3/ABRIL/2008 – Jose Gullón Rodríguez

Por Jose Gullon Rodríguez

Nunca entendió porqué le había ocurrido todo aquello.

Acaba de recibir una notificación del Juzgado en la que se incluye una orden de pago a su nombre por importe de 1.760.213€.

Debería estar contento, seguro, tranquilo. ¡Por fin todo había terminado! Pero no es así. Siente una extraña zozobra, como si un puño le apretara en el estómago. Vuelve a leer, una vez más, la notificación, el importe de la orden, pero la vista se nubla y desenfoca el texto, montando una línea sobre otra. Las lágrimas primero empañan sus ojos, luego fluyen mansas, incontroladas. El llanto se apodera de él y, en ese momento, sólo existe en el mundo su infinito desconsuelo.

 

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Aquel fin de semana se presentaba prometedor: Primeros de mes, dinerito en el bolsillo, la llave del coche nuevo en la mesilla y, además, celebraría su cumpleaños.

El viernes comió en casa con sus padres, luego el café con la panda, partida de mus, unas copitas, después la “disco”… Alguien, no recuerda quién, dijo «¿A que no hay cojones de seguirla en Pamplona?”, otro añadió «Hostía tío, llamamos a la Maru y al Coque y a las doce estamos allí»

Se fueron en dos coches, él con Isa, su chica, en el BMW M-3 que había comprado de segunda mano, con siete años de antigüedad. En Pamplona siguió la fiesta. La Maru parecía que se había cenado un bocata de coca con pilas alcalinas.

 

Sobre las cinco de la mañana Isa decidió volver a casa. Condujo ella, él reconocía que estaba algo «pasao». En cuanto se sentó en el coche se quedó profundamente dormido.

Le despertó un intenso dolor en la pierna, también en el cuello y la sensación de aire fresco en la cara. Luego nada. Silencio.

Una cama en el Hospital. La mano de su madre apretando la suya, luces, voces… Poco a poco, como con cuentagotas, fue conociendo algunos detalles, como que Isa estaba bien, que se habían salido de la carretera y que él tenía alguna lesión en la columna y en la pierna derecha. Los médicos no aclaraban todas sus dudas, «paciencia, paciencia», decían.

Del papeleo se encargaron su hermana y su padre. Un día le preguntaron si recordaba algo del accidente, pero solo recordaba la imagen de sentarse en el coche, que Isa, a su izquierda se ponía el cinturón de seguridad… Le explicaron que La Policía Foral había estado en el hospital a las pocas horas del accidente y que en el atestado se decía que el conductor era él. No entendía nada.

Varios meses después, vinieron los líos de los juzgados, abogados, diligencias judiciales y todo eso. La Compañía de Seguros presentó una querella contra él, alegando que todo era una estafa, un engaño, al decir que quien conducía era Isa, para, así, poder cobrar la indemnización. El Fiscal pidió dos años de prisión y cuatro el Abogado de la Aseguradora. El Juzgado de lo Penal le condenó.

Pare increíble, pero pasaron cuatro años antes de que la Audiencia Provincial de Pamplona le absolviera.

 

A continuación, empezó otro pleito civil contra la Aseguradora y tres años después la misma Audiencia dictó Sentencia condenando a la Compañía de seguros a pagarle una indemnización más los intereses. Total: 1.760.213€.

 

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Ahora todo le parece borroso. Ve su vida anterior como un sueño. Un sueño ideal, lleno de risas, de luz, música a toda pastilla, amigos; Isa, sus ojos azules, su piel… Hace ya nueve años que no la ha visto. No sabe nada de ella, ni de los antiguos amigos.

Mira a su alrededor, la habitación es blanca, diáfana, amplia, el mobiliario escueto y sencillo: un armario con puertas correderas, una cama articulada, una mesilla y, sobre ella, la foto familiar: sus padres, su hermana Doina y él. Todos miran a la cámara y sonríen.

Doina llamó en Navidad, estaba en Constanza con su marido y su hijo. Dijo que se acordaba mucho de su hermanito y que, seguramente, se verían el próximo verano.

Su padre se marchó un día de invierno. Sin despedirse. No sabía nada, si era por otra mujer o por la presión de no tener trabajo. La sensación de vacío, de abandono, se hizo profunda, inmensa, imposible de compensar con recuerdos felices. Su madre no lloró nunca delante de él, pero su sonrisa se tiñó para siempre de una infinita tristeza.

Hoy es tres de abril, jueves. En Logroño luce un sol radiante.

 

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Me llamo Nicolae. Nací hace treinta y cinco años en Rumanía. Me trasladé a España con mis padres y mi hermana Doina en busca de una vida mejor. Todos encontramos trabajo, mi padre en la construcción, mi madre como trabajadora por horas a domicilio, mi hermana cuidando ancianos y yo como escayolista. Cuando tenia veinticuatro años sufrí un accidente de tráfico el día de mi cumpleaños. Voy a recibir una indemnización importante por las lesiones y secuelas que sufrí.

Espero que llegue mi madre, se llama Adriana, trabaja en tres casas, unas quince horas diarias.

Pagaré a los bancos el dinero del préstamo, así pude adaptar la furgoneta, también hacer las obras de casa para poder moverme con la silla de ruedas, la grúa en el dormitorio, la adaptación del baño… y todo eso.

Quiero comprar una casa en Constanza, al lado del Mar Negro, la que más le guste a mi madre, y vivir allí con ella.

La gente me habla, dicen que he tenido mucha suerte, que voy a ser rico y que en mi país puedo hacer grandes cosas.

¡Grandes cosas! Yo me conformaría con pequeñas cosas, como volver a despertar aquel tres de abril, besar a Isa, hacer el amor con ella o, tan sólo, saber que una mujer me quiere, sentir sus caricias… Hablar con mi padre de fútbol, oír la risa de Doina y notar la presión de su abrazo; ver sonreír a mi madre de verdad, poder volver al trabajo cada mañana, correr, jugar al futbol, recorrer los caminos en bici, bañarme en el mar. No sé… esas pequeñas cosas que hoy me parecen las más grandes del mundo y que no tienen precio, ningún precio.

 

 

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