BASTÓN O PARAGUAS – Esperanza Cánovas Jara

Por Esperanza Cánovas Jara

Qué buena vida llevas Mario -le comentaron los vecinos- mientras paseaba con su diminuto perro por su barrio; sin pestañear, les devolvió el saludo con una mirada entrañable, acompañada con una sonrisa y levantando su mano en la que llevaba su paraguas, prosiguió su paseo matutino.

Vaya vecindario que tengo -comentó Mario para sus adentros- están todo el día en la calle sin hacer nada. Aunque también tengo que reconocer que me ha gustado bastante, encontrar a alguien conocido y saludarle. En el recorrido que suelo hacer por las mañanas, veo muchas caras desconocidas, aunque últimamente los rostros llevan un acompañante pegado a su oído. Me fijo detenidamente en sus expresiones y por los comentarios que van soltando por el móvil intento averiguar un poquito qué les pasa, en los segundos que nos cruzamos. Me divierto mucho cuando viene alguien en sentido contrario a mí y lo veo conversando por teléfono y moviendo los brazos continuamente, como si estuviese dando indicaciones a su interlocutor y lo viese.

Otro pasatiempo que tengo es leer todos los rótulos que me encuentro por la calle y observar la gente que hay sentada en las cafeterías, tomando su desayuno, fijándome en la forma que van vestidas. Están las mamis que acaban de dejar a los peques en el cole y ese café con las amigas sabe a tiempo para ellas, lo sé por las risas y carcajadas que tienen. Las aceras son a veces, tan estrechas, que puedo ver perfectamente lo que ha pedido cada cliente, percibir ese delicioso olor a café y a tostadas recién hechas.

Prosigo mi paseo y llego a mi parque preferido, busco mi banco y allí comienzo a darle rienda suelta a mi imaginación…

Se respira ya a primavera a pesar de que el día se esté torciendo; ésta circunstancia no parece importarle a los deportistas, admiro su fuerza de voluntad, cuando dicen de salir a correr, salen. Se ha levantado bastante viento y las nubes avanzan hacia el parque. De pronto, todo se acelera, casi todos los que pasan por mi lado llevan unos andares como si se les escapase el tren. A veces de ver a la gente con tanto movimiento, me produce vértigo y para estos casos, tengo un truco, suelo desviar la mirada hacia el cielo, entrever la luz  a través de las hojas de los árboles, ver su silueta y acompañar ese tímido baile, según la fuerza del viento. Todo un espectáculo para los sentidos. Allí sentado en mi banco veo la vida pasar: desde los bebés en sus cochecitos hasta los abuelos como yo, todas las etapas de la vida. Y me doy cada vez más cuenta que estoy en la última fase…

Mi fiel amigo, mi perrito, es tan pequeño que todos los niños quieren acariciarlo y jugar con él. Su edad es similar a la mía, pero se conserva muy bien, es muy bueno y la verdad, me hace muy buena compañía. Me obliga a dar estos paseos y a observar la vida fuera de casa. Cuando tardo un poco más de lo habitual en salir a pasear, ya está preparado en la puerta de la calle con la correa entre sus patitas.

Sentado en aquel banco del parque no paraba de pensar en lo que le habían dicho sus vecinos: «qué buena vida llevas «… Puede que tengan razón, o es por estar jubilado. Realmente lo único que me preocupaba era encontrarme bien, lo demás me daba igual.

Ya casi tengo la tormenta encima, espero que no llueva mucho. Menos mal que llevo mi paraguas – comentó Mario-, la verdad es que me duele la rodilla y el paraguas me hace de bastón, pero no es lo mismo caminar con una cosa que con la otra. Aunque intentó andar rápido, la tormenta llevaba más velocidad y terminó por alcanzarle. Ahora tenía que prestar mucha atención al suelo resbaladizo;  le daba pánico caerse y fracturarse cualquier parte del cuerpo, eso le aterraba.
No le gustaban para nada los hospitales, era un sitio para entrar y no salir…

Tenía dos opciones, o abría el paraguas y se protegía de la lluvia o lo utilizaba de bastón para tener más firmeza en el suelo resbaladizo. Tan solo es agua, – pensó Mario-, cuando llegue a casa me cambio, pero si tengo la desgracia de caerme, voy a sufrir mucho más. Dicho y hecho, utilizó el paraguas de bastón y se dirigió a casa todo lo rápido que su edad y su cuerpo se lo permitieron. Se miraba sus zapatos y veía a su perrito cada vez más mojado.

El camino de vuelta a casa y además  lloviendo no le resultó tan exquisito, primero porque sus piernas no le respondían tan rápidas como él quería y aunque lo sabía, notaba lo limitado que estaba…, y su pobre perrito no tenía la culpa de sus limitaciones, tampoco podía cogerlo en brazos para protegerlo más de la lluvia.

De pronto se paró en seco y miró a su alrededor, intentando descubrir un lugar donde protegerse; lo más próximo fue la cafetería donde había pasado anteriormente, que estaba completamente llena, pero algún sitio encontraría, aunque fuese en la barra, en este momento era lo menos importante.

Ni en la barra había sitio, la mayoría de los que pasaban por la calle habían tenido la misma idea. Hizo un escaneo visual a todo el bar y en el fondo había una señora sola, seguramente de su quinta, debería de intentar sentarme con aquella señora o me quedo de pie como un pasmarote y mis piernas ya están avisándome de que necesito una silla.
—Buenos días señora, ¿me permitiría compartir su mesa mientras cesa la lluvia? ¿Habría algún inconveniente con este perrito?
—Faltaría más, tome asiento, señor, hace aproximadamente diez minutos estaban todas las mesas vacías y con esta bendita lluvia tienen la cafetería al completo. Qué mono es el perrito, – dijo mirando detenidamente al perrito diminuto de Mario completamente mojado-.
—No se preocupe, es muy fuerte y pronto se seca. Se acercó el camarero y Mario pidió un café descafeinado.
—Es que tengo la tensión un poco alta. Pero perdone mi torpeza, me llamo Mario.
—Yo Adela. Coincidimos con la tensión alta, por eso estaba tomando una infusión de manzanilla.

Mario se encontraba bien, había conseguido esquivar a la lluvia, estaba sentado, saboreando su descafeinado y la conversación era agradable. De pronto, sintió un fuerte golpe en la cabeza y cuando sus fuerzas se lo permitieron e intentó girarse para ver qué diablos pasaba, recibió un puñetazo en la cara. Sólo pudo ver una difusa imagen de Adela y de su paraguas, terminó perdiendo el conocimiento.

Tan solo se escuchaban los gritos de Adela. El camarero y varios clientes pudieron reducir al agresor. Toda la cafetería quedó paralizada, parecía la escena de una película. Ya no sabes distinguir si lo que estaba pasando era real o no. Por suerte había un médico entre los clientes y socorrió a Mario…
—Llamen a una ambulancia, está gravemente herido. Y también a la policía.
Los clientes se preguntaban quién era aquel individuo que le había dado los golpes.  Un loco, tal vez su marido, su novio… Pero pobre hombre el que estaba en el suelo sin conocimiento. Esto, lo pensaban los clientes que se quedaron inmóviles en las sillas, hubieron otros que corrieron tipo estampida e incluso se fueron sin pagar su consumición.
Vaya desastre, -pensó el propietario de la cafetería-, con los desayunos que he servido y ahora quedan cinco mesas.
Por fin llegó la ambulancia y se llevaron a Mario al hospital inconsciente. También la policía y detuvieron al agresor. La cafetería se quedó completamente vacía, sólo se apreciaba un paraguas tirado en el suelo y un pequeño perrito asustado y tembloroso.
Mario despertó a los dos días y los primeros rostros que reconoció, aunque no llevase las gafas, eran los de sus vecinos…
Qué alegría me da poder ver y escuchar esta gente- se decía Mario para sus adentros-, no hay nada como las caras conocidas.
—Cómo te encuentras vecino?
—Bien, bien…, pero qué pasó, solo recuerdo golpes y un fuerte dolor de cabeza… Ahhh y mi perrito, ¿dónde está?
—Todo está bien, no padezcas, todo está controlado. Lo importante es que tienes la cabeza dura y según el médico te vas a recuperar totalmente, pronto te mandarán a casa y como si no hubiese pasado nada —comentó uno de sus vecinos.
—Pero ¿cómo os habéis enterado de lo que me ha sucedido? —le preguntó Mario a sus vecinos.
—Anda, si eres famoso, en la cafetería, te grabó un jovenzuelo y has salido hasta en las noticias. Fíjate, los mayores se levantaron para ayudarte y el joven se quedó grabando. Lo positivo es que ha servido para acusar al agresor y está detenido. Y tienen grabado los golpes que te propinó.
—Pero, ¿le conozco yo al agresor? ¿Por qué lo hizo?
—No lo conoces de nada, ni ese tipejo a ti, sólo que te sentaste en aquella silla, te confundió con uno que le debía dinero y la pagó contigo. Según dicen las noticias tenía alguna enfermedad mental y no se había medicado. Ahora sólo piensa en recuperarte pronto y en dos días te vemos por el vecindario.

Mario se quedó sorprendido, pensativo y cómo no, dolorido, intentando asimilar todo lo ocurrido y con la esperanza de que pronto volvería a casa.
Llamaron a la puerta de la habitación del hospital y aunque bastante aturdido reconoció a Adela. Traía un bolso grande y dentro, asomaba el hocico del perrito de Mario…
—Qué alegría! —pensó Mario—, me encanta continuar viendo caras conocidas y el pequeño perrito saltó rápidamente del bolso al oír la voz de Mario jugueteando encima de la cama. Adela esperó un poco, por miedo a que entrase una enfermera y volvió a colocar al perrito en el bolso grande.
—Buenos días, ¿cómo se encuentra?
—Ahora mucho mejor —contestó Mario.
—Lo que pasó fue una pesadilla, no vi venir a nadie, sólo le vi a usted en el suelo y menos mal que sujetaron a aquel energúmeno. Aunque tengo que decirle que agarré su paraguas y le di lo suyo. A propósito, aquí tiene su paraguas-bastón. Deseo que se mejore pronto, tenemos que retomar el café y la infusión que nos quedamos a medias de tomar, eso sí, mirando de frente al que venga…

Mario sonrió a pesar de su dolor de cabeza, miró detenidamente el bastón-paraguas que le había traído Adela y pensó para sí, que a pesar de todo, sus vecinos tenían razón, su vida era buena…

 

 

 

 

 

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