EL COLOR DE LA MUSICA

Por Reyes Lucán Peralta

Carlos pisa un tubo de pintura al óleo de los muchos que están esparcidos por el estudio,
dispuesto a enfrentar un nuevo día con el optimismo acostumbrado.
No  es  muy  madrugador  porque  espera  la  luz  del  sol  que  entra  generosa  por  el  amplio
ventanal  y  así  tiene  una  mejor  visión.  En  los  días  nublados  enciende  unos  focos  de
fotógrafo  para  tener  el  efecto  de  un  día  soleado,  la  luz  adecuada.  Está  satisfecho  de  su
entorno, a pesar de que si se asoma sólo ve el patio de manzana típico de Barcelona: un
cuadrado  casi  perfecto  formado  por  fachadas  poco  trabajadas  porque  no  dan  a  la  calle,
repleto  de  ventanas  tras  las  cuales  debía  de  haber  una  vida  con  su  historia.  Lejos  del
chalet privilegiado donde nació, rodeado de setos para tener más vida privada. Se inspira
en sus viajes y pequeñas excursiones, en los que capta, con memoria fotográfica lo que
ve, sobre todo el colorido.
La taza de café largo le había hecho pisar el tubo de pintura: sin café no logra despertarse
del todo.
– ¿Qué  ruido  es  este,  Carlos?-  La  voz  perezosa  sale  de  la  habitación  contigua  al
salón, cuando tiene compañía.
Los  esbozos,  unos  más  adelantado  que  otros,  están  repartidos  en  la  sala  grande.  Y
después de una noche de sexo y cariño -aún no sabe qué le gusta más- pero que la luz
del sol le hace despachar, con esta excusa, a quien tiene la suerte de haberse quedado
aquí, y con con él.
– No pasa nada,cariño, puedes irte cuando quieras.
– ¿No  íbamos  a  repetir  el  polvo?,  ¿no  íbamos  a  desayunar  juntos?  Ayer  me  dijiste
que yo era tu musa.
– La mañana lo cambia todo: tengo que aprovechar la luz.
– Aquí siempre es de día, deberías bajar la persiana-sale con la sábana rodeando su
bonito  cuerpo,  enseñando  lo  que  hace  falta,  una  pierna,  media  teta,  sin  llegar  al
pezón.
– Ve a la cocina.
– No sin ti.
Esta  luz  no  se  repetirá,  puede  que  el  desayuno  tampoco,  nada  se  repite,  pero  hay  que
elegir.
– Bueno, prepáralo todo, si tengo hambre comeré.
Los  tubos  de  óleo  no  bastan  para  rellenar  tanto  cuadro  empezado,  inspirados  en  los
colores para dar alegría a la vida en cualquier casa, ayuntamiento, donde sea, sin olvidar
que  deben  ser  comerciales  y  que  se  vendan  bien.  Hay  que  centrarse,  acabar  uno,
después otro.
El  olor  a  pan  tostado  hace  que  su  estómago  encoja  y  olvide  la  pintura.  Raquel,  con  un
albornoz,  usado  antes  por  tantas  chicas  bonitas,  pero  limpio,  más  o  menos,  tiene
preparado un desayuno con lo que ha encontrado.
Es difícil que alguna mujer me prepare el desayuno cuatro o cinco días después de venir-
pensó.
– ¿No te gusta el desayuno?
– Sí, está muy bueno.
– Pues no lo parece, estás pensativo.
– Sí, un poco, la luz va cambiando y no sé si tengo pintura suficiente para acabar ni
un  solo  lienzo.  Tengo  tantos  a  medias-se  encoge  de  hombros  con  una  mueca
displicente.
– Tengo un amigo que vende pinturas.

– ¿Para la pared?- lo dice de una forma irónica que no pasa desapercibida a Raquel.
– Él sabe moverse y como me contaste, no hace tanto tiempo que has empezado a
exponer.  Dime  los  colores  que  te  gustan  y  vendré  con  una  sorpresa.  -Como  una
gata se sentó en su regazo.
– ¿Por qué no me pintas a mí?, ¿no sería una buena modelo?
– Se  veden  mejor  las  pinturas  grandes  y  no  me  atrevería  a  pintarte  a  ti,  los
compradores buscan rellenar espacios, como si un cuadro fuera una cortina.
Carlos  se  comportó  de  una  manera  que  hizo  que  Raquel  se  sintiera  incómoda  y  se
marchó.  Con  una  mirada  rápida,  se  fijó  en  que  su  tendencia  era  el  uso  de  colores,
ardientes, como  él, pensó.
Al  fin  solo,  retomó  la  pintura  más  avanzada:  una  puesta  de  sol,  con  suaves  pinceladas
que iba agrandando conforme se acercaba a los bordes del lienzo.
Desde  la  ventana  abierta  llegaban  las  notas  de  un  saxofón.  No  sabía  mucho  de  música,
pero  presentía  que  era  alguien  ensayando  porque  se  repetía  muchas  veces  la  misma
melodía.  El  ritmo  cambió  a  notas  suaves,  relajantes,  y  eso  hizo  que  Carlos  tuviera  un
ímpetu de cambiar el registro de su pintura. Se asomó al patio de manzana para localizar
el sonido, y no lo consiguió: el choque con las fachadas interiores , que hacían un efecto
chimenea,  le  despistaba.  Tomó  la  gama  de  los  verdes,  los  azules,  los  grises  y  no  supo
encajar  los  colores  en  una  imagen  cargada  de  naranjas  y  rojizos.  Lo  hizo  con  trazos
grandes, simulando una montaña verdusca, casi parda, y el resultado le gustó.
Trabajó duramente sin recordar la comida, el estómago lo hizo acudiendo al auxilio de su
cabeza. Comió un sándwich con un botellín de cerveza mirando el resultado de la pintura
y se duchó.
La  luz  ya  era  tenue  y  probó  los  focos.  Había  avanzado  mucho  y  tomó  otro  botellín  de
cerveza sorprendiéndose de la pintura. Miró el móvil: había mucha tontería, algún meme
gracioso,  ninguno  de  su  marchante  Josele  y  un  mensaje  de  Raquel:  Llegaré  a  las  ocho,
traigo la cena y algo más.
– Estás muy guapa y muy cargada. Deja que te ayude.
– Pon lo de bolsa pequeña en la nevera, el resto te lo enseño ahora.
– ¡Vaya! sushi, vino blanco, perfecto con el calor que hace. Tengo la ventana abierta
todo el día.
– Así huele menos a pintura. Abre la otra bolsa.
De  ella  surgieron  botes  de  pintura  acrílica  de  medio  kilo  en  tonos  rojos,  naranjas,
amarillos, burdeos
– ¿No sabes que con el amarillo y el rojo sale el naranja?- Rio abiertamente.
– Espero haberte ahorrado el trabajo de mezclar. Ponme una copa de vino, que está
frío.
– Seguiré  con  mi  cerveza-  se  abrió  un  botellín.  Su  afición  a  la  cerveza  no  le  había
causado ninguna barriga, sus abdominales, los remarcaba con prendas estrechas.-
Mira qué he pintado hoy, ¿te gusta?
– Es diferente, resulta más frío que el resto de lo que tienes a medias.
– Eso  es  porque  nunca  has  estado  en  ninguna  de  mis  exposiciones  y  no  has  visto
nada acabado, es que soy muy rápido empezando y muy lento acabando.
– Eso  es  porque  nunca  me  has  invitado.  Y  lo  de  rápido  y  lento  lo  eres  en  todo,  por
eso vuelvo- le aprieta la entrepierna.
Sonríe. Raquel no se parece en nada a su madre.
Al día siguiente, algo mareado, vuelve a escuchar el saxofón. Vuelve a la cama.
– Despierta, tienes que escuchar esto -le tira el albornoz.
Somnolienta,  Raquel  se  lo  pone  y  se  deja  arrastrar.    El  sonido  entra  en  la  casa  frío  y
penetrante.
– ¿Lo escuchas?

– Claro, es bonito, podemos desayunar mientras lo escuchamos.
– No, no, esta música me acompañó ayer mientras pintaba.
– ¿Y vas a pintar sin un café?
– Hazlo tú -con su camiseta de tirantes apretada y unos calzoncillos largos toma otro
cuadro, el menos pintado. Coge la paleta y empieza a chorrear azules, que mezcla
con negros y no coge el pincel, sino la paleta. Lanza colores traduciendo las notas
que le entran por la ventana.
Raquel le espera, ya vestida, formal, para mostrar un apartamento y cuya comisión, si lo
vende, le dará unos meses de lujo más.
Carlos  sigue  pintando  y  la  música  se  deja  de  escuchar,  inspirado  mira  la  obra  y  el  cielo,
demasiado  celeste,  le  faltaría  algún  nubarrón  para  que  combinara  con  la  pintura.  La
estantería  llena  de  botes  y  tubos  de  acrílicos  y  óleos  está  repleta  de  los  colores  que
utilizaba. La compra de Raquel  no ha hecho más que aumentar su gama de rojos.
Se  asoma  a  la  ventana  y  sólo  escucha  algún  ladrido.  El  músico  se  ha  tomado  un
descanso. Va a la nevera y coge un muslo de pollo al curry sin calentar que devora con
pan de centeno y un botellín de cerveza.
Piensa en el cuerpo de Raquel y en su compostura para ir a trabajar, la prefiere desnuda.
Toma  unos  cuantos  colores  buscando  el  tono  de  la  piel  blanca  de  Raquel  y  del  trigueño
de  su  pelo.  Esboza,  entre  tanto  azul  y  gris  una  cabellera  que  alarga  sobre  un  hombro
desnudo  que  asoma  entre  la  melena.  Sobre  un  manto  de  grises  pinta  una  pierna  que
parece salir de la nada. En lugar de un sol pinta un enorme maki de salmón.
El timbre de la puerta suena y entra como un torbellino Josele.
– ¿En  qué  estás?  Me  vuelvo  loco  para  buscar  galerías  donde  exponer  y  quiero  ver
cómo llevas el trabajo.
– Tranquilo y toma una cerveza.
– Para  cervezas  estamos,  si  tienes  todo  a  medias.  Como  la  última  vez,  ¿es  que  no
puedes acabar algo?
– Mira, entre ayer y hoy he acabado un par. Dame tu opinión.
Josele, traje blanco de algodón y un panamá, se lo quita y lo deposita en un sillar.
– ¿Qué  es  esto?  -mira  los  cuadros  que  se  están  secando  con  aprobación-.  ¿Y  este
cambio?  Mas  o  menos  se  iban  vendiendo  algunos  cuadros,  los  colores  cálidos
pegan  con  todo.  Este  de  aquí  parece  de  otro  pintor.  Espero  que  sigas  firmando
igual- ironiza-.
– ¿Pero le ves mercado?
– Mucho más que los anteriores, te acepto una cerveza y así me cuentas la razón de
tu metamorfosis.
– Vino de la ventana.
– ¿Era un repartidor?
Se ríen y hablan sobre proyectos y repiten botellines.
La luz se va apagando y contento con el comentario de Josele se relaja viendo una serie
sin  prestarle  mucha  atención.  Se  mete  en  la  cama,  que  aún  huele  a  Raquel  y  piensa  en
colores  que  se  mueven  a  ritmo  de  un  saxofón  mientras  una  belleza  le  prepara  el
desayuno.
Madruga  sintiéndose  en  plena  forma  y  revisa  entre  los  lienzos  empezados  cuál  es  el
mejor para continuar. Elige el de más dimensiones y lo coloca sobre el caballete cerca de
la  ventana.  Varias  ideas  se  generan  en  su  cabeza,  pero  no  acaba  de  visualizar  la
composición final, ni recuerda qué le llevó a empezarlo.
Espera que el músico toque algo, pero sólo se escucha la radial en alguna terraza. Mira
entres sus botes y tubos por si algún color quiere salir de su cárcel, impasibles, parecen
cómodos donde están.
Llama a Raquel, no puede ir,quizás por la noche, está intentando cerrar un trato.

– Si  vienes  trae  más  pintura  acrílica,  azul,  blanco  y  más  negro,  ya  tengo  amarillo.
Gracias. Tengo pizzas y cervezas.
Revisa el resto de los lienzos por si alguno quisiera ser acabado. Todos siguen esperando
a nada y eso le hunde.
Llega  Raquel  con  las  pinturas  y  la  buena  noticia  que  la  operación  de  venta  está
prácticamente hecha, así que brindarán con champán.
– Por fin me has pintado- dice observando el cuadro acabado.
– ¿Te reconoces?
– Por supuesto, has escogido lo que más me gusta de mí.
La  besa  sin  entusiasmo  hasta  que  vuelve  a  escuchar  el  saxofón  y  se  abalanza  a  la
ventana. Arrastra los focos para descubrir, entre las siluetas de otras ventanas quién toca
ese  instrumento.  Ve  a  un  joven  de  pie  delante  de  una  partitura  y  enfurecido  grita  con
todas sus fuerzas: ¡Mañana toca, toca todo el día! ¡maldito seas!
La luz del apartamento se apaga. Carlos, temblando, piensa que ha sido un bruto, que ha
asustado a quien se ha metido en su mente y le ha cambiado su estilo de pintar y que si el
músico  no  vuelve  tocar  él  puede  dejar  de  pintar  o  volver  a  su  historia  de  siempre:  el
arrastrarse para vender cuadros como si fuesen cortinas de venta por metros y con  poco
talento.
– Carlos, ¿tomamos el champán?, a mí me ha ido muy bien el día, no me lo rompas.
– Claro, ¿y mañana qué?-mira hacia el techo y hacia la ventana del músico.
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