MARCELINO Y ATENEA – Mª Nieves Bonete Lluch

Por Mª Nieves Bonete Lluch

Hola, no sé si me he presentado antes, pero por si acaso me presento, soy el pingüino Marcelino y vivo en el Polo Norte, y os voy a contar lo que me sucedió un día que estaba sentado aburrido en un iceberg pensando que podría hacer yo para poder leer nuevos cuentos.

Porque ¿sabéis? No os he dicho, lo más importante, lo que más me gusta en este mundo es leer cuentos, historias y vivir nuevas aventuras.

Cansado ya de los cuentos del Polo Norte, me senté a reflexionar sobre que podría hacer para leer más y más…

De repente, qué susto me llevé, me sorprendió una ballena:

– Hola pingüino, ¿Cómo te llamas?

– Me llamo Marcelino, y tú, ¿Cuál es tu nombre?

– Mi nombre es Atenea. ¿Qué haces solo sentado en el iceberg?

– Aquí estoy pensando cómo conseguir un cuento. ¿Tú podrías ayudarme?

– ¡Un cuento! Qué extraño Marcelino, en la biblioteca del Polo, tienes muchos, deberías ir y coger el que más te guste.

– Los cuentos de la biblioteca para mí ya son aburridos, los he leído muchas veces, ahora quiero leer nuevas historias y vivir miles de aventuras.

– Déjame pensar…¡Se me ha ocurrido una idea genial!, ¿quieres venirte conmigo?, yo te puedo llevar al país de los cuentos.

– ¿En serio sabes dónde está el país de los cuentos?

– Claro que sí Marcelino, yo nunca miento.

– Y ¿puedes llevarme? ¿Queda muy lejos?

– Sí, queda muy muy lejos, pero anda, corre súbete a mi aleta.

Y muy contento me subí a la aleta de Atenea emprendiendo el camino rumbo al país de los cuentos, que si os soy sincero, me daba un poco de miedo pasear por el océano, pero me atraía mucho la idea.

Veréis que nos pasó cuando íbamos de camino.

¡Chubut, Chubut, Chubut!

-¡Cógete fuerte Marcelino! Se acerca Moby Dick.

-¡La gran ballena gigante Moby Dick!, tal vez necesite nuestra ayuda, ¡tiene una enorme cicatriz en su lomo!.

Atenea, ¿tú crees que atacó aquel gran barco queriendo? O ¿fue sin querer porque es muy grande y tiene mucha fuerza?

– Yo sé mucho sobre ella, pero, se está acercando, ahora se lo podremos preguntar y nos dirá la verdad.

– Hola, no me tengáis miedo, soy Moby, no soy mala, solo quiero hablar con vosotros y poder tener amigos, no os voy a hacer daño. Perdonad que haya tanto oleaje, pero me entristece mucho ser tan grande. Eso mismo es lo que me pasó con aquel barco que golpee sin querer, herí a mucha gente y quieren venir a por mí.

– No estés triste Moby, si quieres, puedes venir con nosotros, nos vamos al país de los cuentos, yo soy Marcelino y ella es Atenea, ¿te apetece?

Y ¿sabéis qué? Que Moby se vino con nosotros.

Los tres juntos, las dos ballenas y yo emprendimos el viaje rumbo a nuestro destino.

Veréis que cosa tan extraña me ocurrió, que no sé si es propia de los pingüinos, empecé a marearme. Qué mareo, bueno, al menos eso me dijo Atenea que empecé a estar blanco y que esa sensación era un mareo, que estaba segura. Así que como Atenea es muy sabia y lo sabe todo, nos dijo que parásemos en una isla cercana para descansar un poco.

Y así lo hicimos, paramos a descansar en una Isla muy bonita, llamada Lilliput, allí nos dormimos un rato bajo la sombra de una pequeña palmera, pero nos despertaron las voces de la gente y las risas.

– SSHH, nos dijo Atenea, no habléis, no nos descubran.

– ¿Quiénes son?, son muy pequeñitos, ¿son niños? Ah me suena, no serán… ¡Son Liliputienses!

– Sí, así es Marcelino, seguro que has leído algo sobre Gulliver.

Y claro me sonaba mucho y decidimos adentrarnos en la isla y menuda sorpresa, no os podéis imaginar lo que vimos, un hombre en el suelo lleno de cuerdas, como atado a unos grandes clavos, anclados en el suelo.

– Ehhh, soltadme, ¡Socorroooo! Ayudadme a escapar, me llamo Gulliver.

Sí que reconocimos a Gulliver, el pobre tirado en el suelo, así que nos pusimos a romper las cuerdas que lo sujetaban al mismo, Moby empujaba con todas sus fuerzas, Atenea estiraba las cuerdas con sus aletas, y yo con mi poca fuerza y mis pequeños pies ayudaba a las dos ballenas.

– Gracias por dejarme en libertad, no podía más, ahora debemos marchar de aquí rápidamente, si nos descubren nos atarán a los cuatro. Bueno que no me he presentado, soy Gulliver, el médico aventurero, y en una de mis rutas he caído preso de estas pequeñas personillas.

Así que nos presentamos nosotros y le dijimos que el destino de nuestro viaje era al país de los cuentos, le gustó mucho la idea y se vino con nosotros, subido a la espalda de Moby, ya que yo ya iba subido a las aletas de Atenea.

De camino nos sorprendió una larga melena roja flotando sobre la cola de un pez, nos sorprendimos todos, y más todavía cuando al darse la vuelta vimos a la Sirenita.

– ¡Perdonad! ¿Qué hacéis vosotros por estos mares? Son aguas muy peligrosas. – Nos vamos rumbo al país de los cuentos. ¿Te apetece acompañarnos?

– Sí que me apetece, pero tendría que avisar a Sebastián. ¡Venga corramos que allí viene Úrsula, estamos en peligro!

Así que ya éramos unos pocos más.

Tras navegar unas cuantas millas a lo lejos, empezamos a divisar unas torres de colores con unas puertas inmensas preciosas.

-¡Atenea, Moby, Gulliver, Sebastián, Ariel! ¿Estáis viendo lo mismo que yo? Estábamos acercándonos a vivir el mayor sueño de toda mi vida, que era estar rodeado de cuentos y vivir miles de aventuras como las que estábamos viviendo.

Nos acercamos y llamamos a la puerta. Un señor alto de pelo negro y rizado nos abrió invitándonos a pasar, y así lo hicimos.

– ¡Ohhh qué preciosidad!, ¡cuánto cuento, que maravilla, si también están muchos de sus personajes! Me perdía en este país, no sabía dónde mirar.

No podéis imaginar la cantidad de bibliotecas, cuentos, libros y hasta personajes que pude conocer, y claro que algunos cuentos ya conocía, Ey me encantó poder hablar con personajes conocidos y otros desconocidos por mí.

Esa misma noche Alfredo Linguini y Remy nos prepararon una cena exquisita, éramos muchos comensales, protagonistas de grandes historias, como el gato con botas, el mago Merlín, Yasmín, Aladdín y muchos personajes más. Después bailamos al ritmo de las canciones de los músicos de Bremen.

Pasado un tiempo tuvimos que regresar a nuestras casas, pero la vuelta fue muy especial, volvimos con el submarino Nautilus, era de hierro muy grande, impresionante y a bordo, el capitán Nemo, que aunque era un hombre misterioso, era muy simpático.

Pero si una cosa os tengo que confesar, es que volveré de nuevo con mis amigos a aquel maravilloso país lleno de aventuras y fantasía.

¡Ah! Y no quiero despedirme sin daros un pequeño consejo:

Si sabio como Atenea queréis ser,

a diario un cuento tenéis que leer.

 

 

 

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