventana y sólo escucha algún ladrido. El músico se ha tomado un
descanso. Va a la nevera y coge un muslo de pollo al curry sin calentar que devora con
pan de centeno y un botellín de cerveza.
Piensa en el cuerpo de Raquel y en su compostura para ir a trabajar, la prefiere desnuda.
Toma unos cuantos colores buscando el tono de la piel blanca de Raquel y del trigueño
de su pelo. Esboza, entre tanto azul y gris una cabellera que alarga sobre un hombro
desnudo que asoma entre la melena. Sobre un manto de grises pinta una pierna que
parece salir de la nada. En lugar de un sol pinta un enorme maki de salmón.
El timbre de la puerta suena y entra como un torbellino Josele.
– ¿En qué estás? Me vuelvo loco para buscar galerías donde exponer y quiero ver
cómo llevas el trabajo.
– Tranquilo y toma una cerveza.
– Para cervezas estamos, si tienes todo a medias. Como la última vez, ¿es que no
puedes acabar algo?
– Mira, entre ayer y hoy he acabado un par. Dame tu opinión.
Josele, traje blanco de algodón y un panamá, se lo quita y lo deposita en un sillar.
– ¿Qué es esto? -mira los cuadros que se están secando con aprobación-. ¿Y este
cambio? Mas o menos se iban vendiendo algunos cuadros, los colores cálidos
pegan con todo. Este de aquí parece de otro pintor. Espero que sigas firmando
igual- ironiza-.
– ¿Pero le ves mercado?
– Mucho más que los anteriores, te acepto una cerveza y así me cuentas la razón de
tu metamorfosis.
– Vino de la ventana.
– ¿Era un repartidor?
Se ríen y hablan sobre proyectos y repiten botellines.
La luz se va apagando y contento con el comentario de Josele se relaja viendo una serie
sin prestarle mucha atención. Se mete en la cama, que aún huele a Raquel y piensa en
colores que se mueven a ritmo de un saxofón mientras una belleza le prepara el
desayuno.
Madruga sintiéndose en plena forma y revisa entre los lienzos empezados cuál es el
mejor para continuar. Elige el de más dimensiones y lo coloca sobre el caballete cerca de
la ventana. Varias ideas se generan en su cabeza, pero no acaba de visualizar la
composición final, ni recuerda qué le llevó a empezarlo.
Espera que el músico toque algo, pero sólo se escucha la radial en alguna terraza. Mira
entres sus botes y tubos por si algún color quiere salir de su cárcel, impasibles, parecen
cómodos donde están.
Llama a Raquel, no puede ir,quizás por la noche, está intentando cerrar un trato.
– Si vienes trae más pintura acrílica, azul, blanco y más negro, ya tengo amarillo.
Gracias. Tengo pizzas y cervezas.
Revisa el resto de los lienzos por si alguno quisiera ser acabado. Todos siguen esperando
a nada y eso le hunde.
Llega Raquel con las pinturas y la buena noticia que la operación de venta está
prácticamente hecha, así que brindarán con champán.
– Por fin me has pintado- dice observando el cuadro acabado.
– ¿Te reconoces?
– Por supuesto, has escogido lo que más me gusta de mí.
La besa sin entusiasmo hasta que vuelve a escuchar el saxofón y se abalanza a la
ventana. Arrastra los focos para descubrir, entre las siluetas de otras ventanas quién toca
ese instrumento. Ve a un joven de pie delante de una partitura y enfurecido grita con
todas sus fuerzas: ¡Mañana toca, toca todo el día! ¡maldito seas!
La luz del apartamento se apaga. Carlos, temblando, piensa que ha sido un bruto, que ha
asustado a quien se ha metido en su mente y le ha cambiado su estilo de pintar y que si el
músico no vuelve tocar él puede dejar de pintar o volver a su historia de siempre: el
arrastrarse para vender cuadros como si fuesen cortinas de venta por metros y con poco
talento.
– Carlos, ¿tomamos el champán?, a mí me ha ido muy bien el día, no me lo rompas.
– Claro, ¿y mañana qué?-mira hacia el techo y hacia la ventana del músico.
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